18 de enero de 2006

Matar un Ruiseñor

No suelo ser una persona que se canse de ver la misma película cuando me ha gustado la primera vez, de hecho hay una serie de películas que siempre que tengo la oportunidad vuelvo a ver cada cierto tiempo. Matar un Ruiseñor (To Kill a Mockingbird) de Robert Mulligan es una de ellas.

Fue en esta película donde me terminé de enamorar de Gregory Peck.
Precisamente, se podría decir que lo mejor de este filme es la brillante interpretación de Gregory Peck en el papel de Atticus Finch, pero sería mentir (algo parecido a lo que hizo Aznar en la entrevista con Saénz de Buruaga en plena campaña previa de propaganda para la invasión de Irak, aún me acuerdo del "puede estar seguro usted y todas las personas que nos ven, Irak tiene armas de destrucción masiva"; sólo que esta mentira de juicio acerca de la película no tendría la miseria ética y criminal de la otra). Lo mejor de esta película es toda ella, lo buena que es.

Maycomb era todavía una vieja y aburrida población en 1932 cuando yo la conocí, el caso es que por aquel entonces hacía más calor. A las 9 de la mañana ya se habían reblandecido los cuellos duros de los hombres. Las señoras se bañaban antes del mediodía y a las 3 de la tarde después de la siesta, y al llegar la noche de tanto sudar y ponerse polvos de talco parecían pastitas de bizcocho cubiertas de crema. El día tenía 24 horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa porque no había adónde ir, ni nada que comprar, ni siquiera dinero para comprarlo. Aunque recientemente se había dicho del condado de Maycomb que no debía tener miedo mas que de su propio miedo. Aquel verano cumplí seis años.

Así empieza una película que es redonda de principio a fin tanto en guión, como en interpretaciones, banda sonora y fotografía. Una obra de 1962 que yo vi por primera vez 41 años después.
Es un retrato de la vida en una pequeña población norteamericana contada a partir de los recuerdos y la mirada de una cría de 6 años.
El tema central lo constituye la descripción del racismo estructural de las áreas rurales del sur de Estados Unidos. De hecho, el movimiento por los derechos civiles y el fin de la segregación racial en ese país empezó cuando la ciudadana negra Rosa Parks se negó a ceder su asiento en un autobús público a un blanco tal y como estaba mandado, iniciándose a continuación un boicot de la población negra a la compañía de autobuses; y creo recordar que eso ocurrió en Montgomery, capital de Alabama, que es precisamente el estado al que pertenece el condado de la ciudad donde se desarrolla la acción de Matar un Ruiseñor.
Junto a esta línea temática, la película muestra y cuenta la vida de los dos hijos de Atticus, y de Tití, el sobrino de una vecina.
Es fácil intentar conseguir en una película ternura y gracia metiendo a niños como personajes; pero en pocas películas esto realmente funciona sin demeritar otros aspectos del filme, ya que trabajar con niños en cine es harto complicado. Sin duda Matar un Ruiseñor es una de esas donde el trabajo con niños funciona. Y no es sólo que funcione, es que realmente las dos líneas de la narración (la de los niños y la temática del juicio) están tan bien entrelazadas como compensadas interpretativamente: no sé si quedarme con el trabajo de Gregory Peck o con la actuación de los niños. Los tres personajes infantiles (Scout -es precisamente Scout quien narra la historia de su infancia en función de sus recuerdos de ese verano-, Jem y Tití) lo hacen con una naturalidad excepcional -propia de un niño, desde luego-: ese preguntarlo todo, ese contarlo todo, ese ir corriendo a todas partes, esa inocencia, ese inventar cosas sobre la marcha sin preocuparse de lo dicho anteriormente (como cuando Tití habla de su padre, sucesivamente desaparecido, luego dueño de los ferrocarriles y por último aviador). La escena en la que Scout molesta a la Señora Dubose ( la que "tiene una pistola de la confederación escondida bajo la manta y te matará en menos que canta un gallo" que dice Jem) no puede ser más natural y la remata Atticus. Me encanta el momento en que aparece Tití entre la verduras del huerto y se presenta en plan disco rallado.
Además, se puede decir que toda la película está imbuida de la conciencia infantil, ya desde el principio lo advierte la narradora "el día tenía 24 horas, pero parecía más largo", sin duda. No sé si por falta de conciencia o porque lo aprovechas más, pero desde luego el tiempo pasa más despacio cuando eres crío.
La fotografía es fantástica de principio a fin y en el momento en que los niños se van a husmear al jardín de los Radley recuerda con ese juego de sombras al blanco y negro metálico de La Noche del Cazador.
De propina está la banda sonora, en algunos momentos totalmente "Tom Sawyer" (de hecho, las andanzas de los críos podrían casar muy bien con ese estilo de Sawyer y Finn) y en otros (como en el tema principal) es una melodía que derrocha paz e inocencia como la de los ojos de Scout.
En definitiva una película sencillamente deliciosa, en la que además de los elementos formales (algunos de lo más común, pero excelentes como las sosegadas tomas de cámara a través de la ventana de la habitación de los niños, como cuando Atticus lee con su hija) existe una hondura temática (desgraciadamente aún todavía atemporal) impresionante (¡ese alegato final de Atticus!) por no hablar de toda la historia de Boo Radley (todo un coprotagonista -por encima de todo fílmico- también de la historia).
Una película que además contiene al Gregory Peck en la interpretación de su vida (actor al que ya había visto en Vacaciones en Roma, y posteriormente busqué ávidamente en Recuerda de Hitchcock).
Su personaje cala, algo no difícil al ser en esta película el prototipo del dechado de virtudes (sin duda el padre que todos quisiéramos tener), el hombre que algunos quisieran ser y el que otros pretenden míseramente simular (singularmente también por la condición de Atticus de abogado) . Una película de hecho, que a nivel de recuerdos personales, inauguró como peliculón todas aquellas tardes de otoño e invierno viendo y soñando cine a un tiempo en las incómodas sillas de la Biblioteca de Humanidades.