20 de abril de 2008

El Último Polvo

Resulta muy curiosa la relación de amor-odio que el hombre ha tenido desde siempre con el entramado conceptual formado por la incertidumbre, la espera y la seguridad.

Como destacadamente extendida puede considerarse la aversión del hombre a la incertidumbre respecto de algo que no ha ocurrido aún. En tal sentido, la incertidumbre parece ser mala.
Junto a eso es también muy común la impaciencia o el nerviosismo pertubador que indefectiblemente genera en un individuo la espera de algo (que se sabe que va a ocurrir, que probablemente va a ocurrir o que debe ocurrir). La espera es mala.
Y, consecuentemente, el anhelo por obtener un cierto grado de certidumbre moral o directamente de seguridad "científica" (derrotando o aminorando de eso modo tanto la incertidumbre como la espera) también goza de una generalidad altamente reconocida en los sujetos humanos. La seguridad/certeza es buena.

Sin embargo, las pretensiones de extensiva generalidad que aparentemente tienen estos tres elementos del complejo incertidumbre-espera-seguridad son fácilmente recalculables.

En primer lugar, cabe decir que -como en todo-, tanto la aversión a la incertidumbre, como el anhelo de seguridad deben ser revisadas en función de los diferentes tipos de personalidad, los diversos estadios vitales y las distintas semiosferas que cada persona pueda poseer o en las cuales pueda estar inserta.
En este sentido, aunque resulta indudable v. gr. que el hombre ansía, anhela y hasta exige (cuando puede) un mínimo de certeza acerca de lo que le puede acontecer en el futuro si opta por un camino, por una cosa, o si actúa de una manera; no es menos cierto que una persona acostumbrada a moverse siguiendo caminos prefijados (una carrera que seguir, una tradición familiar que continuar, unas presiones sociales a respetar, etc) será menos capaz de navegar en la incertidumbre; mientras que aunque sólo sea por práctica, una persona más acostumbrada a los cambios súbitos y continuos requerirá de una dosis inferior de "seguridad" y certeza para desarrollar su periplo vital de manera razonablemente satisfactoria.

Sin embargo, lo que realmente invalida como tal la pretensión totalizadora de las afirmaciones iniciales acerca del rechazo a la incertidumbre y el ansia de seguridad es el carácter tremendamente inestable del tercer elemento del complejo conceptual arriba referido: la espera. Toda un arma de doble filo, como nos enseña el mito de la Caja de Pandora.

Fue en cuarto de carrera y gracias a una joven (Rocío), pizpireta e injustamente minusvalorada profesora ayudante a la que encargaron impartir una parte de la asignatura de Ética, donde tomé contacto con un buen número de textos clásicos, entre ellos Los Trabajos y Los Días de Hesíodo.
Es en esta obra donde está contenida la versión más extendida de la historia del mito de la Caja de Pandora.

A saber; Zeus, furioso tras haber robado Prometeo el fuego a los dioses y habérselo dado a los hombres, creó a una mujer (Pandora) a la que los diferentes habitantes del Olimpo obsequiaron con diversos dones entre los que estaban la belleza y la curiosidad. Zeus decidió enviar a Pandora como un regalo a Epimeteo (hermano de Prometeo) e hizo acompañar a la joven de un ánfora en la que se encontraban encerrados todos los males (enfermedad, crimen, etc.), instruyendo a Pandora para que no abriera ese ánfora (una instrucción ésta de una intencionalidad claramente cínica, puesto que a Zeus no se le escapaba que uno de los dones con los que había sido creada la joven era el de la curiosidad).
A pesar de que Prometeo había prevenido a su hermano acerca del riesgo de aceptar regalos de los dioses (y, de hecho, parece ser que directamente le había prohibido aceptar presentes divinos), Epimeteo aceptó a Pandora como regalo y se casó con ella.
Como no podía ser de otra manera, llegado un momento Pandora sintió curiosidad sobre el contenido del ánfora y la abrió, ocasionando con ello que los males que estaban aprisionados en ella saliesen y quedaran libres para poder azotar de manera inmisericorde desde entonces a la humanidad.
No obstante, Pandora al ver lo que había hecho fue capaz de reaccionar y cerró el ánfora a tiempo antes de que saliera el último de los elementos que el ánfora contenía: la "esperanza".

De acuerdo con esta versión de la historia, parece entenderse que el mito se presta a una literaria y optimista interpretación primaria, esto es, a pesar de la catástrofe que supone que el hombre se encuentre acechado toda su vida por las calamidades que fueron liberadas del ánfora y que desde entonces pueden cebarse con él sin piedad, al menos, le queda la "esperanza" para superar esa difícil realidad (de manera que no todo está perdido).

Sin embargo, este análisis inicial no soporta una revisión un poco más pausada; es algo que han puesto de manifiesto las diversas incongruencias lógicas, culturales y lingüísticas que desde tiempo ha se han venido señalándose en esta versión del mito.
Una de las que más llama la atención de todas ellas es precisamente la que acaba teniendo que ver carnalmente con el complejo mental triádico expuesto líneas arriba.
Esto es, si efectivamente (y según la interpretación que subyace a esta versión del mito) el elemento negativo de la liberación de los males del ánfora por parte de Pandora queda compensada (al menos parcialmente, en plan premio de consolación) por el elemento positivo que supone el tener/conservar todavía la esperanza, ¿cómo es que la esperanza (en tanto elemento positivo en sí) estaba dentro de un ánfora que encerraba sólo a males y calamidades (elementos de negatividad plena y suma)?

Aunque se han propuesto diversas explicaciones para esta evidente contradicción, creo que fue Verdenius quien valiéndose de argumentos lingüísticos afirmó que realmente en el original del mito contenido en Los Trabajos y los Días de Hesíodo no hay que leer/traducir "esperanza", sino "espera".
Con este cambio, el sustento lógico del mito sí que cuadra un poco más, ya que, entendiendo la espera como algo negativo (que es precisamente el cáracter defendido al principio respecto de la impaciencia nerviosa que genera la espera de algo), su presencia dentro del ánfora junto con el resto de males no desentona (todos ellos serían elementos negativos).
Además, este cambio de "espera" por "esperanza" en la lectura del mito contribuye también a que la interpretación cultural de esta versión del mismo sea más coherente.
Así, si desde la apertura de la caja y la liberación de los males contenidos en ella, el hombre se ve expuesto a diversas calamidades, el hecho de que la espera consiguiera conservarse dentro del ánfora y no escapase como el resto hace que el hombre no las espere (no sepa si van a ocurir o no, cuáles van a afectarle, en qué momento) y su vida no se encuentre eclipsada por el horizonte de recibir la visita de cualesquiera de esas calamidades.
Es por ello que el hecho de que la espera no haya sido liberada debe tomarse como algo positivo, ya que una vida sometida a calamidades en la que además el hombre estuviera esperando su ocurrencia sería del todo insoportable.
En otras palabras, los males se presentan al hombre sin previo aviso. El hombre sabe que puede sufrir su azote, ya que una vez liberados del ánfora campan a sus anchas por el mundo, pero realmente no sabe si le afectarán realmente o cuando lo harán; en consecuencia, y gracias a que la espera sigue encerrada en la caja, queda (al menos) resguardado del "mal" del nerviosismo e intranquilidad que le produciría la permanente preocupación de saber de antemano que en un determinado momento fuera a ser asesinado, o fuera a caer gravemente enfermo, y así, libre de ése último mal, puede volcar su espíritu, preocupación, interés y tiempo en otros aspectos de su vida.

Volviendo al principio, y en relación con el complejo triconceptual de partida, parece concluirse de la interpretación del mito de Pandora que la espera como tal es ciertamente algo malo (por eso estaba en el ánfora), y de ahí la extensión entre los hombres de su rechazo en virtud de la intranquilidad, nerviosismo o impaciencia que provocar esperar algo (y más aún, si ese algo es algo malo).

El desazón que genera la espera de algo que se sabe que va a ocurrir (la espera -en el sentido visto en el mito de Pandora- de algo prefijado, fijado o escrito) puede resultar tan desequilibrante para el hombre que le haga volcar toda su atención en el futuro, haciéndole minusvalorar el pasado o llevándole a ignorar o a desvirtuar el presente, en tal sentido la espera puede llegar a convertirse en su única actividad vital. Una persona que tiene marcado un deadline (un examen, una cita, una obligación...) puede llegar a focalizar y planificar su atención de manera tan excesiva con arreglo a eso, que puede llegar a olvidarse de otras cosas, en una idea parecida a la que John Lennon expresó cuando afirmó Life is what happens to you while you're busy making other plans.

Sin embargo, sería injusto concluir sin más que la espera (tal y como se entiende en el mito de Pandora -y con mayor motivo en el caso de que lo que se espera sea algo negativo-) es algo malo, que genera intranquilidad en el individuo y que le puede llevar a desvirtuar el presente y el pasado.
Una espera de algo prefijado tiene, pese a todo, el valor de anticiparnos los datos (o al menos nos prepara actitudinalmente para recibirlos) de lo que va a ocurrir en un futuro y, por tanto, facilitarnos la tarea de organizar mejor el presente de acuerdo a ese conocimiento adelantado sobre lo que ocurrirá (a pesar de que esa positiva actitud de intentar organizar mejor el presente mientras se espera lo que tiene que pasar en el futuro debe lidiar, por otra parte, con ese ánimo tan humano de intentar evitar lo inevitable, de cambiar el presente para modificar el futuro). En este sentido, y aunque sea de un modo no buscado, la espera nos dota de cierta dosis de preparación hacia el futuro, de cierta mentalización hacia lo que puede ocurrir, de cierta seguridad

Y es que la espera es ciertamente un arma de doble filo y eso ocasiona que al final ni toda la incertidumbre sea peligrosa, ni toda la seguridad sea deseable.
Nos gusta que la espera esté encerrada en la Caja, porque así la vida nos es más llevadera y podemos dedicarnos más al presente; pero, a la vez, nos gustaría (y nos gusta) conocer y/o reflexionar y/o esperar sobre los momentos en que algo ocurrirá, se producirá una despedida o se producirá un final, ya que, sin un periodo y una labor de espera, en el momento decisivo quizá no podamos actuar como debiéramos, o no seamos capaces de actuar como inteligentemente habríamos de hacerlo, y todo por eso, porque no hemos esperado, porque no lo esperábamos.

Siguiendo en esa idea, a nivel de micropsicología de la vida cotidiana se constata que hay mucha gente que nunca piensa en los finales de las cosas, opina que es preferible que las cosas no tengan final (porque eso supone que hay que esperarlo, al menos mínimamente), sino que simplemente acaben sin previo aviso. Si supiéramos o esperásemos el final de algo probablemente pensaríamos más en ese momento final que en el momento presente (por no hablar de que eso implicaría todo un incómodo e intranquilizador periodo de espera y concienciación de que hay un final al que llegar, un final que afrontar).

En la misma línea, muchas personas también piensan que las despedidas no son buenas, porque -a fin de cuentas- son, por encima de todo, un acto declarativo de que algo se acaba (o se interrumpe o se suspende) y por eso suelen llevar aparejadas tristeza, nostalgia, o pena en relación a lo que se da por acabado. Es por ello que es muy común que gente que no tolera bien las despedidas (o que no se atreve a enfrentarse a ellas) las evite. Las cosas que se limitan a acabarse (sin final propiamente dicho, ni despedida) parece como que duelen menos y son menos costosas anímicamente, precisamente por eso, porque carecen del hecho fáctico y concreto de reconocer o declarar que algo se acabó.

Todo ello, sin duda, es bastante cierto, pero aunque sólo sea por el hecho de que casi todo el aprendizaje que se ha realizado desde que se acarició por primera vez el emplumado de las flechas con la mano se ha basado en la tríada básica de: Inicio + Desarrollo + Desenlace/Final (esperando que al inicio le suceda un desarrollo y a éste un final), los expedientes tienen que tener una diligencia de cierre, las revoluciones tienen que tener traidores, el mundo tiene que tener héroes, las películas tienen que tener un The End y las cosas tienen que tener un final, perceptible, cognoscible y perfecta/imperfectamente sensible.

Un final para poder planificar la huída, para volver a empezar, para vaciar el carcaj; un final para buscar un broche de oro, para buscar un broche de no oro, para poner a buen recaudo lo que se quiere conservar, para no tener que volver a hablar, para poder volverte a encontrar, para demostrar-te que eras capaz.
Un final para certificar que no tenía porqué haber pasado, un final para no estar resabiado, para haber podido elegir el tipo de final adecuado, para haber podido elegir un final apropiado; aunque fuera sólo un poco, aunque fuera sólo un polvo, aunque fuera el último. El último polvo.


Cuando todo acabó, cuando todo se habló
cuando por fin entiendes que el pasado pasó
visto desde el final, no estuvimos tan mal
los momentos hermosos siempre perdurarán
y entiende, por favor, que aunque sienta dolor
desde que te conozco, soy un hombre mejor
y que indudablemente, podía botarte de repente
fíjate si estaba equivocado, siendo tú quien me ha botado

Quiero darte una despedida
que recuerdes toda la vida

y esta noche he venido tan sólo
a que nos demos el último polvo

quizá parezca pedir demasiado
pero yo sé que tú también lo has deseado

si mañana se termina todo
será después de nuestro último polvo


Tanta desilusión, tanta desolación
hoy es de cada uno lo que fue de los dos
y ahora habrá que esperar lo que pueda pasar
no debe haber comienzo si no ha habido final
y cuando salga el sol nos diremos adiós
todo será distinto para nosotros dos

Y que indudablemente podía botarte de repente
fíjate si estaba equivocado, siendo tú quien me ha botado

Quiero darte una despedida
que recuerdes toda la vida

y esta noche he venido tan sólo
a que nos demos el último polvo

quizá parezca pedir demasiado
pero yo sé que tú también lo has deseado

si mañana se termina todo
será después de nuestro último polvo


Yo descubrí el área nunca antes visitada
del lado oscuro de tu almohada
y yo pasé mi lengua por el borde de tu cara
sobre tus lágrimas saladas

Yo descubrí el área nunca antes visitada
del lado oscuro de tu almohada
y yo pasé mi lengua por el borde de tu cara
sobre tus lágrimas saladas

El Último Polvo
Caramelos de Cianuro
2002


Llevo meses encallado en esta canción de la banda de Caracas, Caramelos de Cianuro.

Desde los desvencijados fundos del rock latinoamericano de los 90, por los siempre poco definidos senderos de la creación alternativa, y firmemente asentados, por contra, en la obsesiva y, a veces, cansina predilección del pop-rock latino por aderezar docenas de acordes de guitarra con sobredosis de perversión musical de carácter retórico-pornográfica, Caramelos asombró por su rápido éxito y su capacidad para metamorfosearse (hay quien diría, quizá con razón, "traicionarse") estilísticamente en muy poco tiempo.
Así, v. gr. para 2002 la banda ya había abandonado la macedonia sensorial de guitarras y sonidos electrónicos que distinguía a su disco de 2000 "Miss Mujerzuela" y de la que es buen exponente el brioso tema La LLama, y se había aficionado, en cambio, a otras derivas musicales.

Aunando superficialidad adolescente, guitarreo moscardoneante, parafernalia metálica y buena factura musical, El Último Polvo es considerada una de los grandes temas del pop-rock venezolano reciente. Y no sólo eso, sino que gracias al videoclip que el cuarteto grabó en las calles de Miami, con la funambulesca voz de Asier barriendo el aire de un decorado urbano desierto y posmoderno, la banda fue catapultada a la fama fuera de su país como sólo el sonido y, sobre todo, el todopoderoso y endogámico look and feel MTV son capaces de hacerlo.



23 de febrero de 2008

El Himno Proscrito

Toda colectividad que se precie (y si es política mucho más) gusta de tener elementos diferenciales; es por ello que para un país o para una región, un himno propio es una elección obligada.

Hay muchos clases de himno.

Existen himnos que no tienen formalmente esa consideración (pero lo son) y que ni siquieran tienen letra pero que logran la identificación de casi todo aquel que lo escucha (como el tema principal de Carros de Fuego, de Vangelis, todo un himno a la superación del hombre).

Hay himnos no oficiales que tienen letra y que reflejan como nadie universales de la humanidad como los versos del O Fortuna encontrados hace doscientos años en un códice bávaro y popularizados y orquestados por Carl Orff en Carmina Burana.

Ha habido himnos oficiales capaces de superar el momento histórico, social y político para el que fueron creados.
Es el caso del poderoso y brillante Himno de la Unión Soviética que compuso Alexander Alexandrov hace más de medio siglo y que, tras perder su estatus con la desintegración de la URSS, fue recuperado en 2000 con una modificación en su letra para convertirse en el nuevo himno de Rusia (tras una década en la que el himno ruso existía -compuesto por Glinka-, pero que carecía de letra).

Hay himnos que nacen por imperativo legal ajenos a la mayoría de los ciudadanos que a priori tienen que sentirse identificados con él, pero que con el paso del tiempo y con el tesón de las autoridades empiezan a calar en la colectividad. Es el caso del himno aragonés.

Hay himnos que han logrado el afecto y la identificación de la práctica totalidad de las personas a los que van dirigidos. Es el caso del elegante Himno de la Comunidad Valenciana, uno de los más conocidos y musicalmente loados.

Se dan casos de himnos que por querellas políticas o por falta de decisión se quedan a la puertas de convertirse en oficiales, cuando realmente eran los mejores candidatos, como el Gernikako Arbola de Iparraguirre (o incluso el delicioso Lau Teilatu que también se llegó a proponer como himno) que pese a su popularidad no tuvo las simpatías del nacionalismo para ser oficializado como himno del País Vasco.

Hay himnos que tienen letra, pero no oficial, como el riojano (heredero del Himno de la antigua provincia de Logroño, que pese a todo posee varias versiones de su letra).

Hay himnos sin letra como la Marcha Real española. Hay himnos a los que ridículamente se les intenta adjudicar una letra, como la Marcha Real española. Hay himnos a los que realmente no les hace ninguna falta la letra, como la Marcha Real española.

Sin embargo, sólo conozco un caso de himno tácitamente proscrito. El madrileño.

Sí, porque aunque muchos no lo sepan la Comunidad de Madrid tiene su himno desde que la provincia homónima se constituyó en autonomía.
Su música fue compuesta por el afamado Pablo Sorozábal Serrano, siendo una interesante y breve melodía orquestada de polifonía de aire marcial y regusto andalusí, con un ritmo in crescendo y un desarrollo a base de quiebros que resulta algo atípica en lo que a himnos se refiere, pero que a mí me parece muy señorial.

Quizá para dar el contrapunto a esa señorialidad, para la letra Joaquín Leguina buscó a Agustín García Calvo, quien para la ocasión compuso una insólita poesía estructurada en tres estrofas y que fue aceptada por el gobierno Leguina y oficializada junto con la música de Sorozábal como Himno de la Comunidad de Madrid.
Eran los tiempos de "la Movida", la deconstrucción y el cachondeo; y si Martes y Trece habían logrado sintetizar de manera genial en un sketch de dos minutos toda la esencia musico-cultural de aquella época...




...Agustín García Calvo lo logró en cuanto a la esencia sociopolítica de aquel periodo hasta construir en las tres estrofas del himno madrileño un arrebato de ingenio, retranca y burla que no sin razón ha sido considerado como un prototipo de antihimno (y como un despropósito, y como una injustificable burla subvencionada, etc).

Sí, porque si los himnos de otras comunidades recurren a honrar a patrias queridas, hablar de nuevas glorias ofrendadas, proclamar lealtades a viejas leyes, loar 9 diamantes de peso, y observar voces que se alzan y cielos que se llenan; el de Madrid, en cambio, trata sobre el corroncho autonómico de la patata, las vueltas que se dan para acabar quedándose quietos en el mismo sitio, estadios, garajes, semáforos, proletarios y funcionarios.

El título del himno "El Ente Autónomo Último" refiere al hecho de ser la Comunidad de Madrid la última comunidad en constituirse (salvo el caso especial de Melilla y Ceuta -que no siempre tiene porqué ser Ceuta y Melilla).
De hecho, la constitución de la Comunidad de Madrid vino a poner punto final al desmadre autonómico que se preparó durante aquellos años (Segovia se quedó a las puertas de convertirse en autonomía, mientras que si el lío hubiera durado un par de años más, seguro que La Sagra, el Oriente Orensano o el Barrio de la Fortuna habrían intentado pillar un café, de esos que daban a todos).
La clase política de entonces (prolegómenos incestuosos de la de ahora) proyectó sobre la población la injustificada relación pseudológica de "autonomía=progreso" (una relación pese a todo mucho menos estúpida que la equivalencia de "algo europeo=algo bueno", que hoy sigue siendo uno de los verdaderos hechos diferenciales de la genuina bobaliconería nacional española). Y así, impulsado también por el loable intento de que no se establecieran regiones de primera y de segunda y, además, se respetase (dentro de lo posible, porque ahí está Navarra, ahí está el País Vasco) una igualdad (más teórica que real) entre todos los territorios, el cambio de década de los 70 a los 80 presenció una alocada carrera al grito de tonto el último de justificaciones racionales e irracionales orientadas al único objetivo de lograr al precio que fuera constituir comunidades autónomas.

Es a ese fenómeno al que aluden las frases más lapidarias del himno de García Calvo (que está escrito en primera persona), siendo sin duda la mejor la de "Sólo por ser algo, soy madrileño"; y es que, por un lado, la creación de la Comunidad de Madrid respondió fundamentalmente a esa extendida impresión de que los territorios que no se convirtieran en comunidad autónoma eran unos "don nadie" y, por otro, a intereses muy lejanos a los ciudadanos madrileños (y bastante más próximos a los de las oligarquías taifales que nacieron por aquella época y que fueron el sustento de no pocos de los caciquillos que sufrimos por aquí y por allá en nuestros días). Unos ciudadanos, los madrileños, que vieron en poco tiempo como los espacios públicos y administrativos se iban poblando con las hasta entonces desconocidas banderas rojas con siete estrellas blancas y las obsesivas siglas CAM.
Por todo ello, la letra del himno de García Calvo es un referente genial de aquella folclórica e colorista época.

Pero los años pasaron, "la Movida" se consumió en sí misma, la dinámica política tomó otros derroteros y la naciente democracia española se desveló como la partitocracia y el pacto entre élites que siempre había estado detrás de ella; el sustento sociocultural que está detrás de los versos de García Calvo perdió su contexto.
Al mismo tiempo, "nuevos" aires políticos llegaron a la comunidad de la bandera heptaestelar y también nuevos gobernantes; unos que, ni eran tan amigos de Calvo como Leguina, ni estaban tan por la labor de seguir promocionando retazos de las ondas culturales de "la Movida" y los estertores del cambio de régimen.
A resultas de eso, y si ya de por sí durante el mandato de Leguina el himno tampoco fue en exceso publicitado; una vez los grandes fastos del 92 y la instalación del modelo de pseudocultura que padecemos inauguraron la década de los 90 y nuevos inquilinos pasaron a ocupar los despachos de la Casa de Correos, el himno madrileño fue decididamente marginado.
Su carácter de antihimno no casaba con el afán de diferenciación fetichista y distinguimiento de las "nuevas" clases políticas de la modernidad española. Y lo hizo mucho menos cuando la derecha política madrileña pasó a desfilar en Cibeles con el fashion diseño de "Liberalismo". Es por ello que, tras algún titubeo abortado antes de tiempo sobre la posibilidad de modificarlo, el himno de Madrid comenzó a tener un carácter de himno proscrito.
Es un himno plenamente oficial, puesto que no se ha modificado la ley de símbolos de la Comunidad de Madrid, ni finalmente fue sustituido por ningún otro; sin embargo, su uso se ha restringido notoriamente aun en actos oficiales, acudiéndose en algunos casos ante la necesidad protocolaria de tocarlo sólo a la versión instrumental de Sorozábal (que es lo más políticamente presentable del mismo).

Por todo ello, hay una gran parte de la población madrileña que desconoce de su existencia. Lo que, por otra parte, tampoco tiene porqué significar nada sustancialmente malo; en Madrid los símbolos nunca han importado tanto, es lo que tiene esa costumbre tan madrileña de mirar (a veces mal, a veces equivocadamente) mucho más hacia fuera y que hacia dentro. Y es que a Madrid, por estar en el centro le pasa algo así como a un péndulo de Foucault en la línea del ecuador, que sabe siempre donde está, porque no se mueve; por eso no necesita tanto de signos, glorias, historias de victoria y derrota que se lo recuerden.

Y es que como lacónicamente dice el propio himno, ése no es su anhelo, por algo -a veces- se dice, de Madrid al Cielo.


Yo estaba en el medio:
giraban las otras en corro
y yo era el centro.
Ya el corro se rompe
ya se hacen estado los pueblos
y aquí de vacío girando
sola me quedo.
Cada cual quiere ser cada una:
no voy a ser menos:
¡Madrid, uno, libre, redondo
autónomo, entero!
Mire el sujeto
las vueltas que da el mundo
para estarse quieto.


Yo tengo mi cuerpo:
un triángulo roto en el mapa
por ley o decreto
entre Ávila y Guadalajara
Segovia y Toledo:
provincia de toda provincia
flor del desierto.
Somosierra me guarda del Norte y
Guadarrama con Gredos;
Jarama y Henares al Tajo
se llevan el resto.
yo soy el Ente Autónomo Último
el puro y sincero.
¡Viva mi dueño
que, sólo por ser algo
soy madrileño!


Y en medio del medio,
capital de la esencia y potencia,
garajes, museos,
estadios, semáforos, bancos,
y vivan los muertos:
¡Madrid, Metropol, ideal
del Dios del Progreso!
Lo que pasa por ahí, todo pasa
en mí, y por eso
funcionarios en mí y proletarios
y números, almas y masas
caen por su peso;
y yo soy todos y nadie,
político ensueño.
Y ése es mi anhelo,
que por algo se dice
De Madrid, al cielo.

Himno de la Comunidad Autónoma de Madrid.
Letra de Agustín García Calvo

9 de febrero de 2008

El Ecónomo Descarado

Hay un capítulo de los Simpsons en el que Lisa, contrariada porque su nueva Stacy Malibú parlante sólo repite tópicos sexistas del tipo "Horneemos tartas para los chicos" y "A mí no me preguntes, sólo soy una chica", logra contactar con la legítima inventora de la muñeca (ya separada de la empresa juguetera que la comercializa ahora) y la anima a que diseñe una nueva muñeca que refleje un tipo de mujer inteligente (a la que le dan el nombre de "Lisa Corazón de León") para competir con la Stacy parlante. Al tener conocimiento de la nueva muñeca, el presidente de la compañía juguetera que fabrica Stacy Malibú convoca a sus ejecutivos a una reunión para idear un modelo de Stacy completamente nuevo (nuevo, joven, moderno, actual y urbano) con el que relanzar las ventas de la Stacy Malibú y competir con Lisa Corazón de León; y el tal presidente advierte a sus empleados que la necesidad de creatividad y originalidad en el diseño del nuevo modelo es tal que se tendrán que quedar toda la noche si es preciso.
Al día siguiente, fruto de las imponderables dotes comerciales y del talento creador de los ejecutivos de la compañía, las jugueterías tienen ya a disposición de los clientes la nueva Stacy Malibú que la compañía ha ideado y que, aparentemente, no se diferencia mucho de la Stacy parlante primigenia. Las niñas ven que es la misma Stacy Malibú de siempre, pero se dan cuenta de que "realmente" es un modelo distinto porque, tal y como reza el envoltorio de la muñeca no es la Stacy de siempre, tiene "UN NUEVO SOMBRERO".

Es el recuerdo de este capítulo el que me vino a la mente cuando pasé del capítulo cuatro de "El Economista Camuflado" y es el que no ha dejado de abandonarme hasta que (¡por fin!) he podido terminar de leer el libro éste.
Sí, porque si alguien se creía que iba a encontrar algo original en este libro al margen del gámbito con la cadena Starbucks y algunos otros referenciados a fenómenos ecónomicos contemporáneos (unos acertados y otros falsos) yerra de lleno.

Bajo "el nuevo sombrero" de utilizar un discurso a caballo entre monologuista de la comedia y bloguero simpático e ingenioso, El Economista Camuflado presenta la misma teoría económica nazineoliberal de siempre; haciéndola un poco más insufrible, si cabe, al aderezarla con fracasadas pretensiones de presunto ingenio británico, utópicos intentos de ecónomo sentido del humor y cierta cantidad de moralina de indudable tufo zapaterita y neothatcherita.
Supuestamente el objetivo de El Economista Camuflado es acercar al gran público diversos conceptos y fundamentos ecónomicos, reflejándolos en asuntos, ejemplos y problemas de la vida cotidiana que a la gran mayoría de lectores les puede resultar relativamente cercanos y comprensibles.
Es por ello que, en los primeros capítulos, el autor adopta la posición de coleguita enrollado, espolvoreando aquí y allá consejos acerca de cómo evitar caer en las trampas de algunos comerciantes que explotan en su beneficio (como no podría ser de otra manera) elementos como el poder de la escasez, la psicología consumista, etc.
Es de justicia reconocer que esos primeros capítulos realmente resultan amenos y, para el que no tenga ni siquiera algunos pocos conocimientos de economía, resultan hasta interesantes y útiles.

Sin embargo, tras los cuatro capítulos primeros, el libro cambia. Se va haciendo pesado, y página a página el autor va perdiendo la máscara de buenrollista que tenía en los primeros capítulos, para terminar en los últimos ofreciendo, defendiendo y honrando la misma receta neoliberal de siempre, a saber:

-- Pagarles a las personas por estar desempleadas fomenta el desempleo.
-- Si un crío es explotado en una fábrica de Indonesia durante 12 horas diarias por un paupérrimo salario no es un verdadero problema, porque el crío "voluntariamente" ha acudido allí y peor sería que estuviera en un basurero o prostituyéndose.
-- Da igual que en un reparto de una tarta uno reciba las tres cuartas partes y otro sólo una migaja, ya que ¡¡¡las dos ganan!!!!!. Es inobjetable.
-- No importa que en un período de transición (que no suele acabar nunca en muchas ocasiones) la riqueza sólo alcance a un reducido grupo de personas, poco a poco la riqueza acabará filtrándose hasta llegar a todos los estratos sociales y hacer prosperar la sociedad.

Pero sin duda lo que más me ha molestado de este libro (ya que el neoliberalismo era muy de esperar) ha sido la obscena hipocresía de pretender hacer un libro con la típica pretensión de basarlo exclusivamente en la economía (un libro "ciéntifico" si se pudiera llamar), para acabar introduciendo en él, sin embargo, sesgadas consideraciones políticas, muy discutibles y enormemente tendenciosas.
Así, en lugar de abstenerse de hacer referencias a elementos políticos o sociopolíticos en su relato, el Economista Camuflado (quizá convencido de la probable estupidez de obviar la política cuando se habla de economía) se permite introducir apoyos de historia política a los ejemplos que va desgranando en el libro, pero haciéndolo con una descarada muestra de arbitrariedad.
De esta manera (y entre otros casos que pueblan su discurso -fundamentalmente en de la segunda parte del libro-), a la hora de comentar el "milagro" económico chino el Economista Camuflado no tiene empacho en comentar recordando la política económica de los tiempos de Mao que ésta se produjo en medio de violaciones terribles de los derechos humanos y en un clima de violencia, mientras que obvia por completo cualquier referencia a los ingentes crímenes y deterioro del estado de los derechos humanos en China durante la etapa del "milagro", el periodo de implantación del neoliberalismo en China bajo la égida de Deng Xiao Ping; llegando a catalogar explícitamente a Mao como dictador comunista, pero refiriéndose únicamente a Deng con el lacónico título de "gobernante".

Con toda probabilidad el Economista Camuflado no olvidó ni desconoce el estado de los derechos humanos en China en los últimos 25 años (ni otros varios ejemplos); simplemente no consideró oportuno contextualizar todos los episodios e historia económica que ofrece, ni tampoco utilizar unos mismos criterios (políticos o, al menos, históricos) para enjuiciar los ejemplos de las medidas económicas que analiza; y si no lo hizo fue con mucha seguridad porque su discurso es correcto.
De igual modo que en falsimedia una importante máxima (igualmente correcta) es no dejar que una noticia te estropee un buen titular; el Economista Camuflado parece evidenciar una mecánica de actuación concomitante y que podría reducirse a un no dejar que la realidad estropee una teoría correcta .
Ese peculiar sentido de la correción (tan ecónomo como chulesco) es lo que hizo que el primer contacto que tuviera con conocimientos de economía años atrás se saldara con la generación en mí de una moderada animadversión hacia ecónomos (y sí,lo reconozco, también hacia los economistas) consecuencia indudable de aquellas pocas clases y aquellos pocos profesores de economía que en cuanto se les rebatía algo de lo que decían (de todas las cosas correctas que nos contaban) recurrían sin empacho al "eso es política, aquí hablamos de economía" para dar por finiquitado cualquier asunto.
Una costumbre ésta genuinamente ecónoma e, incluso, también extendida entre algunos economistas. Ya se sabe, la economía (el discurso neoliberal más bien) es la "economía", y la "economía" es correcta e igual que las cosas caen al suelo por la fuerza de la gravedad, la "economía" es algo que no está sujeto a opinión, ni a ideología, ni a posiciones políticas; simplemente, es algo correcto.

Y es que como afirmó Bourdieu el neoliberalismo se presenta como un discurso fuerte, muy fuerte. Cuya fortaleza y preeminencia no provienen precisamente de la sustantividad exclusiva y del grado de acierto de sus postulados, sino del hecho de contar a su favor con la inmensa mayoría de las relaciones y los elementos de poder existentes en nuestros días.
Así, al igual que Erving Goffman identificó como discurso fuerte aquél presente en un manicomío (un discurso tan fuerte que permite diferenciar a quien está loco del que no lo está; un discurso presentado como irrebatible); la fortaleza del discurso fuerte del neoliberalismo les permite hablar en términos de quiénes defienden lo correcto (ellos), y quiénes lo incorrecto (todos los demás) que consecuentemente están equivocados y de quienes, por tanto, no puede proceder nada que merezca consideración (o como mucho la que procede otorgar a "los locos").

Ecónomos los ha habido siempre, al igual que economistas también; sin embargo, distingue a los de nuestros días tanto su afilado descaro, como su fina capa de seda hipócrita y zapaterita con la que salen a la palestra. Podría pensarse que esto tiene que ver con lo que realmente una sociedad tan desesperadamente fetichista como la actual demanda (y quizá ha demando gatopardísticamente siempre): nuevos sombreros para la colección de Stacy Malibú; y que por ello es signo de una deriva sin remedio hacia los fines teleológicos que el manual tiene marcados para ella.
Sin embargo, hasta un estúpido fetiche en manos del hombre puede ser un objeto de una potencialidad social, política y económica imprevisible. Y es que si hay algo cierto en las ciencias sociales es que todo lo que proceda de la voluntad humana es inestable; es por ello que las técnicas de sociología electoral demoscópica dirigidas a alentar y a desalentar votantes no son una ciencia exacta; y es por ello también que refritos de descaro ecónomo de estética sofisticada como éste siguen estando muy lejos de serlo; In That We Trust.

27 de enero de 2008

¿Reanudar?

En sentido estricto, reanudar supone retomar algo que se inició en el tiempo y que se interrumpió posteriormente en un momento dado dejando el elemento en cuestión incompleto, sin un final.
En algunas ocasiones una interrupción de algo se puede discriminar claramente como tal porque el elemento que se pretende reanudar tiene un punto final perfectamente identificable (una línea de meta, una fecha límite, etc.) que no se ha alcanzado.
En otras el elemento iniciado no tiene un punto final nítido, prefijado y cognoscible, sin embargo, es igualmente consignable como algo interrumpido gracias a una suerte de argumento ex silentio: algo está interrumpido cuando no está acabado, por tanto, si algo no tiene final es que está interrumpido.
Siguiendo esa misma cadena silogística podría afirmarse que si algo que no tiene final es que está interrumpido, consecuentemente, si algo está interrumpido es que es susceptible de reanudarse para alcanzar un final o poder ser dotado de uno. Pero esta cadena falla.

Las interrupciones pueden responder a muy diversas causas, pero fundamentalmente (y en lo que a su valoración diacrónica se refiere) pueden resultar de la voluntad del sujeto en cuestión, por un lado, y fruto de elementos exteriores al mismo, por otro.
Con relación a la primera tipología, se puede decir que la voluntad del sujeto puede, en razón de operatividad, de disponibilidad, de preferencia o de pereza, decidir dejar en suspenso el elemento iniciado, con la intención explícita, implícita o nula de reanudarlo más adelante. Son interrupciones éstas que no por imprevisibles, resultan menos corrientes; pero que, en cualquier caso, son ejemplos de una modalidad que plantea poco aparato mecánico en términos éticos.
Sí suelen tener una cantidad mucho más elevada de dicho aparato sin embargo aquellas interrupciones que se ocasionan porque puedan existir de manera ajena al sujeto obstáculos que sean responsables últimos en la demora en la reanudación del elemento en cuestión.
En algunos casos estos obstáculos (físicos o metafísicos) sólo tienen verdadera consistencia y potencial obstruccionista durante un periodo variable de tiempo terminado el cual desaparecen y permiten la reanudación del elemento dejado en stand-by.
Es por ello que, en lo que a efectos a largo plazo se refiere, este tipo de interrupciones motivadas por obstáculos temporales pueden equipararse a las motivadas por la voluntad del sujeto. Tienen vocación pasajera.

Mucho más problemáticas son las situaciones en las que los obstáculos que ocasionan una interrupción son de tal calibre y magnitud (y así se muestran) que impiden para siempre la posibilidad de reanudación. En esa posibilidad, el elemento queda interrumpido eternamente. No está acabado porque no tiene un final, pero la evidencia de la consistencia y de la capacidad obstaculizadora de los posibles obstáculos es tal que hace que sea perfectamente ostensible, visualizable y entendible que el elemento iniciado no va a poder reanudarse ni finalizarse nunca.
Es precisamente este hecho el que suele motivar una (sólo una) de las diferentes fuentes de la que suele beber la frustración humana, y lo hace en una tríada de razones:
primero porque son interrupciones que no proceden de la voluntad del sujeto, sino por causas exteriores a él (los obstáculos);
segundo porque constituyen una negación de la natural (aunque quizá cada vez menos corriente) reacción humana a acabar lo que se empieza;
y tercero (y principal) porque todo elemento interrumpido del que se sabe que no va a ser reanudado nunca tiene la posibilidad nostálgica de poder ser concebido como un "algo" que pudo ser y que no fue; un "algo" para el que se tenía en mente un posible final o un posible desarollo que no ha sido posible alcanzar y/o aplicar.
Además, la frustración se evidencia adicionalmente por la propia existencia del hecho interrumpido, ya que a pesar de que se pueda intentar obviar, ignorar u olvidar, el elemento interrumpido en general no desaparece, queda ahí, ya sea en forma de recuerdo, ya en forma de vestigios físicos de algo inacabado.

De todas maneras, lo más habitual es encontrarse con una interrupción del primer tipo, una correspondiente a un elemento iniciado en un pasado y susceptible de ser reanudado; una que, bien por voluntad del sujeto bien por algún obstáculo de existencia efímera, es revocable en el tiempo; una que permite el continuum entre la parte pre-interrupción y la parte post-interrupción, una a partir de la cual es posible reestablecer una linealidad contingente sólo contestada por una cicatriz de amplitud variable frecuentemente relacionada con la envergadura del obstáculo que trancó al elemento iniciado, o con la longitud del periodo de tiempo de interrupción.
En este último tema suele encontrarse precisamente un problema, ya que, a pesar de que quien reanuda algo suele tener la ambiciosa e ilusa intención de que esa cicatriz mencionada sea, por un lado, casi imperceptible y que no implique, por otro, diferencias entre las partes pre y post-interrupción, pocas veces eso realmente sucede.
Hay realmente ocasiones en que dejas algo a medio hacer y al reanudarlo tiempo después, bien porque el elemento iniciado ha sido resguardado de manera total y ha sido conservado de manera intacta desde el momento en que fue interrumpido, bien por tener dicho elemento un plan, una guía de acción y un punto final prefijado de manera nitida y clara desde el principio, la continuación satisface esa mencionada pretensión humana de reanudación en sentido estricto (desde el punto exacto donde se dejó y sin diferencias entre las partes pre y post), de manera que la interrupción habida en el elemento es casi inidentificable en el elemento reanudado.
Del mismo modo, también hay ocasiones en la que vuelves a mantener una larga conversación con alguien con quien apenas habías hablado en dos años y tres meses y parece que esos 25 meses no han pasado en absoluto; cuelgas el teléfono y te dan ganas de ir calle Madrid arriba a toparte con la Cibelina o C-4 rumbo norte a esquivar manteros en la glorieta de Carlos V.

Pero como digo, no es lo habitual. Con una altísima frecuencia, en cambio, en las dos partes mencionadas (pre y post) se pueden encontrar diferencias en cuanto a esquema, dirección, sentido y características ontogénicas (distinciones éstas que hunden sus raíces precisamente en el momento de interrupción) que las hagan muy diferentes entre sí (o no).
Ello es así porque realmente y, a efectos humanos, la pretensión de intentar reanudar algo (sin importar el tiempo transcurrido desde la interrupción) en el preciso y exacto punto en el que se abandonó (logrando además que las dos partes no presenten diferencias de calado fruto de la interrupción) puede y debe ser catalogada como una manifestación de elevado ombliguismo antropocéntrico.
Indudablamente el sujeto que inicia algo no es el mismo que el que lo retoma (del mismo modo que quien ve una película con 17 años y la vuelve a ver con 27 no la misma persona, o que quien visita una ciudad con 18 y la vuelve a recorrer con 26 no es tampoco el mismo transeúnte), es por ello que cabe esperar que si tanto la parte pre como la post son obra de sujetos diferentes esa diversidad también se manifieste en la parte iniciada y la parte continuada haciendo distinguible una de la otra.
Así mismo, el objeto iniciado, a pesar de no haberse tocado durante el tiempo de interrupción ni haber recibido flechazo alguno, puede haber cambiado en cuanto al signficado que tenía, puede ya no responder a la función primigenia con la que naciera, o directamente puede haber pasado a ser concebido como otra cosa; en tal sentido, una y otra parte tienen muchaes probabilidades de evidenciar ese cambio de funcionalidad, significado, sentido y dirección presentando caracteres diferentes.
Sin embargo, no conviene obcecarse, el deseo de linealidad absoluta sin cesuras ni cicatrices ciertamente puede ser, además de una quimera, un subproducto de necio orgullo, ya que en una historia, en una carrera, en una búsqueda o en un torneo de tiro siempre será más difícil conseguir un robin con una diana vacía que con una con aspecto de acerico.

24 de julio de 2006

Breve Encuentro

Suelo desdeñar casi todas las películas, conversaciones o situaciones en las que se habla de manera preeminente del "amor" (las cosas que se hacen "por amor", las manifestaciones "de amor", las relaciones "de amor"...).
Fundamentalmente lo hago porque nunca he tenido muy claro qué es ese presunto "amor" en boca de todos. No, mejor dicho, siempre he tenido muy claro que el "amor", si es que realmente merece la pena tener en nuestro léxico una palabra como ésa, tiene (y tendría que tener) muy poco que ver con lo que se muestra una y otra vez en la gran mayoría de las películas (de Hollywood y de no Hollywood), con lo que repite machaconamente en todo tipo de conversaciones (de calle y de no calle) y, en general, con todo lo que en nuestros días y bajo esa palabra se suele imponer como el insustituible y necesario engrudo social polivalente que alimenta la ilusión casi indefectiblemente ramplona que permite creer que los hombres pueden aspirar a algo más que a la constatación del HHHe.
Por descontado, el presunto "amor" no me da buena espina desde el momento en que tiene dedicado todo un capítulo del manual, un capítulo en el que básicamente se le atribuye (por supuesto) el papel de artificiosa, icónica y repugnante obligación social que ya vio en su momento mi admiradísimo P3.

Y no es que me apunte totalmente (totalmente) al "¿por qué lo llaman amor cuando quiere decir sexo?" (aunque desde luego lo preferiría y lo prefiero), pero tampoco creo que el presunto "amor", en el caso de que se exista, sea otra cosa que una atracción ontológicamente física sublimada en algunos muy, muy, muy pocos casos por un ambivalente (pero de cualitativamente elevado peso ético, pese a todo) carácter senti-mental que consigue nacer, sobrevivir y constituir una tierra de nadie entre los dos pilares principales que rigen en general la vida del hombre en nuestros días y que, desde luego, se manifiestan perfectamente claros en lo que comunmente se suele llamar "amor", a saber: la sincera/falsa solidaridad (¿amor de lástima?) y el declarado/soterrado interés social individual (¿amor funcional?).
Un escaso, pero valiosísimo carácter sentimental ése que se encuentra siempre acechado por esos dos poderosos vecinos y que es lo que hace que realmente la existencia de ese carácter sólo se pueda atestiguar en un puñado de personas y en un puñado de momentos (por más que pueda haber restallos de él en otro número más elevado). Un carácter sentimental éste que además no es exclusivo de las "relaciones amorosas" sino que también puede aparecer incluso con mayor frecuencia en otro tipo de relaciones humanas (amistad...).

Por ello, aunque el valor absoluto de ese amor de la tierra de nadie sentimental referido puede ser éticamente deseable y admirable, su reducida prevalencia hace que el tener una palabra como "amor" (a secas) casi permanente e indiscriminadamente pronunciándose en todos los ámbitos (cuando para todo lo que no participe de ese carácter sentimental sería mucho más honesto y apropiado utilizar otras palabras mucho más precisas y certeras, la lengua castellana las tiene, desde las más generales a las más específicas, desde las más elegantes a las más "soeces"), ese uso digo, no me parece sino una constatación adicional de la impresionante vacuidad de la sociedad del progreso correcto, de su necesidad cada vez más imperiosa de recurrir a este tipo de ficciones pretendidamente inmateriales (el "amor"...) para dar una capa de barniz a su verdadera esencia: una lógica instrumental basada exclusivamente en lo material y, sobre todo, en lo materializable; un intento que no por patético resulta menos efectivo (por lo menos hasta ahora) para evitar que la totalidad del cuerpo social termine desintegrándose (aún más) en medio de convulsivas arcadas psicosociales.

En cualquier caso, en vista de que el amor de la tierra de nadie (el real, el que he defendido como real, el que debería ser realmente llamado amor) puede o pudo tener un origen ciertamente humano y ser algo verdaderamente estimable y admirable, así como en vista de lo poco atractivo y en consecuencia lejano que me ha resultado este tema desde siempre, soy perfectamente consciente (en éste más que en ningún otro tema) de la muy probable imprecisión de todas estas afirmaciones.
Es más, aunque hace ya bastante tiempo resolví instalarme conceptualmente en una actitud crítica (mucho más tajante que la expuesta líneas arriba) sobre el "amor", llegando a parecerme incluso totalmente innecesario disponer de una palabra como ésa (por no hablar de lo patético que me resulta ver a alguien contraer matrimonio en estos tiempos de "vidas realizadas", "carreras personales", "aprovechamiento de oportunidades" y corporaciones dermoestéticas, aunque ése es otro tema), en este asunto he podido comprobar desde hace algún tiempo lo difíciles de mantener que son las posiciones totalizadoras; lo susceptibles que son de toparse de manera imprevista con algún "elemento" (tan excitante como pertubador) que te impida mantener completamente (sólo completamente) ese juicio totalizador y tajante previo, que te haga creer en otra cosa, que te haga pensar algo distinto. Y es que la realidad (incluso la barata) puede ser muy imprevisible.

Así, y aunque parezca algo cutre, mi posición tajante hacia este tema varíó desde el cinismo total al cinismo relativo que tengo ahora cuando me topé con algunos "elementos" que me hicieron aceptar la escasa (pero plausible) existencia del amor, la existencia de ese "algo" que realmente no se puede expresar con otras palabras -más o menos vulgares-. Estos "elementos" fueron fundamentalmente y sorprendentemente dos: Breve Encuentro (Brief Encounter, 1945), por un lado, y un breve encuentro, por otro.

Casi todo (diálogos, planteamiento, dramatización, interpretaciones) lo que en otras películas que hablan o tratan de "amor" como algo profundo me suele parecer casi invariablemente aburrido, lejano, ridículo o directamente mentira; me llegó (y me llega) a convencer de una manera asombrosa en Breve Encuentro.
Si de verdad existe y es factible alcanzar la reducida tierra de nadie sentimental referida antes (que es para la que yo entiendo que habría que reservar exclusivamente la palabra amor), tendría que parecerse en algo a lo que se muestra en esta película.
Y esto es sorprendente, ya que esta película ciertamente no muestra nada muy del otro mundo, ni muy ajeno a la normalidad social (mucha gente la puede encontrar muy poco original, y otra mucha la ha considerado tremendamente ridícula y de una beatería tontísima -de hecho, todo lo más que sale es un beso-), además desde su estreno ha sido un filme que tenido un gran éxito (recibió la Palma de Oro en Cannes) y por tanto ha gustado a bastantes personas. Por ello, es algo extraño que precisamente esta película (además de alguna pequella puntada de alguna otra) me llegara a convencer tanto en un tema en el que he solido y suelo ser tan escéptico y cínico (y hasta hace un par de años, todavía más).
A la hora de buscar explicación, lo más fácil sería atribuir ese efecto a las connotaciones personales (¿positivas?) que tenía en el momento (hace año y medio) en el que vi Breve Encuentro por primera vez: sí, pero no.
Y lo segundo más fácil sería apuntar esa causalidad a las cualidades y valores cinematográficos de la película: sí, pero sí.

Breve Encuentro es genial. Es una película a la que no le falta nada. Ni una fotografía estudiadísima que casi te permite sentir en tu cara el humo de los trenes llegando a la estación de Milford Junction, ni unos actores protagonistas que se salen, ni el buen hacer de un director magistral que la firma, ni una banda sonora apropiadísima que la refuerza, ni una estructura de narración que la cuadra, ni un par de toques cómicos que relajan su trama, ni nada de nada.
Dirigida y escrita por el brillante David Lean a partir de una novela de Noel Coward, Breve Encuentro es una historia de adulterio protagonizada por una mujer de clase media-alta felizmente casada y con dos hijos, en la Inglaterra urbana de los años 40.
Fue producida en plena II Guerra Mundial y de hecho aunque inicialmente su rodaje se había previsto en el sur para disponer de mayor potencia lumínica del sol, debido a los bombardeos alemanes sobre el sur de Inglaterra y los puertos galeses, así como a las restricciones de luz impuestas por ese motivo, finalmente Lean tuvo que llevarse el rodaje principal a Lancashire, mucho más al norte.
El argumento del adulterio no es que se distinga por su originalidad, de hecho esta temática ha sido tratada muchas veces en el cine (aunque en 1945 cuando fue dirigida no tanto), lo que realmente dota de personalidad a esta obra es la manera de desarrollar y presentar cinematográficamente la historia: técnicamente impecable, estilísticamente sugerente, sensorialmente creíble y fílmicamente redonda.

Y esta redondez parte de su misma concepción estructural. Sí, quizá lo primero que haya que destacar de Breve Encuentro es el recurso de narración fílmica que utiliza el director.
Salvo los diez minutos iniciales y pequeños instantes durante y al final de la película (además de la escena del piso del amigo de Alec que resulta algo ilógica en consonancia con el resto de la película) el filme es narrado en flashback por la protagonista: Laura Jesson (interpretada por Celia Johnson).
De esta manera, la película abre con una escena inicial en la cafetería de la estación de ferrocarril de Milford Junction en la que conocemos a la pareja protagonista (Laura Jesson y Alec Harvey) que están sentados en una mesa cuando son interrumpidos por la ruidosa aparición de Dolly Messiter, la típica cotilla a la que le encanta saber todo de todo el mundo y que es una conocida y vecina de Laura. Los pocos instantes en que los tres (Laura, Alec y Dolly) comparten escena antes de despedirse para tomar el tren son suficientes para comprobar lo estridente e insoportable del carácter chismoso de Dolly. Algo que aún queda más patente cuando después, Laura (que se ha mareado tras unos segundos en los que no aparece en escena) tiene que hacer el trayecto de regreso a su casa con la tal Dolly.
Es entonces en el vagón cuando ante la insoportable charla chismosa a la que le condena la cotilla vecina la protagonista empieza a pensar en voz alta y con la vista perdida acerca de lo que ha vivido en las últimas semanas.
Cuando llega a casa y tras ejercer de madre juiciosa con sus hijos se derrumba en un sillón y se pone a coser mientras su marido (Fred) termina de hacer un crucigrama. Por casualidad, el marido le pide ayuda para resolver una casilla de 7 letras que no le sale del pasatiempo y Laura parece conocer la respuesta: romance, creo, le responde; muy metafóricamente el marido asiente y dice que sí que probablemente es romance porque le casa "con delirio y con Baluchistán" (o sea romance casa con una locura y con lo que es un lugar exótico). Ante ese fortuito encuentro por boca de su marido de las palabras delirio y romance, Laura continua con los pensamientos que había empezado a tener en el tren.
Inicia entonces el recuerdo de toda la historia con Alec, de la historia de la película, como si se la estuviera contando a su marido:

Fred me gustaría contarte tantas cosas. Eres el único ser en el mundo capaz de entenderme y escucharme con cariño si fuera la historia de otra y no la mía. Eres el único a quién no podré nunca contársela.

Por tanto, como realmente no puede contársela a su marido nos cuenta la historia a nosotros, aunque a nivel formal se dirija a él.
Y como es una historia, la comienza por el principio:

Yo soy una esposa feliz, o lo era hasta hace unas semanas.

Sí, la tónica de siempre en toda coyuntura humana. El hombre es así, no importa lo objetivamente buena o mala que sea la situación vital que podamos tener en algún momento, siempre que ésta esté equilibrada, que la veamos como equilibrada o que la sintamos como equilibrada, será una situación que nos proporcionará felicidad y satisfacción. Sólo en el momento en que algún elemento nuevo se añada a la situación primigenia, el equilibrio se romperá, y consecuentemente también la felicidad se verá tocada. Ese elemento puede ser una ambición de algo que no se tiene, de algo que no se puede alcanzar o quizá algo que se ha alcanzado/obtenido, pero que no casa o entra en contradicción con los elementos preexistentes de la situación de equilibrio anterior. Para recuperar la felicidad entonces el problema que se plantea es alcanzar un nuevo equilibrio, bien obteniendo aquel elemento que se ambiciona y que no se tiene, o bien encontrando la manera de compaginar lo recientemente alcanzado con lo anterior. Cuando no se alcanza lo que se anhela o cuando lo nuevo no se puede compaginar con lo anterior teniéndose entonces que optar necesariamente y de manera excluyente por una de las dos opciones (rechazar lo nuevo y quedarse con lo anterior o asumir el nuevo elemento y renunciar a los de la situación primigenia) surge el lío y la situación de infelicidad puede llegar incluso a hacerse crónica, ya que como cantaba Queen: I/we want it all y naturalmente, I/we want it now).
El caso es que Laura era una mujer feliz, casada con un marido que en todo momento aparece como un esposo afectuoso y atento, con unos hijos sanos, una posición socioeconómica acomodada y una rutina asumible que se completa con un viaje semanal a Milford (el centro urbano de la comarca a la que pertenece Ketchworth, el vecindario donde vive Laura) todos los jueves para ir de compras y al cine; vamos una vida feliz, una vida equilibrada... hasta que el equilibrio se rompe de la manera más tonta posible.
Lo hace con un encuentro fortuito un jueves en la cafetería de la estación de Milford Junction cuando al paso de un tren a Laura le entra una arenilla en un ojo y un desconocido llamado Alec Harvey (Trevor Howard) que afirma ser médico se ofrece a ayudarla consiguiendo efectivamente extraer la mencionada arenilla. Laura le da las gracias y se despide de él (sin más).
Pero por otra casualidad los dos protagonistas se vuelven a encontrar en la calle a la semana siguiente y posteriormente otra vez en un restaurante en una de cuyas mesas Laura espera su consumición. Al no encontrar mesa libre, Alec se acerca a la de Laura preguntándole si está sola, y en tal caso, si le molesta que se siente con ella, a lo que Laura accede amablemente. Conversan durante la comida y tras la típica discusión sobre quién paga la cuenta, Alec le pide permiso para acompañarla al cine.
Tras la película, caminan juntos hacia la estación de Milford Junction para coger sus respectivos trenes y volver a casa, pero antes tienen tiempo de tomarse un té y emprender un conversación estúpida y muy evidenciadora demasiado (quizá sea el único momento en el que la película no es creíble) sobre las enfermedades pulmonares. Durante esos instantes es casi perfectamente perceptible el brillo en los ojos tanto de Laura como de Alec, de manera que cuando llega la despedida Alec le pregunta si volverá a verla el próximo jueves a la misma hora, ella contesta con evasivas y posteriormente sigue titubeando ante los obsesivos y repetidos "por favor" de él, apremiándole por contra para que se vaya a su andén a coger el tren que está a punto de salir; ante esto Alec parece desistir y se despide, pero Laura entonces con un conseguidísimo efecto facial dramático le devuelve la despedida culminándola con un sorpresivo allí estaré.

Y allí estuvo. A partir de entonces la cadencia de encuentros entre los dos protagonistas será regular cada jueves y cada uno de ellos ira profundizando una conexión sentimental de la que sobre todo somos partícipes los espectadores (más allá de las geniales interpretaciones de los actores) por la proyección psicológica hacia el espectador de los pensamientos de Laura que la estructura de narración cinematográfica permite hacer en Breve Encuentro hasta el mismo momento del desenlace del filme.

En todos esos encuentros queda bien patente el que es uno de los auténticos puntos fuertes de la película: la magistral presentación fílmica de unos hechos y de unas situaciones perfectamente creíbles que, además, pueden incluso resultar muy familiares.
Sí, son varias las escenas que no por comunes (o precisamente por ello) resultan menos creíbles, simpáticas o cercanas.
Así, cuando en el principio de la película Laura soporta el parlanchineo de Dolly Messiter en el vagón del tren que las lleva a Ketchworth me viene a la cabeza un momento parecido que me contó Víctor respecto a una conversación que le toco sufrir sobre el sistema viario andaluz en el trayecto de un viaje furtivo a Málaga, y ante la que adoptó la misma estratagema que la protagonista.
También me resultan muy cercanos los absurdos pensamientos que le vienen a uno a la cabeza cuando está embargado por un justificado o injustificado sentimiento de culpa o de miedo: todas esas promesas mentales que uno se hace a sí mismo acerca de no volver a hacer algo o de no volver a estar con alguien sabiendo que no se va a ser capaz de cumplirlas (antes de llegar a Ketchworth había decidido firmemente que no volvería a ver a Alec nunca más que dice Laura en un momento de la película); la estupidez de achacar la causalidad de algún evento negativo a la actuación que genera el sentimiento de culpa, cuando objetivamente no tienen nada que ver (como cuando tras el primer encuentro con Alec Laura regresa a casa y se entera de que su hijo está herido tras haber sido atropellado por un coche sintiéndose tontamente culpable de ello); todas esas exteriorizaciones de la intranquilidad interior creyéndote observado por todo el mundo o acelerando el paso por la calle como si alguien te estuviera persiguiendo.

De igual modo me parecen muy (demasiado) cercanas y familiares los ejemplos que tiene la película sobre las absurdeces que se pueden llegar a decir cuando uno se siente nervioso o culpable y trata patéticamente de encubrir algo. Como cuando intentando ocultar uno de sus encuentros con Alec, Laura es preguntada por su marido sobre si ha ido sola al cine y comete la imprudencia de contestar incoherentemente diciendo:

-- Sí............Bueno,no exáctamente.
-- ¿Qué significa no exactamente?


Teniendo que inventarse para salir del atolladero en el que tontamente se ha metido la mentira de que fue al cine sola, pero se encontró allí con una vieja amiga.
El marido obviamente la cree (¿por qué no habría de hacerlo?) y sale de la habitación; en ese momento Laura se abalanza como una posesa sobre el teléfono y llama corriendo a esa vieja amiga (con la que lógicamente nunca se encontró en el cine) y contando a ésta última otra mentira se asegura que su esposo no va a descubrir el primer embuste en un hipotético encuentro entre ésta última y el marido. La naturalidad con la que Laura se procura la coartada necesaria llamando a esta amiga me parece envidiable, me encantaría saber y poder mentir con esa tranquilidad y efectividad.
Durante la película Laura vuelve a desplegar esa misma naturalidad a la hora del disimulo y la mentira en otros momentos: cuando se encuentra con unas conocidas en un restaurante al que acude con Alec y también cuando tras salir del piso de Stephen llama a su casa, confesando después de colgar el teléfono:

Mentir es terrible, y más cuando sabes que te creen a ojos cerrados, es tan fácil y tan degradante (nunca he tenido ese sentimiento sobre la facilidad de la mentira, es lo que tiene no saber mentir convicentemente).

Esta llamada se produce como digo tras uno de los momentos cumbre de la película: la llegada y huida del piso de Stephen.
Esto es, en uno de sus encuentros de los jueves, Alec y Laura salen a pasear por el campo en el coche que Stephen (un amigo de Alec) le ha prestado, y cuando vuelven a dejar el coche en el garaje, Alec le propone a Laura subir al piso de Stephen del que tiene llave. Alec insiste, pero Laura se resiste; finalmente él renuncia a sus pretensiones y empiezan a andar hacia Milford Junction. Pero a medio camino Alec se lo vuelve a pensar y dice que él quiere volver al piso y le sugiere a Laura que ella haga lo que quiera, pero que él se va. Laura no accede, no le acompaña y sigue sola ruta a la estación, pero en el último momento "lo piensa mejor", sale de la estación apresuradamente y se presenta en el piso de Stephen. Alec le abre la puerta y en uno de los momentos más tontos (pero no por ello menos creíbles) ambos empiezan una absurda conversación sobre la leña (sobre cómo arde, sobre si estaba seca...). Por lo visto Trevor Howard puso muchas pegas a esta escena diciendo que le parecía absurda (de hecho según una cita que encontré una vez djo algo así como que era una "fucking awful scene") y que si tanto uno como otro habían decidido ir al piso de Stephen no era precisamente para empezar una agradable conversación sobre la leña, sino para follar. David Lean (además de argumentar el hecho de que uno de los productores de la película pertenecía a circulos ultraconservadores protestantes) le espetó que no era tan absurda, preguntándole si nunca le había pasado que aún sabiendo una y otra persona a lo que van, cuando una pareja consigue quedarse a solas, durante los breves segundos inciales tras conseguir intimidad les embarga una extraña sensación de ¿vergüenza? que no existía cuando estaban rodeados por público. Sin duda, y es que cuando hay gente el objetivo es quedarse solos, y cuando te quedas a solas necesitas 20 segundos para poner rumbo al nuevo objetivo.
El caso es que por un azar del destino la pareja es interrumpida por la imprevista vuelta a casa temprana de Stephen. Laura sale corriendo calle abajo entre la lluvia y Alec inicia una conversación seca y hasta cierto punto violenta con Stephen.
Este momentoque supone el único "pero" al esquema estructural de la película. Como se ha expuesto, la totalidad del filme nos es contado por Laura, por ello los breves 3 minutos de escena entre Alec y Stephen resultan ilógicos, porque Laura no los presenció ni pudo tener conocimiento expreso de ellos.
Es posible que eso se deba a que al hecho de que por lo visto esta escena fue metida en la película en el último momento, no se encontraba en el plan original. Sea como sea la inclusión de esta escena y del personaje de Stephen tiene a nivel extrafílmico una importancia adicional desde que en una ocasión Billy Wilder (tal y como me contó Germán) afirmó que fue el visionado de Breve Encuentro y en concreto de este personaje de Stephen el que le inspiró para la película El Apartamento. Es algo extraño, puesto que los personajes de una y otra película son bastante diferentes, pero puede que eso se deba al hecho de que el de Wilder es un personaje protagonista y el de Lean sólo uno de reparto con una aparición además especialmente corta.
En cualquier caso la figura de Stephen en Breve Encuentro y las palabras que intercambia con Alec están plenamente justificadas en la trama de la película y refuerza el aire de acecho social (Dolly, Mary Norton...) que sufren los dos protagonistas de la película y que es uno de sus principales valores como testimonio sociocultural de una época.
Decir a nivel personal que las imágenes de Laura caminando por High Street bajo el aguacero y atenazada por el sentimiento de culpabilidad y de humillación (respaldadas además por las deliciosas notas del piano de la banda sonora) me parecen soberbias y además me recuerdan mucho a las de Betsy Blair caminando bajo la lluvia por la logroñesa calle Portales en Calle Mayor.

Celia Johnson en Breve Encuentro

Betsy Blair en Calle Mayor


Y es que hasta cierto punto las dos películas comparten muchos elementos, uno de los más curiosos es la coincidencia en los nombres de las calles por las que caminan bajo la lluvia las protagonistas de las dos películas (High Street y Calle Mayor). Otro punto de ligera concomitancia es la presencia en los dos filmes de la figura del aburrimiento.
El aburrimiento (quizá de una rutina que ya no es asumible para ella; quizá de más cosas como de una moral postvictoriana y represiva -de hecho, en la única escena en la que aparece el dormitorio del matrimonio se ve que los dos cónyuges duermen en camas separadas-) puede ser lo que lleva a Laura a ensimismarse con Alec -como queda totalmente claro en la escena en la que una Laura alegre y "feliz" ve pasar el paisaje desde la ventanilla del vagón de tren-. El aburrimiento. El mismo aburrimiento que sofoca a una juventud arrojada a un país anodino y acaba degenerando en humor cruel en Calle Mayor. De todas maneras, no se puede ser tajante en este tema, ya que por más que esté totalmente desprestigiada en nuestros días, la rutina o la falta de ambiciones pueden ser bastante más éticas (e incluso bastante más efectivas a la hora de proporcionar felicidad) que la inacabable y nazi explotación del carácter ansioso del hombre a través de la obsesiva y miserable marea publicitaria de la sociedad de consumo de masas.

Otro punto a resaltar de la película es su perfectamente identificable nacionalidad. En efecto, no sé si es por una apreciación falsa (y hasta cierto punto basada en estereotipos) derivada del hecho de que jamás haya pisado el Reino Unido, pero realmente Breve Encuentro me parece una película britaniquísima: ese gusto por conversar a la mínima sobre el tiempo que hace o el tiempo que hará o esos toques de humor socarrón, como cuando Dolly se despide de Laura diciéndole que está preocupada por su mareo anterior:

- Te llamaré mañana para ver si te has muerto.
- Te constestaré yo misma.


O cuando a Laura le entra la arenilla en el ojo y la dependienta le dice optimista: un hombre que conozco perdió un ojo por una arenilla; y se queda tan ancha.

Como valores adicionales están las escenas más puramente cómicas que se intercalan rítmicamente con la historia de los protagonistas y relajan la trama. V. gr. las conversaciones entre la orgullosa (por supuesto que los bollos son frescos, hechos de esta mañana; claro que tengo chocolate con nueces...) dependienta de la cafetería y el jefe de estación. Como digo están perfectamente sincronizados con la trama general de la película y contribuyen a que el efecto de la misma sea sumamente armónico.

La banda sonora es acertadísima y esta basada en el concierto para piano número 2 de Rachmaninoff. Conjugando tonos graves y dramáticos así como otros más agudos y alegres, tiene un sabor bárbaro; desde las primeras notas que abren el gámbito de la llegada del tren a Milford Junction, hasta el mismo final cuando aparecen los créditos, pasando desde luego por los toquiteos melódicos que acompañan a Laura cuando corre bajo la lluvia.
La fotografía como es de esperar es excelente, sobresaliendo en los juegos de sombras en las imágenes del paso subterráneo a los andenes de la estación o en las escenas a media luz como la del beso de los protagonistas que no por clásica (y hasta cierto punto hitchcockiana) resulta menos perfecta.

Punto aparte son los actores. Celia Johnson lo borda y un inexperto y elegantísimo Trevor Howard sabe estar a la altura proporcionando una interpretación cargada de gallardía y dramatismo. La elección de ambos como protagonistas del filme por parte de David Lean fue uno de los elementos que hicieron (y hasta cierto punto hacen) de esta película una obra atípica en su tiempo (a pesar de que finalmente resultara un éxito en taquilla y que además recibiera el laudo internacional de la crítica). Así, los dos no formaban una pareja de éxito que era (y es) lo usual en el caso de una película "de amor" (pero bueno es que ésta es de amor y no "de amor"), y además tanto uno como otro (y más que nada sus personajes) no eran precisamente actores jóvenes (a los que era y es usual concederles los papeles destacados), sino ya bien entraditos en la treintena con Trevor Howard v. gr. mostrando unas generosas entradas.
El resto del plantel de actores (con alguna excepción) resultan convincentes en sus papeles de tipos sociales (la cotilla, la orgullosa...) y hacen su pequeña contribución a los méritos del filme.

En definitiva, una película magistral, de una sinceridad deslumbrante cuyo efecto de verosimilitud y familiaridad es obtenido gracias a un excelente derroche de buen hacer fílmico de todo un cineasta con mayúsculas. Además de una historia de amor y no "de amor", Breve Encuentro ofrece una genial representación de lo asfixiante que puede resultar el acecho social en un orden sociocultural que (sobre todo tras los cambios socioeconómicos que trajo consigo la II Guerra Mundial) empezaba a resquebrajarse en aquellos momentos en especial con relación al cambio de rol social de la mujer. Un orden que, pese a todo, aún tardaría mucho en caer (y finalmente sólo lo haría en algunos aspectos, resistiendo otros bastiones del mismo hasta de hecho nuestros días) y que además lo haría de la peor manera posible (desde luego en la única forma permitida en el manual) naufragando en el vacío ético y en el hedonismo más tosco.
Un peliculón que como suele ser común a muchos de ellos, supone una buena muestra de como enseñar un poco de algo es mucho más sugerente que enseñarlo todo; de como un pequeño detalle de segundo y medio puede contener mucho más significado que una escena de 15 minutos.

3 de junio de 2006

Seguridad jurídica para actuar al margen de la ley

Ya parece que se apaga un poco el pataleo del entramado político-mediático español acerca de la primeras decisiones del gobierno boliviano de Evo Morales, aunque dentro de poco conforme se vayan conociendo nuevas medidas seguramente volverá a empezar.
No sé si es que todo ha sido y es una comedia de despiste (lo más seguro) o es que realmente el heterogéneo grupo de los denominados (y a veces orgullosamente autodenominados) "chicos liberales" pensaba de verdad que Evo se molestó en ganar las elecciones bolivianas, simplemente porque ansiaba tener la oportunidad de cantar alguna canción de gusto incaico, o más propiamente, aymará, en el Palacio Quemado de La Paz; y que a parte de eso no pensaba ni tenía intención de hacer nada más respecto de Bolivia durante su mandato; y que, además, los centenares de miles de bolivianos que votaron por Evo lo hicieron sólo y exclusivamente porque ahora que parece haber una vuelta estética al gusto por lo étnico, el votar y elegir a un indígena para presidir Bolivia quedaba fashion total, y era eso lo que contaba a la hora de pensar a quién otrogar su voto y no las medidas y propuestas del candidato.

De manera concreta (y más allá de la campaña general de desprestigio ligeramente racista llevada a cabo desde la opinión publicada española hacia la opinión pública respecto de la figura de Evo Morales desde que éste fue elegido) las arremetidas furibundas de políticos y medios principales han sido contra dos medidas: el decreto supremo 28701 -llamado "de nacionalización"- (una nacionalización más nominal que fáctica, ya que no es un proceso parangoneable a los que tuvieron lugar bajo ese nombre en Europa e Iberoamérica en las décadas centrales del siglo XX) y el decreto supremo 28711 de reglamentación del anterior, que ordena y establece el traspaso a la estatal YPFB de las acciones que de las empresas fruto de la privatización del sector de los hidrocarburos gestionaban hasta el momento las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP).

Los dos decretos comparten, por un lado, la característica de ser pasos en una única dirección: hacer que el estado boliviano recupere el control de la industria de los hidrocarburos, verdadera bandera política del presidente Morales. En este sentido, el segundo decreto es simplemente una precisión del primero, puesto que el ánimo (y la propia medida jurídico-legal) que está detrás de él, ya estaba explicitado en el primero. Ambos textos legales (además de ser el cumplimiento de la parte más sustancial del programa político con el que Evo se postuló como candidato y con el que ganó la presidencia de Bolivia) se inscriben en el desarrollo normativo de la ley 3058 de Hidrocarburos aprobada en 2005 por el gobierno transitorio de Eduardo Rodríguez tras la salida de Carlos Mesa de la presidencia de la república; debiendo recordarse que esta ley fue promulgada como respuesta al mandato que el pueblo boliviano expresó en referéndum (aun cuando las preguntas del mismo fueran destacadamente tramposas) cuando se pronunció claramente (entre otras cosas) a favor de derogar la antigua Ley 1689 de Hidrocarburos aprobada por el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.

Junto a ésta característica común, los dos decretos anteriormente mencionados también han compartido el destino de una decidida campaña de manipulación y falseamiento por parte de la mayoría de los medios españoles (muy especialmente en el caso de la medida que suponía el segundo decreto), así como por la comunidad de "chicos liberales". Y no ha sido (a pesar del ambiente trompeteril de la escena político-mediática hispana) un campaña moderada pese a todo, sino que por el contrario ha sido bastante exaltada (Bolivia expropia a BBVA, Evo es un criminal, la -supuesta- nacionalización es un robo, Evo es un ladrón, la "robolución" de Chávez se extiende a Bolivia, Chávez ordena a Evo la nacionalización de los hidrocarburos, el presidente de Repsol se muestra consternado...).
Una campaña que, no obstante, no ha sido exclusiva de España. Con una virulencia similar se ha producido en Brasil, al ser la empresa brasileña Petrobrás (que a pesar del número de veces que se ha repetido, NO es una empresa estatal, ya que está privatizada en su mayor parte) una de las que mayores inversiones tienen en el sector hidrocarburífero de Bolivia.
De hecho, con este episodio de la llamada "nacionalización" de los hidrocarburos bolivianos se ha comprobado la impresionante rapidez con la que tanto el gobierno español como el brasileño han cumplido con vociferante talante (en el caso español por boca del inefable sociolistísimo de Pedro Solbes) el papel de defensores de los "intereses españoles" y "brasileños" (entendiéndose por tales intereses -presuntamente nacionales- únicamente a los de las transnacionales, y no a otros; de la misma manera que los "intereses nacionales españoles" -sintetizados en los del colectivo de grandes industriales catalanes- motivaron buena parte de la acción del gobierno español en Cuba en las décadas finales del XIX; y del mismo modo que otro tipo de "intereses nacionales españoles" -mineros fundamentalmente- decidieron en gran parte al gobierno español al mantenimiento de la ocupación colonial de Marruecos, Semana Trágica barcelonesa de por medio). Esta acción de los gobiernos español y brasileño ha evidenciado también, al comprobarse en algunos casos como las reacciones a los decretos del gobierno boliviano por parte de los funcionarios gubernamentales han sido incluso bastante más duras que las de las teóricas "víctimas" de ellos (las empresas transnacionales), ha evidenciado digo, al servicio de quiénes parecen estar primerísimamente los inquilinos de la Moncloa y la Alvorada.
Sin embargo, y dado que con Zapatero nos merecíamos una España mejor y Lula era la esperanza de Iberoamérica ambas administraciones han tenido que conjugar sus discursos más amenazantes con toquecitos de alianza de civilizaciones y cantos de hermandad intertropical para no terminar pareciéndose demasiado en las formas (en las formas, que es prácticamente el único lugar donde parecen tener modelo propio) a los de sus competidores políticos nacionales (PP y PSDB) que, desde luego, han aprovechado la oportunidad para afirmar que con ellos los "intereses nacionales" españoles y brasileños estarían defendidos mucho mejor (de hecho, el PP sabe mucho de esto -y más en el caso de Repsol y BBVA- ya que probablemente en favor de esos "intereses nacionales españoles" apoyó la payasada -si no hubieran muerto decenas de personas en ella, podría realmente decirse que fue una payasada chistosa- de golpe de estado en Venezuela en abril de 2002; y en favor también de esos mismos "intereses nacionales españoles" -aunque no se haya cumplido aquello de "el petróleo baja y la bolsa sube" que afirmó esa deficiente moral de Ana de Palacio- Aznar participó en la invasión de Irak; por algo al poco de que las tropas norteamericanas terminaran las operaciones de invasión y pasaran a las de ocupación, Hernández-Mancha y los "contratistas" españoles ya tenían oficinas en Bagdad).

Volviendo a las medidas del gobierno de Evo, y respecto al llamado decreto de nacionalización (Decreto Supremo 28701 "Héroes del Chaco") puede decirse que aquí los medios españoles (unos más que otros) acertaron a discriminar (más que nada por la cuenta política que les trae a esos "unos más que otros") que ese decreto no suponía una verdadera nacionalización en el sentido tradicional de la palabra, ya que no se contemplaba como medida directa y general la expropiación de los activos de las empresas privadas. Sin embargo, estos medios apenas llegaron a explicar exactamente en qué consistía entonces el asunto de la "nacionalización", ni a qué situación previa y presente pretendía ser reacción.
De manera especial, en parte de la cobertura mediática se obvió interesadamente los detalles de las condiciones en las que las empresas transnacionales estaban operando los campos de gas y petróleo de Bolivia y, sobre todo, en qué condiciones se produjo su entrada en el país a resultas del proceso de la "capitalización" (privatización) del sector público boliviano (singularmente, pero no sólo, del de los hidrocarburos).
Así, es oportuno subrayar que, como en otros muchos países, la Constitución Boliviana de 1976 (vigente hasta hoy) establece en su artículo 139 de manera clara y taxativa que los recursos hidrocarburíferos del país son de dominio imprescriptible del estado, aunque la misma constitución establece la posibilidad de que su explotación pueda asignarse por parte del estado a compañías privadas, fijando también cuál es el mecanismo legal para esa asignación.
En 1996, durante el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada y como parte de la aplicación del proyecto gubernamental de implemetación definitiva en Bolivia del modelo socioeconómico neoliberal (cuyos primeros elementos habían sido implantados, pese a todo, años antes tras el colapso económico que vivió el país con la presidencia de Siles Zuazo), se promulgó (en relación a la Ley de Capitalización aprobada un año antes) la ley 1689 de Hidrocarburos (posteriormente reglamentada a través del Decreto Supremo 24806).
Fue esta norma legal la que abrió la puerta (siguiendo la posibilidad constitucional referida) a que empresas privadas pudieran explotar los recursos hidrocarburíferos del país previa formalización de unos contratos de riesgo compartido mediante los que se otorgaría el derecho de explotación de los recursos (pero, en principio, no el derecho de propiedad sobre ellos). Como complemento, se dispuso también la privatizacion por vaciamiento de la pública YPFB creándose a partir de ella tres nuevas empresas adjudicatarias: Andina, Chaco y Transredes. Estas tres empresas quedaron formadas por la unión de las transnacionales extranjeras -Repsol, BP...- que acudieron a la llamada del proceso de privatización emprendido por el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (alias "Goni") y que entraron como socios estratégicos de esas tres nuevas empresas disponiendo alrededor del 50% de las acciones de cada una de ellas; mientras que el otro 50% del accionariado quedó en manos de la estatal YPFB (de esta manera quedaban como sociedades capital mixto: público y privado). Sin embargo, al producirse la definitiva privatización sui generis -vaciamiento- de YPFB, este 50% aprox. de las acciones ya no quedó en poder del estado, ya que YPFB las transfirió en dos grupos. De esta manera, aproximadamente el 49% de las acciones de las tres nuevas empresas se traspasó a nombre de los ciudadanos de bolivia mayores de edad en el momento de la capitalización (diciembre de 1995) -decidiéndose que este 49% de acciones en poder de "los bolivianos" fuera gestionado en una especie de fideicomiso por las AFP-, mientras que aproximadamente el 1% restante se puso en manos de los antiguos trabajadores de la ahora vaciada YPFB. Así, al final el reparto accionarial de las empresas quedó en : 50% de las transnacionales, 49% de "los bolivianos" y 1% ex trabajadores de YPFB. Este esquema de reparto accionarial con este alrededor del 50% de las acciones propiedad de los mencionados ciudadanos bolivianos se repitió, conforme a la Ley de Capitalización, en el momento en que se emprendió la privatización de las empresas públicas de otros sectores, de manera que el 50% de las acciones de cada una de ellas también pasaron (igual que el 50% de Andina, Chaco y Transredes) a ser administradas por las AFP.

Esta ley de Hidrocarburos presentada por el gobierno de Goni, sin abjurar -no podía, eso habría sido inconstitucional- del principio de propiedad del estado boliviano sobre los hidrocarburos, se sacó de la chistera, sin embargo, para burlar en parte ese principio constitucional la ficción jurídica (que no es estrictamente ilegal, pese a todo) de que los recursos seguían siendo propiedad del estado mientras estuvieran en el subsuelo, pero que una vez en boca de pozo pasaban a ser propiedad de las empresas adjudicatarias (de ese modo las empresas recibían el derecho de explotación, pero también el de propiedad, aunque sólo en el momento en que los recursos salieran a boca de pozo), estableciéndose además sobre estas empresas adjudicatarias signatarias de los contratos un nivel de impuestos con destino al estado especialmente bajo (18% de los beneficios) que estaba destinado a captar así el interés de las empresas transnacionales (Repsol, Petrobrás...) para que invirtieran en Bolivia; unas empresas transnacionales éstas que se sintieron atraídas por el proceso de capitalización boliviano y efectivamente llegaron al país: bien entrando en las nuevas empresas fruto de la privatización (Andina, Chaco y Transredes) en calidad de socios estratégicos mayoritarios, o bien haciendo su entrada en el país con filiales propias (v.gr. Petrobrás Bolivia) comprando en algunos casos activos (v.gr. las refinerías de Petrobrás) o empresas al estado boliviano.
La constitución boliviana, como se ha apuntado, no impedía ni impide la posibilidad de que se firmasen estos contratos para la explotación de la riqueza nacional, pero en su artículo 59.5 deja muy claro que estos contratos debían recibir la autorización expresa del parlamento boliviano para ser válidos. El gobierno de Sánchez de Lozada burló este principio argumentando que como los contratos se hacían con arreglo a y en el marco de la ley 1689, el que el parlamento aprobase esta ley (como así ocurrió, el parlamento boliviano la aprobó) validaba implícitamente también los contratos producidos al calor suyo. Con esa actuación lo que se hizo fue hurtar al parlamento la decisión sobre ellos, ya que éste sólo aprobó la ley y no los contratos, porque éstos nunca fueron sometidos a su autorización.
Una estratagema tramposa ésta la del gobierno de Sánchez de Lozada que fue declarada ilegal por el Tribunal Constitucional de Bolivia, que en resolución de 7 de marzo de 2005 (a instancia de un recurso presentado por Evo Morales y otros dos diputados bolivianos más) declaró ilegales los contratos.

Con este historial, el decreto 28701 que firmó Evo el 1 de mayo y llamado de "nacionalización", no es para nada un norma expropiatoria o confiscatoria, por lo menos no a nivel general (en el caso de Petrobrás y la CLHB sí que podría entenderse que habrá algún tipo de expropiación, aunque parece que con acuerdo de indemnización con la empresa brasileña tal y como establece la constitución boliviana, en cualquier caso, ya se verá). Por contra, lo que fundamentalmente pretende es subsanar (contando además con la situaicón de facto generada) la situación de ilegalidad en la que se está produciendo la explotación de los yacimientos de los hidrocarburos del país, ya que los contratos que facultan la actividad de las empresas adjudicatarias son ilegales. El decreto 28701 lo que hace simplemente es, siguiendo la resolución del TC boliviano, recuperar la propiedad del estado sobre los hidrocarburos en boca de pozo, propiedad ésta que le había sido sustraída ilegalmente, pues los contratos con las empresas adjudicataras que fundamentan la actividad de estas tres empresas nunca fueron autorizados por el parlamento. En tal sentido, en el articulado del decreto lo que se hace es conminar a las empresas extranjeras a negociar nuevos contratos legales (que sean autorizados por el parlamento), fijando un periodo de tres meses para ello y estableciendo que en ese periodo de transición mientras se firman los nuevos contratos se aplicará un nuevo marco fiscal de manera que los beneficios de la extración del petróleo y el gas vayan (vía impuestos y bajo diferentes conceptos) al estado en un 82% (estableciendo pese a todo excepciones en función del rendimientos de los diferentes campos de gas y petróleo) y el 18% restante se quede para las empresas adjudicatarias (reparto inverso al que existía hasta ahora). Para nada se tocan los equipos ni los activos de las empresas privadas, puesto que el estado no tiene nada que decir sobre ellos. En este decreto, además de esta llamada a negociar nuevos contratos y de este nuevo marco fiscal para el periodo de transición, se incluyen varias medidas subsidiarias más, todas destinadas a asegurar por diferentes vías el control del estado de la industria de hidrocarburos del país. Una de estas medidas subsidiarias (a las que por lo visto los medios y los "chicos liberales" no prestaron atención en su momento, dudo que una gran parte de ellos se hubieran leído el decreto) se refería a las acciones "de los bolivianos" (aquel aproximadamente 49% primigenio del momento de la privatización) en las 3 empresas fruto del vaciamiento de YPFB. Es esta medida la que desarrolla el segundo decreto, que es, por tanto, reglamentador de este punto concreto del primero.

Si, este segundo decreto (decreto supremo 28711) lo que hace es precisar cómo se va a dar cumplimiento concreto a la medida en cuestión que ya estaba apuntada en el primer decreto. Fundamentalmente lo que viene a decir es que da tres días a las AFP para que traspasen al estado (a la refundada YPFB) las acciones a nombre de "los bolivianos" que gestionan en las 3 empresas privatizadas (las administran a modo de fideicomiso colectivo, como ya se ha referido).

En relación a esto, como se ha expuesto, hay que recordar que conforme a la Ley de Capitalización, durante el primer gobierno de Sánchez de Lozada (1993-1997) al llevarse a cabo la privatización de las empresas públicas (no sólo el vaciamiento de YPFB, sino también la privatización de las empresas estatales de otros sectores económicos) y para participar además del cuento chino ése del capitalismo popular thatcherita, se estableció que alrededor del 50% de las acciones en las nuevas empresas resultado de la privatización serían concedidas individual y nominalmente a todos los ciudadanos bolivianos mayores de edad en el momento de la privatización -1995- (y en algunos casos también se otorgaría parte de ellas a los antiguos trabajadores de las empresas públicas). Sin embargo, esta primera idea de distribución nominal fue desechada (se ha apuntado, v. gr. la dificultad de abrir millones de cuentas bancarias a nombre de otros tantos millones de ciudadanos a fin de transferir esas acciones a los bolivianos), de esta manera, y constatándose además las suspicacias que algunos sectores sociales y políticos estaban expresando en contra de otro de los proyectos del gobierno de Goni (la reforma del sistema de pensiones), se decidió entonces unir ambos proyectos: privatización de empresas estatales y reforma del sistema de pensiones.

En relación a esto, señalar que como complemento a la implementación del modelo neoliberal general aludido, el gobierno de Sánchez de Lozada había decidido reformar también el sistema de pensiones. Hasta ese momento el modelo de pensiones existente en Bolivia era un sistema de reparto de beneficios definido -SRBD- (público más fondos privados auxiliares) básicamente como el que tenemos en España, en el que los trabajadores activos pagan las pensiones de los jubilados (produciéndose así una transferencia de renta de carácter intergeneracional) y siendo además el estado a través de los organismo tipo Seguridad Social el que se encarga de gestionar el capital que acumulan los activos y que es el que se transfiere a los jubilados en concepto de pensiones. A comienzos de la década de los 90 este sistema en Bolivia se encontraba en bancarrota debido fundamentalmente a una altísima corrupción y a un extendido fraude, así como a falta de cobertura. En este sentido, la reforma del sistema de pensiones era una necesidad perentoria.
Para efectuar la reforma (y al igual que otros países del entorno como Perú, Colombia...) el gobierno de Sánchez de Lozada acudió al sistema de capitalización individual de contribución definida -SCICD- (privado) que es el modelo que la dictadura de Pinochet estableció en Chile en la década de los 80 y que parecía haber dado resultados positivos (aunque muy muy relativos; en tal sentido, a pesar de que ha sido un sistema que se ha mostrado sostenible y resistente a la corrupción, el modelo SCICD chileno apenas alcanza a la mitad de la población, una cobertura netamente deficiente, lo que ha llevado a que el sistema asistencial estatal que teóricamente era transitorio haya tenido que hacerse fácticamente permanente al no ser capaz el SCICD de proporcionar seguro más que a la mitad de la población).
El caso es que Sánchez de Lozada vista la experiencia chilena decidió sustituir el sistema de reparto vigente en Bolivia hasta ese momento por uno de capitalización individual. En este sistema de capitalización individual (tipo chileno) los trabajadores en activo están obligados a contribuir a una cuenta de jubilación, pero ésta es de carácter individual (el activo se paga su propia pensión mediante el capital que acumula con las contribuciones que hace durante su vida laboral), su dinero no sirve para pagar las pensiones de los ya jubilados, sino que es sólo suyo, aunque no podrá acceder a él (salvo casos especiales) hasta que se jubile, y además el dinero de estas cuentas particulares no es administrado por el estado a través de organismos de previsión social como en el SRBD, sino que tiene gestión privada de tipo financiero.
Al ponerse en práctica en Bolivia este modelo SCICD, todas las cuentas individuales de jubilación de los trabajadores en activo propias del nuevo sistema se integraron en el Fondo de Capitalización Individual (FCI) que como se ha dicho no es administrado por el estado, sino por dos entidades privadas (las Adminitradoras de Fondos de Pensiones, AFP) que son las que gestionan e invierten (con limitaciones) el dinero de los trabajadores activos a fin de incrementar el capital que van acumulando y con el que en su momento los activos costearán su jubilación.

A la hora de implementar un sistema de pensiones nuevo (como el caso de Bolivia cuando Goni decidió pasar del SRBD a SCICD) queda el problema de arbitrar un mecanismo de transición entre el nuevo sistema y el viejo, ya que existe el problema de las personas ya jubiladas o de las que ya casi han agotado (o incluso empezado) su vida como trabajadores activos. Ante esta necesidad, Goni aprovechó para ello, como se ha apuntado, el proceso de privatización que tenía entre manos y ligó, por tanto, la privatización de las empresas públicas a la implementación del nuevo sistema de pensiones.
Así, junto al FCI se creó también el Fondo de Capitalización Colectiva (FCC) que al igual que el FCI también gestionan las AFP. Este FCC no se creó propiamente dinero, sino con las acciones (aproximadamente el 50% de cada una, como se ha señalado) de las nuevas empresas fruto de la privatización del sector público. Unas acciones que no son de las AFP, sino que según la Ley de Capitalización son propiedad de los ciudadanos bolivianos mayores de edad en el momento de la promulgación de la ley; las AFP sólo las gestionan.
Se fijó por ley que el destino del FCC administrado por las AFP sería el de pagar una pensión de jubilación a los bolivianos que a fecha de 1995 fueran mayores de edad (que de hecho eran los mismos a los que se "cedía" el 50% de las acciones de las privatizadas según la ley de Capitalización), ya que éstas personas (algunas de hecho por estar ya jubiladas) no iban a tener oportunidad (o por lo menos no las mismas) de asegurarse bajo el nuevo sistema de pensiones una jubilación en el FCI. Esta pensión (el bonosol) se fijo por ley en alrededor de 248 dólares anuales (de entonces), cuyos beneficiarios serían los ciudadanos aludidos desde el momento en que llegaran a los 65 años (algo un poco cínico, pese a todo, ya que la esperanza media de vida de los bolivianos apenas rebasa los 60 años, y en aquel entonces casi ni llegaba a esos 60). El pago del bonosol sería efectuado por las AFP con el dinero que obtuvieran de la gestión de las acciones de las privatizadas (en principio, de los dividendos que éstas produjeran), sin embargo aquí había una trampa.

Realmente cuando se produjo el proceso de capitalización de las empresas públicas Goni deseaba una privatización total de esas compañías, sólo que ante las críticas que podía suscitar esa privatización 100% utilizó el canelo de que aproximadamente la mitad de las acciones de las privatizadas se cedería (de hecho, se cedió) a "los bolivianos", sin embargo al establecer por ley que el bonosol sería de 248 dólares lo que estaba haciendo era asegurar que al final ese 50% de las acciones de las empresas que realmente no se había privatizado (era un volumen de acciones que se había transferido desde el estado -YPFB-, pero no se habían vendido, simplemente se habían traspasado a nombre de "los bolivianos" y entregadas en fideicomiso a las AFP) acabarían privatizándose a posteriori. Esto es así, porque por lo visto, según cálculos, para pagar la primera anualidad del bonosol harían falta (al estar el monto del bonosol fijado por ley en 248 dólares) alrededor de 90 millones de dólares, mientras que los dividendos de las acciones de las privatizadas que gestionaban las AFP apenas alcanzaban 45 millones. Con estos datos, se era consciente de que los dividendos no bastarían para pagar el bonosol, siendo la salida natural (evidentemente) para asegurar el pago, la venta (privatización, ahora sí) paulatina de esas acciones para poder seguir pagando el bonosol. De esta manera, para pagar el bonosol el primer año haría falta el dinero de los dividendos + el generado por la venta de una parte de las acciones; y al año siguiente lo mismo, y así sucesivamente. De este modo, el destino del FCC era desaparecer, ya que su patrimonio (las acciones de "los bolivianos") debería ir vendiéndose poco a poco para pagar año a año el bonosol, llegándose a un momento en el que no quedaría nada que vender, porque se habrían vendido todas las acciones (situación ésta que debía coincidir con el momento en el que muriera el último de los bolivianos propietarios de las acciones, el último de los bolivianos que eran mayores de edad cuando se promulgó la ley de capitalización; ya que los beneficios de las acciones entregadas al FCC estaban destinados sólo a ellos, ya que todos los bolivianos que nacieran después o que eran menores a esa fecha podrían costearse su jubilación a través del FCI del nuevo sistema de pensiones y no necesitarían -en principio- de la existencia de un FCC).
Sinceramente, aunque no comulgue con el proceso de privatización al que respondía, ni con los fundamentos de un sistema de pensiones SCIBD a la chilena, así expuesto a nivel teórico, este modelo de transición entre un sistema y otro que fue establecido con el FCC me parece que está bastante bien pensado y que podía haber funcionado (aunque hubo varios estudios que afirmaron que los cálculos sobre la vida del FCC estaban mal hechos y el FCC se habría evaporado en menos de 20 años, sin aguantar los más 50 que requería para ser capaz de subsistir hasta que muriera el último boliviano beneficiario del bonosol).
Además, esta idea del destino final del FCC que tenía Goni no era un plan al tuntún, sino que estaba perfectamente orquestado siguiendo las tesis neoliberales (las únicas admitidas por los establishment de más de medio planeta por aquellos años y aún hoy) que no tienen porqué estar totalmente equivocadas, al menos en parte. Así, y bajo este prisma, el FCC era un instrumento para dos cosas, ya apuntadas:

1)Desmantelar el viejo sistema de pensiones actuando de colchón financiero para los ciudadanos que no podían acogerse al nuevo, bien porque hubieran agotado su vida laboral y ya estuvieran jubilados o bien porque ésta ya hubiera empezado en el momento en el que se implantó el nuevo sistema (esto es así, porque hay que notar que en los sistemas SCIBD no se contemplan ni pensiones no contributivas, ni nada por estilo; en tal sentido el FCC cumplía ese papel).
2)Lograr la privatización completa del sector público, aunque esta privatización fuera diferida en el tiempo: el 50% en el momento de la capitalización y el 50% restante posterior y paulatinamente a medida que las AFP fueran vendiendo (privatizando) las acciones de las empresas depositadas en el FCC.
El que al final y según este plan el FCC terminara desapareciendo no era ningún problema, de hecho se deseaba su desaparición, ya que además de lograrse con ello la privatización 100% de las empresas públicas, con la venta de ese volumen de acciones que integraba el FCC se lograría la dinamización del mercado nacional de capitales y consiguientemente la activación económica general.

Sin embargo, este superplán neoliberal de Goni para completar la privatización total vía bonosol del sector público, reformando además de paso el sistema de pensiones con una propuesta mucho más vendible electoralmente (de hecho el primer pago del bonosol se hizo precisamente en la campaña electoral del 97), tropezó con muchos obstáculos, algunos de carácter técnico.
Así, debido quizá al reducido tamaño de la bolsa de La Paz, los problemas de inseguridad y corrupción de la misma, así como las turbulencias financieras que golpearon la región en los últimos años de la década de los 90 (crisis financiera asiática, suspensión de pagos rusa, efecto "samba", efecto "tango"... del mismo modo que -y en relación con algunos de esos fenómenos- la caída de la economía boliviana en crisis económica) las empresas fruto de la privatización no llegaron nunca a inscribir en la bolsa las acciones. Esto es importante subrayarlo. Por lo visto (v. gr. en el caso de las 3 empresas del sector de los hidrocarburos) las acciones de las empresas adjudicatarias Chaco, Andina y Transredes (el 100% de esas acciones, el 50% de los socios transnacionales extranjeros y el volumen de "los bolivianos" y que pasaron al FCC, más las de los trabajadores, todas) no eran acciones plenamente bursátiles, sino de tipo nominal, ya que en el momento en que se produjo la privatización las transnacionales no pagaron al estado ni un duro por ese 50% de las acciones que iban a pasar a dominar en las tres nuevas empresas resultado de la privatización, sino que el estado se las entregó a cambio únicamente de compromisos de inversión (de hecho, se estimó que el valor de las nuevas empresas sería el compromiso de inversión que las transnacionales se comprometierán a hacer en ellas, duplicado en un número determinado de años). Se pensaba que posteriormente y a decisión de las propias tres empresas nuevas, las acciones deberían inscribirse en la bolsa, pero eso no se produjo. No parece que estuviera en el ánimo del plan privatizador de Goni, el que estas empresas no salieran a bolsa, sino que probablemente Sánchez de Lozada esperaba que esta situación fuera algo temporal y no perpetuo, ya que si no no habría podido llevarse a cabo el plan de desaparición progresiva del FCC que suponía el establecimiento del bonosol de 248$ y que tenía en mente.

Con todas estas dificultades, la "operación bonosol" de Goni empezó a descarrilar. Así, para pagar la primera anualidad (1997) del bonosol, las AFP al no tener suficiente con el dinero de los dividendos de las acciones pensaron en vender parte de las acciones (el plan funcionaba), pero al no existir precio de mercado para las mismas al no cotizar las acciones en bolsa, las acciones que disponían las AFP en el FCC no tenían precio al que venderse (el plan empieza a no funcionar). De esta manera, para el pago del bonosol del 97 (y ante el hecho de que los dividendos de las privatizadas no cubrían, como se ha señalado, el monto aludido de 90 millones de dólares) se optó porque las AFP suscribieran (como solución coyuntural sólo para ese año) un crédito con la banca nacional (crédito que por lo visto se concedió a ¡¡¡más del 11% de interés!!!) para hacer frente al pago de la anualidad.
Al año siguiente la acalorada historia de los partidos políticos bolivianos durante el fin de siglo, los efectos del poco funcional sistema de elección presidencial, así como los propios resultados de las elecciones presidenciales bolivianas; añadieron a los obstáculos mencionados uno político de primer orden para la llegada a buen puerto de la "operación bonosol" que hizo que esta operación (casi) definitivamente fracasara. Así, el candidato del Movimiento Nacionalista Revolucionario -MNR- (el partido de Goni) no fue elegido en las elecciones de ese año y el nuevo presidente electo, Hugo Bánzer, puso el grito en el cielo ante la deuda del crédito que habían contraído las AFP para pagar el bonosol del 97, argumentándose además con retorica nazi-neoliberal desde algunos sectores del pacto cuatripartito que sostenía al gobierno Bánzer, que tal y como estaba diseñado, el bonosol "era un desperdicio de inversión y capital en gente improductiva cuyo único y dudoso mérito era el de haber llegado a viejos" (por los jubilados). De esta manera, el gobierno de Bánzer prohibió directamente (al margen de las dificultades apuntadas que de orden fáctico existían para ello) a las AFP vender las acciones del FCC; y agarrándose a los estudios que afirmaban que con el pago del bonosol el FCC se evaporaría por completo en menos de 20 años, suspendió fulgurantemente el bonosol y mediante la nueva Ley de Propiedad y Crédito Popular se abolió dicho bonosol. Con esta nueva ley se estableció que sólo el 30% de las acciones del FCC serviría para pagar una nueva pensión a los que llegaran a 65 años, pensión que sustituiría al bonosol. Esta nueva pensión (llamada bolivida) no tendría un monto fijado por ley (como el bonosol) sino que su cuantía sería el resultado de dividir cada año entre el número de beneficiarios el dinero que hubiera rentado vía dividendos ese 30% de las acciones del FCC; se estableció así con la idea de que no ocurriera nunca el que se tuviera que recurrir a un crédito para hacer frente al pago de la pensión, como había ocurrido con el bonosol en 1997. Eso hizo que el monto del bolivida pagado durante el gobierno Bánzer fuera de alrededor de 60 dólares (frente a los 248 $ del bonosol), una cuantía especialmente baja, ya que sólo salía de los dividendos de las acciones del FCC (y sólo del 30% de ellas). Así, este mísero bolivida (del que de hecho, se llegaron a pagar dos giros sin problemas mientras estuvo vigente) no tuvo los problemas de sostenibilidad del bonosol, ya que no tenía un monto fijo, sino que éste dependía de los dividendos de las privatizadas, y además dependía de ellos de manera única, porque el gobierno había prohibido a las AFP (pagadoras del bolivida como antes del bonosol en tanto que gestoras del FCC) que ese 30% de las acciones del FCC fuera vendido.
La misma ley estableció que el 70% restante de esas acciones del FCC (las "acciones populares") se distribuiría directamente, de manera nominal y sin esperar a que llegaran a los 65 años, entre los bolivianos mayores de edad en el momento de la privatización. Este reparto de las "acciones populares" era algo extraño. Quién optase por recibir su "acción popular" luego no recibiría el bolivida (el ciudadano tenía que optar por recibir el bolivida cuando se jubilase o su "acción popular" en ese momento) pero si un ciudadano optaba por la "acción popular" no podría venderla (los problemas técnicos para ello seguían presentes), sino que parece que la idea era (el gobierno Bánzer por lo visto nunca tuvo claro realmente el destino de las "acciones populares", por lo menos yo nunca lo entendí), que las "acciones populares" sirvieran para poder ser utilizadas como garantía con las que estos ciudadanos pudieran solicitar microcréditos que dinamizasen la actividad económíca del país.
Un plan éste el de Bánzer que suponía un freno al proyecto neoliberal de Goni, pero que no lo sustituía de manera decidida por otro (se puede decir que según la ley de Bánzer se acabaría por privatizar el 70% de las acciones del FCC, pero el restante 30% permanecería intacto), sino que se limitaba a parchearlo cutremente a tenor además de los intereses electorales de la corrupta partitocracia boliviana de entonces. Quizá por eso (y más allá del resultado de las elecciones de 2002) la reforma Bánzer fracasó a medio plazo: el reparto de las "acciones populares" realmente nunca se llevó a cabo y la cuantía del nuevo bolivida se reveló como tremendamente insuficiente a la hora de procurar un nivel de subsistencia digna a los jubilados beneficiarios.

Así las cosas, tras la muerte de Bánzer en el ejercicio de la presidencia de la república y su sustitución en el cargo por el vicepresidente Jorge "Tuto" Quiroga, en las elecciones presidenciales de 2002 fue elegido presidente el candidato del MNR, Gonzalo Sánchez de Lozada (again), que inició entonces su segundo gobierno tras el de 93-97.
Con su llegada al poder, Goni intentó recuperar el espíritu original de las medidas de privatización de su primer gobierno. De esta manera, abolió inmediatamente el bolivida y las acciones populares (acciones que pese a todo no se habían llegado a repartir) y mediante la Ley 2427 del Bonosol reimplantó nuevamente el bonosol de 240$ aprox. (ése era el monto establecido por dicha ley para el quinquenio 2003-2007) y además añadió al reimplante del bonosol el beneficio del pago (con cargo también al FCC) de los gastos funerarios de los bolivianos que muerieran antes de llegar a los 65 y que por tanto no pudieran beneficiarse del bonosol (cubriendo en parte así la crítica que se había hecho acerca de la disparidad entre la la edad establecida para el cobro del bonosol y la esperanza media de vida boliviana). Sin embargo, como todos los problemas que habían impedido la venta de las acciones seguían presentes y las AFP no podían fácticamente vender las acciones que custodiaban y gestionaban en el FCC, puesto que las empresas capitalizadas no cotizaban en bolsa, se estableció la posibilidad legal (en principio, temporal) de que para pagar el bonosol el FCC pudiera vender (no a precio de mercado, imposible ya que las acciones seguían sin estar inscritas en bolsa, sino al de capitalización, o sea a un calculo en relación a las inversiones que las transnacionales se comprometieron a hacer en el momento en el que entraron como socios estratégicos en las privatizadas) parte de las acciones de "los bolivianos" al FCI (las cuentas individuales de jubilación). Aunque esta posibilidad fue abrogada posteriormente tras la huida del país de Goni tras los sucesos de la "guerra del gas", en los meses finales de 03 (mientras estaba vigente) el FCC vendió efectivamente parte de las acciones al FCI y con el dinero de esa venta más el de los dividendos se pagó el bonosol de 2004 y 2005. Esto pasó a complicar más el embrollo, ya que entonces los bolivianos a los que no se les concedió las acciones en el momento de la privatización (porque no eran mayores de edad) ya que ellos lo que tenían que hacer era seguir el nuevo sistema de pensiones aportando al FCI, pasaron a tener metida parte de su inversión en acciones de las privatizadas (embrollo que se ha corregido en parte al conseguir el nuevo gobierno de Bolivia la devolución del FCI de las acciones que le vendió el FCC, factible tras una carambola en una de las empresas privatizadas que le proporcionó dinero para que el FCC readquiriera las acciones vendidas al FCI).

Para comprender bien el marco en el que se concibe el decreto de nacionalización, así como el segundo decreto, además de toda esta historia de la "operación bonosol" (y todas sus implicaciones) de Goni y la odisea bonosol-bolivida, hay que hacer referencia también a un hecho adicional muy importante que se refiere al poder de las AFP. Así, las AFP al ser las gestoras de las acciones que "los bolivianos" tienen en las privatizadas y que integran el FCC, también ejercían (como administradoras de esas acciones) los derechos que éstas últimas conferían a sus titulares en los consejos de administración de las empresas.
De esa manera, las AFP han estado designando 3 de los 7 miembros de los consejos de administración de Chaco, Andina y Transredes (así como de las privatizadas de otros sectores). Es por ello, que estas 3 empresas (del mismo modo que otras capitalizadas) son coto privado de las decisiones de 4 gatos, ya que al no cotizar en bolsa no son controladas por el mercado (aun cuando sabemos que el control del "mercado" es bastante limitado y suele responder también sino a 4, sí a 10 o 12 gatos), ni tampoco lo son por parte del estado. Lo son por parte de las transnacionales extranjeras por un lado (que designan los otros 4 consejeros) y por las AFP por otro, algo peligroso habida cuenta de que (por lo menos en España) las grandes empresas industriales suelen estar también controladas por la banca en virtud del complicado juego de partipaciones accionariales cruzadas que las entidads financieras tiene en ellas (vease La Caixa+Gas Natural+Repsol... a propósito de la operación sobre Endesa). Es por ello, que la connivencia entre transnacionales + AFP (una de ellas controlada por el BBVA) no es para nada descabellada, y es bastante peligrosa para los intereses de todos aquellos que no sean ellos y ellas.
Es a esta situación de poder de las AFP en los consejos de administración a la que fundamentalmente pretende responder el segundo decreto (28711), que para nada supone la destrucción de la mayoría de los efectos de los procesos de capitalización y de reforma de las pensiones.
En tal sentido, en los decretos mencionados se hace referencia explícita a que con ellos, además de no estar quitándose las acciones a nadie (siguen siendo de "los bolivianos"), sino que simplemente lo que ocurre es que el estado a través de la refundada YPFB asume la gestión que hasta ahora venían haciendo de ellas las AFP (cumpliendo además con ello con una de las propuestas que se aprobaron en el referéndum de 2004 cuando, entre otras cosas, se preguntó explícitamente a los bolivianos si querían que el estado se hiciera cargo de esas acciones; a pesar de existir el problema ético-político de que se preguntara a toda la población sobre unas acciones que pertenecían sólo a una parte de ella -a los bolivianos que eran mayores de edad en 1995-). Tampoco se está poniendo en cuestión, al menos no con este decreto, el modelo de sistema de pensiones SCICD que conforma el binomio FCI+FCC, porque en el articulado de este decreto se dice clarísimamente que el estado (que es el que ahora, a través de YPFB, gestionará las acciones de "los bolivianos"), transferirá puntualmente el dinero de los dividendos de esas acciones al FCC, a fin de que las AFP sigan pagando el Bonosol. Con esto queda bastante patente que con este decreto el gobierno boliviano no quiere meterle mano a los dividendos de las acciones de los bolivianos, ni al sistema de pensiones en sí, lo que le interesa y lo que viene buscando es el control de la industria petrolera. El estado quiere gestionar esas acciones, porque desea ejercer los derechos que ellas confieren en los consejos de administración de las privatizadas (de hecho, sólo con este paso de asumir la gestión de las acciones de los bolivianos el estado -vía YPFB- pasará a designar 3 de los 7 consejeros de Andina, Chaco y Transredes).
Obviamente para lograr el control de las tres empresas no basta con esta medida de asumir la gestión de las acciones de los "bolivianos", y es que el decreto "de nacionalización", así como incluía la medida que es implementada con el segundo decreto, también apunta otras medidas entre las cuales una de las que parecen más importantes es la de que el estado nacionalizará acciones hasta gestionar la mitad más 1 de la Andina, Chaco, Transredes, la filial de Petrobrás en Bolivia y la CLHB. No se especifica cómo, con lo que es de esperar que se dicten nuevos decretos de concreción. De todas maneras, al ser relativamente pequeño el volumen de acciones que, una vez asumida la gestión de las que administraban las AFP, el estado boliviano necesitaria para controlar el 50% + una en Andina y Chaco (las acciones de "los bolivianos" en estas están prácticamente intactas respecto del 49% original), algo más en el caso de Transredes, probablemente lo que se haga sea obligar a las empresas a inscribir de una vez las acciones en bolsa e ir comprando allí acciones hasta alcanzar la mitad más una establecida en el primer decreto (una mecánica ésta que se parecería mucho a la que realizó en Chile el presidente democristiano Frei en los 60 con el proceso de chilenización del cobre, proceso muy diferente del de la nacionalización que intentó Allende). En cualquier caso, tampoco es de extrañar que se intente alguna medida de otro tipo, ya que el decreto habla de "controlar" y no de la titularidad o de la propiedad de ese 50% + 1 de las acciones. En el caso de la CLHB (también afectada por el decreto y empresa totalmente privada en la que el estado boliviano no tenía ninguna acción) el gobierno boliviano ya parece haber llegado a un acuerdo para constituir una nueva sociedad con el consorico peruano-alemán dueño de CLHB en el que el estado entre como socio mayoritario con el 51% de las acciones. Donde parece estar más complicado el tema es en el caso de la filial de Petrobrás en Bolivia, en la que el estado no tiene participación alguna (no como en las tres privatizadas). En este caso de Petrobrás, parece ser que sí podría terminarse (sobre todo porque está el complicado tema de las dos refinerías que el estado vendió a Petrobrás) con algún tipo de medida expropiatoria, no creo que confiscatoria. En cualquier caso son especulaciones, ya se verá, probablemente con nuevos decretos.

Lo que parece fuera de toda duda es que el decreto de "nacionalización" es fruto de una cuidada estrategia, y que pese a lo que no se cansan de afirmar algunos, desde luego no es una decisión personal de Evo tomada tras una conversación de media hora con Hugo Chávez (a este paso, ¿cuándo van a decir que Chávez tiene poder también de cambiar la dirección del frente polar o el calentamiento de los océanos?, total ya) como los grandes medios de las prensa española quieren hacer creer.

Hasta el momento no he juzgado las medidas de Evo, aunque desde luego el que se pusiera fin a una situación en la que las empresas que explotan los principales recursos del país fueran controladas sólo por dos AFP (controladas a su vez por bancos) junto a un puñado de empresas transnacionales (y más sabiendo como sabemos de las relaciones incestuosas que mantienen la banca y las principales empresas industriales como se ha referido para el caso español) con el peligro que ello supone para realizar cambalaches ilegales (de hecho, hace años hubo un escándalo al intentar uno de los presidentes de las AFP bolivianas manejar las acciones del FCC con vistas un beneficio personal en ellas) es algo que, en general, me parece bien.
De todas maneras, es muy pronto para juzgar los beneficios o costes del proceso emprendido por el gobierno Morales, fundamentalmente porque el proceso no está acabado. De hecho, tal y como está ahora, las medidas de Evo además de tener importantes lagunas parecen plantear también algunas incoherencias, ya que v. gr. no entiendo muy bien que, si su deseo es seguir con el bonosol -fijado hasta 2007 en 248$- tal y como evidencia la disposión del segundo decreto que dice que YPFB entregará al FCC los dividendos de las acciones que ahora gestiona para que las AFP puedan seguir pagando el mencionado bonosol, cómo va a poder hacerse frente a este pago sin vender las acciones de "los bolivianos" (algo que desde luego el gobierno Evo no tiene ninguna intención de hacer). En otras palabras, si en el pasado los dividendos de las privatizadas no eran suficientes para pagar el monto de la anualidad del bonosol y según el plan de Goni iba a ser necesario vender parte de las acciones cada año para hacerlo, es de esperar que tras la imposición (mediante el decreto 28701) de un régimen fiscal mucho más pernicioso para esas empresas (82 a 18% para el periodo de transición, más lo que se establezca posteriormente para los nuevos contratos, en el caso de que éstos se firmen) menos productivos resulten los dividendos que generen. Así, que mucho me temo que al estar todos los procesos (privatización, reforma de pensiones,...) tan interrelacionados desde su inicio y sobre todo con tantos parches (todas esas idas y venidas con el bonosol y el bolivida, que por otra parte recuerdan mucho a la matucaña que la clase política española suele utilizar respecto de muchos asuntos legislativos en los que como dice Irene pocas veces tiene la decisión de llevar a cabor verdaderas reformas cuando éstas son verdaderamente necesarias, y que sin embargo, suple su falta de decisión con ejemplos traperísimos de parcherismo político y legislativo, como es el caso de la situación de la educación o la vivienda), todo está tan interrelacionado digo que, o Evo le mete mano en serio al sistema de pensiones bien permitiendo la liquidación del FCC según el plan de Goni (que pese a formar parte de un proyecto neoliberal, no me parece tan mal pensado), algo que parece no estar en su ánimo cuando lo que pretende es el control de la industria de hidrocarburos, o bien lo vuelve a reformar quizá volviendo a un sistema público tipo SCBD, haciéndolo sobre bases más sólidas y eliminando antes el grave problema de corrupción de la administración boliviana (un problema éste el de la corrupción que, hasta cierto punto, se había conseguido mantener a raya con el recurso a las AFP para gestionar FCI y FCC). Lo que está claro es que tal y como está actualmente el modelo no es sostenible, ya que no es sino un conjunto de restos de un proyecto de privatización no fraguado, pero tampoco sustituido y al que se le ha ido prolongado la vida socioeconómica y política a fuerza de remiendos (el lío de la sustitución de bonosol por bolivida aún fue más largo y llegó a la justicia boliviana; por no hablar de la madeja en la que se enredó el gobierno Bánzer con las "acciones populares") legislativos que realmente no sirven a los intereses del pueblo de Bolivia.

Volviendo al principio, lo que sí ha quedado perfectamente claro este último mes es la indecencia de la mayor parte de la clase política y mediática española (y de otros ámbitos) que no han dudado en falsear, azuzar y manipular casi lo que les ha dado la gana.
Han presentado el segundo decreto casi como si lo que el gobierno Morales estuviera haciendo fuera expropiar las acciones del mismo BBVA, no parándose a contar de quién eran realmente las acciones que gestionaban esas dos AFP. Así, el tema de que para las AFP éste no era un asunto ni muy grave ni muy pernicioso (algo sí, ya que las AFP cobran comisiones según el volumen de capital que administran y si ya no administran las acciones de Andina, Chaco y Transredes sus comisiones bajaran algo) fue casi totalmente obviado. Hay que decir en relación a ello que, aunque ya no gestionen las acciones de Andina, Chaco y Transredes que son las que han pasado a gestionarse por parte del estado vía YPFB, las AFP siguen gestionando en el FCC las que los bolivianos recibieron del 50% de las demás empresas privatizadas de otros sectores; por eso los representantes de las AFP no se escandalizaron mucho por el segundo decreto -ya lo hicieron Solbes y compañía por ellos- y se limitaron a pedir (a río revuelto...) "a cambio" -como si fuera un intercambio de cromos- que se les ¡¡¡¡¡¡¡¡librase de la obligación de pagar el bonosol!!!!!!!! -¿y qué más? como si tras la asunción por parte del estado de la gestión de las acciones de Andina y las otras dos las AFP se hubieran quedado sin nada (sin el resto de las acciones de otras empresas que siguen estando en el FCC, además del hecho de que el estado les va a seguir entregando los dividendos de las acciones que va a gestionar ahora) para pagar el bonosol; hombre "librar de pagar el bonosol", si se les libra de pagar el bonosol ¿para qué van a seguir gestionando el FCC si éste se concibió sólo y exclusivamente para pagarlo?).
Han acusado al gobierno de Bolivia poco menos que de robar y expropiar (para algunos términos equivalentes) a Repsol cuando lo cierto es que son los directivos de Repsol (a través de su filial allí) los que están encausados por haber registrado (creo que en la bolsa de Nueva York) a nombre de la empresa reservas gasíferas del subsuelo boliviano, no respetando con eso ni siquiera la ficción jurídica inventada por el primer gobierno Goni en el que se otorgó a las empresas adjudicatarias el derecho de propiedad en boca de pozo (pero no en el subsuelo, ya que eso habría sido abiertamente inconstitucional).
Han acusado al gobierno de Bolivia de utilizar al ejército para vigilar las instalaciones industriales de las empresas adjudicatarias. Y es verdad que el gobierno de Bolivia utilizó al ejército, lo que no se cuenta es que la medida de utilizar a las fuerzas armadas para vigilar las intalaciones y los pozos queda contextualizada al conocer que están abiertas varias investigaciones judiciales (además del tema de las reservas inscritas como propias por Repsol) acerca del contrabando de hidrocarburos que varias empresas presuntamente habrían estado llevando a cabo en Bolivia valiéndose de los casi inexistentes controles sobre producción que efectuaban los restos de la antigua YPFB sobre las extracciones y descubrimentos de las empresas privatizadas.
Han acusado al gobierno de Bolivia de desplegar una retórica agresiva, llena de amenazas y de ultimátums. Y es verdad que en el primer decreto se dice que si en tres meses las empresas adjudicarias no han formalizado nuevos contratos tendrán que marcharse del país. ¿Y por qué utiliza Evo la amenaza y el ultimátum ordenando además al ejército tomar y vigilar los campos de gas y petróleo?, pues porque es lo que se suele hacer con los que se han creído que están por encima del bien y del mal. Es que hay antecedentes a propósito que pocos cuentan, oiga. Hay que recordar que prácticamente (prácticamente) la misma medida que ha adoptado Evo con el decreto "de nacionalización" había sido (tras la resolución del TC boliviano declarando ilegales los contratos firmados con las adjudicatarias) adoptada en la ley de Hidrocarburos que el gobierno del presidente interino Eduardo Rodríguez aprobó en 2005 (ley 3058, de Hidrocarburos). Ya en esa ley se establecía (partiendo de la nulidad de los contratos que se apoyaban en la ley 1689) la obligatoriedad de que las empresas negociaran nuevos contratos con arreglo a la ley, y se les dio para ello (como en el decreto 28701) tres meses para hacerlo. Dicho periodo fue ignorado por las empresas. Aún así, el presidente Rodriguez volvió a dar otros 180 días de plazo, y puesto que estas empresas por lo visto se creían intocables, lo voliveron a ignorar y se le siguieron riendo. Con este recuerdo, era obvio que el gobierno Morales no iba a emplear parabienes precisamente a la hora de tratar con estos elementos.

Pese a todo, estas acusaciones hechas desde empresas, políticos y medios de opinión (en sentido amplio) llegan al completo cinismo cuando a coro invocan para hacer frente a las medidas del gobierno Morales la sacrosanta "seguridad jurídica".
Claro, seguridad jurídica, pero ¿para quién? ¿Qué seguridad jurídica pueden invocar estas empresas que han estado actuando en la ilegalidad? Porque no estamos hablando de que se haya firmado una ley nueva que cambie las condiciones en las que las empresas firmaron los contratos. No. Los contratos se firmaron cuando la constitución boliviana estaba plenamente vigente y, en tal sentido, son ilegales desde su inicio. Es por ello, que puede afirmarse que más que verdadera seguridad jurídica (no retroactividad de las leyes, necesidad de publicidad...) lo que parecen reclamar quienes exigen seguridad jurídica para estas empresas es algo así como una bula para seguir actuando al margen de la ley. ¿Seguridad jurídica para no respetar las leyes, por encima de ellas la constitución? Seamos sinceros a las empresas transnacionales el único interés y preocupación que manifiestan por el régimen jurídico es por aquel que les garantice que no podrán ser tocadas (por algo en la OMC se vuelve a atacar con una nueva edición del fallido AMI) y la chulería con que han actuado y actúan en Bolivia es un ejemplo.
De todas maneras cuando tras la resolución del TC boliviano empezaron a reclamarse medidas contra las empresas que estaban actuando en la ilegalidad (que fue el momento en el que las empresas transnacionales empezaron a invocar su particular sentido de la "seguridad jurídica") las empresas encontraron a un aliado en el entonces presidente boliviano Carlos Mesa, el cual se resistió a promulgar la nueva ley de hidrocarburos (fruto de un mandato popular expresado en una de las cuestiones del referéndum que él mismo convocó) defendiendo que ante todo debía respetarse la seguridad jurídica para no espantar las inversiones del país. Así, aún admitiendo que los contratos firmados eran ilegales, Mesa defendió que éstos no debían anularse, sino que lo que había que hacer era dejar que cumplieran su vigencia temporal y, en todo caso, ocuparse de firmar nuevos contratos legales en el caso de que se encontrasen nuevos yacimientos de gas o petróleo, pero en ningún caso tocar los ya firmados.
Esta posición de Mesa evidenciaba (más allá de los diversos elementos argumentales que puedan apreciarse en ella) un descarado apoyo a una política y forma de actuación de actos consumados. Una acción ésta que, pese a poder resultar funcional en según qué contextos, puede ser muy peligrosa y hasta mezquina en otros. Así, en el caso boliviano la postura de Mesa defendiendo que había que respetar los contratos ya firmados (pese a ser ilegales) y dejar que consumieran su duración tiene dos puntos de censura claros:

1)Los contratos éstos ilegales firmados fundamentalmente en la segunda mitad de los 90, tienen una duración de alrededor de 30 y 40 años (nada menos), en tal sentido esperar a que se cumpla el tiempo de su vigencia y posteriormente firmar nuevos contratos es algo bastante absurdo. ¿De qué les servirá a los bolivianos restaurar la legalidad de la explotación de los hidrocarburos dentro de 40 años? ¿Quedará gas dentro de 40 años? A mi entender una mayoría de bolivianos intuyen que no, que para entonces los yacimientos puede que estén agotados o muy mermados, y precisamente lo que muchos bolivianos no quieren es que la riqueza que se esconde en el subsuelo de Bolivia se esfume sin beneficiar todo lo posible al país; que se esfume como se esfumaron las riquezas metalíferas cuando como se agotaron las vetas de las minas de Potosí tras años y años de saqueo en los tiempos de la colonia. Y hombre, puedo entender que algunos contratos tienen que tener un horizonte temporal amplio, porque sino algunas inversiones que se necesitan hacer para la explotación de según que recursos no tendrían oportunidad de amortizarse; pero por eso mismo se debería poner el máximo empeño en que su firma y redacción cumplieran con todas las garantías. Es que sino, contando con el peculiar sentido de "seguridad jurídica" entendido como respeto ciego a los hechos consumados (no importando además el carácter ilegal o criminal de éstos últimos) que parecen tener las transnacionales y sus adláteres, cualquier gobernante podría subastar según le conviniese las riquezas nacionales (sin respetar incluso las leyes) no pudiéndose luego hacer nada para revertir el desaguisado causado (así está el litoral cementífero español).
2)¿De qué seguridad jurídica están hablando empresas que han estado actuando ilegalmente, sostenidas en contratos que no se firmaron conforme a la ley, y que además puede que hayan realizado acciones ilegales como el contrabando de gas? Estos sujetos (no necesariamente individuales) al invocar la seguridad jurídica lo que hacen es como se ha dicho, reclamar una política de hechos consumados, a eso por lo visto estaban acostumbrados con otros gobiernos. Lo que realmente les ocurre a transnacionales y adláteres (medios y gobiernos) es que no se tomaron en serio la elección de Evo. Llevan tanto tiempo actuando por encima del bien y el mal que creyeron que podrían seguir toreando a su antojo y que Evo se iba a contentar con una bolsa de cacahuetes (o una reunión en la Moncloa, o una cancelación de la deuda, o simplemente unas buenas palabras como las que en un primer instante le dirigió Condolicha -MP-). Ante la comprobación de que no ocurre eso, y que Evo no se contenta con los cacahuetes, es cuando recurren a la invocación de la sacrosanta "seguridad jurídica".

Claro, que bonito, seguridad jurídica para las empresas ¿y para los bolivianos no hay seguridad jurídica? Porque esas empresas están explotando los hidrocarburos de manera ilegal, ya que sus contratos son constitucionalmente nulos. Ya, pero es que las empresas no son responsables de la ratificación de los acuerdos, eso competía al gobierno, las empresas son sólo una víctima más. Ya, lo que se esgrime con eso es, como se ha referido, una política de hechos consumados, pero eso es muy peligroso.

Hombre, ¿qué pasaría si yo me voy a Rumanía y compro un niño a una familia pobre? Si la policía me pescase probablemente me detendría y me quitaría al crío diciéndome que no se puede comprar un niño. Entonces (según la lógica de los hechos consumados y del peculiar sentido éste de la "seguridad jurídica") yo le diría al poli que respete mi seguridad jurídica porque yo firmé un papel con su padre en el que estipulé que le entregaba 6000 euros por el crío. Entonces el policía me diría que es que ese contrato es ilegal, porque no fue hecho con arreglo a la ley, ya que no se puede comerciar con seres humanos. Entonces yo le diría que me compensase, porque yo no sabía nada, yo soy una víctima más del padre que me vendió al chaval. ¿Me darían la compensación? ¿Me darían al crío?

Y es que hay que tener cuidado con quién se hacen los negocios, quizá Repsol/YPF y el resto de transnacionales "cazadas" ahora en Bolivia tendrían que preguntarse porqué Sánchez de Lozada -Goni- (con cuyo gobierno firmaron los contratos) huyó a Estados Unidos y está allí, no por casualidad, a miles de kilómetros de la justicia boliviana.
En las películas de gángsters se ve como los mafiosos suelen exigirse desnudarse antes cuando tienen que comenzar alguna reunión, para tener así la seguridad de que no llevan micrófonos, ni armas ocultas, ni ninguna TRAMPA. Es una buena idea. Quizá si algunos de los MBAs de espíritu nazi que hay por ahí impartieran esa técnica gangsteril a emplear a la hora de hacer negocios (y más en el extranjero), a lo mejor algunos directivos y algunos políticos se ahorraban ulteriores sustos y quebraderos de cabeza.