9 de febrero de 2008

El Ecónomo Descarado

Hay un capítulo de los Simpsons en el que Lisa, contrariada porque su nueva Stacy Malibú parlante sólo repite tópicos sexistas del tipo "Horneemos tartas para los chicos" y "A mí no me preguntes, sólo soy una chica", logra contactar con la legítima inventora de la muñeca (ya separada de la empresa juguetera que la comercializa ahora) y la anima a que diseñe una nueva muñeca que refleje un tipo de mujer inteligente (a la que le dan el nombre de "Lisa Corazón de León") para competir con la Stacy parlante. Al tener conocimiento de la nueva muñeca, el presidente de la compañía juguetera que fabrica Stacy Malibú convoca a sus ejecutivos a una reunión para idear un modelo de Stacy completamente nuevo (nuevo, joven, moderno, actual y urbano) con el que relanzar las ventas de la Stacy Malibú y competir con Lisa Corazón de León; y el tal presidente advierte a sus empleados que la necesidad de creatividad y originalidad en el diseño del nuevo modelo es tal que se tendrán que quedar toda la noche si es preciso.
Al día siguiente, fruto de las imponderables dotes comerciales y del talento creador de los ejecutivos de la compañía, las jugueterías tienen ya a disposición de los clientes la nueva Stacy Malibú que la compañía ha ideado y que, aparentemente, no se diferencia mucho de la Stacy parlante primigenia. Las niñas ven que es la misma Stacy Malibú de siempre, pero se dan cuenta de que "realmente" es un modelo distinto porque, tal y como reza el envoltorio de la muñeca no es la Stacy de siempre, tiene "UN NUEVO SOMBRERO".

Es el recuerdo de este capítulo el que me vino a la mente cuando pasé del capítulo cuatro de "El Economista Camuflado" y es el que no ha dejado de abandonarme hasta que (¡por fin!) he podido terminar de leer el libro éste.
Sí, porque si alguien se creía que iba a encontrar algo original en este libro al margen del gámbito con la cadena Starbucks y algunos otros referenciados a fenómenos ecónomicos contemporáneos (unos acertados y otros falsos) yerra de lleno.

Bajo "el nuevo sombrero" de utilizar un discurso a caballo entre monologuista de la comedia y bloguero simpático e ingenioso, El Economista Camuflado presenta la misma teoría económica nazineoliberal de siempre; haciéndola un poco más insufrible, si cabe, al aderezarla con fracasadas pretensiones de presunto ingenio británico, utópicos intentos de ecónomo sentido del humor y cierta cantidad de moralina de indudable tufo zapaterita y neothatcherita.
Supuestamente el objetivo de El Economista Camuflado es acercar al gran público diversos conceptos y fundamentos ecónomicos, reflejándolos en asuntos, ejemplos y problemas de la vida cotidiana que a la gran mayoría de lectores les puede resultar relativamente cercanos y comprensibles.
Es por ello que, en los primeros capítulos, el autor adopta la posición de coleguita enrollado, espolvoreando aquí y allá consejos acerca de cómo evitar caer en las trampas de algunos comerciantes que explotan en su beneficio (como no podría ser de otra manera) elementos como el poder de la escasez, la psicología consumista, etc.
Es de justicia reconocer que esos primeros capítulos realmente resultan amenos y, para el que no tenga ni siquiera algunos pocos conocimientos de economía, resultan hasta interesantes y útiles.

Sin embargo, tras los cuatro capítulos primeros, el libro cambia. Se va haciendo pesado, y página a página el autor va perdiendo la máscara de buenrollista que tenía en los primeros capítulos, para terminar en los últimos ofreciendo, defendiendo y honrando la misma receta neoliberal de siempre, a saber:

-- Pagarles a las personas por estar desempleadas fomenta el desempleo.
-- Si un crío es explotado en una fábrica de Indonesia durante 12 horas diarias por un paupérrimo salario no es un verdadero problema, porque el crío "voluntariamente" ha acudido allí y peor sería que estuviera en un basurero o prostituyéndose.
-- Da igual que en un reparto de una tarta uno reciba las tres cuartas partes y otro sólo una migaja, ya que ¡¡¡las dos ganan!!!!!. Es inobjetable.
-- No importa que en un período de transición (que no suele acabar nunca en muchas ocasiones) la riqueza sólo alcance a un reducido grupo de personas, poco a poco la riqueza acabará filtrándose hasta llegar a todos los estratos sociales y hacer prosperar la sociedad.

Pero sin duda lo que más me ha molestado de este libro (ya que el neoliberalismo era muy de esperar) ha sido la obscena hipocresía de pretender hacer un libro con la típica pretensión de basarlo exclusivamente en la economía (un libro "ciéntifico" si se pudiera llamar), para acabar introduciendo en él, sin embargo, sesgadas consideraciones políticas, muy discutibles y enormemente tendenciosas.
Así, en lugar de abstenerse de hacer referencias a elementos políticos o sociopolíticos en su relato, el Economista Camuflado (quizá convencido de la probable estupidez de obviar la política cuando se habla de economía) se permite introducir apoyos de historia política a los ejemplos que va desgranando en el libro, pero haciéndolo con una descarada muestra de arbitrariedad.
De esta manera (y entre otros casos que pueblan su discurso -fundamentalmente en de la segunda parte del libro-), a la hora de comentar el "milagro" económico chino el Economista Camuflado no tiene empacho en comentar recordando la política económica de los tiempos de Mao que ésta se produjo en medio de violaciones terribles de los derechos humanos y en un clima de violencia, mientras que obvia por completo cualquier referencia a los ingentes crímenes y deterioro del estado de los derechos humanos en China durante la etapa del "milagro", el periodo de implantación del neoliberalismo en China bajo la égida de Deng Xiao Ping; llegando a catalogar explícitamente a Mao como dictador comunista, pero refiriéndose únicamente a Deng con el lacónico título de "gobernante".

Con toda probabilidad el Economista Camuflado no olvidó ni desconoce el estado de los derechos humanos en China en los últimos 25 años (ni otros varios ejemplos); simplemente no consideró oportuno contextualizar todos los episodios e historia económica que ofrece, ni tampoco utilizar unos mismos criterios (políticos o, al menos, históricos) para enjuiciar los ejemplos de las medidas económicas que analiza; y si no lo hizo fue con mucha seguridad porque su discurso es correcto.
De igual modo que en falsimedia una importante máxima (igualmente correcta) es no dejar que una noticia te estropee un buen titular; el Economista Camuflado parece evidenciar una mecánica de actuación concomitante y que podría reducirse a un no dejar que la realidad estropee una teoría correcta .
Ese peculiar sentido de la correción (tan ecónomo como chulesco) es lo que hizo que el primer contacto que tuviera con conocimientos de economía años atrás se saldara con la generación en mí de una moderada animadversión hacia ecónomos (y sí,lo reconozco, también hacia los economistas) consecuencia indudable de aquellas pocas clases y aquellos pocos profesores de economía que en cuanto se les rebatía algo de lo que decían (de todas las cosas correctas que nos contaban) recurrían sin empacho al "eso es política, aquí hablamos de economía" para dar por finiquitado cualquier asunto.
Una costumbre ésta genuinamente ecónoma e, incluso, también extendida entre algunos economistas. Ya se sabe, la economía (el discurso neoliberal más bien) es la "economía", y la "economía" es correcta e igual que las cosas caen al suelo por la fuerza de la gravedad, la "economía" es algo que no está sujeto a opinión, ni a ideología, ni a posiciones políticas; simplemente, es algo correcto.

Y es que como afirmó Bourdieu el neoliberalismo se presenta como un discurso fuerte, muy fuerte. Cuya fortaleza y preeminencia no provienen precisamente de la sustantividad exclusiva y del grado de acierto de sus postulados, sino del hecho de contar a su favor con la inmensa mayoría de las relaciones y los elementos de poder existentes en nuestros días.
Así, al igual que Erving Goffman identificó como discurso fuerte aquél presente en un manicomío (un discurso tan fuerte que permite diferenciar a quien está loco del que no lo está; un discurso presentado como irrebatible); la fortaleza del discurso fuerte del neoliberalismo les permite hablar en términos de quiénes defienden lo correcto (ellos), y quiénes lo incorrecto (todos los demás) que consecuentemente están equivocados y de quienes, por tanto, no puede proceder nada que merezca consideración (o como mucho la que procede otorgar a "los locos").

Ecónomos los ha habido siempre, al igual que economistas también; sin embargo, distingue a los de nuestros días tanto su afilado descaro, como su fina capa de seda hipócrita y zapaterita con la que salen a la palestra. Podría pensarse que esto tiene que ver con lo que realmente una sociedad tan desesperadamente fetichista como la actual demanda (y quizá ha demando gatopardísticamente siempre): nuevos sombreros para la colección de Stacy Malibú; y que por ello es signo de una deriva sin remedio hacia los fines teleológicos que el manual tiene marcados para ella.
Sin embargo, hasta un estúpido fetiche en manos del hombre puede ser un objeto de una potencialidad social, política y económica imprevisible. Y es que si hay algo cierto en las ciencias sociales es que todo lo que proceda de la voluntad humana es inestable; es por ello que las técnicas de sociología electoral demoscópica dirigidas a alentar y a desalentar votantes no son una ciencia exacta; y es por ello también que refritos de descaro ecónomo de estética sofisticada como éste siguen estando muy lejos de serlo; In That We Trust.