2 de abril de 2006

¿Soñar?

A primera vista el que una palabra se utilice para designar a dos acciones distintas lleva a presuponer a tales acciones como similares. Eso no siempre es así.

El hecho de que un vocablo tenga un uso dual y se utilice para identificar dos cosas distintas puede tener diversas causas: el respeto a un uso tradicional (más o menos inmotivado), episodios de corrupción lingüística, cuestiones de economía del lenguaje...
En otras ocasiones la razón estriba, sin embargo, en que una comunidad idiomática efectúa una apreciación sociolingüística de las dos acciones designadas como correspondientes a una (aparentemente) única actividad. Esto suele ocurrir cuando en un contexto temporal o cultural determinado se extiende y acepta entre los hablantes de una lengua una relación sociosemántica de tipo metonímico o metafórico para las dos acciones, de manera que una se asimila a la otra; lo que lleva, por tanto, a la mencionada apreciación sociolingüística de las dos acciones como una sola que es lo que en última instancia subyace al uso dual de la palabra en cuestión.
Es frecuente que a veces el contexto temporal o cultural en el que funcionaba esa relación semántica pierda vigencia o incluso que desaparezca (v. gr. como resultado de la adquisición de nuevo conocimiento que afecte a los conceptos enlazados por la relación), perviviendo sin embargo como herencia el doble uso de la palabra. Un uso que, pese a todo, al no estar ya en el contexto en el que nació, ocasiona que a nivel semántico esta utilización doble que se hace del vocablo sea incorrecta. Esto es, las acciones son diferentes (incluso puede que realmente siempre lo fueran, aunque no se percibieran en su momento como tales), pero la novedad es que al no funcionar la relación metafórica/metonímica (por cuanto el contexto en el que fue alumbrada ha sido modificado), ya no resultan ni siquiera asimilables. Es entonces cuando esta pervivencia de uso dual supone una inconveniencia del lenguaje y el pensamiento, ya que conduce a equívocos.

Soñar siempre se ha relacionado con una huida o una desaparición (o por lo menos un intento) de la realidad (de la realidad consciente por antonomasia, de la realidad perceptible exteriormente, de la realidad sensorial, de la realidad real).
Es la existencia, aceptación y generalización de este significado para la palabra "soñar" lo que ha llevado al establecimiento para este vocablo de una relación sígnica y social como la referida al principio; ello ha posibilitado que se haya utilizado el término "soñar" para identificar a dos acciones bastantes diferentes, a saber: soñar despierto (experimentar una ensoñación) y soñar dormido (soñar, propiamente).
El juicio que se puede hacer sobre la validez o propiedad de esta asimilación de las dos acciones (y de su reflejo, el uso del mismo vocablo para designarlas) es complejo. Quizá pudo estar justificado en otros momentos históricos (sin prejuzgarlos o preferirlos al momento presente), pero actualmente este uso dual de la palabra soñar para el caso de hacerlo despierto y hacerlo dormido (y que se basa en la asimilación de una acción a la otra con arreglo a su relación vista con los conceptos de "huir" y/o "desaparecer") es nítidamente imperfecto, aunque parece que no totalmente.

Utilizar la palabra "soñar" (con el componente de huida que lleva detrás) para el caso en el que uno lo hace despierto (en estado de vigilia) sí puede ser parcialmente acertado.
Experimentar una ensoñación supone construir conscientemente una realidad hasta cierto punto falsa y que, en principio, es sólo para nosotros; ya que su concepto y efecto empieza y termina en nuestra cabeza. En esta línea, se puede afirmar también que la razón que lleva al hombre a emprender esta tarea constructiva de una realidad alternativa (la ensoñación) a la real se encuentra en último extremo en un cierto deseo de escape o huida de ésta última. En efecto, la ensoñación está ontológicamente destinada a colmar (o al menos llenar parcialmente) unas expectativas (las de cada uno) que la realidad perceptible es incapaz de satisfacer o proporcionar.
Así, ante una realidad situacional (personal o general) anodina, no plancentera, aburrida o simplemente insatisfactoria, la ensoñación se convierte en la vía de escape hacia otro mundo; un mundo que, de hecho, está constituido por la propia ensoñación. Es esta realidad recién creada la que sí es capaz de satisfacernos (o por lo menos a un nivel mayor que la realidad real, o en un aspecto en el que ésta última no), y lo hace por la sencilla razón de que ha sido creada "por" y (sobre todo) "para" nosotros. Es por ello que esta esta realidad ensoñada es capaz de cumplir nuestro más variopintos deseos y anhelos: ser ricos, ser guapos, ser tontos, tener a una persona, tener un objeto, disfrutar con una persona, ser capaces de apretar el botón, ganar una carrera, estar en algún lugar, en definitiva, ser felices; y también, a nivel un general: alcanzar un mundo en paz, una realidad sin pobreza, sin sufrimiento... Es en esta fantasía ensoñadora en donde conseguimos lo ansiado, donde siempre ganamos; donde, de hecho, somos los amos del casino.
Siguiendo con este punto, decir que en una ensoñación lo que sencillamente hacemos es crear artificialmente las condiciones óptimas para la existencia del placer o del bienestar que la realidad perceptible nos niega, teniendo sobre esta realidad ensoñada un poder omnímodo derivado del hecho de que somos sus creadores. Esta última capacidad omnipotente sobre el ensueño queda reforzada, además, porque el hecho de que no tengamos obligación de dar cuentas a nadie sobre la propia forma de ejecución de este poder absoluto, ya que, como se ha referido, la ensoñación sólo tiene aplicación directa en nuestra cabeza.
Yendo más alla, puede señalarse que es precisamente por este dominio total ejercido sobre esta realidad ensoñada por lo que no es común (aunque sí más de lo que se suele creer) experimentar en condiciones normales ensoñaciones con situaciones de sufrimiento, ni lo es hacerlo con fracasos, ni con nada que no sea mejor que la realidad perceptible, ya que para eso ya tenemos a esta realidad real.
En esta línea, puede señalarse que una persona, por el mero hecho de construir la ensoñación, evidencia una preferencia objetiva, funcional y consciente por la realidad ensoñada sobre la real; si no fuera así, la fantasía no estaría justificada, no tendría sentido; si la realidad perceptible colmara nuestros anhelos no habría necesidad de fantasear y de soñar despierto.
Además, esta predilección de una realidad sobre otra será además más fuerte (y probablemente más problemática) cuanto mayor sea la distancia y diferencia entre las dos realidades (la real y la fantaseada); incluso podría decirse que, a priori, la recurrencia, probabilidad y necesidad de una ensoñación está relacionada (quizá de manera directa) con la distancia o la magnitud de las diferencias que ésta presente respecto de la realidad real. En tal sentido, el viaje de huida de la realidad real que supone una ensoñación será más largo y más frecuente (habrá mas viajes, más escapadas, más ensoñaciones, más sueños despiertos) cuanto mayor necesidad haya de alejarse o de desaparecer de ella, cuanto menos satisfactoria nos resulte la realidad a la que hemos sido arrojados.

Hay que tener presente de todas maneras, que aun cuanto es admisible (como se ha referido) la conceptualización de la ensoñación como huida (y del sujeto algo así como de un viajero), y la recurrencia de ésta puede ser alta, como se acaba de hacer notar, punto fundamental es que el ensueño es necesaria y estructuralmente algo pasajero. Sí, una ensoñación es temporal, siempre hay que volver a la realidad real; ya que ésta última no desaparece cuando experimentamos la ensoñación, sino que sigue allí y espera nuestra vuelta, la vuelta de nuestro viaje (viaje que hacemos con billete de ida y vuelta).
Contando con eso, hay que decir que, llegado a un extremo, estos viajes de huida que suponen las ensoñaciones pueden llegar a ser viajes de riesgo, ya que pueden llevarnos a los confines de lo psicótico (que no neurótico). Esto ocurre cuando se da la peligrosísima situación en que una persona (el viajero) llega a confundir su ensueño con la realidad. En un estadio como ése lo que pasa es que se pierde la característica estructural básica expuesta acerca de la temporalidad de la ensoñación: su carácter pasajero.
Como se ha referido, cuando experimentamos la ensoñación somos conscientes tanto de ella misma, como de que la realidad real es otra y de que tenemos que volver a ella más pronto o más temprano; podría decirse que en el momento de la ensoñación experimentamos algo así como una especie de consciencia dual en la que nos damos cuenta tanto de la realidad real, como de la ensoñada. En tal sentido, en una situación de caracter psicótico como la referida, la confusión de las dos realidades (o, de hecho, la pérdida de una de ellas) supone convertir el viaje de huida en un periplo sin vuelta, el viajero se pierde o pierde el billete de retorno; y es posible que ya no vuelva o sea incapaz de hacerlo sin que alguien vaya en su busca.

Sin embargo, esa situación de viaje sin vuelta y de viajero extraviado no suele ser lo que habitualmente ocurre con las ensoñaciones.
Lo que es mucho más frecuente es que la persona dueña de la ensoñación altere también estructuralmente una de las carácterísticas de la realidad fantaseada, pero en este caso no la relativa a su temporalidad como en el caso anterior, sino en lo que atañe al principio estructural acerca del ámbito de aplicación de la realidad ensoñada. Esto es, la persona intenta ensanchar los límites de la realidad ensoñada (que, en principio, son los de nuestra mente) mediante un intento de hacer efectiva la ensoñación más allá de sus límites originarios, procurando trasladar elementos de la realidad soñada a la realidad real, pretendiendo llegar a unas nuevas fronteras para la ensoñación aproximándolas a las de la realidad perceptible.
Comprobando esto, hay que reconsiderar la admisión del símil del ensueño con una huida, ya que este intento expuesto de prolongar el ensueño en la realidad real no casa muy bien con los elementos generalmente reconocidos para una huida. Así, se comprueba que este ensueño (en puridad este desarrollo del ensueño) ya no es una huida temporal (como en el caso de la ensoñación estándar), sino que las personas que la experimentan e intentan trasladar por tanto elementos de ésta a la realidad real, lo que hacen es efectuar una huida (sí), pero planificando y pensando casi desde un principio en la vuelta a la mencionada realidad real; y eso puede que no sea catalogable ya como una simple huida.
De hecho, ¿se puede considerar como huida aquello que, mientras se lleva a cabo, se hace pensando conscientemente en la vuelta? ¿huye verdaderamente quien lo hace pensando conscientemente en la realidad que deja y no sólo apartándose de ella?
En la ensoñación estándar hay vuelta como se ha visto, pero ésta es obligada por la propia estructura de la fantasía; en este otro caso la vuelta es de un tipo diferente. Es un regreso de carácter consciente y, sobre todo, voluntarioso (que no voluntario) a la realidad real. Se vuelve con ánimo de enfrentar la realidad real, de actuar sobre ella, de "customizarla"; evidenciando precisamente con ello un deseo de hacer de los sueños (ensoñaciones, propiamente) realidad.

Sea una verdadera huida o no, lo que está fuera de toda duda es que esta actitud de prolongar el ensueño en la realidad parece éticamente muy deseable y además es muy atractiva por cuanto su productividad y efectividad son enormemente elevadas (adicionalmente, además, notar que es algo muy valorado en el manual, de hecho es un elemento transaccional de él, siempre y cuando no se salga de los límites correctos).
Es una actitud tan atractiva, seductora y valiosa que es factible atribuirle la mayoría de los avances (de diverso valor) que ha logrado la humanidad, ya que se puede decir que de forma mayoritaria se han alcanzado (como quizá no podría haber sido de otra manera) gracias a ella. Han sido éstos, por tanto, logros que han tenido su origen en gente que soñaba despierto y que intentó desarrollar ese ensueño.

Apuntalando esta conceptualización podría llegarse incluso a afirmar, sin mucho temor a equivocarse, que quizá el camino natural de una ensoñación (inicialmente, y en su versión estándar, sólo una huida temporal de realidad real) es precisamente éste último de conjugarse con la actitud voluntariosa y convertirse en una herramienta para la modificación y actuación sobre la realidad perceptible. Si no fuera así, el mantenimiento recurrente de la actividad ensoñadora con el objetivo único de hacer escapadas temporales, sin ánimo de trasladar elementos de ésta a aquélla, sería algo relativamente poco provechoso. Algo así como tomar obsesivamente un "calmante" (que además puede resultar trágicamente adictivo) para resistir o sobrellevar una molestia (más o menos dura) sin preocuparse, en cambio, de actuar sobre las verdaderas causas del dolor (una infección, una fractura...).
En efecto, por muy bien construidas que estén las ensoñaciones, a base de repetirlas indefinidamente o a fuerza de incrementar su recurrencia según la realidad real va proporcionando cada vez menos satisfacción, pierden su valor; a la larga, lo que termina ocurriendo es que el viajero queda exhausto de tanto viaje. Y no sólo eso, éste puede desarollar además posiblemente los efectos de algún tipo de ansiedad al ser permanentemente consciente de que todas las escapadas son invariablemente temporales, el calmante es pasajero, el dolor acabará volviendo y, además, la dosis terapéutica que supone cada uno de estos viajes probablemente se irá reduciendo con el tiempo. Y es que vivir sólo de en-sueños es, a escala, tremendamente deseconómico; por eso es que no basta con soñar despierto, hay que tener un plan B: la mencionada actitud natural, querer traspasar la frustrante caducidad del ensueño intentando trasladar algún elemento ensoñado a la realidad.

Por todo ello, y fijándose sobre todo en esta aludida salida natural del ensueño, se puede concluir que la conceptualización semántica del hecho de soñar despierto como huida sólo puede aceptarse de manera inicial, ya que a la luz del alcance visto para algunas de esas ensoñaciones (en concreto para las que encierran un espíritu basado en la mecánica de "huir + volver + intentar cambiar las cosas para no tener que volver a huir otra vez") su efecto aquí sería parcialmente inapropiado.

Muy distinta a la de las ensoñaciones es, en cambio, la valoración que se puede hacer de los sueños que experimentamos cuando dormimos (los sueños propiamente).
En este caso no creo que se pueda siquiera admitir una validez parcial de la relación con el deseo de huida o desaparición de la realidad real, tal y como se ha concluido para las fantasías soñando despierto.
Y es que los sueños son muy diferentes a las ensoñaciones. Para empezar, decir que la principal nota discordante perceptible claramente entre ellos estriba en el hecho de que, aunque los dos suponen estados de consciencia diferentes del normal (el de vigilia) y ambos son fácilmente reversibles, en el caso de la ensoñación no necesitamos de ningún estímulo (o como mucho, requerimos de uno muy suave v. gr. una llamada de atención de alguien cuando nos hemos quedado absortos con algo) para finalizarla, para revertir ese estado y regresar al normal. En general, podemos poner fin al ensueño en el momento que queramos.
Por el contrario, en el caso de los sueños, somos básicamente incapaces de poner fin a uno (así como de iniciarlo) en el momento en que deseemos; y además solemos requerir de un estímulo externo de más entidad (un despertador, un ruido, el tacto de una persona, la sensación de frío o de calor...) para hacerlo.

Ni ahora ni nunca ha habido demasiado conocimiento generalmente aceptado acerca de qué son los sueños. En cualquier caso, parece indudable que son una de las cosas más espectaculares, fascinantes, a su modo terribles, pero indudablemente geniales, de cuantas puede experimentar el hombre. Ciertamente son algo que suscita altos niveles tanto de interés, como de respeto (en algunos casos de puro miedo).

Los sueños han estado presentes casi desde siempre en la preocupaciones de los hombres.
Un gran número de culturas han contemplado su conceptualización con menor o mayor intensidad, siendo nota general en la mayoría de ellas el haberlos relacionado con elementos mágicos, divinos, misteriosos o, incluso, epistemológicos. Aquí es precisamente donde ha estado (y está) la diana.
Sí, los sueños son una vía para conocer. Han sido recurrentemente tenidos por las rendijas de un cofre que se abre sólo parcialmente y en el que están atesoradas informaciones valiosas. Antiguamente, además, los sueños (así como las informaciones que proporcionaban) tenían un curioso e importante grado de proyección colectiva en la comunidad en la que el soñador estaba inserto. Eran una fuente de conocimiento de tipo general: sobre grandes problemas, sobre grandes decisiones, sobre grandes acontecimientos; grandes temas que tenían interés y efectos para toda la comunidad (la visión de una futura catástrofe, el conocimiento de donde hallar agua, de qué camino tomar, de donde encontrar un tesoro...).
Como buque insignia de esta particular tradición conceptual y valorativa de los sueños puede recordarse la conocida historia de José ("José Soñó" que decía la Enciclopedia de Álvarez de 3º grado) el hijo predilecto de Jacob.
Según su historia, José poseía tanto una capacidad soñadora importante (importante en términos epistemológicos) como un brillante talento para interpretar sueños ajenos. Fue con esta última habilidad con la que pudo interpretar exitosamente los sueños del faraón y prever en ellos la inminencia para Egipto de siete años de abundancia seguidos de siete de sequía; sirviendo su alerta para que el faraón (a través suyo, de hecho) pudiera preparar al país para resistir la anunciada sequía, administrando con destino a esos siete años una parte de las cosechas de los siete de abundancia.
Es por tanto esta historia de José ejemplo de la concepción que se tenía de los sueños en tiempos pretéritos. Una concepción que los consignaba, a su modo, como una puerta de escape hacia un conocimiento valioso, hasta cierto punto mejor que el que adquirían los hombres por otros medios y, en muchos casos, de importancia suma para toda una colectividad. Un conocimiento, por otra parte, considerado recurrentemente como fruto de la inspiración de los dioses, el destino u otros entes exteriores al hombre; y por ello, un conocimiento que tenía un mayor valor cuanto menor fuera la confianza que tenía el hombre en sí mismo y más requiriera por tanto de explicaciones míticas plagadas de aparato divino para conceptualizar todo aquello que desconocía o que observaba, pero cuya comprensión se le escapaba.
Siguiendo esta idea (y muy matizadamente) quizá podría entenderse (como se ha referido para el caso de las ensoñaciones) a los sueños así entendidos como una suerte de huida del conocimiento disponible en la realidad real (notoriamente insuficiente y a veces engañoso) para intentar llegar en cambio al misterioso cofre (perteneciera a quien pertenciera) del colosal conocimiento accesible mediante los propios sueños. En este sentido, el símil de la huida podría funcionar y el uso de la palabra soñar para esta acción sería apropiado; pero por suerte o por desgracia, esta interpretación y concepción de los sueños ya no es válida en nuestros días. La conceptualización (obtenida a la luz de las investigaciones que de diverso tipo se han efectuado en la última centuria, y pese a todo, no demasiado nítida) que tenemos actualmente sobre las experiencias oníricas es muy diferente e invalida la imagen del sueño como huida, a pesar de que sigamos utilizando la misma palabra que antiguamente para designarla.

Durante el último siglo tuvo lugar (como en casi todos los campos) la gran explosión de la investigación científica sobre la naturaleza, función e interpretación de los sueños. Los logros obtenidos por este estallido investigador están bastante relativizados, pero aún así han sido suficientes para operar el cambio conceptual fundamental insinuado antes, a saber: establecer el foco de proyección de los sueños en el individuo y no en la comunidad, donde parecía encontrarse antiguamente.
Los sueños siguen siendo como antes una vía cognoscitiva, pero ahora lo son para hallar primerísimamente un conocimiento sobre nosotros y no sobre grandes cuestiones o problemas que afectan a una colectividad.
En relación a esto, señalar respecto a la mencionada relatividad de las investigaciones acerca de los sueños, que el carácter limitado de sus logros se ha debido sin duda al hecho de que éstos parecen ser una materia especialmente poco propicia para sustentar sobre ella teorías, ya no con pretensiones o derivas dogmáticas, sino con simplemente el preceptivo grado de objetividad y generalización que el conocimiento científico requiere para ser admitido como tal. Los sueños parecen ser una materia poco dada a la unicausalidad o a la teoría explicativa única, es por ello que aún plantean muchos interrogantes.
En cualquier caso, como se ha referido, esos logros relativos han sido los responsables de que el foco (y con él la conceptualización misma) de los sueños haya varido de la colectividad al individuo. Y esto ha sido posible gracias, sobre todo, a dos vías distintas de investigación.
Por un lado, el psicologismo individualista iniciado (a efectos prácticos) con el psicoanálisis y que, pese al alborozo con el que fue recibido en sus primeras décadas, ha evidenciado bastantes límites a la hora de proporcionar claves universalmente válidas para explicar e interpretar los sueños; lo que no obsta para considerar a esta vía ciertamente como la fundamental en el cambio de concepción referido acerca de los sueños.
Por el otro, el estudio médico-fisiológico de las experiencias oníricas que, llevado a cabo en diversos centros de investigación (algunos con el sugerente y apropiado nombre de "Laboratorios del Sueño"), últimamente parece centrar su atención en el estudio del comportamiento de los neurotransmisores cerebrales humanos. Avances los de esta vía que, concentrados en la explicación de la acción de soñar, más que en los sueños en sí, han tenido como punto de arranque basal el espectacular hallazgo (de hace ya más de 5o años) de Aserinsky cuando, observando a un niño mientras dormía una noche en un laboratorio, se dio cuenta de unos raudos movimientos longitudinales de los ojos del niño por debajo del párpado; constatando después que esos fugaces movimientos oculares se producían curiosamente en períodos en los que el niño experimentaba una no desdeñable actividad eléctrica cerebral (una más propia de individuos despiertos que de dormidos) y llegando con ello a la lógica y acertada conclusión de que se debían al hecho de que el crío "estaba soñando".
A partir de esta observación, fue factible indentificar las dos tipologías principales de las fases del sueño humano que aún hoy se admiten como básicas: la REM (Rapid Eyes Movement) y la No-REM.
Detectándose que en la fase REM (identificada por el movimiento rápido de ojos) ocurren la mayor parte de los sueños de carácter elaborado (los que realmente se viven, los que se recuerdan más fácilmente), así como los de carácter violento y las pesadillas; y comprobándose de igual manera la coincidencia de este tipo de sueños con un aumento de la actividad sintetizadora protéica, una actividad cerebral moderadamente alta (que es la que, de hecho, a su modo explica los sueños), así como con una pérdida de la capacidad de movimiento voluntario de los músculos.
Hallándose, por otro lado, que en la fase No-REM tienen más probabilidad de producirse sueños de carácter menos estructurado (en plan imágenes o sueños sencillos). Siendo en esta fase en la que verdaderamente el cuerpo descansa y la actividad cerebral se reduce.

El conjunto de los avances de las dos vías (y singularmente la psicologista espoleada por Freud) han cambiado, como se ha apuntado, la concepción que se tenía en otros tiempos de los sueños. Aunque sigue sin estar clara la explicación de su existencia (reacomodo de la memoría, residuos del día, efectos de actividad cerebral desbocada...), lo que si está admitido (a pesar de que no todos los seguidores del psicoanálisis hayan efectuado el oportuno abandono del tajante y estéril dogmatismo freudiano en lo que a la interpretación onírica se refiere) es que los sueños son una creación de la persona y una ventana a una parte de ella (la subconsciente). Es más, no sólo son una parte de nosotros mismos, sino que al ser los sueños (de cada cual) ontológicamente imposibles de trasladar a otra mente que no sea la nuestra, constituyen uno de los elementos más genuinamente propios del hombre. Así, notar que los sueños son fenómenos que no están influenciados de manera directa por otros individuos (éstos tienen una imposibilidad manifiesta de acceder a ellos), y además están relativamente protegidos de las estructuras de comportamiento y pensamiento que rigen la vida del hombre en sociedad, las que marcan, a su modo, las directrices básicas de nuestra consciencia normal, la de vigilia, precisamente la que no es preponderante en los sueños.

Contando con eso, es bastante incorrecto considerar a los sueños como huida de la realidad real (ni siquiera a nivel epistemológico, como se podía hacer según la conceptualización antigua).
Primero porque (aunque no se sabe hasta qué extremo) los sueños (en tanto que parte de nosotros mismos) son realidad real; y segundo porque (hoy como ayer) son una vía de conocimiento, un conocimiento de carácter interior, pero que tiene aplicación y efectos directos en la realidad perceptible.
En tal sentido, el viaje que se opera en un sueño no es de huida. No es un ir para volver después. Es desde el principio, desde la propia existencia del sueño, una vuelta a nosotros: con ellos y en ellos somos a un tiempo tanto el viajero como el destino del viaje. De esta manera, la definición más precisa que se podría hacer quizá fuera decir que soñar es un re-encuentro con nosotros (con la parte de nosotros que nos es desconocida, pero que es tan "nosotros" como la parte de la que somos conscientes).

Lo singular de este re-encuentro es que se produce en unas condiciones especiales, ya que en el terreno de los sueños no son de aplicación la mayor parte (a veces todas, incluida la lógica más elemental) de las convenciones sociales, culturales, etc., a las que estamos más o menos amarrados en el estado de vigilia. En relación a esto, puede decirse también que otra de las carácterísticas de este encuentro es que se produce en condiciones de desarme. Es casi el único momento en el que la mano suelta sin dolor alguno el arco, experimentándose con ello una de las particulares sensaciones que sustentan la excepcionalidad de los sueños: el sentirse solo.
Sí, es un encuentro con uno mismo en el que sólo podemos contar con nosotros: en ellos estamos desarmados, sin arco, sin indicadores de dirección, sin una señal de salida, sin árbitro, sin cronómetro, sin público (por mucho que en los sueños aparezcan personajes conocidos o desconocidos no son realmente ellos; en un sueño yo soy yo y los otros que aparecen en él también son yo, proyecciones de mí que toman forma de otros, pero que no dejan de ser yo). En definitiva, y pese a todos los juegos de palabras más o menos confusos, en un sueño estamos solos. Es un viaje (no de huida, sino de vuelta) que hacemos individualmente.
Podría pensarse que en función de esas características se trata de un encuentro que se hace en igualdad de condiciones: hombre contra hombre. Nada más lejos.
Aparentemente hay una sensación de igualdad derivada de lo mencionado acerca de que en los sueños no hay armas, ni elementos exteriores (por lo menos ninguno que no hayamos procesado previamente), pero no hay que olvidar que nuestra mente (el yo consciente) está acostumbrada al estado de vigilia (siendo, de hecho, éste el estado que consideramos de consciencia real, en el que nos damos cuenta, el normal, el patrón con arreglo al cual consideramos anormales todos los que se apartan de él: el ensueño, el sueño, la alucinación...) con todas las convenciones y estructuras que implica, y que son precisamente las que suelen carecer de aplicación en un sueño. En tal sentido, cuando soñamos, nosotros (nuestro yo consciente) nos encontramos jugando un partido (materializando un encuentro) en campo ajeno, en un lugar donde no funcionan las estructuras lógico-mentales (de raiz sociocultural) a las que nuestra parte consciente está acostumbrada .
A pesar de que tenemos todo el derecho a sentirlo como propio, el hecho de que nuestro patrón vital sea la conciencia de vigilia y que durante ésta hayamos sido moldeados mental y socialmente de una manera determinada (indudablemente diferente -más o menos- a la del yo subsconciente que es el contrincante del re-encuentro), hace que no lo hagamos y que nos sintamos extraños en ese terreno, forasteros.
Es por ello que, en la medida en que celebramos un encuentro con un contrincante del que conocemos poco, jugando en su terreno, sin arco, sin referencias y sin la capacidad de poner fin al encuentro en el momento en que queramos, éste no es para nada igualitario. Quizá se deba a eso el que, de manera casi automática, olvidemos los sueños (salvo un muy reducido grupo de ellos) casi inmediatamente al despertar (no son nuestro terreno -no lo son de nuestro yo consciente-, la memoria los expurga porque no los considera informaciones válidas, más que nada porque no conoce el código en el que están cifrados -porque el lenguaje que ésta utiliza se basa en convenciones que no tienen aplicación en los sueños-, aunque la información que suministran sí trata de nosotros y el expurgo probablemente es un error).
Curiosamente la mayoría de los sueños que recordamos suelen ser pesadillas de las que nos despertamos en el momento álgido, en plena fase REM, (quizá una reacción de defensa del propio yo que, al detectar que el encuentro con el otro va mal o está siendo en exceso traumático desencadena algún tipo de mecanismo para poner fin a la situación angustiosa mediante el despertar).

A pesar de no ser igualitarias, pese a lo que parece a simple vista, las condiciones de ese encuentro no son inalterables, se pueden cambiar; esa situación en la que nos enfrentamos con nosotros mismos puede ser modificada y la desigualdad reducida.
Procurar que los encuentros sean cada vez más igualitarios (y consecuentemente más provechosos por la información que de ellos podemos obtener) es algo que puede lograrse adquiriendo conscientemente conocimiento acerca tanto del terreno del encuentro como del contrincante, conocerlos cada vez mejor. Para ello la vía es convertirse en un onironauta, algo que supone toda una aventura cognoscitiva y que está destinada a equilibrar los futuros encuentros mediante el tanteo del terreno y del contrincante, pero también a convertir a este último (la parte de nosotros que nos es desconocida) en un aliado. Esto último es muy importante, ya que de esta manera podemos recabar de él valiosas informaciones y consejos con los que manejarnos más eficazmente en la realidad real, con los que ser cada vez más nosotros mismos. Ello es así, porque la información que pretendemos conseguir del contrincante (y que este puede proporcionarnos) mediante nuestra conversión en onironautas nos es útil, y lo es porque él realmente forma parte de nuestro equipo (el "Yo F. C.", lleva nuestra camiseta, aunque apenas la hayamos intercambiado), en tal sentido la información que él posee es información que afecta a los dos, es información sobre nosotros.

Sin duda alguna es el onironáutico un proceso cognoscitivo que está, de manera casi exclusiva, al alcance sólo de uno mismo.
Sí, porque a pesar de que desde Freud se han propuesto y aceptado claves interpretativas para descubrir y decodificar las informaciones y consejos que posee nuestro contrincante y que se hacen visibles en los sueños, ésas sólo son ciertas y efectivas (como en el caso de las que utilizan Ingrid Bergman y su avispado maestro en Recuerda) en un grupo concreto de elementos simbólicos y referencias culturales que, por su generalización, compartimos semiológicamente con el conjunto de la humanidad (o con una parte importante de ella), y es por eso que pueden ser aplicables a cualquier miembro de ella (en cierto sentido es un lenguaje extendido). En relación a esto, hay que tener presente que, a pesar de la mundialización cultural, lingüística, ideológica e icónica en curso, aún hoy existe una gran cantidad de referencias, convenciones y elementos simbólicos que sólo son compartidos por colectivos más o menos reducidos, o a veces incluso son exclusivas de una sola persona. En tal sentido, cada persona es y sigue siendo un mundo (y cada sueño también lo es), por tanto la interpretación y conocimiento de los sueños es una tarea complicada para la que nadie está en mejor situación de alcanzarla de manera exitosa que uno mismo.

Para terminar de convencerse y decidirse sobre la necesidad de afrontar el encuentro con decisión y mejores condiciones, hay que fijarse, y ser conscientes también, de las altas cotas de productividad y beneficios que cabe conferir a esta actividad onironaútica. Así, de manera inmediata el acceso a las informaciones y conocimientos de nuestro contrincante desconocido puede ayudar a enfrentar la realidad real de manera más segura y sabía; en concreto, puede servir para desactivar contradicciones que pueden darse en el interior de nosotros mismos (contradicciones de cuya existencia es posible que nos hayamos dado cuenta tiempo ha, pero cuyo verdadero origen ignoramos) y que afectan negativamente a nuestro periplo vital por la realidad real. Así mismo, se puede pensar que, en tanto en cuanto muchas de las pesadillas y sueños extraños pueden ser algo así como síntomas de contradicciones o conflictos (de nosotros con nosotros o de nosotros con el exterior) podría pensarse que el conocimiento y desactivación de esas contradicciones mediante el mayor conocimiento de nuestro contrincante y de su terreno (mediante el autoconocimiento onironauta) probablemente pueda llevar aparejada la reducción de la probabilidad de aparición de sueños terroríficos o angustiosos. Incluso se podría creer (ficcionalmente, pero quizá de posible materialización real) que un onironauta experimentado podría llegar a ser capaz de dirigir (y, dado el caso, hasta planear) los encuentros de tal modo que quizá llegara a poder (directa o indirectamente) recuperar sueños agradables pasados; sueños no repetidos desde hace mucho tiempo; sueños que, como el de volar extendiendo los brazos, es posible que se recuerden desde la última vez que se experimentaron como extremadamente placenteros, de un placer excepcional no repetido ni encontrado en otro lugar desde entonces; un placer diferente y superior al alcanzado mediante la relajación, la alegría o el goce sexual. Un placer perdido.
O quizá el mismo avezado onironauta pudiera llegar a ser capaz de poder aumentar la recurrencia o volver a experimentar los espectaculares y ambiguos sueños lúcidos en los que uno es consciente de estar soñando, pudiendo incluso llegar a oir el despertador, apagarlo conscientemente y seguir soñando (en un sueño tipo aventura) porque se quiere seguir soñando.
Con estas expectativas de beneficios parece que lo natural sería precisamente embarcarse en esta actividad onironáutica.
En esta línea, precisamente, podría afirmarse que si antes se apuntó que soñar no es una huida, sino una vuelta a uno mismo, quizá el no aprovechar los sueños (no procurar igualar los encuentros, no convertirse en onironauta -aunque sólo sea a nivel sencillo y no complejo-, no ver qué es lo que está detrás de ellos), rechazando conscientemente y hasta cierto punto el encuentro, sí que lo sea: una huida de una parte de nosotros, por tanto, una huida de nosotros. Sin embargo, tampoco sería un uso conceptual recto, ya que aun con todo esto no sería una huida de la realidad perceptible, que es lo que se suele entender por una verdadera huida.

Así, volviendo al principio, la afirmación de la relación de soñar despierto y soñar dormido con una huida es, en consecuencia, (y como se ha mostrado en repetidas veces) incorrecta.
No obstante, al recordar que ambas actividades se han consignado con el adjetivo natural en dos versiones determinadas de ellas (el ensueño pensando en trasladarlo a la realidad-el camino natural del ensueño-, y el conocimiento onironauta de los sueños -la actitud natural hacia los sueños), las dos acciones acaban presentando una importante y paradójica similitud que puede validar después de todo el uso de la misma palabra para ellas (aunque no tomando como base la relación con el concepto de huida). Así, se puede afirmar que tanto los ensueños como los sueños (en las versiones específicas identificadas como naturales) comparten la característica especial de poder ser utilizados como herramientas con las que mejorar nuestro papel en la realidad.
En el caso de los ensueños esto es mediante el ánimo (que se ha consignado como natural) de intentar trasladar elementos de lo ensoñado a la realidad real y hacer de esta más satisfactoria para con nosotros; y en el caso de los sueños, mediante el aprovechamiento (igualmente tildado de natural) de los encuentros que suponen con una parte de nosotros con la que apenas coincidimos ni tenemos apenas relación, para obtener informaciones y consejos con los que aumentar la seguridad y la fortaleza para nuestras andanzas en la realidad real, para mejorar nuestra ejecución en ella.
Además, cabe referirse a una similitud adicional que presentan naturalmente estas dos acciones. Así, si es cierto que los beneficios que es factible alcanzar mediante ellas son, como se ha visto, importantes, no lo es menos que las dos tienen que hacer frente a importantes obstáculos en su desarrollo.
En el caso en que alguien tenga una ensoñación (tanto si lo que se ensueña es un placer/beneficio particular, como si lo es general) y decida intentar trasladarla a la realidad real, es patente que puede entrar en conflicto directo con "otros"; unos "otros" que realmente no tienen en-sueños, pero sí una realidad (la real) que les es beneficiosa; una realidad que, de hecho, gestionan óptimamente y sobre la que, en consecuencia, no tienen ningún deseo de que se produzca el más mínimo cambio. Menudo obstáculo. Hay que contar con eso. Y es que tener un en-sueño e intentar realizarlo es muy duro, y muy peligroso. Martin Luther King lo anunció a los cuatro vientos: I have a dream, y lo asesinaron en Memphis, Tennessee.
En el caso de la posibilidad del impulso onironáutico de los sueños, decir que ésta puede ser igualmente una actividad dura donde también se tenga que hacer frente a obstáculos. Pudo haber una primera experiencia traumática que la defenestrase y defenestre durante mucho tiempo como práctica a intentar; o más propiamente, puede tenerse tanto miedo a encontrar a través de los sueños algo que se intuye terrorífico, que se prefiere optar por no correr el riesgo, ya que el resultado que podría obtenerse con esa actitud natural hacia los sueños es un conocimiento que objetivamente no se desea, uno que puede condenar a una realidad peor y más angustiosa que la real (siendo paradójicamente ésta última realmente la que después de todo se pretende mejorar con la aventura onironáutica). Así mismo, hay que contar con el obstáculo que encuentra el onironauta primerizo al ser consciente de que en una acción así y, sobre todo, al principio, el terreno sobre el que se va a intentar navegar es inhóspito y, además, allí no va a haber arco del que echar mano.

Por todo ello, tanto la prolongación del ensueño en la realidad real, como la materialización de la experiencia onironáutica, se pueden considerar como tareas de relativa dificultad y no sencillamente realizables.
Pero hay más, en cualquier caso, para lograr los beneficios que una y otra acción pueden proporcionar, además de superar los obstáculos mencionados, hace falta también una importante dosis de decisión y energía; son actitudes naturales, pero no automáticas, requieren de esfuerzo e iniciativa. Es necesario tener en-sueños o querer soñar.
Y puede que no se tengan sueños, ni se quiera soñar más; sólo se tenga sueño, cada vez más sueño.

7 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Y lo bonito de la ensoñación? Porque por suerte o desgracia yo no sueño.

- "El mundo está en las manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños".Paulo Coelho

04 abril, 2006 22:18  
Blogger Lilith said...

No hay nada que cause más dolor al hombre que los sueños que sabe que no se realizarán. Creo que lo dijo Kirkegaard.
Los sueños son un arma de doble filo, sean de la naturaleza que sean...

18 abril, 2006 22:43  
Anonymous Anónimo said...

Sin duda los sueños pueden ser el caso concreto en el que más evidente se hace el concepto "humano" que Kierkegaard tenía sobre la angustia.

10 mayo, 2006 13:34  
Anonymous Anónimo said...

Angustia=Sueños. Nada más, y nada menos.

10 mayo, 2006 13:39  
Blogger Lilith said...

Y sin embargo, sin sueños, no somos nada.
Nada, ni polvo.

21 mayo, 2006 20:35  
Anonymous Anónimo said...

Mmh... o quizá precisamente el polvo de sueños rotos o de sueños falsos. No lo sé.

23 mayo, 2006 15:40  
Blogger Lilith said...

We are the dust of the future past.

29 mayo, 2006 12:15  

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