13 de febrero de 2006

¿Di-Simular?

La disimulación y la simulación son dos versiones del engaño. A pesar de que en nuestros días muchas veces aparecen unidas e identificadas como una única actividad, ambas poseen una potencialidad y una composición notoriamente diferentes.
Así, el disimulo podría considerarse como un engaño menor, ya que no falsea de manera directa la realidad, sino que se limita a ocultar una parte de ella. Por contra, la simulación tiene un punto de perversidad y además es más costosa, puesto que requiere de un trabajo de construcción de una imagen o de un artificio falso para que actúe como sucedáneo de lo verdadero, de la realidad.
En cualquier caso, ambas formas de engaño están ontológicamente ligadas con el concepto de mentira, y ésta, según el patrón micropsicológico que aprendí de Carmén González (una de las mejores profesoras que tuve en Humanidades, aunque curiosamente no de las que más recuerdo), depende del equilibrio de cuatro elementos:

Lo que yo sé.
Lo que los otros saben
Lo que yo creo que los otros saben.
Lo que los otros creen que yo sé.

En tal sentido, los diferentes tipos de mentira responden en último extremo a las fórmulas situacionales que presenten esos cuatro factores.
De todas maneras, tanto en un trabajo de simulación como en uno de disimulación (al igual que en otros tipos de mentira) el elemento estructural principal es la diferencia en la consciencia acerca de la falsedad de la mentira en cuestión que tienen los diferentes individuos implicados: el que simula o disimula la tiene, sabe que es mentira; los demás no, creen que es verdad.
Y, sin duda, esa consciencia del di-simulador tiene que ver con el carácter instrumental de la mentira, hecho éste que constituye el otro elemento principal de la misma. Se miente para algo, ya que la mentira (aunque de hecho sea hasta más corriente en nuestros días que la verdad, ahí está ese impresentable de Bliar como mascarón de proa) no es natural, surge y se construye de manera artificial como medio para alcanzar algo. Así, el ejército nazi tenía un fin cuando empezó a emitir órdenes en polaco por la radio para despistar al ejército local cuando invadió el país en 1939 y utilizó esa simulación como medio para lograrlo, de hecho de manera muy efectiva.
Es precisamente por ese mencionado carácter no natural de la mentira, que cuando se alteran los elementos referidos (consciencia e instrumentalidad) la mentira se convierte en un problema, a veces patológico, otras veces meramente funcional.
Así, una persona que miente sistemáticamente sin ningún tipo de fin (ni borroso ni nítido) seguramente es víctima de algún tipo de psicopatía. Otro individuo que lleve a cabo una simulación o disimulación llegando a confundir o a ignorar la diferencia entre los planos real e irreal (disimulado o simulado) puede ser un caso de desdoblamiento de la personalidad.

Más enjundioso puede resultar calibrar la posibilidad de que una persona lleve a cabo una operación de simulación en la que sea consciente (de manera imperfecta, pero consciente al fin y al cabo) de cuáles son los planos irreal y real, pero que sin embargo llegué a un punto de no poder controlar cuándo mantener uno y en qué momento otro.
Es una situación posible debido al hecho de que la mentira es algo bastante inestable, de gran potencialidad desbordante y, en consecuencia, algo bastante escurridizo. Tanto, que si una mentira funciona debidamente y/o se mantiene durante mucho tiempo es una verdad (y de hecho, si una mentira no logra hacerse verdad no puede ser verdaderamente una mentira).
Es por ello que el llevar mucho tiempo y haber dedicado mucho esfuerzo a una labor de disimulación o de simulación, puede ocasionar que los planos irreales tomen vida propia ya que han podido llegar a constituir "una" verdad competidora de la real (y hasta cierto punto preferible y más cómoda que ésta última). De esta manera, el plano falso/irreal puede seguir manteniéndose por inercia o por algún tipo de dinámica exógena. Siendo ya casi completamente independiente de los fines primigenios (aunque estos fueran borrosos y, hasta cierto punto, huecos) para los que fue desarrollado e ideado.
Para prevenir estos efectos desbordadores de la mentira, la finalidad intrínsecamente instrumental que cabe conferir a la misma debe ser concreta, alcanzable y con una vida reducida en el tiempo. Una di/simulación dispuesta para fines borrosos o no definidos y que, en consecuencia, se mantega durante un largo plazo de tiempo termina atrapando.
Contando con eso, y analizando una situación como la expuesta, cabe concluir que una mentira ya independizada de sus fines es difícil de enderezar, ha podido llegar a colonizar al plano real e incluso a eclipsarlo para siempre.

Solución: no parece fácil. Podría pensarse que lo que subyace a una situación así es algo parecido a lo que afirmó Sánchez Ferlosio respecto a que: cuando una flecha está en el arco, tiene que partir, es casi imposible una vuelta atrás.
En tal sentido, la vía de arreglo parece implicar nada menos que acostumbrarse a llevar el arco descargado, de esa manera el peligro de que las flechas del lado irreal se disparen sin control queda desactivado en gran parte. Pero no se debe cantar victoria con esta apreciación, cuando se está tan acostumbrado a caminar permanentemente con una flecha en la mano derecha (o en la cuerda misma), revertir ese hábito es una labor titánica. Los efectos de la pulsión (no hay palabra más adecuada) del viernes, aunque en este caso supusieran un fallo de agarre de mano y no un apoyo en falso total, así lo prueban.