22 de enero de 2006

¿Resistir?

¿Frente a qué? y ¿por qué?, son las cuestiones básicas a tener mínimamente claras para desarrollar y desplegar la fuerza necesaria para una situación de resistencia.
La resistencia se basa, por un lado, en el miedo o el rechazo a asumir algo que, además, se percibe como una imposición, hay que identificar aquello a lo que uno se resiste y conceptualizarlo como malo y merecedor de la derrota. Pero ello no es suficiente. Además de tener claro contra qué adoptar la resistencia, hay que respaldar la conceptualización de aquello con una fe o al menos una preferencia funcional por la situación previa, lo que se tiene y que se supone que es mejor. Ello es así, sobre todo, porque la actitud de resistencia va a actuar de manera directa en beneficio de ese estado de cosas previo (pirueta alienante).
Se puede ir más allá, incluso una actitud de resistencia puede ser válida sin tener algo que defender, pero sí disponiendo de algo que ganar, aquí es donde la fe es todavía más importante, fe (autónoma o ilusoria) en algo nuevo, hasta cierto punto mejor y que no se tiene.
En cualquier caso, la resistencia es dura y desde luego está reservada al hombre. A no ser que se tenga una fortaleza desde la que cómodamente resistir los embates, puede llegar a ser incluso una tumba. Y aunque se tenga una mínima atalaya, ballesteros en las almenas poco pueden hacer a la larga, aunque envenenen las flechas.
También el resistir puede convertirse en una labor necia, convertirse en una droga cuando no se ve más que el campo de batalla o se ha olvidado la vida anterior a la resistencia; o transformarse en una úlcera de tanto sostener el arco cuando se lleva demasiado tiempo resistiendo. Claro que para esto último puedes utilizar cayeras, aunque su precio te hipoteque de por vida.
Muchas veces la resistencia sale victoriosa frente al ataque exterior, pero acaba hundiéndose por extenuación interna. Hay que contar con eso, y además, el manual de lo correcto y lo cierto nos resuelve las últimas dudas: la resistencia incólume está condenada al fracaso, hay que saber retirarse a tiempo para lograr una victoria, el posibilismo lo llaman (juegos de matemática asesina, también).
Los héroes no alcanzan la victoria, los posibilistas sí.
Osmán Pachá detuvo en seco la tromba del ejército del zar atrincherándose en Plevna y con él los soldados turcos resistieron durante meses y meses, mientras los rusos se cansaban de lanzar asaltos. Pero al final con la ciudad atacada por el hambre, la marabunta rusa cayó sobre Plevna y llegó hasta los suburbios de Estambul.
Más allá de que Plevna fuera un choque entre estados feudales (con todo lo que ello implica), quizá la resistencia allí debía haber optado por lo que prescribe el manual, la retirada en pos de la victoria. Claro que esa estrategia victoriosa puede causar más sangre que la resistencia misma, pero da igual, se alcanza la victoria (allí los rusos la alcanzaron y la sufrieron para sostener su amada autocracia y su deliciosa servidumbre un poco más).
La oscuridad del abismo no deja ver en dónde impactan las flechas, claro que eso no es muy preocupante, el tamaño de la multitud al acecho no exige siquiera metralla. Sin embargo, las tinieblas tornan a pesadilla insoportable cuando los que resisten toman conciencia de que es el proyecto enemigo quien realmente requiere la resistencia frente a él para motivar a sus propias huestes.
Ante esto, la magnanimidad de la invasión, siempre queda aceptar la permanente oferta de rendición honorable y sumarse a la estrategia victoriosa.
La victoria. Curioso como, a pesar de que nos van dosificando dosis recurrentes de sucedáneos de los mismos, ciertamente no son tiempos para los héroes ni para el Héroe, aunque quizá no lo han sido nunca. Pero Heidegger tenía razón en la apelación última, tenemos que estar abiertos a su llegada, tras nuestros logros no nos queda otra cosa; claro que Heidegger está muerto. Mejor para él, quizá también para nosotros.