3 de febrero de 2006

La Mirada de Ulises

Llevo ya una larga temporada viendo películas que son contadas con el recurso al emigrante (casi siempre un artista o un profesional liberal que ha alcanzado el éxito -el éxito correcto, se entiende- en el ámbito anglosajón) y que regresa física o metafísicamente a su lugar de origen. En ellas se suelen tratar temas como: la memoria histórica, la identidad, el testimonio, el desarraigo...
Aunque ha sido habitualmente un instrumento de narración fílmica de mi interés (igual que las temáticas), el que se haya repetido tanto me ha terminado por cansar. Las dos últimas películas que he visto con este patrón lo han evidenciado. Una -la última- me ha decepcionado casi por completo (en parte por el propio patrón visto, en parte porque venía detrás de la penúltima, y también porque creo que realmente no era buena) y la otra (la penúltima) me deslumbró, la finalicé con con unos segundos sin parpadear mientras aparecían los créditos y la convicción de que era un películón.

Este peliculón es una producción griega (coproducción con FRA e ITA) del director Theo Angelopoulos: La Mirada de Ulises (To Vlemma tou Odyssea, 1995).
Es una película que, aunque no sabía muy bien de qué trataba, he tenido siempre en mente durante estos últimos seis años porque fue la primera película, libro, etc. que me citaron en la universidad. De hecho, lo hicieron el primer día y en la primera clase, con la primera profesora a la que conocí allí. Recuerdo perfectamente aquella primera clase de Semiótica General y Aplicada, así como a la profesora (Dña. Coronada) que nos la citó (posteriormente lo volverían a hacer otros: Jorge Urrutia, Antonio Morales, Montse Huguet...).
Aunque sólo a un nivel prosaico, moralmente cutre y hasta cierto punto ilegal, la obtención de una versión inteligible de esta película por mí, también ha constituido una particular odisea. Está rodada en varios idiomas: inglés, griego, serbocroata, búlgaro..., y encontrar una versión subtitulada de todos ellos ha costado.

La película en sí narra la vuelta a Europa de un director de cine griego que ha alcanzado el éxito en Estados Unidos. Vuelve para, siguiendo un encargo de la Filmoteca Nacional de Atenas (proyecto éste aceptado -por lo que se entiende en la conversación en el tren- en un momento de crisis vital y de creatividad), rodar un documental acerca de los pioneros del cine en los Balcanes, los hermanos Manakis.
En Salónica, en el transcurso de esa empresa del documental, alcanza conocimiento de que los Manakis rodaron algunas imágenes anteriores a las que son oficialmente tenidas por las primeras del cine en los Balcanes (Las Hilanderas de Avdella). Existieron, y tal vez todavía existen, tres bobinas conteniendo esas imágenes. Tres rollos de película filmada, pero no revelada en su momento.
El filme es el relato de la odisea en busca de esas películas, pero también lo es de una odisea particular de este director protagonista que, tras haber vencido en Troya (Estados Unidos) emprende el camino de vuelta de Ítaca (los Balcanes).

Además de como valor histórico, cultural o etnográfico, la importancia que el protagonista de la película concede a las tres bobinas es el instrumento inicial por el que la película entra en el terreno de lo existencial y lo trascendente. Ésta estriba en el hecho de que esas bobinas pueden contener la primera mirada a los pueblos balcánicos.
A este respecto, se puede decir que, más allá del potencial descriptivo de la escritura, fue la fotografía y principalmente el cine el que nos permitió y nos permite mirar a otros ámbitos, a otros pueblos. Conocer y conocernos.
Sin embargo, con la mercantilización de hoy en día, las miradas que constituye el cine pocas veces reflejan la realidad, sino que por el contrario ésta está falseada por sesgos nacionalistas, empresariales, ideológicos, etc. (como de hecho la conversión de las cámaras de televisión en instrumentos de propaganda de las guerras de nuestro tiempo prueba). Las miradas de las imágenes en movimiento ya no son inocentes, tienen una intencionalidad y están condicionadas por muchos elementos (algunos fortalecidos paso a paso durante el siglo XX). Se podría decir incluso que ya pocas veces reflejan la realidad, sino que imponen una que interesa a determinadas personas.
Esas tres bobinas de película inédita de los Manakis, por tanto, al ser las primeras pueden contener una mirada no sesgada, una mirada inocente, limpia, pura, que quizá retrató la verdad de los Balcanes. Es posible que conserven una mirada de la esencia de un pueblo de pueblos hoy (singularmente en los primeros 90 con la dinamitación de Yugoslavia) degenerada en barbarie o simplemente tornada en oscuridad, en esterilidad, en el ¿fin?
En tal sentido, y en su calidad de mirada primigenia, puede tratarse también de una mirada salvadora, ya que constituye el destino de una posibilidad de escape (la ceniza, o el resto sobre el que resurgir), incluso de volver hacia atrás en la sucesión de razas y edades que consignaba Hesíodo para la historia de la humanidad. La vía para volver a casa, volver al principio: amaia asiera da.

La búsqueda, la odisea, lleva al protagonista (del que nunca se dice su nombre, de hecho es innecesario, ya que esta odisea es una historia de protagonistas colectivos -de la humanidad sin ir más lejos- y no de individuales) de Salónica a Florina, la ciudad en la que se crió.
Es allí y por sus propias palabras cuando entendemos el objeto de la búsqueda y será entonces cuando comience el verdadero viaje de vuelta del director, del Ulises de esta historia. Un viaje éste que, ante todo, es personal, pero que ha necesitado del pretexto (así lo denomina él en la propia conversación en las calles sombrías de Florina) del encargo de la filmoteca acerca del documental y del definitivo acicate de la búsqueda de las tres bobinas perdidas para materializarse.
El viaje no ha terminado, todavía no (el viaje de hecho comienza cuando llega al que era su principio, la ciudad en la que creció) dice el protagonista cuando se ¿re?encuentra con su Penélope (un amor pasado que, real o ficticiamente, cree ver en una joven que camina por las calles de Florina). Penélope es el símbolo de la vuelta a casa y del final del viaje de Ulises, y es por ello que en esta película ella estará presente durante todo el periplo balcánico. Así, el protagonista querrá a varias mujeres durante el filme, varias penélopes, pero que son en realidad una, la única: de hecho, todas ellas están interpretadas por la misma actriz (Maia Morgenstern).

En el viaje se intercalará la narración de la vida de los Manakis con la del protagonista y con la de las propias bobinas. Pero no es sólo eso, las tres líneas se confunden deliberadamente, hasta cierto punto son cabos de una misma historia, de la Historia.
Así, cuando el tren en el que viaja llega a la frontera búlgara se recrea una parte de la vida de los Manakis que nos lleva a afinar un poco más el rumbo de la búsqueda de las películas. Luego, camino de Sarajevo, el protagonista vuelve a transmutarse en uno de los hermanos cineastas intentando escapar de su destierro en Filipópolis (Plovdiv, que dice el soldado búlgaro) y allí conoce a una campesina a la vez búlgara y bosnia.
En la estación de Bucarest, en cambio, y ante la argumentación de su campañera de viaje de que la historia de las bobinas no lleva a Rumanía, que el objeto del viaje no se encuentra allí, que se están desviando del camino, el protagonista fulmina: mis pasos me han traído aquí.
Acto seguido sigue los de un personaje conocido que le llevan a Constanza (en la Dobrudja) donde con un dominio perfecto de la potencia cinematográfica en una escena memorable conocemos la historia de la familia del protagonista a través de la recreación de la nochevieja de un 1945 de duración lustral.

Hilvanan comienzo y final de la película un buen número de escenas geniales; desde el viaje en barco por el Danubio hasta Belgrado junto a la gigantesca estatua de Lenin desmontada, hasta la escena en el neblinoso Sarajevo que es de una maestría cinematográfica total.

Toda la película posee una cadencia de filmación de destacada y especial lentitud. Son planos largos (el de la mujer en la plaza de Korçe, el de las calles de Florina, las vistas de la orilla danubiana...) que se mueven, acercan y alejan la narración de una manera muy parsimoniosa, pero paradójicamente no hacen a la película lenta (desde luego son más de dos horas y media, pero a mí no se me ha hecho en absoluto larga). Desde luego en esta historia, en la Historia, no cabe la prisa.
El montaje participa también de esta característica con un especial gusto por el plano secuencia y las transiciones no violentas. Un estilo muy alejado del ritmo frenético y del bombardeo de imágenes al que estamos sometidos de manera cotidiana.
La banda sonora es desde luego bastante apropiada y las interpretaciones de los actores refuerzan con solemnidad la trascendencia pretendida y conseguida para la película. En concreto Harvey Keitel en el papel del cineasta protagonista está espectacular.
Acerca del guión, decir que destaca principalmente por su carácter poético, en ocasiones de un lirismo impresionante (como en el monólogo del protagonista en casa de archivero de Sarajevo).

Es preciso resaltar que, a pesar de la pretendida temática atemporal de la película, son varios los hechos en la misma que la contextualizan en los 90.

De hecho, al principio del filme se cuenta como en Florina y coincidiendo con la vuelta del director protagonista a la ciudad, se va a proyectar una película suya. Este hecho ha encendido los ánimos de la población hasta el punto de tener que ser proyectada en la calle en medio de la lluvia al haber sido vetada en el cine local, mientras desde otros sectores de la ciudad se llevan a cabo concentraciones de protesta por su proyección.
No se llega a mostrar la causa de la animadversión que suscita en una parte de la población la película del director, pero sólo la existencia de ella lleva a recordar que en los 90 (tiempo de una más de las olas de convulsión en la historia general de esta zona del mundo) el nacionalismo, la racionalidad al servicio de la irracionalidad y los politiqueos baratos que los medios focalizaban en la destrucción de Vúkovar, Dubróvnik, Móstar, Sarajevo, Belgrado... se extendián por toda la región y no sólo por la extinta Yugoslavia). De hecho, a nivel político-cultural el fenómeno del turbofolk serbio no era ajeno a Grecia o incluso a Bulgaria. Los nacionalismos desatados recorrieron la política y la sociedad de la europeizada Grecia igual que lo hicieron por Zágreb.
Hasta cierto punto, puede considerarse herencia del clima de esa época (y sin renegar de otro tipo de argumentos y elementos ciertos presentes en la cuestión) el azaroso primer tramo de la odisea que narra la película. Así, de Florina (Macedonia griega) el protagonista debe ir a Monastir/Bitola (República de Macedonia, la antigua Macedonia yugoslava hoy independiente). Pero no hay comunicación entre ambos países debido al embargo griego sobre Macedonia decretado a cuenta de la discusión por el nombre y la bandera del nuevo país -controversia de parecida, aunque no igual, insulsidad a la creada por la indignación de algunos griegos por la figura de un Alejandro Magno medio homosexual en la superproducción de Hollywood de hace poco-. De manera que, como la frontera grecomacedonia está cerrada, el protagonista debe dar un rodeo, pasar a Korçe/Korytsá (Albania) y de allí ascender por las montañas hasta Monastir. Esas montañas son referidas por el taxista griego como la frontera entre Skopje y Albania. Expresión que evidencia también el clima sociopolítico griego tendente a no reconocer más macedonia que su propia región norteña, designando a la antigua república yugoslava de ese nombre con el despectivo calificativo de "Skopje", que simplemente es el nombre de la capital y no del país. De hecho, "Antigua República Yugoslava de Macedonia" y no "República de Macedonia" a secas es precisamene el nombre con el que fue reconocido el país por la ONU para contener en parte las suspicacias griegas.
En este primer tramo del viaje, Harvey Keitel acompaña a una anciana griega que lleva separada de su hermana casi medio siglo, porque ésta vivía en Korçe/Koritsá cuando estalló la guerra civil griega entre comunistas y monárquicos, y se produjo la versión local del telón de acero que hizo que se cerrara la frontera. La escena de la indefensa anciana dejada en medio de la siniestra población albanesa con la cámara alejándose suavemente, desde luego sobrecoge.
Ello lleva a recordar también el tema de las minorías en la región: la griega del sur de Albania, la albanesa del norte de Grecia, la serbia de Croacia, la albanesa de Montenegro, etc.; y quizá también la de griegos en Dobrudja que muestra la película y que hasta ahora no conocía. Cuestión ésta de las minorías exponente vivo de una herencia sangrante de fronteras nacionales cambiantes a lo largo del tiempo, así como de la práctica favorita de los imperialismos: el divide y vencerás, que los turcos otomanos prácticaron de manera destacada en la zona introduciendo colonias de poblaciones ajenas (albaneses, circasianos...) a un área para disminuir la fuerza de los pueblos autóctonos de ella.
Gastado, pero no menos acertado, es también el tema de fondo que subyace a la expresión del responsable de los Archivos Fílmicos de Belgrado cuando afirma que se encuentran haciendo inventario de las películas de cuando Yugoslavia era Yugoslavia. Alusión contemporánea a la existencia de la llamada "tercera Yugoslavia" (la República Federal de Yugoslavia) que pese a conservar el nombre no representaba ya casi nada del proyecto paneslavo original con el que fue concebido ese país y, de hecho, ya sólo estaba integrada por Serbia y Montenegro.

Mencionar también retazos más "fáciles" del guión y la película: como la discusión en la cafetería de Belgrado sobre quiénes llegaron antes a los Balcanes si los serbios o los albaneses (momento éste que, aunque no en las formas, recuerda a la de sobre quién empezó la guerra que llevan a cabo los protagonistas del filme Tierra de Nadie), la figura del periodista del 68 refugiado en la ironía por las calles de la capital serbia, la imagen acerca de la falsedad del periodismo en la era de comunicación de masas a propósito de la conversación sobre los corresponsales de guerra...

A pesar de que el tratamiento es bastante diferente, esta película me ha encantado también por que creo intuir en ella el mismo discurso que veo en Underground (Emir Kusturica, 1995) y que me lleva obsesionando una temporada. Se podría decir que las dos, junto con la película macedonia Antes de la Lluvia (Milcho Manchevski, 1994), forman una trilogía quizá no buscada sobre la región. La Mirada de Ulises sería una visión general desde fuera acerca de los Balcanes, Underground la visión nacional desde dentro, mientras que Antes de la Lluvia sería la visión local, el microcosmos humano balcánico. Constituyen algo así, como un plano general, un primer plano y un plano detalle.

Total, brillante película apoyada en un lirismo cinematográfico excelente y en un broche perfecto que, desde luego, no podía tener otro escenario que Sarajevo. Es un genial repaso al mito de Ulises y la Odisea transportado a nuestro tiempo y, hasta cierto punto, convirtiendo en universal el descubrimiento de los logros y límites que presenta el anhelo del volver a los orígenes, de llegar al puerto del que se salió, de volver a Ítaca, de reencontrase con Penélope (claro que, en la película ni siquiera aparece Telémaco, y eso da mucho que pensar).
En definitiva, una historia sobre la Historia, sobre el intento de recuperar la inocencia perdida, de buscar lo mejor, de intentar reconstruir, de intentar.......resurgir.

Cuando regrese, lo haré con las ropas de otro, con el nombre de otro hombre. Nadie me esperará. Si me dijeras que no soy yo te daría pruebas y me creerías. Te hablaría del limonero de tu jardín, de la ventana por donde entra la luz de la luna y de las señales en mi cuerpo, de las señales de amor. Y cuando entre abrazos subamos temblorosos a la habitación, entre susurros de amor, te contaré mi viaje, durante toda la noche. Y durante todas las demás noches, entre abrazos, entre susurros de amor, te contaré la aventura del hombre, la historia sin fin.