23 de enero de 2006

Suerte, Evo.

Con lágrimas en los ojos y con la sincera naturalidad con que ha caminado durante años y años, ayer Evo Morales juró como nuevo presidente de Bolivia.
Sin duda es una fecha histórica el que un indígena llegue al palacio presidencial en un país en el que de largo son el principal grupo social.
En los medios españoles y europeos está demasiado extendida la idea de que la victoria de Evo Morales es simplemente otra más de la cadena de triunfos de líderes populistas de izquierda. Craso error.
Así como detesto la palabra hortera a nivel estético, me quema especialmente la palabra populista en ciencia política y en política a secas.
¿Qué es ser populista? Según la opinión más extendida tiene que ver con prometer al pueblo lo que a éste le gusta a oír, pero es imposible; concederle prebendas desde el poder con vistas a mantener cautiva su lealtad impidiendo un juicio crítico sobre otros temas; proporcionando el pan de hoy que supondrá el hambre para mañana.
Puede ser cierto, pero entonces, los políticos y mandatarios que no son populistas se pueden contar con los dedos de la mano.
¿Acaso no es populismo el subir las pensiones por encima del IPC sólo y exclusivamente cuando tocaba año electoral como hacían los gobiernos de Aznar en España? ¿No lo son las diatribas a la "chusma" que lanzaba un Sarkozy deseoso únicamente de hincarle el diente como sea al 20% de voto francés que fue al Le Pen del Front National en las pasadas presidenciales francesas? ¿No son lo mismo las solemnes declaraciones de ZP acerca de que sólo tocaría las humanidades en la educación para mejorarlas calmando así las protestas, cuando realmente se entregaba a lo dispuesto en Bolonia? En definitiva, ¿no es populismo entonces la infinita lista de promesas de políticos de uno y otro signo que obligan sólo y exclusivamente al que se las cree y no al que las formula?
Más bien, parece que lo que se suele denostar como populismo es lo que viene de un ámbito ajeno al de las élites establecidas.
Sí, políticos de uno y otro bando suelen tener una extracción similar y se reconocen entre ellos más allá de las diferencias ideológicas como miembros de un estamento: el gobernante. Un grupo éste al que se le suponen y de hecho posee una serie de prácticas y elementos formales que son los que lo distinguen como grupo. Por eso cuando alguien alcanza poder viniendo de algún lugar distinto o poniendo en cuestión sus elementos distintivos (aunque sean meramente formales) lo extrañan y lo detestan a un tiempo designándolo como populista.
El ejemplo clásico en estos últimos tiempos es Chávez (al margen de lo que cada uno pueda juzgar de su labor al frente de la presidencia venezolana) al que consignan como populista tanto la COPEI como AD porque viene "de fuera", en este caso del ejército en un país donde la institución castrense no tenía especialmente poder político y utilizando además recursos mediáticos en plan showman, muy alejado de la utilización más elegante, que no menos perversa, de los medios de la clase política al uso.
Muchas veces com digo el ataque a un líder como "basura populista" se basa en que en la ejecución del liderazgo por parte de éste primero no responde a los elementos formales propios y distintivos de la "clase" gobernante. Así, se critican aspectos como que no lleva corbata, habla con vulgaridades, es demasiado llano...; en definitiva: no es presidenciable, no es elegible (porque no forma parte de nuestra clase, es un outsider). El problema para los que han alcanzado notoriedad precisamente por ofrecer algo nuevo y que finalmente se integran a "la clase" (se "elegibilizan") es que se homogeneizan tanto con todos sus miembros que todos ellos se terminan pareciendo demasiado como para entusiasmar al pueblo que tiene que votar por ellos. Así, a fuerza de pulir todos los elementos que le diferenciaban de la clase para construir un candidato "presidenciable", se acaba en una paradoja: el pulcro Míster Elegible recién construido acaba siendo igual que el resto de candidatos, en tal sentido para qué elegirlo, que más da.
Hay que recordar sobre esto el caso de Kerry al que la prensa liberal -liberal en el sentido estadounidense del término- vio como presidenciable (ante los estrambóticos y más "populistas" Howard Dean, Wesley Clark, etc.) y que al final no fue elegido (al margen de su inutilidad e incoherencia y la movilización del voto religioso en su contra).
El caso es que en cuanto algún advenedizo triunfa, la cuadrilla ésta del estamento político y mediático empieza a darle consejos. Y desde que ganó Evo se han sucedido los columnistas de opinión diciendo que ahora lo que Evo necesita es atemperarse, perder la retórica combativa, ir de traje y corbata (y no como hasta ahora), puesto que ahora es presidente de una nación, etc., etc. Sería bueno que esa gente se guardara algunos de sus consejos, Evo gano sin ellos, y en parte, precisamente por apartarse de ellos.
Labor titánica la que le espera al próximo gobierno de Bolivia, no sólo tiene que abordar el tema de los hidrocarburos, sino que tiene que devolver esperanza a un pueblo sufridor como el que más desde los tiempos de la mita y además tiene que reconstituir el país de abajo a arrriba.
En su favor tiene que la miseria está tan extendida que realmente es un país que tiene poco que perder y casi todo por ganar. Pese a todo, no va ser fácil, la soberanía estatal cada vez es más irrisoria en medio de la jungla internacional de la ley del más fuerte y además tendrá que lidiar con el movimiento secesionista de Santa Cruz (aunque sorprendentemente Evo sacó en Santa Cruz un porcentaje importante de votos) y las regiones de Oriente. Un tipo de separatismo éste, que más allá de las indudables diferencias que de todo tipo tienen las poblaciones del altiplano y las tierras bajas, ya hemos conocido otras veces (Katanga, Biafra, la Padania...) y sabemos qué es lo que lleva detrás.
En cualquier caso, hay que dar una oportunidad a Evo, un hombre inteligente, venido desde abajo, con ideas claras y visión analítica (una más amplia que Abel Mamami -que se conformaba con la nacionalización del gas a cualquier precio, no importándole que los que lo gestionaran fueras los mismos ladrones que hasta ahora- y el MIP) y que pese a lo que repiten en la COPE y en Intereconomía tiene muy poco que ver con Ollanta Humala (y desde luego que con Bachelet e incluso con Lula).
Para todo ello Evo, por encima de todo, no tendrá que perder la honestidad que ha tenido hasta ahora, así como aplicar quimioterapia al cáncer de la corrupción que ya se ha llevado por delante tantas y tantas esperanzas de cambio en mejor en el mundo, y singularmente en Iberoamérica, en tiempos pasados. Y junto a eso es innegable que el éxito si lo alcanza vendrá dado por trabajo duro y bastante suerte.
Ojalá que lo consiga. Bolivia se lo merece.