24 de julio de 2006

Breve Encuentro

Suelo desdeñar casi todas las películas, conversaciones o situaciones en las que se habla de manera preeminente del "amor" (las cosas que se hacen "por amor", las manifestaciones "de amor", las relaciones "de amor"...).
Fundamentalmente lo hago porque nunca he tenido muy claro qué es ese presunto "amor" en boca de todos. No, mejor dicho, siempre he tenido muy claro que el "amor", si es que realmente merece la pena tener en nuestro léxico una palabra como ésa, tiene (y tendría que tener) muy poco que ver con lo que se muestra una y otra vez en la gran mayoría de las películas (de Hollywood y de no Hollywood), con lo que repite machaconamente en todo tipo de conversaciones (de calle y de no calle) y, en general, con todo lo que en nuestros días y bajo esa palabra se suele imponer como el insustituible y necesario engrudo social polivalente que alimenta la ilusión casi indefectiblemente ramplona que permite creer que los hombres pueden aspirar a algo más que a la constatación del HHHe.
Por descontado, el presunto "amor" no me da buena espina desde el momento en que tiene dedicado todo un capítulo del manual, un capítulo en el que básicamente se le atribuye (por supuesto) el papel de artificiosa, icónica y repugnante obligación social que ya vio en su momento mi admiradísimo P3.

Y no es que me apunte totalmente (totalmente) al "¿por qué lo llaman amor cuando quiere decir sexo?" (aunque desde luego lo preferiría y lo prefiero), pero tampoco creo que el presunto "amor", en el caso de que se exista, sea otra cosa que una atracción ontológicamente física sublimada en algunos muy, muy, muy pocos casos por un ambivalente (pero de cualitativamente elevado peso ético, pese a todo) carácter senti-mental que consigue nacer, sobrevivir y constituir una tierra de nadie entre los dos pilares principales que rigen en general la vida del hombre en nuestros días y que, desde luego, se manifiestan perfectamente claros en lo que comunmente se suele llamar "amor", a saber: la sincera/falsa solidaridad (¿amor de lástima?) y el declarado/soterrado interés social individual (¿amor funcional?).
Un escaso, pero valiosísimo carácter sentimental ése que se encuentra siempre acechado por esos dos poderosos vecinos y que es lo que hace que realmente la existencia de ese carácter sólo se pueda atestiguar en un puñado de personas y en un puñado de momentos (por más que pueda haber restallos de él en otro número más elevado). Un carácter sentimental éste que además no es exclusivo de las "relaciones amorosas" sino que también puede aparecer incluso con mayor frecuencia en otro tipo de relaciones humanas (amistad...).

Por ello, aunque el valor absoluto de ese amor de la tierra de nadie sentimental referido puede ser éticamente deseable y admirable, su reducida prevalencia hace que el tener una palabra como "amor" (a secas) casi permanente e indiscriminadamente pronunciándose en todos los ámbitos (cuando para todo lo que no participe de ese carácter sentimental sería mucho más honesto y apropiado utilizar otras palabras mucho más precisas y certeras, la lengua castellana las tiene, desde las más generales a las más específicas, desde las más elegantes a las más "soeces"), ese uso digo, no me parece sino una constatación adicional de la impresionante vacuidad de la sociedad del progreso correcto, de su necesidad cada vez más imperiosa de recurrir a este tipo de ficciones pretendidamente inmateriales (el "amor"...) para dar una capa de barniz a su verdadera esencia: una lógica instrumental basada exclusivamente en lo material y, sobre todo, en lo materializable; un intento que no por patético resulta menos efectivo (por lo menos hasta ahora) para evitar que la totalidad del cuerpo social termine desintegrándose (aún más) en medio de convulsivas arcadas psicosociales.

En cualquier caso, en vista de que el amor de la tierra de nadie (el real, el que he defendido como real, el que debería ser realmente llamado amor) puede o pudo tener un origen ciertamente humano y ser algo verdaderamente estimable y admirable, así como en vista de lo poco atractivo y en consecuencia lejano que me ha resultado este tema desde siempre, soy perfectamente consciente (en éste más que en ningún otro tema) de la muy probable imprecisión de todas estas afirmaciones.
Es más, aunque hace ya bastante tiempo resolví instalarme conceptualmente en una actitud crítica (mucho más tajante que la expuesta líneas arriba) sobre el "amor", llegando a parecerme incluso totalmente innecesario disponer de una palabra como ésa (por no hablar de lo patético que me resulta ver a alguien contraer matrimonio en estos tiempos de "vidas realizadas", "carreras personales", "aprovechamiento de oportunidades" y corporaciones dermoestéticas, aunque ése es otro tema), en este asunto he podido comprobar desde hace algún tiempo lo difíciles de mantener que son las posiciones totalizadoras; lo susceptibles que son de toparse de manera imprevista con algún "elemento" (tan excitante como pertubador) que te impida mantener completamente (sólo completamente) ese juicio totalizador y tajante previo, que te haga creer en otra cosa, que te haga pensar algo distinto. Y es que la realidad (incluso la barata) puede ser muy imprevisible.

Así, y aunque parezca algo cutre, mi posición tajante hacia este tema varíó desde el cinismo total al cinismo relativo que tengo ahora cuando me topé con algunos "elementos" que me hicieron aceptar la escasa (pero plausible) existencia del amor, la existencia de ese "algo" que realmente no se puede expresar con otras palabras -más o menos vulgares-. Estos "elementos" fueron fundamentalmente y sorprendentemente dos: Breve Encuentro (Brief Encounter, 1945), por un lado, y un breve encuentro, por otro.

Casi todo (diálogos, planteamiento, dramatización, interpretaciones) lo que en otras películas que hablan o tratan de "amor" como algo profundo me suele parecer casi invariablemente aburrido, lejano, ridículo o directamente mentira; me llegó (y me llega) a convencer de una manera asombrosa en Breve Encuentro.
Si de verdad existe y es factible alcanzar la reducida tierra de nadie sentimental referida antes (que es para la que yo entiendo que habría que reservar exclusivamente la palabra amor), tendría que parecerse en algo a lo que se muestra en esta película.
Y esto es sorprendente, ya que esta película ciertamente no muestra nada muy del otro mundo, ni muy ajeno a la normalidad social (mucha gente la puede encontrar muy poco original, y otra mucha la ha considerado tremendamente ridícula y de una beatería tontísima -de hecho, todo lo más que sale es un beso-), además desde su estreno ha sido un filme que tenido un gran éxito (recibió la Palma de Oro en Cannes) y por tanto ha gustado a bastantes personas. Por ello, es algo extraño que precisamente esta película (además de alguna pequella puntada de alguna otra) me llegara a convencer tanto en un tema en el que he solido y suelo ser tan escéptico y cínico (y hasta hace un par de años, todavía más).
A la hora de buscar explicación, lo más fácil sería atribuir ese efecto a las connotaciones personales (¿positivas?) que tenía en el momento (hace año y medio) en el que vi Breve Encuentro por primera vez: sí, pero no.
Y lo segundo más fácil sería apuntar esa causalidad a las cualidades y valores cinematográficos de la película: sí, pero sí.

Breve Encuentro es genial. Es una película a la que no le falta nada. Ni una fotografía estudiadísima que casi te permite sentir en tu cara el humo de los trenes llegando a la estación de Milford Junction, ni unos actores protagonistas que se salen, ni el buen hacer de un director magistral que la firma, ni una banda sonora apropiadísima que la refuerza, ni una estructura de narración que la cuadra, ni un par de toques cómicos que relajan su trama, ni nada de nada.
Dirigida y escrita por el brillante David Lean a partir de una novela de Noel Coward, Breve Encuentro es una historia de adulterio protagonizada por una mujer de clase media-alta felizmente casada y con dos hijos, en la Inglaterra urbana de los años 40.
Fue producida en plena II Guerra Mundial y de hecho aunque inicialmente su rodaje se había previsto en el sur para disponer de mayor potencia lumínica del sol, debido a los bombardeos alemanes sobre el sur de Inglaterra y los puertos galeses, así como a las restricciones de luz impuestas por ese motivo, finalmente Lean tuvo que llevarse el rodaje principal a Lancashire, mucho más al norte.
El argumento del adulterio no es que se distinga por su originalidad, de hecho esta temática ha sido tratada muchas veces en el cine (aunque en 1945 cuando fue dirigida no tanto), lo que realmente dota de personalidad a esta obra es la manera de desarrollar y presentar cinematográficamente la historia: técnicamente impecable, estilísticamente sugerente, sensorialmente creíble y fílmicamente redonda.

Y esta redondez parte de su misma concepción estructural. Sí, quizá lo primero que haya que destacar de Breve Encuentro es el recurso de narración fílmica que utiliza el director.
Salvo los diez minutos iniciales y pequeños instantes durante y al final de la película (además de la escena del piso del amigo de Alec que resulta algo ilógica en consonancia con el resto de la película) el filme es narrado en flashback por la protagonista: Laura Jesson (interpretada por Celia Johnson).
De esta manera, la película abre con una escena inicial en la cafetería de la estación de ferrocarril de Milford Junction en la que conocemos a la pareja protagonista (Laura Jesson y Alec Harvey) que están sentados en una mesa cuando son interrumpidos por la ruidosa aparición de Dolly Messiter, la típica cotilla a la que le encanta saber todo de todo el mundo y que es una conocida y vecina de Laura. Los pocos instantes en que los tres (Laura, Alec y Dolly) comparten escena antes de despedirse para tomar el tren son suficientes para comprobar lo estridente e insoportable del carácter chismoso de Dolly. Algo que aún queda más patente cuando después, Laura (que se ha mareado tras unos segundos en los que no aparece en escena) tiene que hacer el trayecto de regreso a su casa con la tal Dolly.
Es entonces en el vagón cuando ante la insoportable charla chismosa a la que le condena la cotilla vecina la protagonista empieza a pensar en voz alta y con la vista perdida acerca de lo que ha vivido en las últimas semanas.
Cuando llega a casa y tras ejercer de madre juiciosa con sus hijos se derrumba en un sillón y se pone a coser mientras su marido (Fred) termina de hacer un crucigrama. Por casualidad, el marido le pide ayuda para resolver una casilla de 7 letras que no le sale del pasatiempo y Laura parece conocer la respuesta: romance, creo, le responde; muy metafóricamente el marido asiente y dice que sí que probablemente es romance porque le casa "con delirio y con Baluchistán" (o sea romance casa con una locura y con lo que es un lugar exótico). Ante ese fortuito encuentro por boca de su marido de las palabras delirio y romance, Laura continua con los pensamientos que había empezado a tener en el tren.
Inicia entonces el recuerdo de toda la historia con Alec, de la historia de la película, como si se la estuviera contando a su marido:

Fred me gustaría contarte tantas cosas. Eres el único ser en el mundo capaz de entenderme y escucharme con cariño si fuera la historia de otra y no la mía. Eres el único a quién no podré nunca contársela.

Por tanto, como realmente no puede contársela a su marido nos cuenta la historia a nosotros, aunque a nivel formal se dirija a él.
Y como es una historia, la comienza por el principio:

Yo soy una esposa feliz, o lo era hasta hace unas semanas.

Sí, la tónica de siempre en toda coyuntura humana. El hombre es así, no importa lo objetivamente buena o mala que sea la situación vital que podamos tener en algún momento, siempre que ésta esté equilibrada, que la veamos como equilibrada o que la sintamos como equilibrada, será una situación que nos proporcionará felicidad y satisfacción. Sólo en el momento en que algún elemento nuevo se añada a la situación primigenia, el equilibrio se romperá, y consecuentemente también la felicidad se verá tocada. Ese elemento puede ser una ambición de algo que no se tiene, de algo que no se puede alcanzar o quizá algo que se ha alcanzado/obtenido, pero que no casa o entra en contradicción con los elementos preexistentes de la situación de equilibrio anterior. Para recuperar la felicidad entonces el problema que se plantea es alcanzar un nuevo equilibrio, bien obteniendo aquel elemento que se ambiciona y que no se tiene, o bien encontrando la manera de compaginar lo recientemente alcanzado con lo anterior. Cuando no se alcanza lo que se anhela o cuando lo nuevo no se puede compaginar con lo anterior teniéndose entonces que optar necesariamente y de manera excluyente por una de las dos opciones (rechazar lo nuevo y quedarse con lo anterior o asumir el nuevo elemento y renunciar a los de la situación primigenia) surge el lío y la situación de infelicidad puede llegar incluso a hacerse crónica, ya que como cantaba Queen: I/we want it all y naturalmente, I/we want it now).
El caso es que Laura era una mujer feliz, casada con un marido que en todo momento aparece como un esposo afectuoso y atento, con unos hijos sanos, una posición socioeconómica acomodada y una rutina asumible que se completa con un viaje semanal a Milford (el centro urbano de la comarca a la que pertenece Ketchworth, el vecindario donde vive Laura) todos los jueves para ir de compras y al cine; vamos una vida feliz, una vida equilibrada... hasta que el equilibrio se rompe de la manera más tonta posible.
Lo hace con un encuentro fortuito un jueves en la cafetería de la estación de Milford Junction cuando al paso de un tren a Laura le entra una arenilla en un ojo y un desconocido llamado Alec Harvey (Trevor Howard) que afirma ser médico se ofrece a ayudarla consiguiendo efectivamente extraer la mencionada arenilla. Laura le da las gracias y se despide de él (sin más).
Pero por otra casualidad los dos protagonistas se vuelven a encontrar en la calle a la semana siguiente y posteriormente otra vez en un restaurante en una de cuyas mesas Laura espera su consumición. Al no encontrar mesa libre, Alec se acerca a la de Laura preguntándole si está sola, y en tal caso, si le molesta que se siente con ella, a lo que Laura accede amablemente. Conversan durante la comida y tras la típica discusión sobre quién paga la cuenta, Alec le pide permiso para acompañarla al cine.
Tras la película, caminan juntos hacia la estación de Milford Junction para coger sus respectivos trenes y volver a casa, pero antes tienen tiempo de tomarse un té y emprender un conversación estúpida y muy evidenciadora demasiado (quizá sea el único momento en el que la película no es creíble) sobre las enfermedades pulmonares. Durante esos instantes es casi perfectamente perceptible el brillo en los ojos tanto de Laura como de Alec, de manera que cuando llega la despedida Alec le pregunta si volverá a verla el próximo jueves a la misma hora, ella contesta con evasivas y posteriormente sigue titubeando ante los obsesivos y repetidos "por favor" de él, apremiándole por contra para que se vaya a su andén a coger el tren que está a punto de salir; ante esto Alec parece desistir y se despide, pero Laura entonces con un conseguidísimo efecto facial dramático le devuelve la despedida culminándola con un sorpresivo allí estaré.

Y allí estuvo. A partir de entonces la cadencia de encuentros entre los dos protagonistas será regular cada jueves y cada uno de ellos ira profundizando una conexión sentimental de la que sobre todo somos partícipes los espectadores (más allá de las geniales interpretaciones de los actores) por la proyección psicológica hacia el espectador de los pensamientos de Laura que la estructura de narración cinematográfica permite hacer en Breve Encuentro hasta el mismo momento del desenlace del filme.

En todos esos encuentros queda bien patente el que es uno de los auténticos puntos fuertes de la película: la magistral presentación fílmica de unos hechos y de unas situaciones perfectamente creíbles que, además, pueden incluso resultar muy familiares.
Sí, son varias las escenas que no por comunes (o precisamente por ello) resultan menos creíbles, simpáticas o cercanas.
Así, cuando en el principio de la película Laura soporta el parlanchineo de Dolly Messiter en el vagón del tren que las lleva a Ketchworth me viene a la cabeza un momento parecido que me contó Víctor respecto a una conversación que le toco sufrir sobre el sistema viario andaluz en el trayecto de un viaje furtivo a Málaga, y ante la que adoptó la misma estratagema que la protagonista.
También me resultan muy cercanos los absurdos pensamientos que le vienen a uno a la cabeza cuando está embargado por un justificado o injustificado sentimiento de culpa o de miedo: todas esas promesas mentales que uno se hace a sí mismo acerca de no volver a hacer algo o de no volver a estar con alguien sabiendo que no se va a ser capaz de cumplirlas (antes de llegar a Ketchworth había decidido firmemente que no volvería a ver a Alec nunca más que dice Laura en un momento de la película); la estupidez de achacar la causalidad de algún evento negativo a la actuación que genera el sentimiento de culpa, cuando objetivamente no tienen nada que ver (como cuando tras el primer encuentro con Alec Laura regresa a casa y se entera de que su hijo está herido tras haber sido atropellado por un coche sintiéndose tontamente culpable de ello); todas esas exteriorizaciones de la intranquilidad interior creyéndote observado por todo el mundo o acelerando el paso por la calle como si alguien te estuviera persiguiendo.

De igual modo me parecen muy (demasiado) cercanas y familiares los ejemplos que tiene la película sobre las absurdeces que se pueden llegar a decir cuando uno se siente nervioso o culpable y trata patéticamente de encubrir algo. Como cuando intentando ocultar uno de sus encuentros con Alec, Laura es preguntada por su marido sobre si ha ido sola al cine y comete la imprudencia de contestar incoherentemente diciendo:

-- Sí............Bueno,no exáctamente.
-- ¿Qué significa no exactamente?


Teniendo que inventarse para salir del atolladero en el que tontamente se ha metido la mentira de que fue al cine sola, pero se encontró allí con una vieja amiga.
El marido obviamente la cree (¿por qué no habría de hacerlo?) y sale de la habitación; en ese momento Laura se abalanza como una posesa sobre el teléfono y llama corriendo a esa vieja amiga (con la que lógicamente nunca se encontró en el cine) y contando a ésta última otra mentira se asegura que su esposo no va a descubrir el primer embuste en un hipotético encuentro entre ésta última y el marido. La naturalidad con la que Laura se procura la coartada necesaria llamando a esta amiga me parece envidiable, me encantaría saber y poder mentir con esa tranquilidad y efectividad.
Durante la película Laura vuelve a desplegar esa misma naturalidad a la hora del disimulo y la mentira en otros momentos: cuando se encuentra con unas conocidas en un restaurante al que acude con Alec y también cuando tras salir del piso de Stephen llama a su casa, confesando después de colgar el teléfono:

Mentir es terrible, y más cuando sabes que te creen a ojos cerrados, es tan fácil y tan degradante (nunca he tenido ese sentimiento sobre la facilidad de la mentira, es lo que tiene no saber mentir convicentemente).

Esta llamada se produce como digo tras uno de los momentos cumbre de la película: la llegada y huida del piso de Stephen.
Esto es, en uno de sus encuentros de los jueves, Alec y Laura salen a pasear por el campo en el coche que Stephen (un amigo de Alec) le ha prestado, y cuando vuelven a dejar el coche en el garaje, Alec le propone a Laura subir al piso de Stephen del que tiene llave. Alec insiste, pero Laura se resiste; finalmente él renuncia a sus pretensiones y empiezan a andar hacia Milford Junction. Pero a medio camino Alec se lo vuelve a pensar y dice que él quiere volver al piso y le sugiere a Laura que ella haga lo que quiera, pero que él se va. Laura no accede, no le acompaña y sigue sola ruta a la estación, pero en el último momento "lo piensa mejor", sale de la estación apresuradamente y se presenta en el piso de Stephen. Alec le abre la puerta y en uno de los momentos más tontos (pero no por ello menos creíbles) ambos empiezan una absurda conversación sobre la leña (sobre cómo arde, sobre si estaba seca...). Por lo visto Trevor Howard puso muchas pegas a esta escena diciendo que le parecía absurda (de hecho según una cita que encontré una vez djo algo así como que era una "fucking awful scene") y que si tanto uno como otro habían decidido ir al piso de Stephen no era precisamente para empezar una agradable conversación sobre la leña, sino para follar. David Lean (además de argumentar el hecho de que uno de los productores de la película pertenecía a circulos ultraconservadores protestantes) le espetó que no era tan absurda, preguntándole si nunca le había pasado que aún sabiendo una y otra persona a lo que van, cuando una pareja consigue quedarse a solas, durante los breves segundos inciales tras conseguir intimidad les embarga una extraña sensación de ¿vergüenza? que no existía cuando estaban rodeados por público. Sin duda, y es que cuando hay gente el objetivo es quedarse solos, y cuando te quedas a solas necesitas 20 segundos para poner rumbo al nuevo objetivo.
El caso es que por un azar del destino la pareja es interrumpida por la imprevista vuelta a casa temprana de Stephen. Laura sale corriendo calle abajo entre la lluvia y Alec inicia una conversación seca y hasta cierto punto violenta con Stephen.
Este momentoque supone el único "pero" al esquema estructural de la película. Como se ha expuesto, la totalidad del filme nos es contado por Laura, por ello los breves 3 minutos de escena entre Alec y Stephen resultan ilógicos, porque Laura no los presenció ni pudo tener conocimiento expreso de ellos.
Es posible que eso se deba a que al hecho de que por lo visto esta escena fue metida en la película en el último momento, no se encontraba en el plan original. Sea como sea la inclusión de esta escena y del personaje de Stephen tiene a nivel extrafílmico una importancia adicional desde que en una ocasión Billy Wilder (tal y como me contó Germán) afirmó que fue el visionado de Breve Encuentro y en concreto de este personaje de Stephen el que le inspiró para la película El Apartamento. Es algo extraño, puesto que los personajes de una y otra película son bastante diferentes, pero puede que eso se deba al hecho de que el de Wilder es un personaje protagonista y el de Lean sólo uno de reparto con una aparición además especialmente corta.
En cualquier caso la figura de Stephen en Breve Encuentro y las palabras que intercambia con Alec están plenamente justificadas en la trama de la película y refuerza el aire de acecho social (Dolly, Mary Norton...) que sufren los dos protagonistas de la película y que es uno de sus principales valores como testimonio sociocultural de una época.
Decir a nivel personal que las imágenes de Laura caminando por High Street bajo el aguacero y atenazada por el sentimiento de culpabilidad y de humillación (respaldadas además por las deliciosas notas del piano de la banda sonora) me parecen soberbias y además me recuerdan mucho a las de Betsy Blair caminando bajo la lluvia por la logroñesa calle Portales en Calle Mayor.

Celia Johnson en Breve Encuentro

Betsy Blair en Calle Mayor


Y es que hasta cierto punto las dos películas comparten muchos elementos, uno de los más curiosos es la coincidencia en los nombres de las calles por las que caminan bajo la lluvia las protagonistas de las dos películas (High Street y Calle Mayor). Otro punto de ligera concomitancia es la presencia en los dos filmes de la figura del aburrimiento.
El aburrimiento (quizá de una rutina que ya no es asumible para ella; quizá de más cosas como de una moral postvictoriana y represiva -de hecho, en la única escena en la que aparece el dormitorio del matrimonio se ve que los dos cónyuges duermen en camas separadas-) puede ser lo que lleva a Laura a ensimismarse con Alec -como queda totalmente claro en la escena en la que una Laura alegre y "feliz" ve pasar el paisaje desde la ventanilla del vagón de tren-. El aburrimiento. El mismo aburrimiento que sofoca a una juventud arrojada a un país anodino y acaba degenerando en humor cruel en Calle Mayor. De todas maneras, no se puede ser tajante en este tema, ya que por más que esté totalmente desprestigiada en nuestros días, la rutina o la falta de ambiciones pueden ser bastante más éticas (e incluso bastante más efectivas a la hora de proporcionar felicidad) que la inacabable y nazi explotación del carácter ansioso del hombre a través de la obsesiva y miserable marea publicitaria de la sociedad de consumo de masas.

Otro punto a resaltar de la película es su perfectamente identificable nacionalidad. En efecto, no sé si es por una apreciación falsa (y hasta cierto punto basada en estereotipos) derivada del hecho de que jamás haya pisado el Reino Unido, pero realmente Breve Encuentro me parece una película britaniquísima: ese gusto por conversar a la mínima sobre el tiempo que hace o el tiempo que hará o esos toques de humor socarrón, como cuando Dolly se despide de Laura diciéndole que está preocupada por su mareo anterior:

- Te llamaré mañana para ver si te has muerto.
- Te constestaré yo misma.


O cuando a Laura le entra la arenilla en el ojo y la dependienta le dice optimista: un hombre que conozco perdió un ojo por una arenilla; y se queda tan ancha.

Como valores adicionales están las escenas más puramente cómicas que se intercalan rítmicamente con la historia de los protagonistas y relajan la trama. V. gr. las conversaciones entre la orgullosa (por supuesto que los bollos son frescos, hechos de esta mañana; claro que tengo chocolate con nueces...) dependienta de la cafetería y el jefe de estación. Como digo están perfectamente sincronizados con la trama general de la película y contribuyen a que el efecto de la misma sea sumamente armónico.

La banda sonora es acertadísima y esta basada en el concierto para piano número 2 de Rachmaninoff. Conjugando tonos graves y dramáticos así como otros más agudos y alegres, tiene un sabor bárbaro; desde las primeras notas que abren el gámbito de la llegada del tren a Milford Junction, hasta el mismo final cuando aparecen los créditos, pasando desde luego por los toquiteos melódicos que acompañan a Laura cuando corre bajo la lluvia.
La fotografía como es de esperar es excelente, sobresaliendo en los juegos de sombras en las imágenes del paso subterráneo a los andenes de la estación o en las escenas a media luz como la del beso de los protagonistas que no por clásica (y hasta cierto punto hitchcockiana) resulta menos perfecta.

Punto aparte son los actores. Celia Johnson lo borda y un inexperto y elegantísimo Trevor Howard sabe estar a la altura proporcionando una interpretación cargada de gallardía y dramatismo. La elección de ambos como protagonistas del filme por parte de David Lean fue uno de los elementos que hicieron (y hasta cierto punto hacen) de esta película una obra atípica en su tiempo (a pesar de que finalmente resultara un éxito en taquilla y que además recibiera el laudo internacional de la crítica). Así, los dos no formaban una pareja de éxito que era (y es) lo usual en el caso de una película "de amor" (pero bueno es que ésta es de amor y no "de amor"), y además tanto uno como otro (y más que nada sus personajes) no eran precisamente actores jóvenes (a los que era y es usual concederles los papeles destacados), sino ya bien entraditos en la treintena con Trevor Howard v. gr. mostrando unas generosas entradas.
El resto del plantel de actores (con alguna excepción) resultan convincentes en sus papeles de tipos sociales (la cotilla, la orgullosa...) y hacen su pequeña contribución a los méritos del filme.

En definitiva, una película magistral, de una sinceridad deslumbrante cuyo efecto de verosimilitud y familiaridad es obtenido gracias a un excelente derroche de buen hacer fílmico de todo un cineasta con mayúsculas. Además de una historia de amor y no "de amor", Breve Encuentro ofrece una genial representación de lo asfixiante que puede resultar el acecho social en un orden sociocultural que (sobre todo tras los cambios socioeconómicos que trajo consigo la II Guerra Mundial) empezaba a resquebrajarse en aquellos momentos en especial con relación al cambio de rol social de la mujer. Un orden que, pese a todo, aún tardaría mucho en caer (y finalmente sólo lo haría en algunos aspectos, resistiendo otros bastiones del mismo hasta de hecho nuestros días) y que además lo haría de la peor manera posible (desde luego en la única forma permitida en el manual) naufragando en el vacío ético y en el hedonismo más tosco.
Un peliculón que como suele ser común a muchos de ellos, supone una buena muestra de como enseñar un poco de algo es mucho más sugerente que enseñarlo todo; de como un pequeño detalle de segundo y medio puede contener mucho más significado que una escena de 15 minutos.

12 Comments:

Blogger kika... said...

¿Cómo que no crees en el amor? Porque no lo entiendo... Yo sí que creo (aunque es verdad que me decepciono lo menos 4 veces a la semana por este motivo)...
Me gustaría saber qué breve encuentro has tenido...
Muchas gracias por tu comentario. He actualizado mi sección de links y ahora tu descripción te hace justicia.
Besos desde las estrellas (del Zodiaco o de Hollywood)

27 julio, 2006 19:14  
Anonymous Anónimo said...

Casi (el casi como digo por por B/breve E/encuentro) no creo en el amor. Quizá si no se hablara tanto de él me parecería más real y más posible. Pero ya te digo que poseer la cualidad sentimental del amor es algo reservado a muy pocos. Es por eso que el uso indiscriminado de esa palabra resulta hasta cierto punto sacrílego, lo banaliza al intentar falsearlo con lo que son meras actitudes funcional-utilitaristas, u obligaciones sociales comercializadas y radiadas desde todas partes como el logro social bien visto.
Según entiendo yo (y entiendo muy poco) el amor no lo puede ofrecer todo el mundo, y por eso otro tanto tampoco lo puede alcanzar porque depende de la cualidad ética de una especie cada vez más artificilizada. Es por ello que habría que ser muy riguroso con el uso de esa palabra, por más que en el supermercado de Homo Videns lo tengan colocado en un estante, exáctamente entre las ideas de "usar y tirar" que dijo Bourdieu y los parches saciantes superguays.
De todas maneras la realidad ciertamente a veces te sorprende, o eso dicen, o eso creo.
No hay mucho que contar de aquello, el encuentro fue casi en otra vida, pero marcó.
Abrazo bat.

28 julio, 2006 00:25  
Blogger kika... said...

Querido arquero:
¿Seré entonces de las que pueden ofrecer amor? Porque estoy segura de que lo he sentido, en muchas de sus facetas (si bien no en muchos momentos). Es verdad que ahora el amor es a veces un producto perecedero, y que otras veces hay que hacer artículo de fe para saber que existe, pero como creo en muchas cosas (las estrellas, el poder de la mente, las hadas, que otro mundo es posible...), me imagino que también creo en el amor. Puede que sea una ilusa. No lo niego.
Ya sabe usted que vivo en la Luna y, por tanto, las condiciones de ingravidez pueden estar afectando seriamente a mi cerebro.
Cuídese, mi arquero...

29 julio, 2006 09:42  
Blogger Lilith said...

Recuerdo que no me gustó esta película cuando la vi, un día a las tres y media de la tarde (en Localia, o en el canal de Castilla la Mancha, algo así)... y recuerdo que me contaste que te había gustado y me extrañó tanto.
Breves encuentros que cambian la vida... y reunir la fuerza para mirar adelante y olvidarlo todo sin caer en la amargura... todo es más hermoso, aunque sea más triste... mejor, dejémoslo.

07 agosto, 2006 11:48  
Anonymous Anónimo said...

Los breves encuentros se pueden revivir a partir de otros breves encuentros, aunque también es verdad que grandes silencios son capaces de viciarlos para siempre. Un breve encuentro puede ser la síntesis perfecta de la alegría y también de la tristeza.
Dejémoslo, pero no muy lejos, el encuentro es posible.

09 agosto, 2006 22:13  
Anonymous Anónimo said...

Ni aunque te pasaras el resto de la vida describiendo que es el amor, no creo que lo lograras completamene (ni si quiera tú con tu facilidad de palabra)ya que no existen palabras que puedan definirlo y sí los sentimientos y emociones que te embargan cuando te da de lleno: siempre ha existido, existe y seguirá existiendo...

Uapero J, ¿estaré enamorado?

14 agosto, 2006 10:10  
Anonymous Anónimo said...

La persona capaz de recibir o dar amor debería ser capaz de poder describirlo.
Ojala que tengas razon y el amor exista y siga existiendo. Te lo digo de todo corazón.
Un fuerte abrazo.

15 agosto, 2006 23:34  
Blogger Lilith said...

El amor es un hermoso sentimiento capaz de ocasionar grandes desgracias.

22 agosto, 2006 09:06  
Blogger kika... said...

Arquero mío...
¿Qué tal todo? A ver si hablamos...

08 septiembre, 2006 12:41  
Blogger kika... said...

Querido arquero:
Como verá, ya he puesto en práctica sus sabios consejos "bloguísticos". Se los agradezco mucho, estoy empezando con esto del HTML pero ya sabe que siempre tengo ganas de mejorar.
Siempre suya,
La rubia peligrosa de la política internacional.

13 septiembre, 2006 18:28  
Anonymous Anónimo said...

Ya comprobé que habías puesto en práctica lo poquito que aprendí de documentación perfeccionando el espacio mágico, que aunque tengo un poco abandonado la saetera que apunta a él, no dejo nunca de degustar su contenido.
Un fuerte abrazo rubia explosiva a lo Kill Bill.

21 septiembre, 2006 23:38  
Blogger kika... said...

Querido arquero:
Por mucho que intento hacer algún esbozo literario, tus comentarios siempre me recuerdan que lo tuyo sí que es literatura y lo mío, costumbrismo... como mucho.
Gracias, gracias, gracias por ese instante de belleza. Hablamos.

11 octubre, 2006 21:50  

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