27 de enero de 2008

¿Reanudar?

En sentido estricto, reanudar supone retomar algo que se inició en el tiempo y que se interrumpió posteriormente en un momento dado dejando el elemento en cuestión incompleto, sin un final.
En algunas ocasiones una interrupción de algo se puede discriminar claramente como tal porque el elemento que se pretende reanudar tiene un punto final perfectamente identificable (una línea de meta, una fecha límite, etc.) que no se ha alcanzado.
En otras el elemento iniciado no tiene un punto final nítido, prefijado y cognoscible, sin embargo, es igualmente consignable como algo interrumpido gracias a una suerte de argumento ex silentio: algo está interrumpido cuando no está acabado, por tanto, si algo no tiene final es que está interrumpido.
Siguiendo esa misma cadena silogística podría afirmarse que si algo que no tiene final es que está interrumpido, consecuentemente, si algo está interrumpido es que es susceptible de reanudarse para alcanzar un final o poder ser dotado de uno. Pero esta cadena falla.

Las interrupciones pueden responder a muy diversas causas, pero fundamentalmente (y en lo que a su valoración diacrónica se refiere) pueden resultar de la voluntad del sujeto en cuestión, por un lado, y fruto de elementos exteriores al mismo, por otro.
Con relación a la primera tipología, se puede decir que la voluntad del sujeto puede, en razón de operatividad, de disponibilidad, de preferencia o de pereza, decidir dejar en suspenso el elemento iniciado, con la intención explícita, implícita o nula de reanudarlo más adelante. Son interrupciones éstas que no por imprevisibles, resultan menos corrientes; pero que, en cualquier caso, son ejemplos de una modalidad que plantea poco aparato mecánico en términos éticos.
Sí suelen tener una cantidad mucho más elevada de dicho aparato sin embargo aquellas interrupciones que se ocasionan porque puedan existir de manera ajena al sujeto obstáculos que sean responsables últimos en la demora en la reanudación del elemento en cuestión.
En algunos casos estos obstáculos (físicos o metafísicos) sólo tienen verdadera consistencia y potencial obstruccionista durante un periodo variable de tiempo terminado el cual desaparecen y permiten la reanudación del elemento dejado en stand-by.
Es por ello que, en lo que a efectos a largo plazo se refiere, este tipo de interrupciones motivadas por obstáculos temporales pueden equipararse a las motivadas por la voluntad del sujeto. Tienen vocación pasajera.

Mucho más problemáticas son las situaciones en las que los obstáculos que ocasionan una interrupción son de tal calibre y magnitud (y así se muestran) que impiden para siempre la posibilidad de reanudación. En esa posibilidad, el elemento queda interrumpido eternamente. No está acabado porque no tiene un final, pero la evidencia de la consistencia y de la capacidad obstaculizadora de los posibles obstáculos es tal que hace que sea perfectamente ostensible, visualizable y entendible que el elemento iniciado no va a poder reanudarse ni finalizarse nunca.
Es precisamente este hecho el que suele motivar una (sólo una) de las diferentes fuentes de la que suele beber la frustración humana, y lo hace en una tríada de razones:
primero porque son interrupciones que no proceden de la voluntad del sujeto, sino por causas exteriores a él (los obstáculos);
segundo porque constituyen una negación de la natural (aunque quizá cada vez menos corriente) reacción humana a acabar lo que se empieza;
y tercero (y principal) porque todo elemento interrumpido del que se sabe que no va a ser reanudado nunca tiene la posibilidad nostálgica de poder ser concebido como un "algo" que pudo ser y que no fue; un "algo" para el que se tenía en mente un posible final o un posible desarollo que no ha sido posible alcanzar y/o aplicar.
Además, la frustración se evidencia adicionalmente por la propia existencia del hecho interrumpido, ya que a pesar de que se pueda intentar obviar, ignorar u olvidar, el elemento interrumpido en general no desaparece, queda ahí, ya sea en forma de recuerdo, ya en forma de vestigios físicos de algo inacabado.

De todas maneras, lo más habitual es encontrarse con una interrupción del primer tipo, una correspondiente a un elemento iniciado en un pasado y susceptible de ser reanudado; una que, bien por voluntad del sujeto bien por algún obstáculo de existencia efímera, es revocable en el tiempo; una que permite el continuum entre la parte pre-interrupción y la parte post-interrupción, una a partir de la cual es posible reestablecer una linealidad contingente sólo contestada por una cicatriz de amplitud variable frecuentemente relacionada con la envergadura del obstáculo que trancó al elemento iniciado, o con la longitud del periodo de tiempo de interrupción.
En este último tema suele encontrarse precisamente un problema, ya que, a pesar de que quien reanuda algo suele tener la ambiciosa e ilusa intención de que esa cicatriz mencionada sea, por un lado, casi imperceptible y que no implique, por otro, diferencias entre las partes pre y post-interrupción, pocas veces eso realmente sucede.
Hay realmente ocasiones en que dejas algo a medio hacer y al reanudarlo tiempo después, bien porque el elemento iniciado ha sido resguardado de manera total y ha sido conservado de manera intacta desde el momento en que fue interrumpido, bien por tener dicho elemento un plan, una guía de acción y un punto final prefijado de manera nitida y clara desde el principio, la continuación satisface esa mencionada pretensión humana de reanudación en sentido estricto (desde el punto exacto donde se dejó y sin diferencias entre las partes pre y post), de manera que la interrupción habida en el elemento es casi inidentificable en el elemento reanudado.
Del mismo modo, también hay ocasiones en la que vuelves a mantener una larga conversación con alguien con quien apenas habías hablado en dos años y tres meses y parece que esos 25 meses no han pasado en absoluto; cuelgas el teléfono y te dan ganas de ir calle Madrid arriba a toparte con la Cibelina o C-4 rumbo norte a esquivar manteros en la glorieta de Carlos V.

Pero como digo, no es lo habitual. Con una altísima frecuencia, en cambio, en las dos partes mencionadas (pre y post) se pueden encontrar diferencias en cuanto a esquema, dirección, sentido y características ontogénicas (distinciones éstas que hunden sus raíces precisamente en el momento de interrupción) que las hagan muy diferentes entre sí (o no).
Ello es así porque realmente y, a efectos humanos, la pretensión de intentar reanudar algo (sin importar el tiempo transcurrido desde la interrupción) en el preciso y exacto punto en el que se abandonó (logrando además que las dos partes no presenten diferencias de calado fruto de la interrupción) puede y debe ser catalogada como una manifestación de elevado ombliguismo antropocéntrico.
Indudablamente el sujeto que inicia algo no es el mismo que el que lo retoma (del mismo modo que quien ve una película con 17 años y la vuelve a ver con 27 no la misma persona, o que quien visita una ciudad con 18 y la vuelve a recorrer con 26 no es tampoco el mismo transeúnte), es por ello que cabe esperar que si tanto la parte pre como la post son obra de sujetos diferentes esa diversidad también se manifieste en la parte iniciada y la parte continuada haciendo distinguible una de la otra.
Así mismo, el objeto iniciado, a pesar de no haberse tocado durante el tiempo de interrupción ni haber recibido flechazo alguno, puede haber cambiado en cuanto al signficado que tenía, puede ya no responder a la función primigenia con la que naciera, o directamente puede haber pasado a ser concebido como otra cosa; en tal sentido, una y otra parte tienen muchaes probabilidades de evidenciar ese cambio de funcionalidad, significado, sentido y dirección presentando caracteres diferentes.
Sin embargo, no conviene obcecarse, el deseo de linealidad absoluta sin cesuras ni cicatrices ciertamente puede ser, además de una quimera, un subproducto de necio orgullo, ya que en una historia, en una carrera, en una búsqueda o en un torneo de tiro siempre será más difícil conseguir un robin con una diana vacía que con una con aspecto de acerico.