19 de marzo de 2006

Era "algo" sobre "algo".

Semanas atrás estuvieron echando un ciclo de Hitchcock en la ETB2. Procuré no perdérmelo, ya que además de que me encanta este director, tengo un libro (un regalo acertadísimo) sobre sus películas.
Cuando fui obsequiado con él y tras reponerme de la sorpresa (no me gustan mucho los regalos -ni las ocasiones que dan lugar a ellos-, tampoco los espero) me propuse esperar a ver todas (o al menos un número razonablemente elevado de ellas) las películas de Hitchcock (de momento he visto 15) antes de leerlo; conjurando así el riesgo de que la lectura del libro me desvelase finales y cosas por el estilo. Pero no he podido contenerme, así que lo que he hecho es que cada vez que veo una nueva película de Hitchcock me voy al índice onomástico y según las páginas que aparecen señaladas para cada película, voy picoteando el libro leyendo un poco de aquí y un poco de allá, siempre con sumo cuidado y sólo y exclusivamente los párrafos que se refieren a la nueva película vista. Aún así, todavía me queda bastante por leer.
Además, este ciclo ha sido la continuación perfecta del que echaron en Telemadrid en agosto y septiembre pasados, y, obviamente, me ha traído recuerdos de las vísperas de la deblace final - larvada desde abril- por allí y que, por mera casualidad (o no), empezó justamente una mañana con un terrorífico despertar de una cadena nocturna de viejas y nuevas pesadillas, tras una de aquellas deliciosas noches de domingo en la 348, a resguardo ilusorio de su respectiva de aquellas tardes por la capi jugando a tener 18 (o quizá 24) irresponsables años.
De ese ciclo de domingos de verano hubo una película en concreto que me encantó y que no había visto nunca: La Soga (Rope, 1948).

Pocas veces la había oído nombrar (para los "entendidos", por lo visto, es una obra menor), de hecho, sólo había escuchado menciones a ella cuando se hablaba del plano secuencia. Sí, porque La Soga es, en principio, sólo un experimento (de ésos que los directores de vez en cuando gustan de hacer) acerca de la posibilidad de rodar una película en la que tiempo fílmico y tiempo real coincidieran, un plano único sin cortes, el plano secuencia. Hitchcock no consiguió realmente alcanzar este objetivo con La Soga, ya que ante la imposibilidad de rodar una película en una sola secuencia debido a la limitación de la duración de los rollos de película, lo que realizó fueron tres o cuatro planos secuencia de narración contigua. Con ellos, y mediante su sucesiva unión a través de un fundido a negro (disimulado aprovechando el paso de la cámara detrás de algún objeto o de la espalda de alguno de los personajes), se da la impresión de que es verdaderamente un único plano secuencia.
Sin embargo, La Soga es mucho más que un interesante experimento cinematográfico; la película que se sustenta en este ejercicio fílmico, y que resulta de él, es buenísima.

Para empezar, hay que señalar que, además de (o precisamente por) su concepción experimental, es una película de estructura atípica. Empieza por el final.
En una gran parte de las películas de Hitchcock estamos esperando a que se produzca el crimen para ponernos a intentar descubrir quién es el asesino; en ésta no tenemos que esperar nada. El crimen se produce en el primer minuto del filme y con los asesinos a cara descubierta. La película es el relato, no del crimen, ni de la búsqueda de sus responsables, sino del descubrimiento como tal del hecho por parte de los personajes (que no por nosotros) a modo de gigantesco y holístico macguffin. Este planteamiento de reversión de la estructura tradicional queda subrayado además en los créditos de apertura. Éstos, recorren la pantalla de manera vertical subiendo de abajo a arriba, como acostumbran a hacerlo en los finales de película.

El comienzo propiamente del filme es muy bueno y muy hitchcockiano, supone además la única toma exterior de la película. Así, la cámara (apostada en una terraza y respaldada por un trozo de banda sonora de notas alegres y especial inocencia) enfoca una tarde soleada en una calle de Nueva York. A los pocos segundos se retrae sobre sí misma y enfoca a la ventana de la terraza, el tema de la banda sonora cambia a una melodía más siniestra y se oye un grito. Acto seguido la cámara atraviesa el cristal para penetrar en un apartamento (del que ya no volverá a salir en toda la película) y filma el crimen.
Se trata del asesinato de un joven universatario (David Kentley) de la alta burguesía neoyorquina que es llevado a cabo por dos de sus compañeros de estudios (Phillip y Brandon). Éstos, según se desgrana a continuación, deciden acabar con la vida de David estrangulándolo con un trozo de cuerda por el mero hecho de considerarse superiores intelectuales. Es un razonamiento retorcido en el que se mezcla la consideración como desafio de carácter sublime del alto nivel de dificultad que entraña un crimen perfecto, con la necesidad de que, precisamente por esa consideración, este hecho "sublime" sea llevado a cabo por seres superiores (lo que además les libraría de cualquier problema ético, porque para estos seres, al ser superiores, no serían válidos los conceptos de bien y mal).

La pareja de asesinos lleva a cabo de manera conjunta el crimen, pero hay una gran diferencia entre ambos. Uno (Brandon, el actor John Dall) es el que lleva la voz cantante y la iniciativa, el que no vacila casi en ningún momento, el que ha ideado el crimen y el que, además, siente la irresistible necesidad de aumentar su ego y macabro placer de "superioridad" arriesgando el descubrimiento del crimen a través de diversos hechos gratuitos. El más descarado de todos ellos es colocar el cadáver de David en un arcón y utilizar este mueble como mesa sobre la que disponer la comida de una fiesta a la que ha invitado a la novia de David, al padre de éste y a otras personas (es por ello que en Iberoamérica esta película se estrenó como El Festín Diabólico). Además de esto, a lo largo de la película se ofrecen más muestras de la pérfida maldad de Brandon que parece sentir una pasión predilecta por jugar con las personas a las que él considera inferiores poniéndolas en situaciones comprometidas.
El otro asesino, Phillip (Farley Granger, el tenista de Extraños en un Tren), muestra desde el principio bastante temor a ser descubierto (temor que Brandon considera inicialmente que se debe a la penumbra de la escena del crimen, lo que intenta remediar descorriendo las cortinas, y es que como afirma mientras lo hace nadie se siente seguro en la oscuridad). Es también Phillip el que, aunque no estrictamente arrepentimiento, sí que parece exhibir unas ideas más dubitativas acerca de la corrección y, sobre todo, perfección del crímen que han cometido.

De hecho, existe tal diferencia entre uno y otro que Brandon tiene que reprimir en varias ocasiones el nerviosismo y poca entereza de Phillip para evitar que éste se venga abajo y terminen descubriéndolos. Es más, Brandon demuestra un gran ascendiente y control sobre su socio en el crimen (una superioridad que Phillip admite de manera concreta llegando a manifestar su inferioridad de talla emocional a la de Brandon).
La relación que tienen es bastante curiosa, una mixión entre una siniestra admiración de Phillip por Brandon y el deseo de no defraudarlo haciendo lo que éste último quiere y espera de él; y una especie de preocupación (de estilo casi epistemológicamente filial) de Brandon por Phillip.
Recuerdo que en la crítica de la película que traía el diario cuando la echaron en Telemadrid señalaba a los asesinos como una pareja homosexual. No dí mucha carta de naturaleza a tal afirmación y lo atribuí a los efectos de la inacabable moda ésta de "lo gay" (compañera de la no menos cansina y cargante moda de "lo brasileño"). El hecho de que el libro que tengo también apunte a lo mismo me ha hecho considerarlo un poco más. En él el autor (Peter Conrad) defiende el paralelismo metafórico que lleva a considerar el asesinato de David como la culminación de una suerte de encuentro sexual. Así, apunta a la posibilidad de entender el grito exhalador de David como un alarido evidenciador del alcance de un clímax de placer; señala también el carácter poscoital del cigarrillo que enciende Brandon apenas han culminado el crimen, así como los trozos de posible doble sentido en la conversación posterior que mantienen los asesinos (quedémonos así un momento; ya no somos niños; la pena es que no hayamos podido hacerlo con las cortinas abiertas, sin embargo hemos conseguido hacerlo de día; cuando el cuerpo se relajó y supe que lo habíamos conseguido sentí una intensa emoción, ¿tú que sentíste?). De todas maneras, aunque los argumentos son ciertamente sugerentes y tal condición de los asesinos podría ser admisible (y de hecho la dualidad de caracteres que presentan sería explicable entonces en un -no menos estereotipado por otra parte- modelo de relación gay de activo y pasivo) no creo que haya motivos suficientes en la película para darlo por sentado (es más, y aunque eso no quiere decir nada, en la película se dice de manera taxativa que Janet y Brandon fueron pareja).

Destacadamente (pero perfectamente lógico con el discurso pseudomoral que se ofrece en la película) la entereza de Brandon sólo parece tambalearse cuando se presenta en la fiesta Rupert Cadell, el antiguo profesor de filosofía de los asesinos y del asesinado. Un hombre de gran inteligencia y sagacidad, partidario de las teorías nietzscheanas y de quien los jóvenes asesinos dicen haber sacado la iniciativa/justificación (acerca sobre todo de ideas como la no aplicación de los conceptos morales del bien y del mal o de la justicia a los seres superiores) para el asesinato de David. Brandon llega a decir que pensó en invitar a Rupert a sumarse a la comisión del asesinato; hasta ese punto considera también "superior" a su antiguo profesor.
De hecho, el referir a este antiguo preceptor como su maestro intelectual es lo que realmente explica que Brandon se sienta nervioso (prácticamente la única vez en toda la película) cuando se encuentra con él, quizá porque teme que el crimen "perfecto" no lo sea tanto a ojos de su antiguo mentor (que según el mismo razonamiento que utiliza para justificar su crimen, quizá sería "superior" intelectualmente a él).

Durante la película vemos cómo la intranquilidad crece entre los asistentes por la no aparición de David (que estaba también invitado a la fiesta, a la que desde luego asiste, como cadáver), siendo el terreno perfecto para unos cuantos juegos fílmicos de señuelo, como la confusión, a causa de la mala vista de la Sra. Atwater, sobre la identidad del, también rubio, Kenneth, a quien ésta erróneamente cree David.

Las interpretaciones de todos los personajes (los 8) están muy conseguidas. James Stewart y John Dall lo hacen excelentemente y, más o menos, también Farley Granger. Los demás cumplen asimismo su papel con corrección.
A un plano diferente, decir que me encanta esta película de un modo especial por un trozo simpatiquísimo del guíón (en el que, además, recuerdo perfectamente que también se fijó Irene cuando al día siguiente -lunes- comentamos la película), de ésos que no tienen relación con la trama principal de la película, pero que se recuerdan de manera autónoma y le dan originalidad a la misma. Es de una comicidad sencillísima, pero genial.
Esto es, la novia de David (Janet) y la cuñada del padre de David (la Señora Atwater) conversan, a propósito de una película que han ido a ver, acerca de los actores predilectos de cada una. Rupert está en medio de la conversación poniendo cara de circunstancia, y finalmente metiéndose en ella.

Janet) Yo me quedo con Cary Grant.

Señora Atwater) Yo también, es todo un capricornio, colosal, divino. Es tan mmh...

Janet) Sí.

Señora Atwater) Estaba magnífico en aquella película con Ingrid Bergman. No recuerdo como se llamaba. Era "algo" sobre "algo". No, ésa era otra. Ésta se llamaba simplemente "algo". ¿la recuerda?, Brandon. ¿la recuerdan?

Rupert) La tengo en la punta de la lengua.

Janet) Yo también. Era "algo" parecido a "algo" y estaba adorable, mmh... Ingrid Bergman.

Sra. Atwater) Su signo es el de virgo, como todas ésas. Ya me comprenden.

Janet) Es realmente encantadora.

Rupert) Pues yo fui una vez al cine. Ví una película de Mary Pickford.

Sra. Atwater) Ah, a mí me encanta Mary Pickford. ¿A usted no le gusta?

Rupert) Toda una virgo, como ésas, ya me entiende.

Sra. Atwater) ¿En qué película la vio?

Rupert) No recuerdo muy bien. En "algo" sobre "algo", o tal vez era simplemente "algo", no lo sé, algo semejante.

Janet) Me parece que nos toma el pelo.

Rupert) ¿Usted cree?


El guión en general es, como casi siempre en Hitchcock, excelente. Lleno de ironías y humor negro. Entre los múltiples trozos a destacar está el (inocente y hasta cierto punto fácil, pero no por ello menos bueno) de cuando la asistenta, al ver que los dos jóvenes han quitado los platos y los candelabros de la mesa que ella había preparado para colocarlos sobre el arcón (en el que está el cadáver, aunque ella desde luego desconoce ese dato), exclama:

- Me parece que esto es un crimen.
- ¿Un crimen? (pregunta Brandon sorprendido)
- Claro. Sobre todo los candelabros. Están fuera de lugar.

Artísticamente, cada escena está muy bien construida, con composiciones equilibradas y estudiadas dignas de un lienzo (como la escena final).
Durante toda la película la cámara tiembla, punto explicable por el hecho de que en un espacio tan reducido y, contando con la pretensión del plano secuencia, probablemente habría sido arriesgado intentar travellings; en cualquier caso, esto le da un toque también muy apropiado al filme. De hecho, con esa característica la cámara se acerca a los personajes o a partes de su cuerpo de una manera elegantísima.
Sobresalen algunas tomas angulares (como aquellas en las que se ve la cocina a través de la puerta semigiratoria tipo oeste).
La fotografía es adecuada, y observamos perfectamente durante la escasa hora y media de película como cambia la iluminación a través del ventanal del apartamento, permitiéndonos ver las alteraciones de la tonalidad del cielo sobre el skyline de Nueva York en el espacio temporal de la película: a última hora de la tarde y cuando ya ha anochecido. Como instrumento de refuerzo están los efectos de la luz verdosa y rojiza intermitente (que recuerdan -o mejor dicho, anticipan- a otros utilizados en Vértigo y en Psicosis) del anuncio publicitario luminoso del edificio de al lado y que bombardean lumínicamente el apartamento en la última parte del filme y que metafóricamente pueden relacionarse con las que usan los coches de policía.

Respecto a la propia temática de la película, cabe decir que ésta adquiere más valor al atender a su condición de filme del año 1948. Así, las ideas de superioridad e inferioridad de determinados hombres sobre otros que, en principio, están sacadas de la teoría nitzscheana del superhombre y que aparecen tratadas en la película, lo están a menos de tres años de la muerte de Hitler y la liberación de Alemania del nazismo.

Recuerdo que cuando en COU me topé con Nietzsche sus ideas me interesaron mucho y también su vida (recuerdo perfectamente que indagando en ella descubrí sorprendido que murió -a las puertas del siglo XX- bajo el diagnóstico "médico" de reblandecimento cerebral -!!!-) pero nunca (al margen de elementos concretos) llegué a conseguir entender sus ideas como articulantes de un único sistema coherente de pensamiento (demasiadas contradicciones, incluso para mí). Ello no obsta para que sea posible considerar el duelo teórico que entablan Brandon y Rupert en la película, quizá como una suerte de representación de la diferencia entre las que serían las primigenias ideas de Nietzsche acerca del superhombre (para mí, desde luego, nunca muy claras) y la visión particular que la ideología nazi hizo de ellas.
Así, Rupert sería un trasunto (más o menos acertado) del filósofo aleman (incluso la ambigüedad con la que responde al padre de David refuerza esta interpretación) desplegando y teorizando unas ideas que, inicialmente, no parecen tener potencialidad asesina de carácter directo. En cambio, Brandon representaría una puesta en práctica de esas ideas (como pudo hacerlo el nazismo) primigenias en un sentido quizá no compartido (desde luego no por Rupert), ni visto, por su autor original.

En definitiva, quizá lo más acertado que puede decirse de este filme es que sencillamente constituye una pequeña (77 minutos sólo) genialidad de un genio.

10 de marzo de 2006

Kelifinder: de idiotas estamos más guapos.

Los primeros meses del gobierno ZP, y más allá de la paralización del trasvase y la vuelta de las tropas de Irak, fueron un completo rosario de desmentidos, equivocaciones, rectificaciones y payasadas varias. Algo explicable (y hasta cierto punto disculpable), sin duda, por el hecho de ser sus primeros meses de gobierno (hay que recordar que el PP en el 96 también tuvo su lista particular de errores y ridiculeces: lengua catalana en la intimidad, aquellos trallazos ultramontanos de José Barea, las varias de Miguel Ángel Rodríguez, etc.) y la máxima de que ciertamente nadie nace enseñado.
Entre todas las salidas de tono de esa lista hubo una que alcanzó una notoriedad social y mediática enorme sólo medianamente comparable con la de aquel ridículo reportaje de las "ZP girls" en el Vogue: los minipisos propuestos en el nuevo Plan de Vivienda de la ministra del ramo, María Antonia Trujillo.

Esta alusión de esta ex-consejera de la Junta de Extremadura (una mujer que además traía buenas referencias de su gestión en la administración autonómica) a las soluciones habitacionales de 30 metros (que desde luego yo no consideré, ni considero mala idea tal y como está planteada en el Plan de Vivienda) fue el punto de agarre perfecto para galvanizar una campaña total de desprestigio puesta en marcha por una serie de sectores concretísimos desde el mismo momento en que contra todo pronóstico los ciudadanos le dieron a Aznar el puntapié (en el culo de Rajoy) en las elecciones de 04. Una campaña ésta que dirigida contra cualquier política que el nuevo gobierno pudiera tomar en el área de vivienda, inició oficialmente su andadura en el mismo instante en que se supo que iba a crearse como tal un Ministerio de Vivienda
Sí, porque la actual situación del acceso (de los jóvenes, no tan jóvenes, y realmente de casi todo Cristo) a una vivienda constituye un problema tremendo para mucha gente, pero también (y justamente por eso) es el motivo y la causa de que diversos sectores se hayan estado y se sigan forrando a costa del trabajo de muchos.
El modelo de mercado inmobiliario presente en España ha sido alentado, tolerado, reforzado, y hasta defendido desde instancias oficiales e incluso "académicas", por ser el principal factor del endiosado modelo de crecimiento económico español de los últimos 10 años. Uno basado principalmente (además de en un exiguo crecimiento de la productividad real y en la subremuneración del trabajo mediante el abuso de diversas triquiñuelas: becarios, contratos temporales...) en la fortaleza de la demanda interna ligada al dinamismo del sector de la construcción. Lo que se suele obviar (más allá de las recurrentes advertencias del Banco de España) es que esa demanda interna que sostiene la economía, sin embargo, no se corresponde con una riqueza y un poder de compra reales, sino que se basa en una riqueza de carácter, digamos, que ficticio: una deuda hipotecaria astronómica.
Una deuda, que como tal, es una riqueza que hay que devolver, algo que por lo visto se hará o se piensa hacer con los ingresos de los nuevos individuos que(mediante nuevas hipotecas) entren en el chiringuito éste de la confianza en que la vivienda seguirá aumentando de valor y que, por tanto, no van a poner reparos a pagar un precio desproporcionado por una vivienda, porque antes o después, se recuperará el dineral invertido gracias al presunto incremento perenne del valor que se supone a la vivienda, y en la creencia además de que siempre habrá demanda a quien vender la susodicha vivienda. Un esquema éste que (fundamentalmente por esa confianza ilusoria en que siempre habrá demanda, algo que me cuesta entender ya que no sé hasta que punto es posible prolongar las hipotecas más de 40 o 50 años para hacer frente al crecimiento del precio de la vivienda; bueno sí, si los hijos -o lo que sea que salga de los juegecitos estos de la clonación- heredan la deuda hipotecaria, claro, entonces otros 40 o 50 años adicionales, ya tenemos el siglo) me parece un remedo -desde luego que muy alejado, aunque no tanto- de algo así como un sistema de ahorro piramidal que ya sabemos como acaban (incluso a nivel nacional como en Albania).

En tal sentido la noticia de la puesta en marcha de un Ministerio de la Vivienda que quizá supusiera el instrumento por el que el estado de dignase finalmente a ocuparse de cumplir el precepto constitucional de la lucha contra la especulación, así como a recuperar y reconstituir una iniciativa pública seria en materia de vivienda, dejó a muchos con las pelotas y los pelotazos (urbanísticos, claro) bailando.
Para curarse en salud ante este riesgo, toda la cúspide (y no tan cúspide) de la mafia del ladrillo (el verdadero poder fáctico de España) decidió que nada mejor que poner en práctica una feroz campaña de acoso y derribo contra la institución recién creada, campaña que se metamorfoseó después en una en contra directamente de la titular del mismo departamento desde el momento en que la referencia a los minipisos les dio la oportunidad mediática perfecta para hacerlo.

Frente a lo que algunos piensan, la mafia inmobiliaria ésta es una verdadera bestia con un poder enorme (como escorpiones, aparecen sus tentaculos y elementos cada vez que se levanta la piedra de algún asunto turbio: Tamayo y Saez en la Asamblea de Madrid, la tránsfuga del PSOE en Melilla para apoyar al GIL...), contituyendo un ente que adquirió su mayoría de edad en lo que a capacidad de intervención en otros ámbitos se refiere desde el momento en que su conformación fáctica y crecimiento como tal fueron alentados desde instancias gubernamentales en los tiempos en los que Solbes era ministro de economía de ese vergonzoso gobierno 93-96 del PSOE. Posteriormente este engendro mafioso alcanzó su total edad adulta gracias al sostenimiento de las políticas Solbes y el desmantelamiento de la política pública de vivienda durante los dos gobiernos Aznar con Rato como ministro de economía.
Por tanto, y teniendo presente eso, cuando al calor de los traspiés de la ministra se produjeron los primeros efectos y diatribas (algunos muy sutiles y otros muy burdos) de la campaña referida contra María Antonia Trujillo, yo no me cansé de defenderla y lo seguí haciendo durante bastante tiempo en todas las conversaciones que sobre el tema tenía oportunidad de mantener; subrayando cada vez que me era posible la existencia de esa campaña interesadísima en su contra y en la de la propia existencia del Ministerio de Vivienda, así como resaltando también la necesidad de ser conscientes de la dificultad organizativa, logística y práctica que supone y entraña poner en marcha un ministerio de la nada. Defendiendo, por tanto, lo explicables y disculpables que podían ser los errores que al principio tuviera la ministra y su departamento.

Lo que me planteo es que si yo pude hacer ese análisis de la presencia de una campaña total contra la mera existencia de un ministerio de la vivienda, entiendo que la ministra debía haberlo hecho aún con más capacidad y razón, y en consecuencia (además de por el enorme problema sociocultural que supone la situación de la vivienda en España) es ella la que debía haber sido más consciente que nadie de que su labor y gestión al frente de la institución que dirige estaba más que ninguna otra sobre especial escrutinio público y mediático. Es por ello, que le convenía redoblar los esfuerzos a la hora de reducir y limitar al mínimo la posibilidad de que en su gestión y en la de su ministerio puedieran cometerse errores que fueran factibles de utilizarse en su contra (y en la de todos). Por la misma razón le convenía y nos convenía que fuera una ministra especialmente eficiente (y, hasta cierto punto, gris) en su gestión. Eso sin olvidar, además, que como recuerdo diario de todo lo expuesto, podía comprobarse en cada tertulia o artículo de opinión que era la ministra que de manera permanente ABC y la COPE (así como los ultras de Intereconomía) tenían puesta en la diana.

Pero tras dos años en el cargo, aquí María Antonia evidencia que no ha hecho este análisis. Quizá porque no ha entendido la y, sobre todo, "su" situación en los términos referidos (o es que quizá nunca ha tenido intención de hacerlo, porque desde luego..., en fin).
Y digo esto porque me quedé a cuadros (iba a decir que casi me dio algo, pero "mejor" no) cuando me enteré hace dos semanas de la puesta en marcha de la iniciativa Kelifinder. Un portal de internet destinado a aglutinar toda la información sobre los diversos medios que los jóvenes tenemos para buscar el acceso a una vivienda (bueno...) y que como estrategia de publicidad regala unas zapatillas (modelo exclusivo MVIV) para "patearse la ciudad buscando piso" (bueno...,pero ¿esto es una broma? porque yo no le veo la gracia).

Mira, a pesar de que para mi contrariedad esa serie frivolizadora, propagandística blanca y, sobre todo, negra de Aquí no hay quién viva siga triunfando y arrasando en audiencia aunque repongan por vigésima vez los mismos episodios, no deja de ser intolerable que sea la administración la que se permita con iniciativas como ésta frivolizar los problemas de los ciudadanos. "Zapatillas para patearse la ciudad" (y de hecho el eslogan que vi al principio era algo así como "no podemos conseguirte casa, pero te ayudamos a buscarla", ¿¿no hacemos nada decente por conseguirte casa, pero además nos reímos en tu cara??), como si una situación frustrante y sangrante como la de la vivienda en España (y especialmente, pero no sólo, para los jóvenes) impulsara a tomar esto a broma o a risa.
Y está bien (y desde luego es muy español y muy normal) el reirse por no llorar de nuestras desgracias para mitigarlas en parte, pero una cosa es que eso lo hagamos nosotros a nivel privado en conversaciones con gente de nuestro entorno, y otra muy distinta que esa actitud sea admisible y venga desde instancias oficiales.
Y si dijeras: "oye mira, que lo de Kelifinder es un error sí, pero es que al menos se está trabajando y sobre todo acertando para resolver los problemas de la vivienda", ya, pero es que no oiga, eso no pasa, no se están resolviendo. El precio de la vivienda ahora crece menos sí (aunque me temo que por circunstancias que escapan el alcance del gobierno, aunque eso realmente lo desconozco), pero es que el que ahora suba un 13 y no un 18% no arregla para nada el asunto. Sigue siendo casi imposible meterse en una vivienda y, además, el nudo gordiano del asunto no está en la reducción de la subida de precio este año o del siguiente, sino en la merma monstruosa de poder adquisitivo que hemos sufrido respecto a la compra de una vivienda en estos últimos quince años.
Pero no, no contenta con no haber tomado ninguna medida estructural (el Plan de Vivienda, desde luego, ha sido un paso adelante en vista de que el anterior gobierno carecía de política de vivienda seria, pero sus actuaciones sólo son parches y bastante insuficientes; y además su proyecto estrella: la Sociedad Pública del Alquiler es un ostensible fracaso) para desmontar este sistema en el que unos cuantos se forran especulando y enriqueciéndose de manera descarada y exorbitante a costa de los demás; no contenta con ello, digo, aun encima se permite iniciativas de frivolización del problema como ésta.
Y de verdad, hace no mucho tiempo llegué a estar algo metido en el tema de la vivienda, a planteármelo en serio y a ser ésta una de mis grandes preocupaciones, pero aunque ahora tenga que concentrarme en otros asuntos personales más críticos y la vivienda haya bajado posiciones en mi lista de quebraderos de cabeza, el cachondeo de que esto esté así y nadie le quiera meter mano (porque se puede, hay iniciativas que funcionan -no precisamente el fraude que supone el Plan de Vivienda Joven de la Comunidad de Madrid, claro que es de lo poco que hay por allá-, recuerdo que Irene a propósito de Alexander me contaba que en Alemania hay agencias municipales de alquiler con garantías que funcionan y un compañero que tuve holandés también me dijo que por allí esto de que simplemente el promotor se hace con el terreno y se forra no funciona tal cual y que los ayuntamientos -financiados por lo que se ve de manera distinta a la de España- luchan de verdad contra la especulación y no la fomentan) me enerva sobremanera (recuerdo perfectamente para más inri como el congreso -con el partido del gobierno incluidísimo- con explicaciones y justificaciones patéticas rechazó el año pasado subir el IBI a las viviendas vacías para luchar contra la especulación, por no hablar del fuego fatuo de Gallardón que tras haber anunciado la misma medida, luego simplemente subió la contribución en general y se quedó tan ancho, como se suele quedar él casi siempre, vamos -especialmente si hay alguna cámara cerca-).

Por ello fue mínimamente reconfortante encontrar hace un par de días (a pesar de todo lo que sabemos y sufrimos acerca de la ciudadanía española y de sus limitaciones y carencias) que, al margen de la campaña del establishment inmobiliario (el miércoles en sede parlamentaria un senador del PP volvió a repetir a propósito de Kelifinder que el ministerio de vivienda es una institución inútil; sí claro, lo que pasa es que molesta y estorba a algunos), hay gente (Panolifinder) a la que también le ha indignado la bromita de las Kelifinder.

Señalar también como flechazo adicional que la iniciativa ésta de Kelifinder ha sido puesta en marcha con la participación del Consejo de la Juventud de España, del que sinceramente no conozco mucho su actividad (por tanto no la juzgo) porque nunca me he preocupado demasiado de ser joven o de vivir mi juventud como se supone que hay que hacerlo según el manual, pero al que ya tenía enfilado desde que se prestó a aquella vergonzosa campaña del gobierno de "¡ciudadano español!: no hace falta que se entere de qué va la constitución de europea, lo hacemos por usted para ahorrarle el esfuerzo; usted sólo vote (y vote sí, naturalmente), ¿qué más le da?" en el referéndum de la Constitución Europea con aquella bebida del "Referéndum Plus". Un artefacto publicitario que, en principio, sólo estaba destinado a fomentar la participación de los jóvenes en la consulta y no a sesgar el voto; sí, pero que en consonancia con las apariciones de Moratinos bebiéndola y el resto de cutreces atontantes como los anuncios de Loquillo, Butragueño y del resto del famoseo de protección oficial se convertía en una pieza más de aquel festival de lucimiento de las miserias de la partitocracia alienante que sufrimos en este país.

De verdad, por lo que a mí respecta este asunto de las zapatillas (y para más escarnio hay que ver el anuncio que han rodado para la campaña de publicidad: megamoderno, supercómico, urban-fashion total, pero insultante) es ya el colmo. Y eso que han tenido reflejos y ahora cuesta o directamente no es posible encontrar en la web de Kelifinder (que por otra parte en sí puede considerarse una recurso útil) los eslóganes del principio y el asunto de las zapatillas (este elemento de hecho ha sido desactivado, por lo visto, de la web de Kelifinder, aunque en la caché de Google todavía está).
Si los borradores que se han visto por ahí de la reforma de la Ley del Suelo (que se supone que el gobierno tiene que sacar adelante este año) son ciertos y aquí el ínclito Solbes (éste que era comisario europeo de asuntos monetarios y económicos cuando Grecia se la metió doblada con la falsificación de las cifras de los criterios para adoptar el euro; éste que era el ministro que puso en marcha el modelo thatcherita de las ETTs; éste que, vamos, era y es el socialistísimo PSOEman de toda la vida) ha logrado imponer su criterio para no cambiar una coma de lo esencial del modelo actual (claro, no vaya a ser que se tambalee el tinglado del que viven toda una cuadrilla de mangantes especuladores repartidos a lo largo y ancho del espectro político -no hay más que ver los navajazos que se meten los partidos en los pactos poselectorales de los ayuntamientos por ver quién controla la concejalía de urbanismo-), si eso se confirma digo, que esta mujer se vaya a su casa y nos deje tranquilos, porque para frivolizar los grandes problemas y tratar de tontos a los ciudadanos ya tenemos a Antena 3 y a las televisiones españolas en general.

7 de marzo de 2006

¿Enderezar?

En la cultura occidental (incluso en la pseudocultura) y con más énfasis aún en otras está bastante extendida la asimilación del hombre con los árboles. Es una identificación que por poeticidad o simplemente por pretendida inocencia no deja de resultar paradójica, ya que con ella se llega a anteponer la identificación del hombre con un vegetal a la posibilidad de hacerlo con los animales, a los que, en principio, el ser humano está genética y fisiológicamente más próximo y con los que sería, en consecuencia, más susceptible de identificar. Ello puede estar explicado por la diferencia entre la naturaleza autótrofa que poseen los árboles, frente a la heterótrofa que el hombre comparte con un gran número de especies animales. Así, y en virtud de ese hecho, los animales han sido (y a veces hasta son) conceptualizados por el hombre como enemigos, competidores en la supervivencia; en cambio, los árboles no.
Es por ello, que la materia constitutiva del hombre (cualquiera que ella realmente sea) ha sido consignada en múltiples ocasiones como madera y, por tanto, se ha sugerido que como tal puediera tener parecidas propiedades en su génesis y desarrollo orgánico a la madera de los árboles. Posible, pero..., pero.

Pero antes de empezar a apuntar, punto insoslayable es resaltar aquellas palabras de Kant (que conocí a través de Isaiah Berlin) identificando el gran límite: con madera tan torcida como de la que está hecho el hombre no se puede construir nada completamente recto. Provocativo, sin duda.

De manera bastante sencilla, y casi cotidianamente, puede comprobarse la relativa facilidad con la que se puede conseguir que un árbol corrija la morfología del desarrollo de su tronco o de sus ramas.
Si el vegetal es muy pequeño y presenta una desviación en su ramas primarias o en su mismo desarrollo longitudinal, es factible revertir esa tendencia y enderezarlo con efectividad amarrando fuertemente al joven árbol a una estaca o barra tutora que actúe como guía de crecimiento.
Si por el contrario no se ha realizado esa labor en el periodo inicial de crecimiento o se ha descuidado su desarrollo durante algún tiempo, el árbol consecuentemente dispondrá de un tronco o de una estructura primaria de ramaje desviada e imperfecta. En este caso todavía hay solución para enderezar el árbol, una solución que de hecho es una labor que de manera metódica debe realizarse para la propia subsistencia del propio árbol: la poda.

El fundamento teórico de esta labor es bastante sencillo: cortar y eliminar la rama desviada, la que ha crecido estorbando el desarrollo de otra, la improductiva o simplemente aquella que está muerta. Esta sencillez teórica se completa con el resultado, igualmente teórico, que cabe conferir a la labor de poda, y que muestra la extremada efectividad que tal acción (bien realizada) tiene a la hora de enderezar, renovar y corregir al árbol.
Claro que frente a esta sencillez teórica aludida está, como casi siempre, la dificultad práctica. No siempre es posible discriminar con claridad qué rama estorba a cuál, qué rama debe conservarse y cuál ser eliminada; o qué hacer ante una rama aparentemente muerta, pero que presenta unos pequeños brotes en el extremo que llevan a un dilema: son unos brotes que atestiguan vida e impiden, por tanto, el argumento de rama muerta para poder cortarla sin más, pero que por su endeblez son brotes que difícilmente podrán llegar a tirar de la rama y a lograr su crecimiento.
Estos problemas que presenta la ejecución práctica de la poda no son cuestiones baladíes, una poda irreflexiva obsesionada únicamente por lograr al precio que sea enderezar el desarrollo del árbol puede llegar a ser perniciosa para el mismo; el podador, cegado por el afán enderezante, puede llegar no sólo a no corregir y enderezar lo que en principio pretendía, sino de hecho a cargarse por entero al árbol.

Asumidos estos preceptos, podemos probar con la otra madera.
Primera meta volante: ¿tiene sentido enderezar lo que ontológicamente está torcido? Mmhhhh...
Rechacemos el dilema. Pasemos directamente a la acción. Pero aquí, por desgracia, aumentan los problemas, ya que hay que tener bien claro que la madera humana es nada menos que humana, mientras que la madera vegetal es nada más que vegetal; por tanto, a priori, y como primer punto, hay que olvidarse (por su potencial letalidad) de cualquier intento de transferir la labor a podadores de prestigio, y recordando la lección final del Cándido de Voltaire limitarnos y excedernos a aprender a ocuparse individualmente del árbol de nuestro jardín y a proveerse de los útiles apropiados para este menester.
Segunda meta volante: ¿es beneficioso actuar y usar las herramientas de la labor sobre esta madera? Hay que contar principalmente con que la propia naturaleza psicofísica de ésta hace más costosa y dura la intervención sobre ella y su enderezamiento; la sierra chirría al intentar serrar una rama, a pesar de que se haya conseguido identificarla con claridad como eliminable. La labor se convierte en una carnicería, el árbol sangra a cada impulso enderezante.
Si no se se tiene la seguridad o la fuerza para sortear de manera decidida esta segunda meta uno puede refugiarse en la idea de que, en vista de que la labor de poda es principalmente práctica y se hace de manera casi exclusiva con el único sustento de unas prescripciones muy, muy generales acerca de su ejecución, el éxito de ella (así como la resolución de las cuestiones que plantea) ha de encontrarse necesariamente al final de una cadena de equivocaciones. Es decir, el exito supone el alcance de un savoir-faire, una adquisición de conocimiento con arreglo a un programa (no necesariamente planificado) de ensayo-error.
Pero tal concepción, a pesar de lo aparente, no es en absoluto capaz de conceder bula para la zambullida en el ánimo irreflexivo o en la seguridad anticontingente. Hay que afinar más la puntería en la diana de una situación así.

En este sentido, notar que un árbol fuerte, bien enraizado y con una estructura asentada puede sobreponerse sin demasiados problemas a una poda negativa; y de hecho, puede ser capaz de rebrotar prácticamente de manera indefinida (incluso, volviendo al nivel vegetal, decir que en algunas especies como el olivo el hacer una herida -gratuita o como consecuencia de la poda- al tronco casi garantiza un nuevo brote joven a partir de la cicatriz).
En cambio, en una situación de sequía, con un árbol inestable, con un árbol raquítico, un árbol con poco margen de rebrote, uno con un agotamiento ostensible de la capacidad de resurgir; una poda errónea sólo puede ocasionar y garantizar leña, la última leña, la cosecha final.

Ante esto, se puede optar por totalizar a la defensiva: abandonar, en vista del riesgo que comporta para el propio árbol el hacerlo erróneamente, todo ánsia por enderezar la estructura; sin dejar de ser consciente y de rechazar por ello la dualidad presupuestal referente a (1) lo peligroso que es jugar con fuego, y (2) lo asfixiantemente placentero que resulta en cambio el creer que se puede hacer sin quemarse.
Pero tal actitud defensiva sólo desemboca en la evidencia de algo que ya se conoce: un árbol desviado, no podado o con una rama enferma sobre el que no se intervenga será incapaz de garantizarse una subsistencia metafísicamente autótrofa que además sea medianamente provechosa para sí mismo. Así, la inacción o la inhibición de la labor sólo conseguirá que la desviación vaya incrementándose con el tiempo, y que sea (llegado el caso de querer hacerlo en el futuro) cada vez más costosa y difícil de enderezar. Dando lugar además a que a ramas presuntamente muertas desarrollen pequeños brotes insignificantes que dificulten luego la identificación clara de esas ramas como eliminables. Siendo además para más escarnio un hecho perfectamente visible el cómo las ramas o el tronco van desviándose más y más, algo que casi garantiza la conversión en víctima (por esa condición de testigo de la creciente desviación) de un tipo de ansiedad comparable a la que invade al arquero cuando una vez soltada la flecha la ve desviarse de la trayectoria prevista y correcta.
Así mismo, hay que tener presente que ante la no intervención, las cosechas disminuirán a corto y largo plazo, y la calidad del fruto tambíen se verá resentida. Todo ello sin reparar en que el nudo gordiano del asunto (el aprendizaje práctico de la poda, el aprendizaje) seguirá sin resolverse, el conocimiento seguirá sin adquirirse, la poda continuará siendo una tarea titánica y arriesgada porque se seguirá sin saber cómo llevarla a cabo.

Contando con eso, la solución natural sería rechazar esa primera totalización y realizar en cambio una a la ofensiva. Pensar que no hay razón necesaria para experimentar la ansiedad señalada, ya que, como se ha referido, el fundamento sagital de ésta se basa en que cuando el arquero ha soltado la flecha ya no puede hacer nada para modificar su trayectoria (todo lo que podía hacer lo ha tenido que efectuar antes de destensar la cuerda; tras lanzarla se convierte únicamente en un torturado testigo impotente). Por tanto, en este caso tal impotencia no se encontraría justificada, ya que todavía se estaría a tiempo de intervenir para enderezar la trayectoria del árbol. No habría lugar para esa ansiedad, puesto que la situación de impotencia que su génesis requiere no se ha dado aún, la flecha no ha salido, aún es posible enderezar, aún es posible la poda.
La admisión de tal posibilidad ofensiva lleva a asumir conscientemente los riesgos y sufrimientos que la labor de intervención implica, con la fe de que éstos son pasajeros, conjuran una situación poco provechosa del árbol, y además posibilitan un futuro más beneficioso a través de la acción enderezadora y renovadora sobre él.

Sin embargo, puede ocurrir que aunque la conceptualización anterior sea acertada (los efectos perniciosos de la inacción existan y los efectos positivos de la acción sean factibles de alcanzarse mediante ella), quizá ésta no resulte de aplicación práctica a la coyuntura particular del árbol y, por tanto, sea irresponsable el respaldo y la apuesta decidida por la postura ofensiva.
Esto es, puede que el objetivo que autónomamente se desea no sea cosechar los frutos que pueda dar el árbol, porque quizá no se sabe qué hacer con ellos, o a lo mejor es que directamente no se quieren vender, porque tampoco se sabe qué hacer con los beneficios de la venta. Es posible que frente al deseo de sacar el máximo provecho del árbol (mediante poda y otras atenciones y energías) simplemente se prefiera dejar que el árbol viva, mientras viva. En tal caso ¿para qué enderezar?
La respuesta es fácil: para vivir mejor. El árbol podrá vivir (suponiendo que ese sea el único objetivo) sin poda (aún dando peores frutos), desde luego; pero lo hará más lozanamente y mejor si ésta se lleva a cabo sobre él.
Claro. Claridad cegante: vivir mejor, vivir enderezado, vivir. Mmh...