30 de enero de 2006

¿Resurgir?

Aunque sea sólo a un nivel inferior al de la inmortalidad que la tradición mítica consignaba para el fénix, el acto de resurgir (bien sea de las cenizas o no) lleva consigo siempre un componente especial, a su manera divino, pero no por ello menos aplicable al hombre.
Resurgir supone volver a una situación de fuerza o bienestar anterior, de caracter primigenio o no, y que se había perdido o había degenerado en una situación actual considerada peor o no satisfactoria.
En tal sentido, podría interpretarse la resurgencia como una vuelta al pasado, pero ello es sumamente inexacto. El resurgir realmente está volcado hacia y firmemente enraizado en el presente. No tendría sentido que no fuera así, ya que como la propia palabra índica es un nuevo surgir de algo que, aunque desde luego existió en el pasado, se recupera para el presente, resurge. La conclusión de tal reflexión bien podría acabar en que esta nueva versión (la resurgencia) es siempre superior a la primigenia, ya que aparentemente lo que rebrota parece hacerlo con más fuerza que en el pasado y, además, para volver a surgir ha tenido que hacerlo a partir de unas condiciones no idóneas: la degeneración de lo que surgió de manera primitiva tiempo ha.
Nada más lejos.
Tal idea sólo podría admitirse en algunos casos. V. gr. es cierto que cuando se produce una fractura de un hueso en una persona joven o adulta, si la inmovilización de la zona fracturada se realiza de manera adecuada, puede lograrse que la rotura suelde por sí sola, dejando además el hueso mucho más fuerte que lo que estaba en un principio. Por tanto, la resurgencia tendría más fuerza que la surgencia primera.
Sin embargo, en tejidos blandos no ocurre lo mismo. De hecho, y por lo que he podido aprender en carne propia y también en teoría durante este pasado año, los ligamentos no actuan igual que los huesos. Un esguince en una zona la deja tocada y necesariamente más vulnerable de cara al futuro para siempre y, a pesar de lo que se pueda suponer, una rotura total de esos ligamentos tampoco asegura que el tejido regenerado sea igual de fuerte y resistente que al principio. Por tanto, aquí el valor del resurgir es netamente inferior.

Ante esta dualidad manifiesta del valor de la resurgencia (porque así lo es: un resurgir; la reparación del organismo se ejecuta a partir de los restos del tejido intacto inicial -la parte no rota o fracturada-, el tejido realmente resurge) a nivel biológico, cabría preguntarse cúal de las dos reacciones vistas presentaría un resurgir de fuerza de ánimo o del espíritu vital, es decir, algo no físico.
¿Se puede recuperar la integridad de una fuerza pasada? Si es así, ¿la resurgencia de la misma puede poseer más fuerza que la original?
Tradicional, literaria y en cierto modo (de hecho, en el modo correcto) correcta es la apreciación nietzscheana aplicable en este tema de que lo que no mata hace necesariamente más fuerte. Acéptandola (con una vista a largo plazo, que es la única de posible aplicación a esta idea), se estaría defendiendo que, en vista de que desde la primera surgencia de potencia anímica se han sufrido elementos que no han acabado contigo (aunque sí han degradado a corto plazo esa potencia original), éstos te dejarían en mejores condiciones (a la larga te harían más fuerte) a la hora de experimentar un resurgir de esa energía anterior. Por tanto, la fortaleza de espíritu o ánimo respondería en su dinámica vital al esquema visto para los tejidos óseos. La afirmación inicial parece correcta, pero no. Con tanta corrección se yerra.

Hay que tener bien presente que toda resurgencia tiene ontológicamente la necesidad de partir de algún resto o reminiscencia de lo que surgió originalmente en el pasado (las cenizas del fénix sir ir más lejos). La resurgencia es imposible, pese a lo que nos pueda parecer a simple vista, si no se construye (a efectos absolutos, si no se reconstruye) con relación a las bases, al esquema o a los restos de lo que se tuvo y que, casi totalmente, se perdió. Según la idea nietzscheana serían los restos de la fuerza original los que catalizados y, sobre todo, reforzados por el hecho de no haber sido tumbados por las adversidades, los que llevarían a una nueva germinación. Esas reminiscencias empoderadas al haber sido resistentes serían de tremenda importacia en la resurgencia y de hecho ésta no podría existir sin ellas ya que, de lo que se trata es de un resurgir de algo que surgió, no de algo que surge ex novo; ni tampoco de una resurrección de algo que existió, pero que murió.
No obstante, este análisis puede llevar a equívocos si no se realiza con cuidado.

Así, la historiografía decimonónica gustaba de aplicar la idea vista acerca de la resurgencia a los períodos de decadencia y auge de las formas estatales de carácter (real o ficticio) imperial. De esta manera, en la periodización histórica de las civilizaciones antiguas las fases de esplendor eran finalizadas en caídas (de teórica más o menos violenta) que inauguraban fases de decadencia, y que eran seguidas a su vez por nuevos períodos deslumbrantes conceptualizados como resurgimientos del brillo inicial de la historia de estos pueblos. La fuerza de la civilización en cuestión se reconstruía a partir de lo que quedó de la primera época de destello.
Pero era ésta una aplicación imperfecta.
En algunos casos, puede que realmente se tratara de resurgencias, ejemplos en que la fortaleza nueva se basara en una recuperación de los cimientos y elementos que suponían el esplendor inicial y que se habían perdido, habían degenerado, corrompido o simplemente se habían dejado de lado. Era ésta una aplicación de un paradigma explicativo que creía en la existencia perenne y diacrónica de una única energía de éxito en la historia de las civilizaciones y los pueblos, una fuerza que, de hecho, podía rastrearse durante todo su periplo histórico despuntando y desapareciendo.
Sin embargo, en otros ejemplos no podría hablarse propiamente de resurgencias, ya que el nuevo esplendor tenía más que ver con nuevos elementos, distintos a los que posibilitaron el brillo primigenio. A veces estas "novedades" eran simplemente una nueva dinastía gobernante, mientras que en otros significaban una completa transformación de las estructuras de producción y gestión de la riqueza y el poder. Ejemplos en definitiva en los que no sería acertado hablar de una resurgencia, sino de una surgencia nueva (en principio sin relación, al margen de la necesariamente histórica, con el surgir primero).

Con todo lo expuesto, parece difícil discriminar en qué momento lo acertado sería buscar una resurgencia de una gloria pasada (en qué momento lo que queda de una fuerza anterior es suficiente para experimentar un resurgir de ella) o cuándo apostar, en cambio, por algo nuevo, (cuándo buscar un nuevo surgir).
La simplificación de la elección se abre paso cuando se tiene conciencia de haber descubierto en el pasado el (real o ficcional) único camino (a veces enlosado de baldosas de un amarillo ocre, otras un simple reguero de grava serpenteando por áridas tierras acechadas por escorpiones y lagartos).
Así, en ese caso no habría otra posibilidad que hacer que resurja ese camino, volver a encontrarlo; ya que no hay, ni puede haber, ni habrán nuevas surgencias, porque todas coinciden en una única ruta, que ya se descubrió en el pasado. No hay espacio para una verdadera elección. Es el camino antiguo (la surgencia primera) o la nada.
La complicación regresa cuando hace tiempo que se perdió de vista el tal sendero, pero sin embargo se ha seguido caminando día y noche campo a través, sin brújula, ni GPS.

Pensándolo fríamente, y bajo los preceptos que rodean la conceptualización anterior del resurgir, una situación así no tendría porqué ser en exceso complicada, ni llevar a desesperar, Si se anduvo una vez por ese camino y, de hecho, surgió la fuerza de ánimo que llevó a encontrarlo (y de hecho lo formó, lo creó, lo trazó) una primera vez sin necesidad de mapa, algún rastro ha tenido que dejar: una huella en la arena, alguna flecha perdida, alguna flecha extraviada, alguna flecha clavada.
Pero no hay nada.
No es posible resurgir, lo que surgió se ha apagado totalmente, no hay cenizas para la vuelta del fénix. Nietzsche estaba equivocado. Lo correcto se revela realmente incorrecto. El ánimo tiene más que ver con un ligamento (de hecho el cruzado anterior) que con un hueso. A fuerza de degradación la fuerza cada vez tiene menos fortaleza, cada vez puede tener menos fortaleza, de hecho ha desaparecido.

Pero este reconocimiento de la debilidad tampoco es el punto y final a la tortura. Si no hay restos, ¿qué nos prueba que existiera entonces esa surgencia? ¿Existió esa ruta? ¿Se caminó de manera consciente por ese sendero? ¿Fue una ilusión?, aún mejor ¿fue mentira? ¿Se fantasea con un resurgir que en realidad es un puro milagro que se escapa a la condición de hombre?

Abrumado por tantos trallazos inquisitivos, pierdes la orientación definitivamente y caes al precipicio, ya no hay necesidad de tantas respuestas.
Error.
Aun con todo, mientras escalas admites finalmente tu debilidad, pero te convences (todavía por un poco) de que realmente, aunque lo que hicieras fuera caminar con las botas de otro, recorriendo un camino para el que no tenías licencia, viviendo una vida que no era la tuya, viviendo una mentira; aquello ocurrió, el camino existió. Fue real. Recuerdas perfectamente haber lanzado un par de flechazos contra el suelo a modo de hito de orientación, pero éstos ya no están. Han desaparecido igual que las miguitas de Pulgarcito.
Quizá ya no están incluso por la misma razón por la que ya no estaban las migas de pan en el camino de vuelta del personaje. Entonces crees comprender, y por eso recuerdas: Herakles mató a flechazos a los pájaros del lago Estínfalo para entrar en el Olimpo, Nerón se excitaba con el anhelo de que el pueblo de Roma tuviera una única garganta.
Y piensas: tú mismo.
Y miras fijamente las fauces de la oscuridad.
Y vuelves a pensar: ¡¡¡aah!!!
Y con la mano blanca de magnesia agarras con más fuerza el arco.
Y tensas tanto la cuerda que te haces sangre en los dedos.
Y piensas: ¿resurgir?, ¿resucitar?
Y vuelves a pensar: agh...

25 de enero de 2006

Un hombre confortable.

- Sabe, usted me gusta.
- ¿Por qué?
- Porque no llora.
- Oh, claro que sí. Usted ya lo ha visto.
- Lloró por su amigo, no por usted, y eso es diferente.
- No sea amable conmigo, por favor.............(él retrocede)
- Espera.

- No pensab...
- ¿No era eso lo que querías que hiciera?
- Por supuesto que sí, pero generalmente soy yo quien empieza.
- Por eso empecé yo. Así sé cuándo hay que terminar. (ella se va)
-Eh...bueno yo...buenas noches.


No me desagradan las películas del oeste, y en concreto hay una que me encanta y a la que pertence el diálogo anterior: Río Lobo (1970).
No estoy seguro, pero me parece que fue la última película del afamado Howard Hawks y según lo que siempre ponen en la crítica de la última página del Diario de Navarra cuando la programa algún canal se la considera una obra menor. Suele ser el mismo crítico que más de una vez ha defendido los presuntos valores que, en general, tiene el cine español actual. En fin...

Me la sé de memoria, ya que durante estos últimos quince años la han ido repitiendo sucesivamente en Telecinco y en la ETB (verano tras verano, esas tardes de ciclo western en ETB2 con la almohada empapada en sudor, aunque de hecho estos tres veranos últimos no las he vivido realmente). Es una de las películas que recuerdo haber visto de muy crío y además me parece que fue de las primeras cosas que se grabaron en mi casa cuando el vídeo ocupó solemnemente un lugar junto al televisor en el otoño de 1991 (de hecho, por eso no la conservé, entonces grababa las cosas y no me importaba borrarlas; esos tiempos en los que aún no tenía la conciencia de que lo bueno ya pasó y no hace falta agarrarse al pasado; la traducción de la situación de ahora es cómo tengo el disco duro...).
La historia es la típica del oeste, no hay muchas sorpresas, aunque se introduce como novedad la ambientación en plena guerra civil estadounidense donde arranca el tema de la amistad entre entre un coronel yanqui y un capitán y un sargento confederados que cuando la guerra acaba vuelven a encontrarse.
Por encima de todo, me parece que cinematográficamente está hecha muy inteligentemente, técnicamente es muy correcta, aunque no contenga novedades espectaculares de tratamiento.
Esto se ve ya desde el principio, aunque no sea muy original, me parece estupendo el gámbito de apertura con el rasgueo de guitarra acariciando las notas del tema principal de la banda sonora (que por otra parte es muy oeste, aunque diferente del estilo Ennio Morricone) mientras aparecen los créditos.
Los temas secundarios son los típicos: la disciplina militar, el individualismo del Oeste, la Caballería de los Estados Unidos, el sheriff, la mujer rebelde...; están bien presentados.
Los actores, sin grandes interpretaciones que la película en sí tampoco exige, están cada uno muy metidos en su papel, y sus respectivos personajes muy bien caracterizados (incluso el hijo de Robert Mitchum aparece en el papel del sargento Tuscarora Phillips -aunque quizá sea el que pasa más desapercibido en cuanto a actuación-).
Destaca (de hecho hasta cierto punto es una película -otra más- para su lucimiento) John Wayne como el Coronel McNally.
Desde luego si tengo que buscar modelos a los que me gustaría parecerme si (!) llegara a esas edades de hombre maduro, me encantaría tener la mitad de la entereza, elegancia e ironía que John Wayne en esta película.
Es precisamente la ironía y, en general, el humor relajante del guión de Río Lobo uno de sus puntos fuertes.
Adoro la escena en la que Shasta le dice que durante la noche sintió frío y se acurrucó junto a él, porque es un hombre más mayor que el Capitán Cardona y por lo tanto más confortable.
- Me han llamado muchas cosas en mi vida, pero confortable...

Los indispensables tiroteos de todo western que se precie están, como el resto de la película bien rodados, y bien metidos en la trama.
Me pregunto si alguna vez el Oeste americano se pareció al que muestran las películas, a lo mejor es todo un, hasta cierto punto, brillante ejercicio de creatividad o a lo peor es todo una construcción que alguien necesitaba para algo. En cualquier caso, con siglo y medio por medio la ficción es más atractiva que la realidad, no obstante, no sé cuál de las dos concepciones puede resultar aún más peligrosa, aunque ¿quién lo sabe?

23 de enero de 2006

Suerte, Evo.

Con lágrimas en los ojos y con la sincera naturalidad con que ha caminado durante años y años, ayer Evo Morales juró como nuevo presidente de Bolivia.
Sin duda es una fecha histórica el que un indígena llegue al palacio presidencial en un país en el que de largo son el principal grupo social.
En los medios españoles y europeos está demasiado extendida la idea de que la victoria de Evo Morales es simplemente otra más de la cadena de triunfos de líderes populistas de izquierda. Craso error.
Así como detesto la palabra hortera a nivel estético, me quema especialmente la palabra populista en ciencia política y en política a secas.
¿Qué es ser populista? Según la opinión más extendida tiene que ver con prometer al pueblo lo que a éste le gusta a oír, pero es imposible; concederle prebendas desde el poder con vistas a mantener cautiva su lealtad impidiendo un juicio crítico sobre otros temas; proporcionando el pan de hoy que supondrá el hambre para mañana.
Puede ser cierto, pero entonces, los políticos y mandatarios que no son populistas se pueden contar con los dedos de la mano.
¿Acaso no es populismo el subir las pensiones por encima del IPC sólo y exclusivamente cuando tocaba año electoral como hacían los gobiernos de Aznar en España? ¿No lo son las diatribas a la "chusma" que lanzaba un Sarkozy deseoso únicamente de hincarle el diente como sea al 20% de voto francés que fue al Le Pen del Front National en las pasadas presidenciales francesas? ¿No son lo mismo las solemnes declaraciones de ZP acerca de que sólo tocaría las humanidades en la educación para mejorarlas calmando así las protestas, cuando realmente se entregaba a lo dispuesto en Bolonia? En definitiva, ¿no es populismo entonces la infinita lista de promesas de políticos de uno y otro signo que obligan sólo y exclusivamente al que se las cree y no al que las formula?
Más bien, parece que lo que se suele denostar como populismo es lo que viene de un ámbito ajeno al de las élites establecidas.
Sí, políticos de uno y otro bando suelen tener una extracción similar y se reconocen entre ellos más allá de las diferencias ideológicas como miembros de un estamento: el gobernante. Un grupo éste al que se le suponen y de hecho posee una serie de prácticas y elementos formales que son los que lo distinguen como grupo. Por eso cuando alguien alcanza poder viniendo de algún lugar distinto o poniendo en cuestión sus elementos distintivos (aunque sean meramente formales) lo extrañan y lo detestan a un tiempo designándolo como populista.
El ejemplo clásico en estos últimos tiempos es Chávez (al margen de lo que cada uno pueda juzgar de su labor al frente de la presidencia venezolana) al que consignan como populista tanto la COPEI como AD porque viene "de fuera", en este caso del ejército en un país donde la institución castrense no tenía especialmente poder político y utilizando además recursos mediáticos en plan showman, muy alejado de la utilización más elegante, que no menos perversa, de los medios de la clase política al uso.
Muchas veces com digo el ataque a un líder como "basura populista" se basa en que en la ejecución del liderazgo por parte de éste primero no responde a los elementos formales propios y distintivos de la "clase" gobernante. Así, se critican aspectos como que no lleva corbata, habla con vulgaridades, es demasiado llano...; en definitiva: no es presidenciable, no es elegible (porque no forma parte de nuestra clase, es un outsider). El problema para los que han alcanzado notoriedad precisamente por ofrecer algo nuevo y que finalmente se integran a "la clase" (se "elegibilizan") es que se homogeneizan tanto con todos sus miembros que todos ellos se terminan pareciendo demasiado como para entusiasmar al pueblo que tiene que votar por ellos. Así, a fuerza de pulir todos los elementos que le diferenciaban de la clase para construir un candidato "presidenciable", se acaba en una paradoja: el pulcro Míster Elegible recién construido acaba siendo igual que el resto de candidatos, en tal sentido para qué elegirlo, que más da.
Hay que recordar sobre esto el caso de Kerry al que la prensa liberal -liberal en el sentido estadounidense del término- vio como presidenciable (ante los estrambóticos y más "populistas" Howard Dean, Wesley Clark, etc.) y que al final no fue elegido (al margen de su inutilidad e incoherencia y la movilización del voto religioso en su contra).
El caso es que en cuanto algún advenedizo triunfa, la cuadrilla ésta del estamento político y mediático empieza a darle consejos. Y desde que ganó Evo se han sucedido los columnistas de opinión diciendo que ahora lo que Evo necesita es atemperarse, perder la retórica combativa, ir de traje y corbata (y no como hasta ahora), puesto que ahora es presidente de una nación, etc., etc. Sería bueno que esa gente se guardara algunos de sus consejos, Evo gano sin ellos, y en parte, precisamente por apartarse de ellos.
Labor titánica la que le espera al próximo gobierno de Bolivia, no sólo tiene que abordar el tema de los hidrocarburos, sino que tiene que devolver esperanza a un pueblo sufridor como el que más desde los tiempos de la mita y además tiene que reconstituir el país de abajo a arrriba.
En su favor tiene que la miseria está tan extendida que realmente es un país que tiene poco que perder y casi todo por ganar. Pese a todo, no va ser fácil, la soberanía estatal cada vez es más irrisoria en medio de la jungla internacional de la ley del más fuerte y además tendrá que lidiar con el movimiento secesionista de Santa Cruz (aunque sorprendentemente Evo sacó en Santa Cruz un porcentaje importante de votos) y las regiones de Oriente. Un tipo de separatismo éste, que más allá de las indudables diferencias que de todo tipo tienen las poblaciones del altiplano y las tierras bajas, ya hemos conocido otras veces (Katanga, Biafra, la Padania...) y sabemos qué es lo que lleva detrás.
En cualquier caso, hay que dar una oportunidad a Evo, un hombre inteligente, venido desde abajo, con ideas claras y visión analítica (una más amplia que Abel Mamami -que se conformaba con la nacionalización del gas a cualquier precio, no importándole que los que lo gestionaran fueras los mismos ladrones que hasta ahora- y el MIP) y que pese a lo que repiten en la COPE y en Intereconomía tiene muy poco que ver con Ollanta Humala (y desde luego que con Bachelet e incluso con Lula).
Para todo ello Evo, por encima de todo, no tendrá que perder la honestidad que ha tenido hasta ahora, así como aplicar quimioterapia al cáncer de la corrupción que ya se ha llevado por delante tantas y tantas esperanzas de cambio en mejor en el mundo, y singularmente en Iberoamérica, en tiempos pasados. Y junto a eso es innegable que el éxito si lo alcanza vendrá dado por trabajo duro y bastante suerte.
Ojalá que lo consiga. Bolivia se lo merece.

22 de enero de 2006

¿Resistir?

¿Frente a qué? y ¿por qué?, son las cuestiones básicas a tener mínimamente claras para desarrollar y desplegar la fuerza necesaria para una situación de resistencia.
La resistencia se basa, por un lado, en el miedo o el rechazo a asumir algo que, además, se percibe como una imposición, hay que identificar aquello a lo que uno se resiste y conceptualizarlo como malo y merecedor de la derrota. Pero ello no es suficiente. Además de tener claro contra qué adoptar la resistencia, hay que respaldar la conceptualización de aquello con una fe o al menos una preferencia funcional por la situación previa, lo que se tiene y que se supone que es mejor. Ello es así, sobre todo, porque la actitud de resistencia va a actuar de manera directa en beneficio de ese estado de cosas previo (pirueta alienante).
Se puede ir más allá, incluso una actitud de resistencia puede ser válida sin tener algo que defender, pero sí disponiendo de algo que ganar, aquí es donde la fe es todavía más importante, fe (autónoma o ilusoria) en algo nuevo, hasta cierto punto mejor y que no se tiene.
En cualquier caso, la resistencia es dura y desde luego está reservada al hombre. A no ser que se tenga una fortaleza desde la que cómodamente resistir los embates, puede llegar a ser incluso una tumba. Y aunque se tenga una mínima atalaya, ballesteros en las almenas poco pueden hacer a la larga, aunque envenenen las flechas.
También el resistir puede convertirse en una labor necia, convertirse en una droga cuando no se ve más que el campo de batalla o se ha olvidado la vida anterior a la resistencia; o transformarse en una úlcera de tanto sostener el arco cuando se lleva demasiado tiempo resistiendo. Claro que para esto último puedes utilizar cayeras, aunque su precio te hipoteque de por vida.
Muchas veces la resistencia sale victoriosa frente al ataque exterior, pero acaba hundiéndose por extenuación interna. Hay que contar con eso, y además, el manual de lo correcto y lo cierto nos resuelve las últimas dudas: la resistencia incólume está condenada al fracaso, hay que saber retirarse a tiempo para lograr una victoria, el posibilismo lo llaman (juegos de matemática asesina, también).
Los héroes no alcanzan la victoria, los posibilistas sí.
Osmán Pachá detuvo en seco la tromba del ejército del zar atrincherándose en Plevna y con él los soldados turcos resistieron durante meses y meses, mientras los rusos se cansaban de lanzar asaltos. Pero al final con la ciudad atacada por el hambre, la marabunta rusa cayó sobre Plevna y llegó hasta los suburbios de Estambul.
Más allá de que Plevna fuera un choque entre estados feudales (con todo lo que ello implica), quizá la resistencia allí debía haber optado por lo que prescribe el manual, la retirada en pos de la victoria. Claro que esa estrategia victoriosa puede causar más sangre que la resistencia misma, pero da igual, se alcanza la victoria (allí los rusos la alcanzaron y la sufrieron para sostener su amada autocracia y su deliciosa servidumbre un poco más).
La oscuridad del abismo no deja ver en dónde impactan las flechas, claro que eso no es muy preocupante, el tamaño de la multitud al acecho no exige siquiera metralla. Sin embargo, las tinieblas tornan a pesadilla insoportable cuando los que resisten toman conciencia de que es el proyecto enemigo quien realmente requiere la resistencia frente a él para motivar a sus propias huestes.
Ante esto, la magnanimidad de la invasión, siempre queda aceptar la permanente oferta de rendición honorable y sumarse a la estrategia victoriosa.
La victoria. Curioso como, a pesar de que nos van dosificando dosis recurrentes de sucedáneos de los mismos, ciertamente no son tiempos para los héroes ni para el Héroe, aunque quizá no lo han sido nunca. Pero Heidegger tenía razón en la apelación última, tenemos que estar abiertos a su llegada, tras nuestros logros no nos queda otra cosa; claro que Heidegger está muerto. Mejor para él, quizá también para nosotros.

20 de enero de 2006

West Beyrouth

De entre las pocas películas (fundamentalmente y no se bien por qué, me he dedicado sobre todo a volver a ver antiguas) que he videado durante estos últimos meses hubo una que me sorprendió especialmente y que llevaba años buscando (bendita mula).
Hay muchos filmes que en seguida son catalogados como "película para entender lo que pasa o lo que ha pasado en no sé dónde", sin embargo considero que realmente hay pocas películas que te sirvan para entender lo que ocurre en alguna parte a no ser que ya tengas algo de conocimiento del tema.

De todas maneras, me encantan las películas de ambientación histórica (especialmente de la edad contemporánea) que te invitan a conocer y a aprender lo que sucede o lo que sucedió en un lugar determinado mediante el recurso a otras fuentes de información ajenas a la película en sí.
La guerra civil libanesa (1975-1989) me era bastante desconocida fuera de las nociones típicas, fundamentalmente porque se trata de un conflicto aparentemente resuelto (aunque como hemos visto este año, y más allá del caso Hariri y la retirada de las tropas sirias, aún queda bastante) y porque no lo viví de cerca, ni de manera consciente como otros (Balcanes, Golfo II o Golfo III). Este año hice un curso sobre conflictividad e inicié un trabajo (que al final no presente, fue mi mes de triple becario y de los cuatro cursos) sobre el Líbano que, por lo menos mentalmente, completé indagando un poco tras ver esta película.
Es el libanés un conflicto complejo (realmente en los peores momentos de la década de los 80 era habitualmente descrito como una guerra de todos contra todos en plan Pressing Catch -por cierto, por lo visto van a repetir Humor Amarillo en Cuatro a partir del 28, otro programa de esa mítica telecinco de Berlusconi de los primeros 90- por la cantidad de fuerzas y bandos interrelacionados y solapados que había: maronitas, chiitas, drusos, palestinos, sirios, prosirios, antisirios, socialistas, el tsahal...
Un conflicto en el que Estados Unidos (y Francia, tan dispuesta siempre a meter las narices en sus antiguas colonias: Liberté Egalité Colonialisté que acertadamente puso Oroz en una viñeta) se implicó con un buen número de marines, ordenando Reagan la retirada (claro que nadie los llamó cobardes por retirarse, no como a las tropas españolas que abandonaron Irak) rápidamente tras un atentado en el que perdió a varias decenas de hombres (bastantes más que una década después en las calles de Mogadiscio).

Sin embargo, como la mayoría de los conflictos, esté responde (mejor dicho, implica) a una serie de claves situacionales especialmente claras en relación a la vida diaria de la gente que se ve envuelta en ellos.
Es esto en lo que se embarca el filme West Beyrouth de Ziad Zoueiri y de 1998; ofrece la vida de una familia de clase media (a efectos absolutos, clase media-alta) beirutí en la primera fase de la guerra y lo hace sobre todo a través de las vivencias del adolescente Tarek y sus amigos Omar y May.
La película está bien llevada, perfectamente ordenada en su narración y utiliza el intercalamiento de imágenes documentales reales de la historia del conflicto para reforzar su ambientación.
El filme es una buena muestra de hasta que punto algo que crees ajeno al final te acaba alcanzando. Es una idea que resulta de gran cotidianidad. Así (y al margen del tema del mundo globalizado, la mariposa neoyorquina y la cadena aristotélica del causa-efecto; aunque todos ellos pueden resultar ciertos) muchas son las situaciones y problemas que miramos con cierto desdén por resultarnos lejanos a nosotros y que nos han acabado afectando (quizá precismante por no tomar conciencia a tiempo de su potencialidad extensiva).
Y este pensamiento es, desde luego, perfectamente aplicable a una situación de guerra por el potencial de destrucción y sufrimiento que esta implica.
Se observa perfectamente en el filme el cambio de percepción que sufren los protagonistas y singularmente Tarek acerca de lo que es, supone e implica una guerra. Al principio Tarek la ve casi como algo bueno porque le libra de ir al colegio, pero poco a poco se ve envuelto en toda la deriva de conflictividad que sostiene la lucha, aprendiendo a enjuiciar la situación de otra manera.
Junto a lo referido que considero tema central, hay otros varios (la vida en una ciudad dividida, las vida diaria en medio de la guerra...) que se encuentran sustentados por un muy buen guión.

Mención especial merece el tema de la construcción "del otro" como piedra angular de todo conflicto.

La película se esfuerza en ayudar a comprender esto último en el caso libanés y especialmente en el de la próspera y occidentalizada Beirut de antes de la guerra. Así, se subraya la instrumentalización de la religión como mero pretexto para el establecimiento de un "nosotros" y un "ellos" (la conversación de Tarek con su padre mientras se afeita en la que hace valer su condición de "fenicio" y no de árabe ; la pregunta a Omar sobre si ha leído el Corán, la manifestación en la que se clama venganza por la muerte de Kamal, etc. están entre los mejores).
Singularmente simbólica es la escena cuando, tras el estallido de los primeros enfrentamientos en la primavera del 75, el coche de la familia es detenido en un control y ante la argumentación del padre de que la familia es de Beirut, el soldado le contesta que ya no existe Beirut; ahora hay Beirut Oeste y Beirut Este, por la división entre los sectores cristiano y musulmán de la ciudad.
-¿Y en qué Beirut estamos?, pregunta la madre.
-En Beirut Oeste,... supongo, remata el marido.

Justo antes, tiene lugar otro trozo del guión bastante bueno en la que la madre, inquieta por las primeras víctimas, pregunta a su marido acerca de quiénes están detrás de la masacre y éste le dice que son luchas entre israelíes y palestinos "No es nuestro problema" ¿Cómo puedes decir eso?, ¡ocurre en nuestra tierra! le espeta la madre indignada y prosigue con su relato al temor de una verdadera guerra entablando una conversación con el marido que minusvalora lo que su mujer le dice:

- Esta mañana un periodista europeo me ha dicho que el Líbano va a sobrellevar cambios drásticos.
-Cambios drásticos, menudo genio. Durante 100 años hemos vivido cambios drásticos.
- Él dijo que nos preparásemos para un duro invierno.
- Bah, ¿Desde cuándo ha entendido Occidente a Oriente?
-Estoy de acuerdo (remata el hijo).

Reseñar que las interpretaciones no están nada mal, aunque quizá en conjunto están algo descompensadas. El actor que interpreta a Tarek y que es hermano del director está a la altura.

La película tiene además detalles inteligentes, algunos "fáciles" y manidos como la referencia al etnocentrismo francés que muestra la maestra del colegio y otros más ingeniosos como cuando tras la relación de amistad que entabla con una chica musulmana Omar muestra el crucifijo que ella le ha regalado junto a su propio colgante diciendo que ahora tiene pasaporte para ir donde quiera.

En definitiva, realmente me pareció una buena película, de una historia aparentemente lejana, pero que nunca lo está demasiado cuando se trata de algo tan fácil de germinar como es el odio como sustento para una guerra. Un estado el libanés que a luz de la historia presente proporciona un esquema general de los logros y limitaciones de la construcción de una democracia liberal sobre la base del reparto étnico del poder. Un elemento que para muchos es la bomba de relojería imposible de desactivar para el futuro de muchos países. Un ejemplo que, pese a todo, ha seguido ensayándose con mayor y menor intensidad y fortuna en otros lugares (Bosnia, Irak...).

19 de enero de 2006

¿Respirar?

El placer está constituido por el propio ansia de placer, quizá eso explique la imposibilidad de aplacar el egoísmo consustancial de la especie humana con cualquier dádiva que se le proporcione. Resulta profundamente frustrante el tener siempre presente que toda utopía que se pretenda realizar tendrá que afrontar eso. Es posible que por eso ninguna haya realmente triunfado, las utopías están hechas para funcionar en una especie superior éticamente a la humana que ni hemos encontrado ni ha conseguido nacer, o es que quizá las utopías son simplemente la ilusión piadosa que el sufrimiento real requiere como creí entender en las palabras al respecto de Richard Rorty.
No. Más bien considero que la utopía es una contradicción dopante que eleva las miras para discriminar lo que siempre ha estado claro (HHHe): homo homini homo est.
En vista de que la fe se perdió (nunca existió de manera autonóma), la sociedad optó por la magnificación de los pequeños actos como manera humana de iniciar la utopía. No me convencen.
Más allá de templar pequeñas esferas, es cierto que diminutas chispas pueden llegar a encender algo, pero es difícil que lo hagan cuando todo está conscientemente empapado. Y es paradójico, ya que lo que se llueve desde arriba es lluvia ácida que empapa lo que debería arder por sí mismo, mientras que por el contrario abrasa lo que no está todavía contaminado.
Con este pronóstico de genérico "totalsat" hay días que parece que lo único humano sería quitarse el chubasquero y dejar que el aguacero ácido penetre, pero sales a la calle y te lo dejas puesto: no por la lluvia, sino por el hedor irrespirable que engrasa lo que se supone que funciona, lo que se supone que constituye la esperanza, lo que se supone que algún día secará.
Atontado, retrocedes, guardas el arco y te conformas con torturarte mirando la lluvia caer a través de un translúcido cristal, como Betsy Blair en Calle Mayor.

18 de enero de 2006

Matar un Ruiseñor

No suelo ser una persona que se canse de ver la misma película cuando me ha gustado la primera vez, de hecho hay una serie de películas que siempre que tengo la oportunidad vuelvo a ver cada cierto tiempo. Matar un Ruiseñor (To Kill a Mockingbird) de Robert Mulligan es una de ellas.

Fue en esta película donde me terminé de enamorar de Gregory Peck.
Precisamente, se podría decir que lo mejor de este filme es la brillante interpretación de Gregory Peck en el papel de Atticus Finch, pero sería mentir (algo parecido a lo que hizo Aznar en la entrevista con Saénz de Buruaga en plena campaña previa de propaganda para la invasión de Irak, aún me acuerdo del "puede estar seguro usted y todas las personas que nos ven, Irak tiene armas de destrucción masiva"; sólo que esta mentira de juicio acerca de la película no tendría la miseria ética y criminal de la otra). Lo mejor de esta película es toda ella, lo buena que es.

Maycomb era todavía una vieja y aburrida población en 1932 cuando yo la conocí, el caso es que por aquel entonces hacía más calor. A las 9 de la mañana ya se habían reblandecido los cuellos duros de los hombres. Las señoras se bañaban antes del mediodía y a las 3 de la tarde después de la siesta, y al llegar la noche de tanto sudar y ponerse polvos de talco parecían pastitas de bizcocho cubiertas de crema. El día tenía 24 horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa porque no había adónde ir, ni nada que comprar, ni siquiera dinero para comprarlo. Aunque recientemente se había dicho del condado de Maycomb que no debía tener miedo mas que de su propio miedo. Aquel verano cumplí seis años.

Así empieza una película que es redonda de principio a fin tanto en guión, como en interpretaciones, banda sonora y fotografía. Una obra de 1962 que yo vi por primera vez 41 años después.
Es un retrato de la vida en una pequeña población norteamericana contada a partir de los recuerdos y la mirada de una cría de 6 años.
El tema central lo constituye la descripción del racismo estructural de las áreas rurales del sur de Estados Unidos. De hecho, el movimiento por los derechos civiles y el fin de la segregación racial en ese país empezó cuando la ciudadana negra Rosa Parks se negó a ceder su asiento en un autobús público a un blanco tal y como estaba mandado, iniciándose a continuación un boicot de la población negra a la compañía de autobuses; y creo recordar que eso ocurrió en Montgomery, capital de Alabama, que es precisamente el estado al que pertenece el condado de la ciudad donde se desarrolla la acción de Matar un Ruiseñor.
Junto a esta línea temática, la película muestra y cuenta la vida de los dos hijos de Atticus, y de Tití, el sobrino de una vecina.
Es fácil intentar conseguir en una película ternura y gracia metiendo a niños como personajes; pero en pocas películas esto realmente funciona sin demeritar otros aspectos del filme, ya que trabajar con niños en cine es harto complicado. Sin duda Matar un Ruiseñor es una de esas donde el trabajo con niños funciona. Y no es sólo que funcione, es que realmente las dos líneas de la narración (la de los niños y la temática del juicio) están tan bien entrelazadas como compensadas interpretativamente: no sé si quedarme con el trabajo de Gregory Peck o con la actuación de los niños. Los tres personajes infantiles (Scout -es precisamente Scout quien narra la historia de su infancia en función de sus recuerdos de ese verano-, Jem y Tití) lo hacen con una naturalidad excepcional -propia de un niño, desde luego-: ese preguntarlo todo, ese contarlo todo, ese ir corriendo a todas partes, esa inocencia, ese inventar cosas sobre la marcha sin preocuparse de lo dicho anteriormente (como cuando Tití habla de su padre, sucesivamente desaparecido, luego dueño de los ferrocarriles y por último aviador). La escena en la que Scout molesta a la Señora Dubose ( la que "tiene una pistola de la confederación escondida bajo la manta y te matará en menos que canta un gallo" que dice Jem) no puede ser más natural y la remata Atticus. Me encanta el momento en que aparece Tití entre la verduras del huerto y se presenta en plan disco rallado.
Además, se puede decir que toda la película está imbuida de la conciencia infantil, ya desde el principio lo advierte la narradora "el día tenía 24 horas, pero parecía más largo", sin duda. No sé si por falta de conciencia o porque lo aprovechas más, pero desde luego el tiempo pasa más despacio cuando eres crío.
La fotografía es fantástica de principio a fin y en el momento en que los niños se van a husmear al jardín de los Radley recuerda con ese juego de sombras al blanco y negro metálico de La Noche del Cazador.
De propina está la banda sonora, en algunos momentos totalmente "Tom Sawyer" (de hecho, las andanzas de los críos podrían casar muy bien con ese estilo de Sawyer y Finn) y en otros (como en el tema principal) es una melodía que derrocha paz e inocencia como la de los ojos de Scout.
En definitiva una película sencillamente deliciosa, en la que además de los elementos formales (algunos de lo más común, pero excelentes como las sosegadas tomas de cámara a través de la ventana de la habitación de los niños, como cuando Atticus lee con su hija) existe una hondura temática (desgraciadamente aún todavía atemporal) impresionante (¡ese alegato final de Atticus!) por no hablar de toda la historia de Boo Radley (todo un coprotagonista -por encima de todo fílmico- también de la historia).
Una película que además contiene al Gregory Peck en la interpretación de su vida (actor al que ya había visto en Vacaciones en Roma, y posteriormente busqué ávidamente en Recuerda de Hitchcock).
Su personaje cala, algo no difícil al ser en esta película el prototipo del dechado de virtudes (sin duda el padre que todos quisiéramos tener), el hombre que algunos quisieran ser y el que otros pretenden míseramente simular (singularmente también por la condición de Atticus de abogado) . Una película de hecho, que a nivel de recuerdos personales, inauguró como peliculón todas aquellas tardes de otoño e invierno viendo y soñando cine a un tiempo en las incómodas sillas de la Biblioteca de Humanidades.

17 de enero de 2006

Set en blanco

Casi cuatro meses de retiro (uno pretendidamente existencial, que al final ha acabado siendo más físico que metafísico) no me han conducido a casi ningún sitio. Lo peor de todo es que lo poco que podía sacar de todo lo que quería obtener abstrayéndome de casi toda una vida, ya lo he sacado. De manera que prolongar esto es ahora más que nunca (o ahora realmente) inútil. Sin embargo, el ánimo no me acompaña y tengo pavor a que llegue el 19 y me levante de madrugada a apagar el móvil esquivando de esa manera conversaciones que quiero mantener, pero que no puedo soportar. Es una actitud que quizá supone el broche a una deriva egoísta, aunque eso está por ver.
De pequeño durante no demasiado tiempo me gustó el tenis y viendo partidos me costaba comprender como en algunos partidos un tenista tras perder un set por un apretado 7 a 5, perdía el siguiente por 6 a 0. Me era difícil comprender como una pérdida por poco en un asalto te puede dejar hundido en el siguiente. Set en blanco, lo llamaba el comentarista. Sin embargo, ahora lo entiendo más que nunca. Es una expresión que define perfectamente mi actividad durante el lapso de tiempo transcurrido desde fines de septiembre. Y aunque en este caso, se puede decir que este resultado de 6 a 0 es algo que he elegido yo rompiendo mi propio servicio a base de dobles faltas (veremos de aquí a un tiempo si en concreto una de ellas me sale especialmente cara) el símil con el set en blanco no deja de ser acertado.
Set en blanco, sí, no necesariamente ocioso, porque tampoco me he dedicado a la diversión.
Pero al margen de escudriñar mi mente en busca de un mapa de mi ser del que sólo he hallado jirones inconexos (aunque desde luego algo es algo), de correr 40 kilómetros por semana, de un par de "pequeños" pasos en falso y de unas pocas películas, ha sido todo un trimestre en blanco.
Veremos si el partido continúa.