20 de abril de 2008

El Último Polvo

Resulta muy curiosa la relación de amor-odio que el hombre ha tenido desde siempre con el entramado conceptual formado por la incertidumbre, la espera y la seguridad.

Como destacadamente extendida puede considerarse la aversión del hombre a la incertidumbre respecto de algo que no ha ocurrido aún. En tal sentido, la incertidumbre parece ser mala.
Junto a eso es también muy común la impaciencia o el nerviosismo pertubador que indefectiblemente genera en un individuo la espera de algo (que se sabe que va a ocurrir, que probablemente va a ocurrir o que debe ocurrir). La espera es mala.
Y, consecuentemente, el anhelo por obtener un cierto grado de certidumbre moral o directamente de seguridad "científica" (derrotando o aminorando de eso modo tanto la incertidumbre como la espera) también goza de una generalidad altamente reconocida en los sujetos humanos. La seguridad/certeza es buena.

Sin embargo, las pretensiones de extensiva generalidad que aparentemente tienen estos tres elementos del complejo incertidumbre-espera-seguridad son fácilmente recalculables.

En primer lugar, cabe decir que -como en todo-, tanto la aversión a la incertidumbre, como el anhelo de seguridad deben ser revisadas en función de los diferentes tipos de personalidad, los diversos estadios vitales y las distintas semiosferas que cada persona pueda poseer o en las cuales pueda estar inserta.
En este sentido, aunque resulta indudable v. gr. que el hombre ansía, anhela y hasta exige (cuando puede) un mínimo de certeza acerca de lo que le puede acontecer en el futuro si opta por un camino, por una cosa, o si actúa de una manera; no es menos cierto que una persona acostumbrada a moverse siguiendo caminos prefijados (una carrera que seguir, una tradición familiar que continuar, unas presiones sociales a respetar, etc) será menos capaz de navegar en la incertidumbre; mientras que aunque sólo sea por práctica, una persona más acostumbrada a los cambios súbitos y continuos requerirá de una dosis inferior de "seguridad" y certeza para desarrollar su periplo vital de manera razonablemente satisfactoria.

Sin embargo, lo que realmente invalida como tal la pretensión totalizadora de las afirmaciones iniciales acerca del rechazo a la incertidumbre y el ansia de seguridad es el carácter tremendamente inestable del tercer elemento del complejo conceptual arriba referido: la espera. Toda un arma de doble filo, como nos enseña el mito de la Caja de Pandora.

Fue en cuarto de carrera y gracias a una joven (Rocío), pizpireta e injustamente minusvalorada profesora ayudante a la que encargaron impartir una parte de la asignatura de Ética, donde tomé contacto con un buen número de textos clásicos, entre ellos Los Trabajos y Los Días de Hesíodo.
Es en esta obra donde está contenida la versión más extendida de la historia del mito de la Caja de Pandora.

A saber; Zeus, furioso tras haber robado Prometeo el fuego a los dioses y habérselo dado a los hombres, creó a una mujer (Pandora) a la que los diferentes habitantes del Olimpo obsequiaron con diversos dones entre los que estaban la belleza y la curiosidad. Zeus decidió enviar a Pandora como un regalo a Epimeteo (hermano de Prometeo) e hizo acompañar a la joven de un ánfora en la que se encontraban encerrados todos los males (enfermedad, crimen, etc.), instruyendo a Pandora para que no abriera ese ánfora (una instrucción ésta de una intencionalidad claramente cínica, puesto que a Zeus no se le escapaba que uno de los dones con los que había sido creada la joven era el de la curiosidad).
A pesar de que Prometeo había prevenido a su hermano acerca del riesgo de aceptar regalos de los dioses (y, de hecho, parece ser que directamente le había prohibido aceptar presentes divinos), Epimeteo aceptó a Pandora como regalo y se casó con ella.
Como no podía ser de otra manera, llegado un momento Pandora sintió curiosidad sobre el contenido del ánfora y la abrió, ocasionando con ello que los males que estaban aprisionados en ella saliesen y quedaran libres para poder azotar de manera inmisericorde desde entonces a la humanidad.
No obstante, Pandora al ver lo que había hecho fue capaz de reaccionar y cerró el ánfora a tiempo antes de que saliera el último de los elementos que el ánfora contenía: la "esperanza".

De acuerdo con esta versión de la historia, parece entenderse que el mito se presta a una literaria y optimista interpretación primaria, esto es, a pesar de la catástrofe que supone que el hombre se encuentre acechado toda su vida por las calamidades que fueron liberadas del ánfora y que desde entonces pueden cebarse con él sin piedad, al menos, le queda la "esperanza" para superar esa difícil realidad (de manera que no todo está perdido).

Sin embargo, este análisis inicial no soporta una revisión un poco más pausada; es algo que han puesto de manifiesto las diversas incongruencias lógicas, culturales y lingüísticas que desde tiempo ha se han venido señalándose en esta versión del mito.
Una de las que más llama la atención de todas ellas es precisamente la que acaba teniendo que ver carnalmente con el complejo mental triádico expuesto líneas arriba.
Esto es, si efectivamente (y según la interpretación que subyace a esta versión del mito) el elemento negativo de la liberación de los males del ánfora por parte de Pandora queda compensada (al menos parcialmente, en plan premio de consolación) por el elemento positivo que supone el tener/conservar todavía la esperanza, ¿cómo es que la esperanza (en tanto elemento positivo en sí) estaba dentro de un ánfora que encerraba sólo a males y calamidades (elementos de negatividad plena y suma)?

Aunque se han propuesto diversas explicaciones para esta evidente contradicción, creo que fue Verdenius quien valiéndose de argumentos lingüísticos afirmó que realmente en el original del mito contenido en Los Trabajos y los Días de Hesíodo no hay que leer/traducir "esperanza", sino "espera".
Con este cambio, el sustento lógico del mito sí que cuadra un poco más, ya que, entendiendo la espera como algo negativo (que es precisamente el cáracter defendido al principio respecto de la impaciencia nerviosa que genera la espera de algo), su presencia dentro del ánfora junto con el resto de males no desentona (todos ellos serían elementos negativos).
Además, este cambio de "espera" por "esperanza" en la lectura del mito contribuye también a que la interpretación cultural de esta versión del mismo sea más coherente.
Así, si desde la apertura de la caja y la liberación de los males contenidos en ella, el hombre se ve expuesto a diversas calamidades, el hecho de que la espera consiguiera conservarse dentro del ánfora y no escapase como el resto hace que el hombre no las espere (no sepa si van a ocurir o no, cuáles van a afectarle, en qué momento) y su vida no se encuentre eclipsada por el horizonte de recibir la visita de cualesquiera de esas calamidades.
Es por ello que el hecho de que la espera no haya sido liberada debe tomarse como algo positivo, ya que una vida sometida a calamidades en la que además el hombre estuviera esperando su ocurrencia sería del todo insoportable.
En otras palabras, los males se presentan al hombre sin previo aviso. El hombre sabe que puede sufrir su azote, ya que una vez liberados del ánfora campan a sus anchas por el mundo, pero realmente no sabe si le afectarán realmente o cuando lo harán; en consecuencia, y gracias a que la espera sigue encerrada en la caja, queda (al menos) resguardado del "mal" del nerviosismo e intranquilidad que le produciría la permanente preocupación de saber de antemano que en un determinado momento fuera a ser asesinado, o fuera a caer gravemente enfermo, y así, libre de ése último mal, puede volcar su espíritu, preocupación, interés y tiempo en otros aspectos de su vida.

Volviendo al principio, y en relación con el complejo triconceptual de partida, parece concluirse de la interpretación del mito de Pandora que la espera como tal es ciertamente algo malo (por eso estaba en el ánfora), y de ahí la extensión entre los hombres de su rechazo en virtud de la intranquilidad, nerviosismo o impaciencia que provocar esperar algo (y más aún, si ese algo es algo malo).

El desazón que genera la espera de algo que se sabe que va a ocurrir (la espera -en el sentido visto en el mito de Pandora- de algo prefijado, fijado o escrito) puede resultar tan desequilibrante para el hombre que le haga volcar toda su atención en el futuro, haciéndole minusvalorar el pasado o llevándole a ignorar o a desvirtuar el presente, en tal sentido la espera puede llegar a convertirse en su única actividad vital. Una persona que tiene marcado un deadline (un examen, una cita, una obligación...) puede llegar a focalizar y planificar su atención de manera tan excesiva con arreglo a eso, que puede llegar a olvidarse de otras cosas, en una idea parecida a la que John Lennon expresó cuando afirmó Life is what happens to you while you're busy making other plans.

Sin embargo, sería injusto concluir sin más que la espera (tal y como se entiende en el mito de Pandora -y con mayor motivo en el caso de que lo que se espera sea algo negativo-) es algo malo, que genera intranquilidad en el individuo y que le puede llevar a desvirtuar el presente y el pasado.
Una espera de algo prefijado tiene, pese a todo, el valor de anticiparnos los datos (o al menos nos prepara actitudinalmente para recibirlos) de lo que va a ocurrir en un futuro y, por tanto, facilitarnos la tarea de organizar mejor el presente de acuerdo a ese conocimiento adelantado sobre lo que ocurrirá (a pesar de que esa positiva actitud de intentar organizar mejor el presente mientras se espera lo que tiene que pasar en el futuro debe lidiar, por otra parte, con ese ánimo tan humano de intentar evitar lo inevitable, de cambiar el presente para modificar el futuro). En este sentido, y aunque sea de un modo no buscado, la espera nos dota de cierta dosis de preparación hacia el futuro, de cierta mentalización hacia lo que puede ocurrir, de cierta seguridad

Y es que la espera es ciertamente un arma de doble filo y eso ocasiona que al final ni toda la incertidumbre sea peligrosa, ni toda la seguridad sea deseable.
Nos gusta que la espera esté encerrada en la Caja, porque así la vida nos es más llevadera y podemos dedicarnos más al presente; pero, a la vez, nos gustaría (y nos gusta) conocer y/o reflexionar y/o esperar sobre los momentos en que algo ocurrirá, se producirá una despedida o se producirá un final, ya que, sin un periodo y una labor de espera, en el momento decisivo quizá no podamos actuar como debiéramos, o no seamos capaces de actuar como inteligentemente habríamos de hacerlo, y todo por eso, porque no hemos esperado, porque no lo esperábamos.

Siguiendo en esa idea, a nivel de micropsicología de la vida cotidiana se constata que hay mucha gente que nunca piensa en los finales de las cosas, opina que es preferible que las cosas no tengan final (porque eso supone que hay que esperarlo, al menos mínimamente), sino que simplemente acaben sin previo aviso. Si supiéramos o esperásemos el final de algo probablemente pensaríamos más en ese momento final que en el momento presente (por no hablar de que eso implicaría todo un incómodo e intranquilizador periodo de espera y concienciación de que hay un final al que llegar, un final que afrontar).

En la misma línea, muchas personas también piensan que las despedidas no son buenas, porque -a fin de cuentas- son, por encima de todo, un acto declarativo de que algo se acaba (o se interrumpe o se suspende) y por eso suelen llevar aparejadas tristeza, nostalgia, o pena en relación a lo que se da por acabado. Es por ello que es muy común que gente que no tolera bien las despedidas (o que no se atreve a enfrentarse a ellas) las evite. Las cosas que se limitan a acabarse (sin final propiamente dicho, ni despedida) parece como que duelen menos y son menos costosas anímicamente, precisamente por eso, porque carecen del hecho fáctico y concreto de reconocer o declarar que algo se acabó.

Todo ello, sin duda, es bastante cierto, pero aunque sólo sea por el hecho de que casi todo el aprendizaje que se ha realizado desde que se acarició por primera vez el emplumado de las flechas con la mano se ha basado en la tríada básica de: Inicio + Desarrollo + Desenlace/Final (esperando que al inicio le suceda un desarrollo y a éste un final), los expedientes tienen que tener una diligencia de cierre, las revoluciones tienen que tener traidores, el mundo tiene que tener héroes, las películas tienen que tener un The End y las cosas tienen que tener un final, perceptible, cognoscible y perfecta/imperfectamente sensible.

Un final para poder planificar la huída, para volver a empezar, para vaciar el carcaj; un final para buscar un broche de oro, para buscar un broche de no oro, para poner a buen recaudo lo que se quiere conservar, para no tener que volver a hablar, para poder volverte a encontrar, para demostrar-te que eras capaz.
Un final para certificar que no tenía porqué haber pasado, un final para no estar resabiado, para haber podido elegir el tipo de final adecuado, para haber podido elegir un final apropiado; aunque fuera sólo un poco, aunque fuera sólo un polvo, aunque fuera el último. El último polvo.


Cuando todo acabó, cuando todo se habló
cuando por fin entiendes que el pasado pasó
visto desde el final, no estuvimos tan mal
los momentos hermosos siempre perdurarán
y entiende, por favor, que aunque sienta dolor
desde que te conozco, soy un hombre mejor
y que indudablemente, podía botarte de repente
fíjate si estaba equivocado, siendo tú quien me ha botado

Quiero darte una despedida
que recuerdes toda la vida

y esta noche he venido tan sólo
a que nos demos el último polvo

quizá parezca pedir demasiado
pero yo sé que tú también lo has deseado

si mañana se termina todo
será después de nuestro último polvo


Tanta desilusión, tanta desolación
hoy es de cada uno lo que fue de los dos
y ahora habrá que esperar lo que pueda pasar
no debe haber comienzo si no ha habido final
y cuando salga el sol nos diremos adiós
todo será distinto para nosotros dos

Y que indudablemente podía botarte de repente
fíjate si estaba equivocado, siendo tú quien me ha botado

Quiero darte una despedida
que recuerdes toda la vida

y esta noche he venido tan sólo
a que nos demos el último polvo

quizá parezca pedir demasiado
pero yo sé que tú también lo has deseado

si mañana se termina todo
será después de nuestro último polvo


Yo descubrí el área nunca antes visitada
del lado oscuro de tu almohada
y yo pasé mi lengua por el borde de tu cara
sobre tus lágrimas saladas

Yo descubrí el área nunca antes visitada
del lado oscuro de tu almohada
y yo pasé mi lengua por el borde de tu cara
sobre tus lágrimas saladas

El Último Polvo
Caramelos de Cianuro
2002


Llevo meses encallado en esta canción de la banda de Caracas, Caramelos de Cianuro.

Desde los desvencijados fundos del rock latinoamericano de los 90, por los siempre poco definidos senderos de la creación alternativa, y firmemente asentados, por contra, en la obsesiva y, a veces, cansina predilección del pop-rock latino por aderezar docenas de acordes de guitarra con sobredosis de perversión musical de carácter retórico-pornográfica, Caramelos asombró por su rápido éxito y su capacidad para metamorfosearse (hay quien diría, quizá con razón, "traicionarse") estilísticamente en muy poco tiempo.
Así, v. gr. para 2002 la banda ya había abandonado la macedonia sensorial de guitarras y sonidos electrónicos que distinguía a su disco de 2000 "Miss Mujerzuela" y de la que es buen exponente el brioso tema La LLama, y se había aficionado, en cambio, a otras derivas musicales.

Aunando superficialidad adolescente, guitarreo moscardoneante, parafernalia metálica y buena factura musical, El Último Polvo es considerada una de los grandes temas del pop-rock venezolano reciente. Y no sólo eso, sino que gracias al videoclip que el cuarteto grabó en las calles de Miami, con la funambulesca voz de Asier barriendo el aire de un decorado urbano desierto y posmoderno, la banda fue catapultada a la fama fuera de su país como sólo el sonido y, sobre todo, el todopoderoso y endogámico look and feel MTV son capaces de hacerlo.