23 de febrero de 2008

El Himno Proscrito

Toda colectividad que se precie (y si es política mucho más) gusta de tener elementos diferenciales; es por ello que para un país o para una región, un himno propio es una elección obligada.

Hay muchos clases de himno.

Existen himnos que no tienen formalmente esa consideración (pero lo son) y que ni siquieran tienen letra pero que logran la identificación de casi todo aquel que lo escucha (como el tema principal de Carros de Fuego, de Vangelis, todo un himno a la superación del hombre).

Hay himnos no oficiales que tienen letra y que reflejan como nadie universales de la humanidad como los versos del O Fortuna encontrados hace doscientos años en un códice bávaro y popularizados y orquestados por Carl Orff en Carmina Burana.

Ha habido himnos oficiales capaces de superar el momento histórico, social y político para el que fueron creados.
Es el caso del poderoso y brillante Himno de la Unión Soviética que compuso Alexander Alexandrov hace más de medio siglo y que, tras perder su estatus con la desintegración de la URSS, fue recuperado en 2000 con una modificación en su letra para convertirse en el nuevo himno de Rusia (tras una década en la que el himno ruso existía -compuesto por Glinka-, pero que carecía de letra).

Hay himnos que nacen por imperativo legal ajenos a la mayoría de los ciudadanos que a priori tienen que sentirse identificados con él, pero que con el paso del tiempo y con el tesón de las autoridades empiezan a calar en la colectividad. Es el caso del himno aragonés.

Hay himnos que han logrado el afecto y la identificación de la práctica totalidad de las personas a los que van dirigidos. Es el caso del elegante Himno de la Comunidad Valenciana, uno de los más conocidos y musicalmente loados.

Se dan casos de himnos que por querellas políticas o por falta de decisión se quedan a la puertas de convertirse en oficiales, cuando realmente eran los mejores candidatos, como el Gernikako Arbola de Iparraguirre (o incluso el delicioso Lau Teilatu que también se llegó a proponer como himno) que pese a su popularidad no tuvo las simpatías del nacionalismo para ser oficializado como himno del País Vasco.

Hay himnos que tienen letra, pero no oficial, como el riojano (heredero del Himno de la antigua provincia de Logroño, que pese a todo posee varias versiones de su letra).

Hay himnos sin letra como la Marcha Real española. Hay himnos a los que ridículamente se les intenta adjudicar una letra, como la Marcha Real española. Hay himnos a los que realmente no les hace ninguna falta la letra, como la Marcha Real española.

Sin embargo, sólo conozco un caso de himno tácitamente proscrito. El madrileño.

Sí, porque aunque muchos no lo sepan la Comunidad de Madrid tiene su himno desde que la provincia homónima se constituyó en autonomía.
Su música fue compuesta por el afamado Pablo Sorozábal Serrano, siendo una interesante y breve melodía orquestada de polifonía de aire marcial y regusto andalusí, con un ritmo in crescendo y un desarrollo a base de quiebros que resulta algo atípica en lo que a himnos se refiere, pero que a mí me parece muy señorial.

Quizá para dar el contrapunto a esa señorialidad, para la letra Joaquín Leguina buscó a Agustín García Calvo, quien para la ocasión compuso una insólita poesía estructurada en tres estrofas y que fue aceptada por el gobierno Leguina y oficializada junto con la música de Sorozábal como Himno de la Comunidad de Madrid.
Eran los tiempos de "la Movida", la deconstrucción y el cachondeo; y si Martes y Trece habían logrado sintetizar de manera genial en un sketch de dos minutos toda la esencia musico-cultural de aquella época...




...Agustín García Calvo lo logró en cuanto a la esencia sociopolítica de aquel periodo hasta construir en las tres estrofas del himno madrileño un arrebato de ingenio, retranca y burla que no sin razón ha sido considerado como un prototipo de antihimno (y como un despropósito, y como una injustificable burla subvencionada, etc).

Sí, porque si los himnos de otras comunidades recurren a honrar a patrias queridas, hablar de nuevas glorias ofrendadas, proclamar lealtades a viejas leyes, loar 9 diamantes de peso, y observar voces que se alzan y cielos que se llenan; el de Madrid, en cambio, trata sobre el corroncho autonómico de la patata, las vueltas que se dan para acabar quedándose quietos en el mismo sitio, estadios, garajes, semáforos, proletarios y funcionarios.

El título del himno "El Ente Autónomo Último" refiere al hecho de ser la Comunidad de Madrid la última comunidad en constituirse (salvo el caso especial de Melilla y Ceuta -que no siempre tiene porqué ser Ceuta y Melilla).
De hecho, la constitución de la Comunidad de Madrid vino a poner punto final al desmadre autonómico que se preparó durante aquellos años (Segovia se quedó a las puertas de convertirse en autonomía, mientras que si el lío hubiera durado un par de años más, seguro que La Sagra, el Oriente Orensano o el Barrio de la Fortuna habrían intentado pillar un café, de esos que daban a todos).
La clase política de entonces (prolegómenos incestuosos de la de ahora) proyectó sobre la población la injustificada relación pseudológica de "autonomía=progreso" (una relación pese a todo mucho menos estúpida que la equivalencia de "algo europeo=algo bueno", que hoy sigue siendo uno de los verdaderos hechos diferenciales de la genuina bobaliconería nacional española). Y así, impulsado también por el loable intento de que no se establecieran regiones de primera y de segunda y, además, se respetase (dentro de lo posible, porque ahí está Navarra, ahí está el País Vasco) una igualdad (más teórica que real) entre todos los territorios, el cambio de década de los 70 a los 80 presenció una alocada carrera al grito de tonto el último de justificaciones racionales e irracionales orientadas al único objetivo de lograr al precio que fuera constituir comunidades autónomas.

Es a ese fenómeno al que aluden las frases más lapidarias del himno de García Calvo (que está escrito en primera persona), siendo sin duda la mejor la de "Sólo por ser algo, soy madrileño"; y es que, por un lado, la creación de la Comunidad de Madrid respondió fundamentalmente a esa extendida impresión de que los territorios que no se convirtieran en comunidad autónoma eran unos "don nadie" y, por otro, a intereses muy lejanos a los ciudadanos madrileños (y bastante más próximos a los de las oligarquías taifales que nacieron por aquella época y que fueron el sustento de no pocos de los caciquillos que sufrimos por aquí y por allá en nuestros días). Unos ciudadanos, los madrileños, que vieron en poco tiempo como los espacios públicos y administrativos se iban poblando con las hasta entonces desconocidas banderas rojas con siete estrellas blancas y las obsesivas siglas CAM.
Por todo ello, la letra del himno de García Calvo es un referente genial de aquella folclórica e colorista época.

Pero los años pasaron, "la Movida" se consumió en sí misma, la dinámica política tomó otros derroteros y la naciente democracia española se desveló como la partitocracia y el pacto entre élites que siempre había estado detrás de ella; el sustento sociocultural que está detrás de los versos de García Calvo perdió su contexto.
Al mismo tiempo, "nuevos" aires políticos llegaron a la comunidad de la bandera heptaestelar y también nuevos gobernantes; unos que, ni eran tan amigos de Calvo como Leguina, ni estaban tan por la labor de seguir promocionando retazos de las ondas culturales de "la Movida" y los estertores del cambio de régimen.
A resultas de eso, y si ya de por sí durante el mandato de Leguina el himno tampoco fue en exceso publicitado; una vez los grandes fastos del 92 y la instalación del modelo de pseudocultura que padecemos inauguraron la década de los 90 y nuevos inquilinos pasaron a ocupar los despachos de la Casa de Correos, el himno madrileño fue decididamente marginado.
Su carácter de antihimno no casaba con el afán de diferenciación fetichista y distinguimiento de las "nuevas" clases políticas de la modernidad española. Y lo hizo mucho menos cuando la derecha política madrileña pasó a desfilar en Cibeles con el fashion diseño de "Liberalismo". Es por ello que, tras algún titubeo abortado antes de tiempo sobre la posibilidad de modificarlo, el himno de Madrid comenzó a tener un carácter de himno proscrito.
Es un himno plenamente oficial, puesto que no se ha modificado la ley de símbolos de la Comunidad de Madrid, ni finalmente fue sustituido por ningún otro; sin embargo, su uso se ha restringido notoriamente aun en actos oficiales, acudiéndose en algunos casos ante la necesidad protocolaria de tocarlo sólo a la versión instrumental de Sorozábal (que es lo más políticamente presentable del mismo).

Por todo ello, hay una gran parte de la población madrileña que desconoce de su existencia. Lo que, por otra parte, tampoco tiene porqué significar nada sustancialmente malo; en Madrid los símbolos nunca han importado tanto, es lo que tiene esa costumbre tan madrileña de mirar (a veces mal, a veces equivocadamente) mucho más hacia fuera y que hacia dentro. Y es que a Madrid, por estar en el centro le pasa algo así como a un péndulo de Foucault en la línea del ecuador, que sabe siempre donde está, porque no se mueve; por eso no necesita tanto de signos, glorias, historias de victoria y derrota que se lo recuerden.

Y es que como lacónicamente dice el propio himno, ése no es su anhelo, por algo -a veces- se dice, de Madrid al Cielo.


Yo estaba en el medio:
giraban las otras en corro
y yo era el centro.
Ya el corro se rompe
ya se hacen estado los pueblos
y aquí de vacío girando
sola me quedo.
Cada cual quiere ser cada una:
no voy a ser menos:
¡Madrid, uno, libre, redondo
autónomo, entero!
Mire el sujeto
las vueltas que da el mundo
para estarse quieto.


Yo tengo mi cuerpo:
un triángulo roto en el mapa
por ley o decreto
entre Ávila y Guadalajara
Segovia y Toledo:
provincia de toda provincia
flor del desierto.
Somosierra me guarda del Norte y
Guadarrama con Gredos;
Jarama y Henares al Tajo
se llevan el resto.
yo soy el Ente Autónomo Último
el puro y sincero.
¡Viva mi dueño
que, sólo por ser algo
soy madrileño!


Y en medio del medio,
capital de la esencia y potencia,
garajes, museos,
estadios, semáforos, bancos,
y vivan los muertos:
¡Madrid, Metropol, ideal
del Dios del Progreso!
Lo que pasa por ahí, todo pasa
en mí, y por eso
funcionarios en mí y proletarios
y números, almas y masas
caen por su peso;
y yo soy todos y nadie,
político ensueño.
Y ése es mi anhelo,
que por algo se dice
De Madrid, al cielo.

Himno de la Comunidad Autónoma de Madrid.
Letra de Agustín García Calvo