19 de abril de 2006

Ven y Mira

No me solían gustar (con un par de excepciones) las películas raras: ni las de desarrollo lento, ni las de estructura atípica, ni las de final completamente abierto, ni las de interpretación reversible, ni las de ciencia ficción, ni ninguna que tuviera algún otro elemento importante que fuera raro.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, las pocas que me han gustado de las que he visto por primera vez han sido en gran parte filmes catalogables por uno u otro aspecto como "raros"; quizá porque desde ese mismo tiempo a esta parte he ido adquriendo (con algún que otro límite) plena consciencia de mi condición pareja, aunque eso ya apenas sirva para nada.

La película soviética Ven y Mira (Idi i Smotri, 1985) de Elem Klimov es una película que se puede considerar como "rara".
Rara por la extraña mezcla de escenas de sabor poético con otras de crudeza descarnada que está presente en ella. Rara por el estilo interpretativo de los actores (especialmente el de los protagonistas), que más que diferente, es raro. También es rara por la cantidad de simbología (de la cual se me escapa la mayor parte de su significado) que se encuentra en ella. Y fundamentalmente me parece rara por el obsesivo uso de un muy particular plano cinematográfico a la hora de enfocar los rostros de los protagonistas. Un uso éste muy curioso y cuyo principal valor es dotar de un efectísimo elemento de refuerzo más a todo el desasosiego y la inquietud que rebosa la película.
De igual modo, para mí es rara también por pertenecer a una cultura cinematografíca que, al margen del Acorazado Potemkin y Dersú Uzalá (y ésta última realmente una coproducción con Japón con director de esta última nacionalidad), me era completamente desconocida.



El filme está ambientado en las llanuras de Bielorrusia en 1943, en pleno auge de la lucha partisana contra el ejército nazi; y su estreno se produjo en 1985 coincidiendo con el cuadragésimo aniversario del fin de la II Guerra Mundial. Es por ello que es una obra que parece estar concebida en gran parte como tributo y homenaje a la lucha guerrillera de la resistencia frente a los nazis (lo que se entiende especialmente en una de las escenas finales en la que la cámara serpentea por el bosque), así como a las víctimas del conflicto (a quienes se refiere de manera directa la pantalla negra con letras rojas que aparece al final de la película).En este sentido, también es posible que desde instancias oficiales se intentara presentar a la película como advertencia acerca de los peligros de la guerra y, sobre todo, del fascismo (con la extensiva denotación y recurrente uso que tenía esta palabra en el sistema socialista), subrayando lo importante de estar alerta ante una posible vuelta de éste. Esta última idea aleccionadora parece especialmente clara además de en el título del filme (Ven y Mira), cuando en la escena del puente y ante las palabras que profiere el oficial de las SS reconociendo sin nigún tipo de vergüenza toda la ideología nazi, el comandante partisano dice a sus hombres: escuchadle todos.
Sin embargo, sería completamente injusto decir que la película se queda sólo en ese mencionado carácter de homenaje a la memoria de las víctimas y protagonistas del pasado; la película es muy buena y por ello va más allá (bastante más allá) de esa mera intencionalidad laudatoria y/o aleccionadora.

El filme, como se ha referido, refleja acontecimientos ocurridos en territorio bielorruso en 1943, utilizando como recurso narrativo la focalización de la trama y de la acción fílmica en las experiencias (y en la mirada, importantísima la mirada; se podría decir que la película hace un uso cinematográfico de la misma que parece partir de la consideración tradicional de ésta como espejo del alma) que en relación con la situación bélica tiene Fliora (personaje interpretado por el joven Alexei Krachenko), un campesino adolescente de una aldea bielorrusa.
En este sentido, se puede decir que, valiendose de la historia particular de Fliora, la película pivota sobre, por un lado, el retrato de las características de la lucha partisana y, por el otro, sobre la narración del horror de la guerra fundamentado en el reflejo de las prácticas y políticas llevadas a cabo por el ejército nazi en Bielorrusia.
Estos dos puntales argumentales están perfectamente equilibrados y entrelazados, haciendo de la película un relato unitario, que aún siendo raro y lento en algunos momentos, resulta de muy buena factura argumental y fílmica.

En lo que al retrato de los partisanos bielorrusos se refiere, cabe decir que la película se esfuerza en ofrecer tanto la concepción mítica y romántica extendida entre buena parte de la población acerca de la resistencia frente al invasor, como la crudeza y dureza en la que realmente se llevó a cabo este tipo de lucha. En relación a esto, decir que el filme es el relato (entre otras cosas) del cambio conceptual que opera el propio Fliora con respecto a la actividad guerrillera y que tiene aún más sentido al atender a su condición de adolescente.

Así, en la primera escena se muestra la laboriosa búsqueda que Fliora y otro crío amigo suyo emprenden para intentar encontrar un fusil, excavando para ello en el lugar de una batalla pasada. Es éste un punto de recreación histórica importante, ya que procurarse un arma era el único requisito para poder "alistarse" en la guerrilla partisana, ya que por sus propias características, ésta fuerza no era capaz de garantizar equipación a sus miembros, sino que eran éstos los que debían proveérsela por sus propios medios, haciéndolo además antes de ingresar en ella.
Con la inocencia casi infantil de la que son poseedores los dos críos, éstos se medio burlan en el transcurso de esa búsqueda de un anciano que les advierte sobre lo peligroso de apuntarse a la lucha y les conmina a que dejen de buscar entre la arena. Fliora y su amigo evidentemente no atienden esta advertencia; posteriormente Fliora volverá a encontrarse con este anciano, descubriendo que tenía algo de razón.

La escena del amigo de Fliora imitando ser un soldado alemán sacando una voz ronca para ello y, posteriormente, jugando con un teléfono que encuentra mientras buscan el fusil es buena.
El caso es que tras encontrar un rifle, Fliora se apresta a unirse a los partisanos y es visitado por dos miembros de éstos a los que orgullosamene les muestra su recién encontrada arma, para acto seguido (y tras enfrentar la desesperada oposición a su actitud de su madre que le exige desistir del deseo de unirse a la guerrilla y permanecer en la aldea junto a ella y sus pequeñas hermanas) partir con ellos al campamento partisano.

Durante esta primera parte de la película es bien patente que la concepción de la lucha (y áun de la guerra) que tiene Fliora tiene más que ver con la idea romántica que con un conocimiento real de lo que una y otra suponen. Esto se observa en el orgullo de sí mismo y el derroche de voluntarismo que Fliora despliega en su "alistamiento" y en la alegría de encontrarse en el campamento partisano. Campamento que se oculta en el bosque (aunque no muy lejos de la aldea de Fliora) para llevar a cabo desde él las acciones rápidas de hostigamiento que suponían la razón de ser de la fuerza guerrillera.

Decir sobre esto que (y más allá de algún que otro pequeño rescoldo propagandístico que pueda apreciarse de la película) de todos los territorios que sufrieron el frente oriental de la guerra, fue por lo visto en Bielorrusia donde los nazis encontraron una mayor resistencia de la población civil.
Así, recordar que, a pesar de que era del todo improbable que a Stalin y al alto mando soviético la operación Barbarroja les cogiera de improviso, el ejército rojo fue rápidamente derrotado junto a la frontera con el Reich apenas Hitler dio la orden de la invasión de la Unión Soviética en el verano de 1941; teniendo que efectuar a continuación los ejércitos soviéticos una apresurada retirada, mientras la Wehrmacht se plantaba en apenas tres meses en casi los suburbios de Moscú. De hecho, fue esta temprana derrota de las fuerzas soviéticas, unido a que el ejército nazi no encontrara (al margen de en Esmolensko y algún que otro episodio más) apenas resistencia en su avance, lo que pareció inicialmente hacer suponer que la operación Barbarroja era una nueva edición de la blitzkrieg.
No sería hasta los meses finales de 1941 cuando la embestida alemana sería finalmente detenida al venir en ayuda de la Unión Soviética el general Invierno (de hecho, fue por lo visto uno de los inviernos más duros del siglo) impidiendo a las fuerzas nazis alcanzar sus objetivos principales: Moscú y Leningrado.
Después, durante 1942 y principio de 1943, y desplegando un descomunal esfuerzo logístico (aquellos titánicos traslados del aparato industrial al otro lado de los Urales) y humano (millones y millones de víctimas), la Unión Soviética consiguió (prácticamente sola) resistir el nuevo zarpazo alemán en las llanuras del Volga con la bárbara carnicería de Stalingrado con buque insignia.
Recuerdo que la primavera pasada coincidiendo con los fastos en Moscú del 60 aniversario del fin de la II Guerra Mundial, y valiéndose de la, hasta cierto punto, buena relación de Putin con los líderes occidentales (ese gas ruso tan preciado, esos préstamos tan suculentos que devolver, ese mirar hacia otro lado con los crímenes en Chechenia); los medios y políticos de occidente reconocieron públicamente que, sin demeritar a las playas de Normandía, la liberación de París, etc., el verdadero peso de la guerra hasta 1943 y, sobre todo, la gran sangría humana la puso y la sufrió la Unión Soviética (aunque abastecida en parte por los aliados occidentales).
Stalin proclamó la "Gran Guerra Patriótica" y el pueblo soviético se prestó con una abnegación impresionante (por lo visto hasta se hubo que rechazar voluntarios en las mesas de alistamiento por miedo a que faltara mano de obra para las industrias). La memoria y el recuerdo que dejó esta "Gran Guerra Patriótica" en la conciencia colectiva del pueblo soviético fue espectacular; de hecho más de una vez he oído (incluso de testimonios personales) que los ancianos del antiguo territorio soviético aún admitiendo los crímenes de Stalin, son incapaces de dejar de afirmar que Stalin los salvó del nazismo y que, pese a todo, gracias al líder soviético se pudo ganar la guerra. Una actitud y unas ideas que parece que no sólo son debidas a la megalómana propaganda estalinista; realmente la movilización del pueblo soviético decretada por Stalin fue total y fue la que condujo a la victoria.
Aún con todo, Stalin consideró siempre, por lo visto, que la victoria de la Unión Soviética en la guerra se había debido a su genio militar, algo bastante, bastante discutible. Además, hay que resaltar que han sido varias las ocasiones en que se ha afirmado la pasmosa facilidad con la que el alto mando soviético enviaba a una muerte segura a millares y millares de hombres en operaciones casi suicidas en las que el único objetivo lo constituía el sostener el frente al precio (altísimo en vidas) que fuera. En los buenos documentales que echaron en la 2 en La Noche Temática dedicada a Stalingrado de hace unos meses esto se subrayaba especialmente (y en la película Enemigo a las Puertas también aparece) y se relacionaba con el deseo personal de Stalin de impedir como fuera (aun a costa de innumerables vidas) la conquista por parte de los nazis de la ciudad que llevaba su nombre. Una actitud ésta de inhumanidad en lo que a la consideración y valoración de las vidas de los soldados se refiere que, pese a todo, no es patrimonio exclusivo del alto mando soviético durante la II Guerra Mundial (con una inhumanidad parecida aparecen retratados en Senderos de Gloria los generales franceses de la I Guerra Mundial), aunque no por ello deja de ser menos censurable.
A todo este esfuerzo militar y civil de la parte no ocupada de la URSS se unió (de manera primordial en Bielorrusia) la actividad de los partisanos (en su mayoría de inspiración y organización soviética, aunque por lo visto no de manera exclusiva; y eso pese a que no he logrado comprender bien las referencias que la película tiene a la relación de los cosacos con los partisanos a los que se une Fliora) para hostigar al adversario mediante acciones rápidas y el sabotaje a las vías de comunicación en el territorio ocupado por aquél. Una actividad ésta la de los partisanos bielorrusos que se intensificó durante 1943 (que es cuando se contextualiza la acción de la película) y que en conjunción con el resto de elementos posibilitaron que al acabar el año el ejército rojo iniciara el imparable avance que en apenas un año les llevaría al corazón mismo del Tercer Reich.

Volviendo a la película, decir que el orgullo y la alegría referidos que Fliora muestra en su estancia en el campamento al sentirse todo un hombre con fusil al hombro, todo un luchador, un pleno integrante de la fuerza partisana, le dura poco al joven bielorruso. Así, a la mañana siguiente, cuando los partisanos se ponen en marcha para reiniciar sus actividades de hostigamiento al invasor, a queja de un guerrilero veterano acerca de las malas condiciones en las que se encuentra su calzado, el comandante partisano ordena que Fliora, en razón de su inexperiencia, le ceda sus botas al veterano. De esta manera el joven campesino es "sacrificado" por la mayor efectividad del veterano, y es dejado atrás durante la marcha.
Ya sin tanto ánimo, el joven avanza solo y lloros por la ruta que han tomado los partisanos por el bosque, hasta que se encuentra con una extrañísima joven que llora desconsoladamente. Al encontrarse los dos llorando y en una situación algo absurda, pero muy real, acaban riéndose mientras Fliora hace gestos cómicos.
Esta joven, Glasha, también estaba en el campamento y, por un par de miradas furtivas que intercambia con el comandante partisano cuando éste arenga a sus hombres (y de las que Fliora se percata en su momento), se intuye que tiene algún tipo de relación más o menos estrecha con él (y que quizá constituye parte del motivo de que estuviera en el campamento, de que también haya sido dejada atrás e incluso de su llanto, que puede deberse al hecho de haberse separado del comandante).

Es en este encuentro cuando tiene lugar uno de los más destacados usos del particular plano cinematográfico que se ha consignado como característico de esta película. De hecho, el uso de este plano para para enfocar el rostro de Glasha a contraluz, unido a la ambigüedad de la actitud de ésta para con Fliora, es uno de los instrumentos más efectivos que tiene la película para materializar la pretensión de ser un relato inquietante y desasosegante (hay un par de momentos en el que realmente los ojos de Glasha así enfocados dan miedo, hacen que la joven parezca un siniestro espectro).

Es Glasha un personaje extrañísimo que cuando se encuentra con Fliora en el bosque se burla de él desatando la ira del orgulloso joven. En esta actitud podría decirse que la joven evidencia un desdén tanto las pretensiones militares del Fliora, como de la situación de guerra en sí, casi haciendo ver que lo que piensa es que el conflicto no va con ella. Es más, llega a decir textualmente (minusvalorando la propia situación de guerra) que ella lo que quiere, lo único que quiere es amar y tener niños (quizá sólo por eso estaba en el campamento, quizá por eso había salido corriendo después de que el comandante le termine enviando una mirada muy seria como fin a todas las que intercambian y de las que Fliora se había dado cuenta; quizá también por eso se había acercado a Fliora en el campamento cuando éste estaba limpiando una marmita, quizá también por eso intenta besar al desconcertado joven bielorruso).
Referente a esto, señalar que la actitud de Glasha no es la única en la película que es deudora de una concepción ilusoria (e incluso algo romántica) de la guerra como algo lejano, algo así como un sitio al que hay que ir (en plan Lord Byron en la guerra de independencia griega); frente a la constatación real de la misma como algo que anula todos los demás órdenes de la vida, que te atrapa y de la que es prácticamente imposible mantenerse al margen. De hecho, la guerra no suele ser un sitio al que hay que ir, es algo que llega.

Los dos jóvenes no tardan es comprobar esto, ya que, pocos minutos después de encontrarse son sobresaltados por unos extraños ruídos y el moscardoneo de un avión (que también había aparecido sobrevolando la escena inicial de la película de la búsqueda del arma); acto seguido divisan el salto de unos paracaidistas (presumiblemente una unidad de reconocimiento nazi en busca de los partisanos) a los que siguen bombarderos que lanzan varios proyectiles sobre el área en la que están Fliora y Glasha (y que es la zona en la que se encuentra el campamento partisano, del que realmente Fliora apenas se ha apartado mucho siguiendo la marcha de los guerrilleros). La cercanía del estallido de las bombas que arrojan esos bombarderos alemanes hace que a Fliora se le dañe el tímpano, algo que se evidencia cinematográficamente mediante la introducción de un desasosegante (otra vez) efecto de zumbido y unos no menos estridentes pitidos.

A continuación, tras esconderse del paso de los paracaidistas nazis y al echárseles la noche encima, los jovenes improvisan un refugio para pasar la noche en el mismo bosque. Por la mañana y tras darse una ducha "natural" (un escena de una luminosidad celestial muy bella y con un estilo de filmación -como las del resto de escenas del bosque- muy sugerente y que si no fuera por el efecto de sonido haría olvidar el contexto bélico de la película), Fliora resuelve que lo mejor que pueden hacer es volver a su aldea para esconder a su madre y hermanas de la unidad de paracaidistas nazis que ha sido transportada a la zona. Pero cuando llegan a la aldea de Fliora van efectuando (las muñecas, el zumbido, la comida...) la angustiosa comprobación de que los nazis ya han pasado por allí. Es a partir de entonces cuando en Fliora (y también en Glasha) se refleja el cambio de mentalidad acerca de lo que verdaderamente supone la guerra y la lucha partisana, pudiéndose considerar que, así como físicamente (en concreto su oído) se deteriora por los efectos del horror bélico, también mentalmente Fliora se va deteriorando, y lo hará más cuando en los siguientes acontecimientos sea aún más protagonista de los terribles crímenes que refleja la película.

Respecto a ellos, decir que la señalada actitud especialmente fiera del pueblo bielorruso en contra del ejército alemán, unido al hecho de ser Bielorrusia la república soviética con una mayor población judía, del mismo modo que el propio papel estratégico de este país en el proyecto del Lebesraum del Tercer Reich, es lo que explica que Bielorrusia fuera una de las zonas donde la brutalidad nazi operara su lado más bestial. Con relación a esto, y al igual que en Yugoslavia (en donde, v. gr., la represalia de 100 civiles serbios muertos por cada alemán abatido por una acción de los partisanos se cumplía con precisión matemática) los nazis recurrieron en Bielorrusia con regularidad el castigo a la población civil de un área por las actividades de los partisanos y también pusieron en práctica la política de exterminio y genocidio directo del pueblo bielorruso que, en los planes nazis, y en virtud de su condición de eslavo, compartía con el ruso, el gitano, el polaco, el judío, los homosexuales, los disminuidos... la categoría de "subhumano" y, por tanto, de eliminable.

El filme derrocha buen hacer cinematográfico En el caso del retrato de las acciones nazis la película utiliza convenciones y elementos caractéristicos del tratamiento fílmico de este contexto histórico en el cine occidental (la arbitrariedad, la falsa piedad...), y también otros elementos menos comunes en películas con esta temática (las disensiones internas...).

Entre los momentos del filme a destacar, algunos de ellos son de señalamiento inexcusable por lo que tienen de significación e incluso de premonición histórico-cinematográfica.
Así, resaltar la escena en la que en medio de una misión de comando para lograr carne para la hambrienta población que se ha escondido de los nazis en al isla de la ciénaga, Fliora y los otros dos miembros del comando se meten en medio de una especie de fuego cruzado nocturno (o de bombardeo, no llega a estar claro). La sucesión de destellos de los proyectiles de las armas artilleras en medio de la noche es de una siniestra belleza, y lleva a recordar una de las características de la guerra moderna, su carácter de videojuego. Este elemento cobra especial importancia al ser conscientes de cuando se rodó la película aún no estaba tan extendida en el imaginario colectivo esta concepción de la guerra tecnológica, ya que aún faltaban 5 años para que aquellas imágenes de la CNN de los bombardeos estadounidenses sobre Bagdad (esas lucecitas verdosas de las baterías antiaéreas iraquíes junto a la torre de control del aeropuerto bagdadí) recorrieran las televisiones del planeta.

Y es que, aunque habían pasado 40 años de los sucesos en los que se ambienta la película, hay multitud de elementos (como el referido acerca de la siniestra e impersonal belleza de la guerra modernamente tecnologizada) que estaban perfectamente vigentes en muchas partes del mundo cuando se rodó la película, y vergonzosamente todavía lo están.

Respecto a esto último, hay varias notas presentes en el filme que rápidamente encuentran referente en nuestro tiempo y en nuestra memoria (a veces incluso en la más reciente).
El más claro de ellos es sin duda el momento en el que un grupo de nazis cogen a Fliora y lo encañonan en la sien para sacarse una fotografía. Es imposible no acordarse viendo esto (sin mucho esfuerzo en virtud de la cercanía temporal) de las vergonzosas fotografías de los soldados norteamericanos torturando y humillando a los presos iraquíes en esa ignominiosa (así como de larga historia, ya que con Sadam Hussein también era un centro de tortura, aunque en esa época, por lo visto, no se hicieran fotos) y siniestra prisión de Abú Graib (aunque no sea para nada el único ejemplo éste de usos fotográficos como los referidos a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, incluso tratados en películas como La Caja de Música). Realmente el tema de que haya gente que no sólo esté dispuesto a torturar (uno de los actos más objetivamente criminales de cuantos puede llevar a cabo el hombre), sino que además se sienta tan orgulloso de su actividad que desee conservar ese recuerdo mediante una fotografía, es algo que no puedo comprender. Es por ello que cuando The New Yorker destapó el escándalo de las torturas lo que más miserable me pareció de ello y lo que más me quemó fue que las fotografías que lo probaran no fueran de cámara oculta o de objetivo indiscreto en plan periodismo de investigación; no, es que las fotografías no son de ese tipo, es que los soldados éstos estadounidenses están posando y sonriendo, haciendo el símbolo de la victoria o con un cigarrillo en la boca mientras humillan y torturan a seres humanos. ¿Pero esta gente para qué se hizo las fotos? ¿para luego mostrarlas a los amigos y familiares en Thanksgiving cuando ya hayan terminado de degustar el relleno del pavo? "Mira abuela aquí estoy yo humillando a un hombre, y en esta otra estoy yo obligando a unos presos a hacer una pirámide humana, ¿no te sientes orgullosa de tu nieta?" De verdad, en fin, que realmente duele hasta utilizar la ironía para algo así.

También a Irak y a Abú Graib recuerda el uso que los soldados nazis hacen de los perros cuando los azuzan para aterrorizar a los habitantes de la aldea donde se focaliza la última parte de la película. Sin embargo, respecto a esto quizá lo más triste es que la escena donde aparecen los perros en la película se relaciona con lo de Abú Graib más por la cercanía y notoriedad pública en nuestro hábitat sociocultural de todo lo concerniente a Irak, que por el hecho de que el uso de los perros en la cárcel iraquí sea un hecho excepcional. Por desgracia hay muchas (muchas, muchas) prácticas de factura e intencionalidad nazi que están fuertemente extendidas por el mundo en nuestro tiempo (y algunas por su carácter extremadamente refinado -pero no por ello de menos espíritu nazi- incluso son más o menos aceptadas como algo normal: método normal de obtener información, método normal de llevar a cabo una investigación, práctica normal de selección de personal en un departamento de "recursos humanos" de una empresa...).

Así mismo, de alta actualidad y poseedores de un claro referente en nuestra memoria pueden considerarse algunos de los elementos que están presentes en la escena en la que el grupo de partisanos que ha logrado detener a un grupo de nazis debajo de un puente, presencia las diferentes (y a cada cual más miserable) posiciones de los soldados del Reich respecto a su nueva condición de prisioneros de los partisanos.

En ese momento del filme algunos de los prisioneros (que no son alemanes, pero han actuado en colaboración con los nazis) intentan convencer a los partisanos de que ellos no son culpables porque no son alemanes, sino que son de los "suyos" (quizá incluso son propiamente bielorrusos, ya que no hubo apenas país en el que el Tercer Reich no encontrara apoyos, mayores o menores; más convencidos o menos entusiastas, tanto a nivel gubernamental -el monárquico de Rumanía, el del Almirante Horthy en Hungría, hasta cierto punto el del General Franco en España...- como a nivel de la población en general) llegando a acusar a su general (al general nazi) ante los partisanos como el responsable de todo "él es el jefe, él dio las órdenes" (claro, yo sólo las cumplía) que llegan a decir. Ante esto, el mencionado general intenta lograr el favor de los partisanos diciendo que él es un buen hombre, que nunca ha hecho daño a nadie, que es un anciano, que tiene nietos de los que ocuparse... (una actitud de cobardía ésta la del general que es censurada por otro de los alemanes que sin el menor sonrojo defiende todo lo que han hecho llegando a decir a los partisanos: Vosotros no tenéis derecho a existir. No todas las razas tienen derecho a existir. Las razas inferiores extienden el comunismo. Completaremos nuestra misión, si no hoy, mañana.).
No es difícil acordarse escuchando estas miserias retóricas en boca del general nazi de la estrategia de defensa que patética, pero efectivamente (al menos en lo que concierne a ese condescendiente Jack Straw) desplegó Augusto Pinochet para lograr que la justicia (en realidad el gobierno) del Reino Unido no diera luz verde a su extradición a España para su enjuiciamiento por crímenes contra la humanidad. Recuerdo aquellas escenificaciones intentado presentar a Augusto Pinochet poco menos que como un venerable anciano, poniendo cara de bonachón, acurrucado en su silla de ruedas (como me acuerdo del momento en que llegó al aeropuerto de Santiago y abandonando el papel de "pobre ancianito" emuló al bíblico Lázaro deshaciéndose de la silla de ruedas -su gran compañera mientras estuvo detenido en Londres- para recibir bien erguido -milagro- todos los vociferantes vivas de los suyos). También recuerdo a Lucía Hiriart acusando a la prensa internacional poco menos que de manipular por sacar siempre las fotos de su marido con aquellas gafas negras y el uniforme militar, y no las del Pinochet amoroso con sus hijos y nietos (como si por lo que fuera a pasar a la historia su marido y por lo que fuera conocido fuera por las excepcionales dosis de cariño que prodigaba a los suyos). Una imagen de "pobre hombre" que hubo que retomar (con algún que otro desliz como la lucidísima entrevista a aquel medio de Miami) después, cuando tras perdérsele el miedo con todo el proceso abierto contra él en Londres y Madrid (y en Bruselas, París...) la justicia chilena empezó a pedirle cuentas. Una estrategia ésta de sacar "su lado bueno" que también intentó Eichmann durante su juicio en Jerusalén.

Precisamente es esta relación con el juicio a Eichmann la que puede resultar más apropiada para la valoración final del filme. Sí, porque sin duda en la que es una escena cumbre de la película (a pesar de su poca duración y aparente sencillez), cuando Fliora coge el cilindro de vendas del botiquín accidentado de la oficial nazi, no se puede menos que recordar todo lo que nos legó sobre nosotros mismos la gran Hannah Arendt respecto a la banalidad de mal. Realmente y como afirmó la socióloga alemana, el mal está al alcance de cualquiera, no es para nada algo excepcional, en todo caso, lo verdaderamente difícil, valioso, escaso y excepcional es el bien. Y sin duda esa condición del mal como algo banal y fácil se hace muchísimo más intensa en una situación de guerra en donde todo se suele reconceptualizar con arreglo al propio contexto bélico y a la posición que en él ocupa el individuo en cuestión. Es eso lo que evidencia Fliora en el momento de coger la venda, y es ese hecho el que da sentido interpretativo e intencional a todo el cambio mental que el adolescente bielorruso sufre a lo largo de la película.
Sin embargo, esta interpretación de la película siguiendo la tesis de Arendt no termina siendo totalmente pesimista, como cabría esperar; y no lo es porque la escena cumbre referida de la venda es complementada por otra de más duración y complejidad cinematográfica que conjura en parte el supuesto final descorazonador que parecía deducirse inicialmente. Este momento es el de cuando Fliora aprieta el gatillo de su rifle por primera y única vez en toda la película. Cinematográficamente no es un escena revolucionaria (y, de hecho, podría pensarse que tiene hasta ténues resabios de Einseinstein), pero está bien hecha, y sobre todo, en relación a toda la película está muy bien pensada y otorga gran valor interpretativo al filme.

En ella se utilizan tanto imágenes históricas como el plano sui generis de la cara de Fliora tan característico de este filme, aumentando el ritmo del montaje de la escena según lo hacen los disparos del joven protagonista; hasta que en el momento cumbre, Fliora se queda mentalmente frente a frente con el enemigo, el verdadero (pero falso) único enemigo.
Es quizá en ese momento en el que, al menos parcialmente (muy parcialmente), parece difuminarse un poco el pesado y angustioso hálito de desasosiego e inquietud que se ha referido para toda la película y que ya ha desaparecido cuando la cámara serpentea finalmente por el bosque. Una sensación ésta de inquietud que es uno de los principales logros de la película y en la que convergen tanto recursos del montaje, como las propias interpretaciones de los actores (singularmente de Glasha, y también de Fliora), pero que encuentra como factor catalizador y constituyente principal al sonido.

Sí, el sonido es inquietante en la película desde al principio hasta casi el fin. Lo es cuando en la primera escena los críos observan a un avión que moscardonea con sus ruidosos motores en el cielo.

Lo es con más motivo cuando a cuentas del daño en el tímpano que sufre Fliora tras el bombardeo en el bosque se introduce un zumbido (alternado al principio con pitidos estridentes) que ya no sé abandonará totalmente en toda la película y que se confundirá después con el sonido (quizá de moscas) que se oye cuando Fliora vuelve a su aldea. Un sonido que llega a ser verdaderamente angustioso cuando Fliora y Glasha avanzan por la ciénaga para llegar a la isla, sonido que después vuelve cuando, en busca de comida, Fliora y los otros miembros del comando vuelven a divisar un avión. Efecto sonoro que regresa después con las escenas de la aldea.
Señalar adicionalmente que la banda sonora (además de los efectos desasosegantes de sonido referidos) está compuesta fundamentalmente por obras clásicas o melodías de apariencia orquestal dándole un toque de solemnidad a la pelicula muy peculiar.

Las interpretaciones de los actores (en concreto de los principales) son muy sui generis como se ha aludido. En algún momento puede parece que sobreactúan y que algunas expresiones faciales del mismo Fliora rallan en lo caricaturesco, pero realmente en conjunción con el resto de la película puede decirse que a pesar de ser atípicas, no desentonan (aunque quizá sí lo hacen en el caso de los primeros planos de rostros de algunos nazis riéndose a la cámara, tomas éstas que tienen un punto de propagandista y de estereotipo -a todas luces innecesario-, pero que desde luego por lo menos no contaminan al resto de la película). Realmente Alexei Krachenko como Fliora lo hace muy bien y los momentos en que evidencia su sufirimiento interior son muy creíbles. Del resto de los actores, se puede decir que más o menos están bastante a la altura.

Por último, referirse también a la profusión de elementos, sin duda simbólicos, aunque de no claro (por lo menos para mí) significado, que posee toda la película. Entre ellos, el nido de ave con huevos y crías que Fliora pisa cuando, contrariado por haber sido dejado atrás, avanza por el bosque o la aparición de la cigüeña que (herida o desorientada) se acerca al improvisado refugio donde duermen los jóvenes quizá como buscando también refugio de los efectos de la guerra (efectos que en definitiva son también los responsables de que Fliora haya pisado los huevos matando a las crías de ave que se estaban formando en ellos). Y es que la naturaleza sufre todavía más ante una creación (por desgracia) tan humana como es la guerra.

En definitiva, un peliculón. De los mejores filmes que he visto nunca sobre la guerra. Una obra que sin duda posee su principal valor en el conseguidísimo efecto inquietante y desasosegante que se advierte desde el primer fotograma de la película y que puede considerarse como una muy perfecta síntesis de lo que supone una situación bélica. Una sensación de angustia ésta que verdaderamente es la auténtica protagonista de la película y que queda reforzada con escenas puramente fílmicas muy perfectas que ponen la piel de gallina, como la de la mujer con el silbato que es bestial o la de la vaca en medio del fuego cruzado.
Finalmente consignar que el filme posee una hondura temática que para nada es superficial y que adquiere su principal extensión sobre todo (aunque no sólo) en lo expuesto acerca de su condición de testimonio cinematográfico (otro más) acerca de la banalidad del mal y la miseria humana. Respecto a esto, aunque realmente, y como se ha apuntado, parece que el elemento final invita a la esperanza, esto puede ser revisado de una manera notablemente crítica a la luz de todo lo que el mundo ha vivido por efecto de la mano humana (de unas manos más que de otras, desde luego) desde que esta película fue dirigida. Algo que hace dudar de la verdadera existencia de esa pretendida esperanza, ¿esperanza para quién? ¿esperanza sobre quién?

13 de abril de 2006

Una sociedad amenazada

A pesar de pertenecer a la generación que pertenezco me apunté bastante tarde a las llamadas nuevas tecnologías, el logro más perennemente invocado de la humanidad desde que se produjo su acelerón imparable en la década pasada con el salto al estadio digital y al ciberespacio. Un fenómeno éste que, como todo gran (grande por su alcance, más que por otra cosa) fenómeno que se precie, ha ocasionado efectos no deseados (y en algunos pocos casos, tampoco previstos) por sus impulsores, explotadores, gestionadores y principales beneficiarios.

Creo que una de las principales consecuencias que tuvo el impulso tecnológico referido fue el hacer extremadamente fácil la reproducción de copias de productos "culturales" (esencialmente, -pero no sólo- contenidos musicales y audiovisuales) con unos reducidos costes de producción, con unas escasas necesidades de infraestructura para ello y con un razonable parecido en los niveles de calidad de los productos reproducidos respecto de la obra original. Esto supuso la popularización (que no el nacimiento) y la generalización de lo que se denominó desde un principio el "pirateo".

Este "pirateo" de esta clase de productos llegó a España (como a Italia) de manera relativamente tardía en comparación con otros países europeos, pero fue la Piel de Toro uno de los territorios donde más éxito y popularidad alcanzó este fenómeno.
El hecho de que la penetración de internet fuera bastante baja en los hogares y en la sociedad española en general hizo que, a pesar de que ya en 2000 estuvieran a pleno rendimiento las descargas de música de la red (Napster, Audiogalaxy...), el verdadero buque insignia del pirateo en España fuera el denominado "top manta", que alcanzó su mayor éxito en 2001 y 2002 cuando coincidió con el fenómeno sociocultural y mediático de la primera edición de Operación Triunfo. Fue en ese periodo de tiempo cuando la presencia de manteros se extendió desde lugares como Preciados o la Glorieta de Carlos V (que fue donde primero los conocí yo) a calles menos céntricas tanto de la capital, como de ciudades realmente pequeñas a lo largo y ancho del país. El incremento de la presencia de los manteros por las aceras, así como la guerra de precios entre los diferentes colectivos que se dedicaban al negocio (ecuatorianos, chinos...) llegaron a hacer del "top manta" toda una institución social. Recuerdo que la gente se paraba y se apelotonaba en la misma zona peatonal de la calle Madrid, llevándose a veces una decena de cedés piratas de una tacada.

Al tiempo que esto se desarrollaba, los beneficiarios del negocio discográfico empezaron a temer por sus beneficios y comenzaron a poner el grito en el cielo sobre el peligro que para la "industria cultural" española representaba lo que estaba pasando. Así fue que empezaron a reclamar desde la bajada del IVA a los discos (como si ése fuera el principal problema de la carestía del producto), hasta la batida policial permanente de las calles persiguiendo a los manteros. Así mismo, y aunque a la luz de los hechos, hay que reconocer que primeramente no eran tan exagerados y esperpénticos como ahora, comenzaron las escenificaciones mediáticas de "concienciación" social acerca del grave problema que representaba la piratería. Precisamente, las primeras de éstas que recuerdo tuvieron como marco a algunas galas de Operación Triunfo. Parece que estoy viendo aquellos momentos en el sofá del escenario del programa en el que algún megaproductor o algún "consejero y/o delegado" (v. gr. de Vale Music) explicaba a un condescendiente Carlos Lozano el drama que suponía la piratería, mientras los triunfitos miraban al suelo con cara de compungidos. Momentos éstos a los que sólo les faltaba el tema principal de la banda sonora de La Lista de Schindler para terminar de redondear la escenificación lacrimógena (recuerdo a Paco subrayar oportunamente en uno de esos momentos, que aquello parecía más un programa de testimonios hablando de niños que morían en África o de la tragedia de los heroinómanos infectados por el VIH que otra cosa).
A pesar de que a mí también me resultasen bastante ridiculos esos montajes mediáticos, y consecuentemente los criticara y desdeñase su importancia, nunca dejé de considerar que en el fondo (y en cierto sentido) las discográficas (cuya portavocía de los problemas del sector posteriormente sería recogida de manera preeminente por las sociedades de gestión de derechos de propiedad intelectual -singular y notoriamente por la SGAE-) y, por encima de todo, los creadores, tenían algo (bastante) de razón. Uno tiene derecho a beneficiarse de lo que crea y a impedir que los que se lucren con las obras de su trabajo sean otros; sin negar por eso que las producciones culturales deben revertir pasado un tiempo al dominio público (como de hecho está establecido en la legislación de la mayoría de los países); y sin considerar tampoco que por el hecho de ser un grupo éste (el de creadores, discográficas, etc.) con una tradicional buena situación en el conjunto de la sociedad, ésta última debiera tener como objetivo primordial el asegurar la no modificación de esa buena posición de este colectivo, máxime cuando la situación de buena parte del resto de la sociedad también se ha resentido por los mismos efectos incluso que los que posibilitaron en el inicio del acelerón digital que éste colectivo de creadores culturales multiplicara sus beneficios.
En este sentido, es verdad que han sido los efectos y las consecuencias del avance tecnológico las que han posibilitado el impulso a la piratería y al intercambio de ficheros por la red, pero no es menos cierto que también esos mismos efectos posibilitaron la ampliación del mercado de las discográficas en los últimos 90; de igual manera que son los efectos del acelerón tecnológico los que han ocasionado buena parte del aumento del desempleo estructural en muchos países, de las deslocalizaciones y de muchas cosas más. Todo forma parte de un asunto bastante complejo en el que los creadores culturales no son los únicos actores, ni los únicos protagonistas.

Es así que, cuando el colectivo éste de las autodenominadas "víctimas del pirateo" empezó a organizar una campaña de más calado que la ofensiva mediática del principio (aunque sin dejar esta última, como prueba el episodio del fulgurante y breve boicot de los distribuidores a Alaska a cuenta de sus declaraciones heterodoxas en lo que al grupo de "autores" se refiere acerca del "pirateo") y pasó a exigir medidas como el canon a los cedés como medio de atajar en parte (siempre en parte) los perniciosos efectos de un "pirateo" que pasó a trasladarse (haciendo, de hecho, que ya técnicamente no se pudiera considerar "pirateo") a internet con la popularización del intercambio de ficheros mediante las redes P2P; cuando esto ocurrió, digo, seguí siendo en parte comprensivo con lo que este colectivo defendía e incluso con la admisibilidad de medidas como el canon. De manera, que cuando gente de mi entorno (con sin duda más conocimiento que yo en estos temas, como Julio, Víctor P. o Israel) se mostraban muy contrarios a la extensión del canon, no suscribí totalmente su opinión. Y eso, a pesar de que el "negocio" de la producción audiovisual (un negocio que presuntamente y según algunas declaraciones de este colectivo estaba casi tocado de muerte por la "piratería") no estaba para nada desapareciendo, sino que se reconvertía e incluso encontraba otros canales de florecimiento como el mercado de dvds, las colecciones de películas que venían con los diarios, etc.

Durante estos últimos meses mi posición hacia esto ha ido variándose y acercándose (nuevamente, y lo cierto es que gustosamente) a lo que defendía Víctor P. Y eso ha sido así, tras haber comprobado que lo de esta gente (SGAE y resto) es de juzgado de guardia y que, envalentonados por la llegada al gobierno de un partido tradicionalmente comprensivo con sus intereses (aunque el otro partido nunca se alejó, pese al alboroto retórico de los últimos dos años, mucho de ellos y de sus intereses), no es ya que no vean que es un asunto complejo donde no caben maximalismos, es que lo ven clarísimo: se presentan poco menos que como las grandes víctimas de nuestro tiempo. Y es esta actitud a lo SEPLA de considerarse como alguien no equiparable al resto, y de defender una situación privilegiada contra viento y marea, lo que me ha terminado de hartar.

A mi modesto entender la legislación sobre propiedad intelectual se creó fundamentalmente para garantizar que, en una época en la que no era tan fácil la distribución y la duplicación de una obra intelectual, el autor de la misma tuviera tiempo (mediante la garantía de un plazo temporal razonablemente largo de mantenimiento de la exclusividad de sus derechos sobre la obra) de poder sacar beneficios de su creación; pasado el cual la obra revertía (en función de su carácter de producción cultural) al dominio público. Por ello no entiendo muy bien que si ahora (precisamente por el avance tecnológico) la distribución y reproducción de las obras es bastante más rápida y fácil que antaño, lo que se pretenda hacer sea mantener o incluso ampliar los derechos de propiedad intelectual y la posición que antes mantenían los creadores intelectuales; y que para colmo eso se haga exigiendo la perpetuación de una situación beneficiosa que han visto mermada (y, de hecho, el que realmente se haya producido esa presunta merma es algo bastante discutible, como el tremendo incremento de los ingresos de la SGAE en estos dos últimos años 2004 y 2005 -a un promedio del 15% anual, ¡¡15!!, frente al raquítico 2´5 de la subida general de los salarios o el 4 de la inflación- prueba) por efectos directos o indirectos del cambio tecnológico (el mismo que ha afectado a otros sectores sociales, que de hecho han perdido mucho más (o simplemente han) poder adquisitivo que ellos y que, además, partían de una situación no tan ventajosa como la del colectivo de "creadores y asociados".

De esta manera, y contando con todo esto, me ha ido paulatinamente resultando cada vez más intolerable la combinación impertérrita de ese discurso victimista (singularmente, pero no sólo, de la SGAE; un discurso que incluso era mantenido y repetido a la vez que se presentaban resultados anuales de recaudación con un incremento de dos dígitos sobre el año anterior) con una larga lista de actuaciones bastante polémicas entre las que se encuentra el cierre temporal de la Frikipedia por una actitud calumniosa de ésta referente a la SGAE (y hombre, es verdad que la Frikipedia se burlaba de ellos, pero es que la Frikipedia no pretendía engañar a nadie y desde su portada se advertía que nada debía ser tomado como algo que no fuera a coña; en tal sentido no era la única institución -ni puede que la más- criticada por ella), aunque en este caso finalmente se llegara a un medio acuerdo; o aquellas declaraciones del presidente de la SGAE hablando de que el que en Google aparezca la SGAE como primer resultado si buscas la palabra "ladrones" (debido al extendido bombing mediante enlaces con esa palabra) es un ejemplo clarísimo de fascismo (!). Toma ya.

La guinda a este cambio de opinión mío referente a este tema han sido dos acontecimientos más acaecidos en el último mes y medio.
De un lado el cierre de Razorback2, el servidor más popular del eMule, a causa de una denuncia de la Motion Picture Association (industria cinematográfica). Respecto a esto, puedo entender el principio argumental jurídico invocado para el cierre y derivado del hecho de que el propietario de este servidor se lucraba con la publicidad que introducía en él (acción que evidentemente ya no es sólo favorecer el intercambio de ficheros, sino sacar beneficio de esa actividad; aunque no estoy muy seguro de que pueda considerarse con total claridad a esos ingresos por publicidad como lucro directo de los intercambios de ficheros que hacían los usuarios de ese servidor); pero esa relativa comprensión acerca del argumento jurídico utilizado pierde efectividad (al mismo tiempo que me predispone de manera casi definitiva en contra de esta gente), al leer el burdo intento de exageración payasa y ridícula acerca de la actividad de Razorback2 y el intercambio de ficheros mediante P2P mediante la consideración de tales actividades en la nota de prensa que emitieron al respecto poco menos que como el principal problema al que se enfrenta la humanidad; y llegando en las declaraciones adicionales de algunos de sus responsables al respecto, a afirmar de manera textual que la actividad de Razorback2 era una amenaza a la sociedad. Nada menos.

El segundo acontecimiento ha tenido lugar en España, país que entre el batiburrillo legal existente, los particulares fenómenos de cambiantes y extendidos grupos de presión política sobre los partidos, así como el talante pasota generalmente aceptado por estos lares para intervenir en cualquier asunto, se había mantenido algo al margen de la campaña internacional de estigmatización y criminalización del intercambio de ficheros por la red. Sin embargo, el otro día (con un bombo mediático y social descaradísimo) se anunció una operación algo peliculera de la Policía Nacional que culminó con el cierre de varias páginas que proporcionaban enlaces ED2K y la detención de sus responsables. El argumento que subyacía a esta operación era el hecho que la explotación publicitaria (de forma parecida al del caso de Razorback2) que llevaban a cabo los responsables de estos sitios web era una actividad de carácter lucrativo a partir de obras ajenas (punto importante el que fuera lucrativa, ya que la no lucrativa -la que se basa sólo en el intercambio de ficheros- no es delito, al menos con la ley actual) y, por lo tanto, era algo ilegal.
Hombre, como en el caso de Razorback2, si esto fuera así podría ser admisible, pero el hecho de que hasta el momento no haya actuación judicial, sino que sólo sea una acción policial, unido al interesadísimo bombo dado a la noticia y unido también a las imprecisiones y ambigüedades (inteligentemente subrayadas desde sectores como la Asociación de Internautas que acertadamente denuncia entre otras cosas la posibilidad de que el verdadero objetivo de esta operación sea meter miedo acerca del intercambio de ficheros) de la nota de prensa que la policía emitió referente a esta actuación, todo ello digo, no hace más que aumentar mi suspicacia.

Recuerdo que Irene afirmó una vez que da igual lo que busques en el emule, entre los resultados te saldrá siempre (escondidos a menudo bajo otros nombres) una porno, algo de la Guerra de las Galaxias y algo del Señor de los Anillos. Aunque carezca de sustento lógico o científico, la verdad es que es una afirmación que se suele cumplir bastante a menudo.
Julio apuntó en otra ocasión que no le parecía normal ni casual que tantísimas veces ocurriera que buscando una película o una serie de dibujos animados apareciera algo porno bajo el nombre de la mencionada película o serie.
Referente a esto, de todos es sabido que busques lo que busques en el emule siempre vas a encontrar algo porno bajo un nombre de fichero que no tiene nada que ver con el contenido pornográfico, pero sin duda el hecho de que pase con tanta frecuencia en el caso de vídeos de dibujos animados da que pensar. En principio, podría pensarse que simplemente es algo que se debe a que en España el hijoputerismo es el deporte nacional. Sin embargo, y con el bombardeo mediático de estos últimos meses, también se podrían pensar en otras razones.

Así, hay que hacer notar que recurrentemente se producen operaciones policiales contra la pornografía infantil, pero con una frecuencia altísima (y sin importar mucho el medio en el que se ofrezca la noticia) la información de esta operación aparece precediendo a otra sobre cualquier aspecto del intercambio de ficheros mediante redes P2P, del top manta o de cualquier otro elemento al que las discografícas y las sociedades gestoras de derechos de propiedad intelectual consideren "piratería" y, en consecuencia, algo pernicioso para ellas (y según su lógica, como se ha visto, algo terrible "para la sociedad"). Y es verdad que los medios informativos tienden en aras del esquematismo y la efectividad comunicadora a presentar juntas o de manera contigua noticias que aparentemente responden a un tema común, pero en este caso me temo que no es eso lo que está detrás. De hecho, las noticias acerca de operaciones contra la pornografía infantil como suelen ser parte de la crónica nacional o de sucesos se suelen incluir en la primera parte de los informativos (en el caso de que sean audiovisuales), mientras que las relacionadas con asuntos de tecnología (como son las que se refieren al intercambio de ficheros mediante redes P2P) suelen colocarse al final. Sin embargo, y como se ha apuntado, con demasiada frecuencia estas últimas se colocan siguiendo a las primeras como queriendo defender una relación de equiparación entre ellas; algo que es bastante peligroso e indecente, en la medida en que una es un delito y la otra no; de manera que, al presentarlas juntas, puede darse a entender que ambas lo son (cuando eso es falso, al menos por ahora). Por no hablar del abismo ético que separa a una y otra: el abuso (directo o indirecto) de un niño que supone la pornografía infantil, y lo que es simplemente un intercambio de ficheros con consecuencias económicas que es lo que supone el uso de redes P2P; un abismo que, al presentar las dos noticias juntas, parece querer reducirse de manera interesada, trasladando la miseria ética de una acción (la de la pornografía infantil) a la otra (el intercambio de ficheros).
Ha sido precisamente con esta operación referida de la Policia Nacional con la que se ha dado el último ejemplo de este fenómeno referido, como la presentación de la noticia en la edición digital del Diario de Navarra (entre otros muchos) junto a otra acerca de una operación de persecuación de la pornografía infantil, prueba.

Este asunto de relacionar actividades que molestan (sean o no delitos) a determinados sectores con la pornografía infantil (y en algunos países, según el grado de hipocresía o código social moral extendido, con la pornografía a secas) va mucho más allá, sin embargo, de la piratería o, más propiamente, del intercambio de ficheros por la red.
Se podría decir que la lucha contra la pornografía infantil se ha convertido en el nuevo santo y seña para reclamar un virtual "todo vale" para restringir las libertades en la red y controlar la actividad de los ciudadanos en ella. Sí, la lucha contra la pornografía infantil se ha convertido en la pareja perfecta de la "lucha contra el terrorismo" (que es el santo y seña para recortar las libertades en todo lo demás).
Y es que las cosas, especialmente la que suponen invasión de la vida privada y recorte de libertades, requieren siempre de una lucha contra algo, se hacen siempre por algo.
Así, el gobierno norteamericano ha estado apretando las clavijas a Google y similares para que le proporcionen información sobre las búsquedas que se efectúan en sus buscadores en virtud de la lucha contra la pornografía infantil.
El parlamento europeo aprobó la directiva sobre retención de datos sobre comunicaciones telefónicas y telemáticas para "luchar contra el terrorismo".
Otros también han tenido en el pasado razones para recortes parecidos. Los gobiernos de las antiguas repúblicas populares y/o socialistas de Europa Oriental no controlaban "porque sí" las comunicaciones y las vidas privadas de sus ciudadanos, había que luchar contra "la amenaza de la contrarrevolución y la vuelta del fascismo". Sí, siempre hay un motivo, una amenaza.
De hecho, lo fundamental es encontrar esa amenaza y, si no existe, inventarla. Y es que las "sociedades amenazadas" suelen ser más condescendientes a que ciertas personas las puedan mangonear y sacar una mayor tajada de ellas, recortando para ello las libertades de los individuos.

Ciertamente podrían considerarse estas últimas reflexiones y líneas como cínicas (no tengo nada en contra) y aún incluso tremendamente irresponsables por cuanto tanto la pornografía infantil como el terrorismo (aunque por desgracia este último no tenga una conceptualización clara acerca de qué es y qué no lo es) son delitos muy graves de deseable persecución y erradicación. En esta línea, en vista de que tales medidas de recorte de libertades y de racionalización de derechos, van encaminadas a la lucha contra algo que todos aceptamos como malo, podría entenderse a éste como un recorte que tenemos que aceptar (un mal necesario).
Ya, pero en vista de que lo que nos jugamos es importante, los que demandan este recorte (que además suelen ser los que lo van a gestionar) deberían tener al menos la decencia de mostrarse especialmente cuidadosos y eficientes en el uso y gestión de la información que el recorte de derechos va a proporcionar, y usarla sólo y exclusivamene para lo que todos admitimos como válido: la lucha contra la pornografía infantil y contra el terrorismo.
Pero por desgracia, no es eso lo que suele pasar en un tiempo que, como en otros, "la lucha contra el terrorismo" (toda una hidra de mil cabezas que está en todas partes, como en su tiempo el veneno comunista según la Doctrina de la Seguridad Nacional estaba dentro de todas partes) suele esgrimirse para perseguir a cualquier tipo de acción que vaya en contra del poder establecido (siempre que éste sea correcto, claro) .
Como ejemplo de esto, nada nada mejor que recordar el vergonzoso episodio del anciano militante que fue expulsado a empujones de la sala donde tenía lugar el congreso del Partido Laborista en Brighton por gritar "nonsense" cuando el profesional de turno defendía desde el estrado todos los beneficios y logros que ha reportado la invasión de Irak. Un anciano al que no sólo se le expulsó, sino al que también se detuvo en virtud de la ley antiterrorista británica, claro que sí, era "una amenaza para la sociedad", estaba criticando al poder establecido (además a un poder correcto), estaba intentando tocar a los intocables.
Hombre, ya, pero es que eso fue un error (y de hecho Bliar se disculpó, qué majo). Sí, claro, un error, sobre todo mediático (por eso se disculpó), ¿cuantos más habrá y hay? ¿en Guantánamo tal vez?

Es por ello que, ante gente que habla a la ligera de "amenazas a la sociedad" sólo para cuando son amenazas que dañan a su negocio (¿por qué no se consideran graves violaciones de derechos y "amenazas a la sociedad" otros abusos que se hacen con el ciudadano raso?: ¿por qué he tenido que pagar durante mucho tiempo por un disco del tipo "the best of nosequién + dos canciones nuevas", cuando a lo mejor lo que yo quería eran sólo esas dos canciones nuevas?, ¿por que no me compensan por aquello que compro sólo gracias a la manipulación psicológica que ejercen sobre mí estudiadísimos modelos de escaparatismo planogramático, y que de no existir éstos probablemente no compraría?, hombre, puestos a rizar el rizo de los derechos y de la conculcación de "amenazas"...); ante gente que intenta hacer de una amenaza parcial una hacia toda la sociedad; ante gente que utiliza el miedo a una amenaza (real o ficcional) para mantener privilegios o una situación ventajosa; ante gente que confunde deliberadamente lo que puede ser una amenaza de lo que no lo es (un coche bomba al paso de una patrulla en Irak es para muchos terrorismo -una amenaza-, pero cuando soldados de un ejército regular fríen a gente con fósforo blanco en Faluya, casualmente para otros muchos no lo es); en definitiva ante toda esta gente que se arroga la representación de la sociedad cuando sólo son grupos de interés (y de echo a veces de uno muy descarado), ante todos esos hay que estar alerta y ser crítico.
En muchos casos, la verdadera amenaza son ellos. Y, desde luego, que nuestra sociedad tiene amenazas, pero muchas veces no son las que se pregonan en esas profecías ridículas de menace to society, sino que precisamente las constituyen la actividad de esos "profetas de la amenaza".

2 de abril de 2006

¿Soñar?

A primera vista el que una palabra se utilice para designar a dos acciones distintas lleva a presuponer a tales acciones como similares. Eso no siempre es así.

El hecho de que un vocablo tenga un uso dual y se utilice para identificar dos cosas distintas puede tener diversas causas: el respeto a un uso tradicional (más o menos inmotivado), episodios de corrupción lingüística, cuestiones de economía del lenguaje...
En otras ocasiones la razón estriba, sin embargo, en que una comunidad idiomática efectúa una apreciación sociolingüística de las dos acciones designadas como correspondientes a una (aparentemente) única actividad. Esto suele ocurrir cuando en un contexto temporal o cultural determinado se extiende y acepta entre los hablantes de una lengua una relación sociosemántica de tipo metonímico o metafórico para las dos acciones, de manera que una se asimila a la otra; lo que lleva, por tanto, a la mencionada apreciación sociolingüística de las dos acciones como una sola que es lo que en última instancia subyace al uso dual de la palabra en cuestión.
Es frecuente que a veces el contexto temporal o cultural en el que funcionaba esa relación semántica pierda vigencia o incluso que desaparezca (v. gr. como resultado de la adquisición de nuevo conocimiento que afecte a los conceptos enlazados por la relación), perviviendo sin embargo como herencia el doble uso de la palabra. Un uso que, pese a todo, al no estar ya en el contexto en el que nació, ocasiona que a nivel semántico esta utilización doble que se hace del vocablo sea incorrecta. Esto es, las acciones son diferentes (incluso puede que realmente siempre lo fueran, aunque no se percibieran en su momento como tales), pero la novedad es que al no funcionar la relación metafórica/metonímica (por cuanto el contexto en el que fue alumbrada ha sido modificado), ya no resultan ni siquiera asimilables. Es entonces cuando esta pervivencia de uso dual supone una inconveniencia del lenguaje y el pensamiento, ya que conduce a equívocos.

Soñar siempre se ha relacionado con una huida o una desaparición (o por lo menos un intento) de la realidad (de la realidad consciente por antonomasia, de la realidad perceptible exteriormente, de la realidad sensorial, de la realidad real).
Es la existencia, aceptación y generalización de este significado para la palabra "soñar" lo que ha llevado al establecimiento para este vocablo de una relación sígnica y social como la referida al principio; ello ha posibilitado que se haya utilizado el término "soñar" para identificar a dos acciones bastantes diferentes, a saber: soñar despierto (experimentar una ensoñación) y soñar dormido (soñar, propiamente).
El juicio que se puede hacer sobre la validez o propiedad de esta asimilación de las dos acciones (y de su reflejo, el uso del mismo vocablo para designarlas) es complejo. Quizá pudo estar justificado en otros momentos históricos (sin prejuzgarlos o preferirlos al momento presente), pero actualmente este uso dual de la palabra soñar para el caso de hacerlo despierto y hacerlo dormido (y que se basa en la asimilación de una acción a la otra con arreglo a su relación vista con los conceptos de "huir" y/o "desaparecer") es nítidamente imperfecto, aunque parece que no totalmente.

Utilizar la palabra "soñar" (con el componente de huida que lleva detrás) para el caso en el que uno lo hace despierto (en estado de vigilia) sí puede ser parcialmente acertado.
Experimentar una ensoñación supone construir conscientemente una realidad hasta cierto punto falsa y que, en principio, es sólo para nosotros; ya que su concepto y efecto empieza y termina en nuestra cabeza. En esta línea, se puede afirmar también que la razón que lleva al hombre a emprender esta tarea constructiva de una realidad alternativa (la ensoñación) a la real se encuentra en último extremo en un cierto deseo de escape o huida de ésta última. En efecto, la ensoñación está ontológicamente destinada a colmar (o al menos llenar parcialmente) unas expectativas (las de cada uno) que la realidad perceptible es incapaz de satisfacer o proporcionar.
Así, ante una realidad situacional (personal o general) anodina, no plancentera, aburrida o simplemente insatisfactoria, la ensoñación se convierte en la vía de escape hacia otro mundo; un mundo que, de hecho, está constituido por la propia ensoñación. Es esta realidad recién creada la que sí es capaz de satisfacernos (o por lo menos a un nivel mayor que la realidad real, o en un aspecto en el que ésta última no), y lo hace por la sencilla razón de que ha sido creada "por" y (sobre todo) "para" nosotros. Es por ello que esta esta realidad ensoñada es capaz de cumplir nuestro más variopintos deseos y anhelos: ser ricos, ser guapos, ser tontos, tener a una persona, tener un objeto, disfrutar con una persona, ser capaces de apretar el botón, ganar una carrera, estar en algún lugar, en definitiva, ser felices; y también, a nivel un general: alcanzar un mundo en paz, una realidad sin pobreza, sin sufrimiento... Es en esta fantasía ensoñadora en donde conseguimos lo ansiado, donde siempre ganamos; donde, de hecho, somos los amos del casino.
Siguiendo con este punto, decir que en una ensoñación lo que sencillamente hacemos es crear artificialmente las condiciones óptimas para la existencia del placer o del bienestar que la realidad perceptible nos niega, teniendo sobre esta realidad ensoñada un poder omnímodo derivado del hecho de que somos sus creadores. Esta última capacidad omnipotente sobre el ensueño queda reforzada, además, porque el hecho de que no tengamos obligación de dar cuentas a nadie sobre la propia forma de ejecución de este poder absoluto, ya que, como se ha referido, la ensoñación sólo tiene aplicación directa en nuestra cabeza.
Yendo más alla, puede señalarse que es precisamente por este dominio total ejercido sobre esta realidad ensoñada por lo que no es común (aunque sí más de lo que se suele creer) experimentar en condiciones normales ensoñaciones con situaciones de sufrimiento, ni lo es hacerlo con fracasos, ni con nada que no sea mejor que la realidad perceptible, ya que para eso ya tenemos a esta realidad real.
En esta línea, puede señalarse que una persona, por el mero hecho de construir la ensoñación, evidencia una preferencia objetiva, funcional y consciente por la realidad ensoñada sobre la real; si no fuera así, la fantasía no estaría justificada, no tendría sentido; si la realidad perceptible colmara nuestros anhelos no habría necesidad de fantasear y de soñar despierto.
Además, esta predilección de una realidad sobre otra será además más fuerte (y probablemente más problemática) cuanto mayor sea la distancia y diferencia entre las dos realidades (la real y la fantaseada); incluso podría decirse que, a priori, la recurrencia, probabilidad y necesidad de una ensoñación está relacionada (quizá de manera directa) con la distancia o la magnitud de las diferencias que ésta presente respecto de la realidad real. En tal sentido, el viaje de huida de la realidad real que supone una ensoñación será más largo y más frecuente (habrá mas viajes, más escapadas, más ensoñaciones, más sueños despiertos) cuanto mayor necesidad haya de alejarse o de desaparecer de ella, cuanto menos satisfactoria nos resulte la realidad a la que hemos sido arrojados.

Hay que tener presente de todas maneras, que aun cuanto es admisible (como se ha referido) la conceptualización de la ensoñación como huida (y del sujeto algo así como de un viajero), y la recurrencia de ésta puede ser alta, como se acaba de hacer notar, punto fundamental es que el ensueño es necesaria y estructuralmente algo pasajero. Sí, una ensoñación es temporal, siempre hay que volver a la realidad real; ya que ésta última no desaparece cuando experimentamos la ensoñación, sino que sigue allí y espera nuestra vuelta, la vuelta de nuestro viaje (viaje que hacemos con billete de ida y vuelta).
Contando con eso, hay que decir que, llegado a un extremo, estos viajes de huida que suponen las ensoñaciones pueden llegar a ser viajes de riesgo, ya que pueden llevarnos a los confines de lo psicótico (que no neurótico). Esto ocurre cuando se da la peligrosísima situación en que una persona (el viajero) llega a confundir su ensueño con la realidad. En un estadio como ése lo que pasa es que se pierde la característica estructural básica expuesta acerca de la temporalidad de la ensoñación: su carácter pasajero.
Como se ha referido, cuando experimentamos la ensoñación somos conscientes tanto de ella misma, como de que la realidad real es otra y de que tenemos que volver a ella más pronto o más temprano; podría decirse que en el momento de la ensoñación experimentamos algo así como una especie de consciencia dual en la que nos damos cuenta tanto de la realidad real, como de la ensoñada. En tal sentido, en una situación de caracter psicótico como la referida, la confusión de las dos realidades (o, de hecho, la pérdida de una de ellas) supone convertir el viaje de huida en un periplo sin vuelta, el viajero se pierde o pierde el billete de retorno; y es posible que ya no vuelva o sea incapaz de hacerlo sin que alguien vaya en su busca.

Sin embargo, esa situación de viaje sin vuelta y de viajero extraviado no suele ser lo que habitualmente ocurre con las ensoñaciones.
Lo que es mucho más frecuente es que la persona dueña de la ensoñación altere también estructuralmente una de las carácterísticas de la realidad fantaseada, pero en este caso no la relativa a su temporalidad como en el caso anterior, sino en lo que atañe al principio estructural acerca del ámbito de aplicación de la realidad ensoñada. Esto es, la persona intenta ensanchar los límites de la realidad ensoñada (que, en principio, son los de nuestra mente) mediante un intento de hacer efectiva la ensoñación más allá de sus límites originarios, procurando trasladar elementos de la realidad soñada a la realidad real, pretendiendo llegar a unas nuevas fronteras para la ensoñación aproximándolas a las de la realidad perceptible.
Comprobando esto, hay que reconsiderar la admisión del símil del ensueño con una huida, ya que este intento expuesto de prolongar el ensueño en la realidad real no casa muy bien con los elementos generalmente reconocidos para una huida. Así, se comprueba que este ensueño (en puridad este desarrollo del ensueño) ya no es una huida temporal (como en el caso de la ensoñación estándar), sino que las personas que la experimentan e intentan trasladar por tanto elementos de ésta a la realidad real, lo que hacen es efectuar una huida (sí), pero planificando y pensando casi desde un principio en la vuelta a la mencionada realidad real; y eso puede que no sea catalogable ya como una simple huida.
De hecho, ¿se puede considerar como huida aquello que, mientras se lleva a cabo, se hace pensando conscientemente en la vuelta? ¿huye verdaderamente quien lo hace pensando conscientemente en la realidad que deja y no sólo apartándose de ella?
En la ensoñación estándar hay vuelta como se ha visto, pero ésta es obligada por la propia estructura de la fantasía; en este otro caso la vuelta es de un tipo diferente. Es un regreso de carácter consciente y, sobre todo, voluntarioso (que no voluntario) a la realidad real. Se vuelve con ánimo de enfrentar la realidad real, de actuar sobre ella, de "customizarla"; evidenciando precisamente con ello un deseo de hacer de los sueños (ensoñaciones, propiamente) realidad.

Sea una verdadera huida o no, lo que está fuera de toda duda es que esta actitud de prolongar el ensueño en la realidad parece éticamente muy deseable y además es muy atractiva por cuanto su productividad y efectividad son enormemente elevadas (adicionalmente, además, notar que es algo muy valorado en el manual, de hecho es un elemento transaccional de él, siempre y cuando no se salga de los límites correctos).
Es una actitud tan atractiva, seductora y valiosa que es factible atribuirle la mayoría de los avances (de diverso valor) que ha logrado la humanidad, ya que se puede decir que de forma mayoritaria se han alcanzado (como quizá no podría haber sido de otra manera) gracias a ella. Han sido éstos, por tanto, logros que han tenido su origen en gente que soñaba despierto y que intentó desarrollar ese ensueño.

Apuntalando esta conceptualización podría llegarse incluso a afirmar, sin mucho temor a equivocarse, que quizá el camino natural de una ensoñación (inicialmente, y en su versión estándar, sólo una huida temporal de realidad real) es precisamente éste último de conjugarse con la actitud voluntariosa y convertirse en una herramienta para la modificación y actuación sobre la realidad perceptible. Si no fuera así, el mantenimiento recurrente de la actividad ensoñadora con el objetivo único de hacer escapadas temporales, sin ánimo de trasladar elementos de ésta a aquélla, sería algo relativamente poco provechoso. Algo así como tomar obsesivamente un "calmante" (que además puede resultar trágicamente adictivo) para resistir o sobrellevar una molestia (más o menos dura) sin preocuparse, en cambio, de actuar sobre las verdaderas causas del dolor (una infección, una fractura...).
En efecto, por muy bien construidas que estén las ensoñaciones, a base de repetirlas indefinidamente o a fuerza de incrementar su recurrencia según la realidad real va proporcionando cada vez menos satisfacción, pierden su valor; a la larga, lo que termina ocurriendo es que el viajero queda exhausto de tanto viaje. Y no sólo eso, éste puede desarollar además posiblemente los efectos de algún tipo de ansiedad al ser permanentemente consciente de que todas las escapadas son invariablemente temporales, el calmante es pasajero, el dolor acabará volviendo y, además, la dosis terapéutica que supone cada uno de estos viajes probablemente se irá reduciendo con el tiempo. Y es que vivir sólo de en-sueños es, a escala, tremendamente deseconómico; por eso es que no basta con soñar despierto, hay que tener un plan B: la mencionada actitud natural, querer traspasar la frustrante caducidad del ensueño intentando trasladar algún elemento ensoñado a la realidad.

Por todo ello, y fijándose sobre todo en esta aludida salida natural del ensueño, se puede concluir que la conceptualización semántica del hecho de soñar despierto como huida sólo puede aceptarse de manera inicial, ya que a la luz del alcance visto para algunas de esas ensoñaciones (en concreto para las que encierran un espíritu basado en la mecánica de "huir + volver + intentar cambiar las cosas para no tener que volver a huir otra vez") su efecto aquí sería parcialmente inapropiado.

Muy distinta a la de las ensoñaciones es, en cambio, la valoración que se puede hacer de los sueños que experimentamos cuando dormimos (los sueños propiamente).
En este caso no creo que se pueda siquiera admitir una validez parcial de la relación con el deseo de huida o desaparición de la realidad real, tal y como se ha concluido para las fantasías soñando despierto.
Y es que los sueños son muy diferentes a las ensoñaciones. Para empezar, decir que la principal nota discordante perceptible claramente entre ellos estriba en el hecho de que, aunque los dos suponen estados de consciencia diferentes del normal (el de vigilia) y ambos son fácilmente reversibles, en el caso de la ensoñación no necesitamos de ningún estímulo (o como mucho, requerimos de uno muy suave v. gr. una llamada de atención de alguien cuando nos hemos quedado absortos con algo) para finalizarla, para revertir ese estado y regresar al normal. En general, podemos poner fin al ensueño en el momento que queramos.
Por el contrario, en el caso de los sueños, somos básicamente incapaces de poner fin a uno (así como de iniciarlo) en el momento en que deseemos; y además solemos requerir de un estímulo externo de más entidad (un despertador, un ruido, el tacto de una persona, la sensación de frío o de calor...) para hacerlo.

Ni ahora ni nunca ha habido demasiado conocimiento generalmente aceptado acerca de qué son los sueños. En cualquier caso, parece indudable que son una de las cosas más espectaculares, fascinantes, a su modo terribles, pero indudablemente geniales, de cuantas puede experimentar el hombre. Ciertamente son algo que suscita altos niveles tanto de interés, como de respeto (en algunos casos de puro miedo).

Los sueños han estado presentes casi desde siempre en la preocupaciones de los hombres.
Un gran número de culturas han contemplado su conceptualización con menor o mayor intensidad, siendo nota general en la mayoría de ellas el haberlos relacionado con elementos mágicos, divinos, misteriosos o, incluso, epistemológicos. Aquí es precisamente donde ha estado (y está) la diana.
Sí, los sueños son una vía para conocer. Han sido recurrentemente tenidos por las rendijas de un cofre que se abre sólo parcialmente y en el que están atesoradas informaciones valiosas. Antiguamente, además, los sueños (así como las informaciones que proporcionaban) tenían un curioso e importante grado de proyección colectiva en la comunidad en la que el soñador estaba inserto. Eran una fuente de conocimiento de tipo general: sobre grandes problemas, sobre grandes decisiones, sobre grandes acontecimientos; grandes temas que tenían interés y efectos para toda la comunidad (la visión de una futura catástrofe, el conocimiento de donde hallar agua, de qué camino tomar, de donde encontrar un tesoro...).
Como buque insignia de esta particular tradición conceptual y valorativa de los sueños puede recordarse la conocida historia de José ("José Soñó" que decía la Enciclopedia de Álvarez de 3º grado) el hijo predilecto de Jacob.
Según su historia, José poseía tanto una capacidad soñadora importante (importante en términos epistemológicos) como un brillante talento para interpretar sueños ajenos. Fue con esta última habilidad con la que pudo interpretar exitosamente los sueños del faraón y prever en ellos la inminencia para Egipto de siete años de abundancia seguidos de siete de sequía; sirviendo su alerta para que el faraón (a través suyo, de hecho) pudiera preparar al país para resistir la anunciada sequía, administrando con destino a esos siete años una parte de las cosechas de los siete de abundancia.
Es por tanto esta historia de José ejemplo de la concepción que se tenía de los sueños en tiempos pretéritos. Una concepción que los consignaba, a su modo, como una puerta de escape hacia un conocimiento valioso, hasta cierto punto mejor que el que adquirían los hombres por otros medios y, en muchos casos, de importancia suma para toda una colectividad. Un conocimiento, por otra parte, considerado recurrentemente como fruto de la inspiración de los dioses, el destino u otros entes exteriores al hombre; y por ello, un conocimiento que tenía un mayor valor cuanto menor fuera la confianza que tenía el hombre en sí mismo y más requiriera por tanto de explicaciones míticas plagadas de aparato divino para conceptualizar todo aquello que desconocía o que observaba, pero cuya comprensión se le escapaba.
Siguiendo esta idea (y muy matizadamente) quizá podría entenderse (como se ha referido para el caso de las ensoñaciones) a los sueños así entendidos como una suerte de huida del conocimiento disponible en la realidad real (notoriamente insuficiente y a veces engañoso) para intentar llegar en cambio al misterioso cofre (perteneciera a quien pertenciera) del colosal conocimiento accesible mediante los propios sueños. En este sentido, el símil de la huida podría funcionar y el uso de la palabra soñar para esta acción sería apropiado; pero por suerte o por desgracia, esta interpretación y concepción de los sueños ya no es válida en nuestros días. La conceptualización (obtenida a la luz de las investigaciones que de diverso tipo se han efectuado en la última centuria, y pese a todo, no demasiado nítida) que tenemos actualmente sobre las experiencias oníricas es muy diferente e invalida la imagen del sueño como huida, a pesar de que sigamos utilizando la misma palabra que antiguamente para designarla.

Durante el último siglo tuvo lugar (como en casi todos los campos) la gran explosión de la investigación científica sobre la naturaleza, función e interpretación de los sueños. Los logros obtenidos por este estallido investigador están bastante relativizados, pero aún así han sido suficientes para operar el cambio conceptual fundamental insinuado antes, a saber: establecer el foco de proyección de los sueños en el individuo y no en la comunidad, donde parecía encontrarse antiguamente.
Los sueños siguen siendo como antes una vía cognoscitiva, pero ahora lo son para hallar primerísimamente un conocimiento sobre nosotros y no sobre grandes cuestiones o problemas que afectan a una colectividad.
En relación a esto, señalar respecto a la mencionada relatividad de las investigaciones acerca de los sueños, que el carácter limitado de sus logros se ha debido sin duda al hecho de que éstos parecen ser una materia especialmente poco propicia para sustentar sobre ella teorías, ya no con pretensiones o derivas dogmáticas, sino con simplemente el preceptivo grado de objetividad y generalización que el conocimiento científico requiere para ser admitido como tal. Los sueños parecen ser una materia poco dada a la unicausalidad o a la teoría explicativa única, es por ello que aún plantean muchos interrogantes.
En cualquier caso, como se ha referido, esos logros relativos han sido los responsables de que el foco (y con él la conceptualización misma) de los sueños haya varido de la colectividad al individuo. Y esto ha sido posible gracias, sobre todo, a dos vías distintas de investigación.
Por un lado, el psicologismo individualista iniciado (a efectos prácticos) con el psicoanálisis y que, pese al alborozo con el que fue recibido en sus primeras décadas, ha evidenciado bastantes límites a la hora de proporcionar claves universalmente válidas para explicar e interpretar los sueños; lo que no obsta para considerar a esta vía ciertamente como la fundamental en el cambio de concepción referido acerca de los sueños.
Por el otro, el estudio médico-fisiológico de las experiencias oníricas que, llevado a cabo en diversos centros de investigación (algunos con el sugerente y apropiado nombre de "Laboratorios del Sueño"), últimamente parece centrar su atención en el estudio del comportamiento de los neurotransmisores cerebrales humanos. Avances los de esta vía que, concentrados en la explicación de la acción de soñar, más que en los sueños en sí, han tenido como punto de arranque basal el espectacular hallazgo (de hace ya más de 5o años) de Aserinsky cuando, observando a un niño mientras dormía una noche en un laboratorio, se dio cuenta de unos raudos movimientos longitudinales de los ojos del niño por debajo del párpado; constatando después que esos fugaces movimientos oculares se producían curiosamente en períodos en los que el niño experimentaba una no desdeñable actividad eléctrica cerebral (una más propia de individuos despiertos que de dormidos) y llegando con ello a la lógica y acertada conclusión de que se debían al hecho de que el crío "estaba soñando".
A partir de esta observación, fue factible indentificar las dos tipologías principales de las fases del sueño humano que aún hoy se admiten como básicas: la REM (Rapid Eyes Movement) y la No-REM.
Detectándose que en la fase REM (identificada por el movimiento rápido de ojos) ocurren la mayor parte de los sueños de carácter elaborado (los que realmente se viven, los que se recuerdan más fácilmente), así como los de carácter violento y las pesadillas; y comprobándose de igual manera la coincidencia de este tipo de sueños con un aumento de la actividad sintetizadora protéica, una actividad cerebral moderadamente alta (que es la que, de hecho, a su modo explica los sueños), así como con una pérdida de la capacidad de movimiento voluntario de los músculos.
Hallándose, por otro lado, que en la fase No-REM tienen más probabilidad de producirse sueños de carácter menos estructurado (en plan imágenes o sueños sencillos). Siendo en esta fase en la que verdaderamente el cuerpo descansa y la actividad cerebral se reduce.

El conjunto de los avances de las dos vías (y singularmente la psicologista espoleada por Freud) han cambiado, como se ha apuntado, la concepción que se tenía en otros tiempos de los sueños. Aunque sigue sin estar clara la explicación de su existencia (reacomodo de la memoría, residuos del día, efectos de actividad cerebral desbocada...), lo que si está admitido (a pesar de que no todos los seguidores del psicoanálisis hayan efectuado el oportuno abandono del tajante y estéril dogmatismo freudiano en lo que a la interpretación onírica se refiere) es que los sueños son una creación de la persona y una ventana a una parte de ella (la subconsciente). Es más, no sólo son una parte de nosotros mismos, sino que al ser los sueños (de cada cual) ontológicamente imposibles de trasladar a otra mente que no sea la nuestra, constituyen uno de los elementos más genuinamente propios del hombre. Así, notar que los sueños son fenómenos que no están influenciados de manera directa por otros individuos (éstos tienen una imposibilidad manifiesta de acceder a ellos), y además están relativamente protegidos de las estructuras de comportamiento y pensamiento que rigen la vida del hombre en sociedad, las que marcan, a su modo, las directrices básicas de nuestra consciencia normal, la de vigilia, precisamente la que no es preponderante en los sueños.

Contando con eso, es bastante incorrecto considerar a los sueños como huida de la realidad real (ni siquiera a nivel epistemológico, como se podía hacer según la conceptualización antigua).
Primero porque (aunque no se sabe hasta qué extremo) los sueños (en tanto que parte de nosotros mismos) son realidad real; y segundo porque (hoy como ayer) son una vía de conocimiento, un conocimiento de carácter interior, pero que tiene aplicación y efectos directos en la realidad perceptible.
En tal sentido, el viaje que se opera en un sueño no es de huida. No es un ir para volver después. Es desde el principio, desde la propia existencia del sueño, una vuelta a nosotros: con ellos y en ellos somos a un tiempo tanto el viajero como el destino del viaje. De esta manera, la definición más precisa que se podría hacer quizá fuera decir que soñar es un re-encuentro con nosotros (con la parte de nosotros que nos es desconocida, pero que es tan "nosotros" como la parte de la que somos conscientes).

Lo singular de este re-encuentro es que se produce en unas condiciones especiales, ya que en el terreno de los sueños no son de aplicación la mayor parte (a veces todas, incluida la lógica más elemental) de las convenciones sociales, culturales, etc., a las que estamos más o menos amarrados en el estado de vigilia. En relación a esto, puede decirse también que otra de las carácterísticas de este encuentro es que se produce en condiciones de desarme. Es casi el único momento en el que la mano suelta sin dolor alguno el arco, experimentándose con ello una de las particulares sensaciones que sustentan la excepcionalidad de los sueños: el sentirse solo.
Sí, es un encuentro con uno mismo en el que sólo podemos contar con nosotros: en ellos estamos desarmados, sin arco, sin indicadores de dirección, sin una señal de salida, sin árbitro, sin cronómetro, sin público (por mucho que en los sueños aparezcan personajes conocidos o desconocidos no son realmente ellos; en un sueño yo soy yo y los otros que aparecen en él también son yo, proyecciones de mí que toman forma de otros, pero que no dejan de ser yo). En definitiva, y pese a todos los juegos de palabras más o menos confusos, en un sueño estamos solos. Es un viaje (no de huida, sino de vuelta) que hacemos individualmente.
Podría pensarse que en función de esas características se trata de un encuentro que se hace en igualdad de condiciones: hombre contra hombre. Nada más lejos.
Aparentemente hay una sensación de igualdad derivada de lo mencionado acerca de que en los sueños no hay armas, ni elementos exteriores (por lo menos ninguno que no hayamos procesado previamente), pero no hay que olvidar que nuestra mente (el yo consciente) está acostumbrada al estado de vigilia (siendo, de hecho, éste el estado que consideramos de consciencia real, en el que nos damos cuenta, el normal, el patrón con arreglo al cual consideramos anormales todos los que se apartan de él: el ensueño, el sueño, la alucinación...) con todas las convenciones y estructuras que implica, y que son precisamente las que suelen carecer de aplicación en un sueño. En tal sentido, cuando soñamos, nosotros (nuestro yo consciente) nos encontramos jugando un partido (materializando un encuentro) en campo ajeno, en un lugar donde no funcionan las estructuras lógico-mentales (de raiz sociocultural) a las que nuestra parte consciente está acostumbrada .
A pesar de que tenemos todo el derecho a sentirlo como propio, el hecho de que nuestro patrón vital sea la conciencia de vigilia y que durante ésta hayamos sido moldeados mental y socialmente de una manera determinada (indudablemente diferente -más o menos- a la del yo subsconciente que es el contrincante del re-encuentro), hace que no lo hagamos y que nos sintamos extraños en ese terreno, forasteros.
Es por ello que, en la medida en que celebramos un encuentro con un contrincante del que conocemos poco, jugando en su terreno, sin arco, sin referencias y sin la capacidad de poner fin al encuentro en el momento en que queramos, éste no es para nada igualitario. Quizá se deba a eso el que, de manera casi automática, olvidemos los sueños (salvo un muy reducido grupo de ellos) casi inmediatamente al despertar (no son nuestro terreno -no lo son de nuestro yo consciente-, la memoria los expurga porque no los considera informaciones válidas, más que nada porque no conoce el código en el que están cifrados -porque el lenguaje que ésta utiliza se basa en convenciones que no tienen aplicación en los sueños-, aunque la información que suministran sí trata de nosotros y el expurgo probablemente es un error).
Curiosamente la mayoría de los sueños que recordamos suelen ser pesadillas de las que nos despertamos en el momento álgido, en plena fase REM, (quizá una reacción de defensa del propio yo que, al detectar que el encuentro con el otro va mal o está siendo en exceso traumático desencadena algún tipo de mecanismo para poner fin a la situación angustiosa mediante el despertar).

A pesar de no ser igualitarias, pese a lo que parece a simple vista, las condiciones de ese encuentro no son inalterables, se pueden cambiar; esa situación en la que nos enfrentamos con nosotros mismos puede ser modificada y la desigualdad reducida.
Procurar que los encuentros sean cada vez más igualitarios (y consecuentemente más provechosos por la información que de ellos podemos obtener) es algo que puede lograrse adquiriendo conscientemente conocimiento acerca tanto del terreno del encuentro como del contrincante, conocerlos cada vez mejor. Para ello la vía es convertirse en un onironauta, algo que supone toda una aventura cognoscitiva y que está destinada a equilibrar los futuros encuentros mediante el tanteo del terreno y del contrincante, pero también a convertir a este último (la parte de nosotros que nos es desconocida) en un aliado. Esto último es muy importante, ya que de esta manera podemos recabar de él valiosas informaciones y consejos con los que manejarnos más eficazmente en la realidad real, con los que ser cada vez más nosotros mismos. Ello es así, porque la información que pretendemos conseguir del contrincante (y que este puede proporcionarnos) mediante nuestra conversión en onironautas nos es útil, y lo es porque él realmente forma parte de nuestro equipo (el "Yo F. C.", lleva nuestra camiseta, aunque apenas la hayamos intercambiado), en tal sentido la información que él posee es información que afecta a los dos, es información sobre nosotros.

Sin duda alguna es el onironáutico un proceso cognoscitivo que está, de manera casi exclusiva, al alcance sólo de uno mismo.
Sí, porque a pesar de que desde Freud se han propuesto y aceptado claves interpretativas para descubrir y decodificar las informaciones y consejos que posee nuestro contrincante y que se hacen visibles en los sueños, ésas sólo son ciertas y efectivas (como en el caso de las que utilizan Ingrid Bergman y su avispado maestro en Recuerda) en un grupo concreto de elementos simbólicos y referencias culturales que, por su generalización, compartimos semiológicamente con el conjunto de la humanidad (o con una parte importante de ella), y es por eso que pueden ser aplicables a cualquier miembro de ella (en cierto sentido es un lenguaje extendido). En relación a esto, hay que tener presente que, a pesar de la mundialización cultural, lingüística, ideológica e icónica en curso, aún hoy existe una gran cantidad de referencias, convenciones y elementos simbólicos que sólo son compartidos por colectivos más o menos reducidos, o a veces incluso son exclusivas de una sola persona. En tal sentido, cada persona es y sigue siendo un mundo (y cada sueño también lo es), por tanto la interpretación y conocimiento de los sueños es una tarea complicada para la que nadie está en mejor situación de alcanzarla de manera exitosa que uno mismo.

Para terminar de convencerse y decidirse sobre la necesidad de afrontar el encuentro con decisión y mejores condiciones, hay que fijarse, y ser conscientes también, de las altas cotas de productividad y beneficios que cabe conferir a esta actividad onironaútica. Así, de manera inmediata el acceso a las informaciones y conocimientos de nuestro contrincante desconocido puede ayudar a enfrentar la realidad real de manera más segura y sabía; en concreto, puede servir para desactivar contradicciones que pueden darse en el interior de nosotros mismos (contradicciones de cuya existencia es posible que nos hayamos dado cuenta tiempo ha, pero cuyo verdadero origen ignoramos) y que afectan negativamente a nuestro periplo vital por la realidad real. Así mismo, se puede pensar que, en tanto en cuanto muchas de las pesadillas y sueños extraños pueden ser algo así como síntomas de contradicciones o conflictos (de nosotros con nosotros o de nosotros con el exterior) podría pensarse que el conocimiento y desactivación de esas contradicciones mediante el mayor conocimiento de nuestro contrincante y de su terreno (mediante el autoconocimiento onironauta) probablemente pueda llevar aparejada la reducción de la probabilidad de aparición de sueños terroríficos o angustiosos. Incluso se podría creer (ficcionalmente, pero quizá de posible materialización real) que un onironauta experimentado podría llegar a ser capaz de dirigir (y, dado el caso, hasta planear) los encuentros de tal modo que quizá llegara a poder (directa o indirectamente) recuperar sueños agradables pasados; sueños no repetidos desde hace mucho tiempo; sueños que, como el de volar extendiendo los brazos, es posible que se recuerden desde la última vez que se experimentaron como extremadamente placenteros, de un placer excepcional no repetido ni encontrado en otro lugar desde entonces; un placer diferente y superior al alcanzado mediante la relajación, la alegría o el goce sexual. Un placer perdido.
O quizá el mismo avezado onironauta pudiera llegar a ser capaz de poder aumentar la recurrencia o volver a experimentar los espectaculares y ambiguos sueños lúcidos en los que uno es consciente de estar soñando, pudiendo incluso llegar a oir el despertador, apagarlo conscientemente y seguir soñando (en un sueño tipo aventura) porque se quiere seguir soñando.
Con estas expectativas de beneficios parece que lo natural sería precisamente embarcarse en esta actividad onironáutica.
En esta línea, precisamente, podría afirmarse que si antes se apuntó que soñar no es una huida, sino una vuelta a uno mismo, quizá el no aprovechar los sueños (no procurar igualar los encuentros, no convertirse en onironauta -aunque sólo sea a nivel sencillo y no complejo-, no ver qué es lo que está detrás de ellos), rechazando conscientemente y hasta cierto punto el encuentro, sí que lo sea: una huida de una parte de nosotros, por tanto, una huida de nosotros. Sin embargo, tampoco sería un uso conceptual recto, ya que aun con todo esto no sería una huida de la realidad perceptible, que es lo que se suele entender por una verdadera huida.

Así, volviendo al principio, la afirmación de la relación de soñar despierto y soñar dormido con una huida es, en consecuencia, (y como se ha mostrado en repetidas veces) incorrecta.
No obstante, al recordar que ambas actividades se han consignado con el adjetivo natural en dos versiones determinadas de ellas (el ensueño pensando en trasladarlo a la realidad-el camino natural del ensueño-, y el conocimiento onironauta de los sueños -la actitud natural hacia los sueños), las dos acciones acaban presentando una importante y paradójica similitud que puede validar después de todo el uso de la misma palabra para ellas (aunque no tomando como base la relación con el concepto de huida). Así, se puede afirmar que tanto los ensueños como los sueños (en las versiones específicas identificadas como naturales) comparten la característica especial de poder ser utilizados como herramientas con las que mejorar nuestro papel en la realidad.
En el caso de los ensueños esto es mediante el ánimo (que se ha consignado como natural) de intentar trasladar elementos de lo ensoñado a la realidad real y hacer de esta más satisfactoria para con nosotros; y en el caso de los sueños, mediante el aprovechamiento (igualmente tildado de natural) de los encuentros que suponen con una parte de nosotros con la que apenas coincidimos ni tenemos apenas relación, para obtener informaciones y consejos con los que aumentar la seguridad y la fortaleza para nuestras andanzas en la realidad real, para mejorar nuestra ejecución en ella.
Además, cabe referirse a una similitud adicional que presentan naturalmente estas dos acciones. Así, si es cierto que los beneficios que es factible alcanzar mediante ellas son, como se ha visto, importantes, no lo es menos que las dos tienen que hacer frente a importantes obstáculos en su desarrollo.
En el caso en que alguien tenga una ensoñación (tanto si lo que se ensueña es un placer/beneficio particular, como si lo es general) y decida intentar trasladarla a la realidad real, es patente que puede entrar en conflicto directo con "otros"; unos "otros" que realmente no tienen en-sueños, pero sí una realidad (la real) que les es beneficiosa; una realidad que, de hecho, gestionan óptimamente y sobre la que, en consecuencia, no tienen ningún deseo de que se produzca el más mínimo cambio. Menudo obstáculo. Hay que contar con eso. Y es que tener un en-sueño e intentar realizarlo es muy duro, y muy peligroso. Martin Luther King lo anunció a los cuatro vientos: I have a dream, y lo asesinaron en Memphis, Tennessee.
En el caso de la posibilidad del impulso onironáutico de los sueños, decir que ésta puede ser igualmente una actividad dura donde también se tenga que hacer frente a obstáculos. Pudo haber una primera experiencia traumática que la defenestrase y defenestre durante mucho tiempo como práctica a intentar; o más propiamente, puede tenerse tanto miedo a encontrar a través de los sueños algo que se intuye terrorífico, que se prefiere optar por no correr el riesgo, ya que el resultado que podría obtenerse con esa actitud natural hacia los sueños es un conocimiento que objetivamente no se desea, uno que puede condenar a una realidad peor y más angustiosa que la real (siendo paradójicamente ésta última realmente la que después de todo se pretende mejorar con la aventura onironáutica). Así mismo, hay que contar con el obstáculo que encuentra el onironauta primerizo al ser consciente de que en una acción así y, sobre todo, al principio, el terreno sobre el que se va a intentar navegar es inhóspito y, además, allí no va a haber arco del que echar mano.

Por todo ello, tanto la prolongación del ensueño en la realidad real, como la materialización de la experiencia onironáutica, se pueden considerar como tareas de relativa dificultad y no sencillamente realizables.
Pero hay más, en cualquier caso, para lograr los beneficios que una y otra acción pueden proporcionar, además de superar los obstáculos mencionados, hace falta también una importante dosis de decisión y energía; son actitudes naturales, pero no automáticas, requieren de esfuerzo e iniciativa. Es necesario tener en-sueños o querer soñar.
Y puede que no se tengan sueños, ni se quiera soñar más; sólo se tenga sueño, cada vez más sueño.